Texto publicado originalmente en el diario "Tal Cual"el 14 de enero de 2013
Teódulo López Meléndez
El mundo que asoma no puede ser enfrentado con
simplismos y menos con paradigmas anticuados. Si algo comienza y avanza lo que
sabemos de él es necesariamente incompleto y toda respuesta, por ende, es
inacabada. Todo proceso implica por definición movimiento permanente. La noción
de exactitud no existe. Estamos en un mundo de incertidumbre y la única manera
de abordarlo es desde las probabilidades y esta conclusión no excluye a lo que
en el pasado fueron llamadas ciencias exactas, porque las ciencias en cuanto
modo de conocer han sido superadas por lo que ha sido llamado un nuevo
paradigma epistémico.
La forma de mirar las relaciones entre el
hombre y la realidad es lo que nos debe conducir hacia una revalorización de lo
humano sobre una razón mecanizada. Son tales los procesos y subprocesos en lo
social, en lo político y en el conocimiento, que podrían ser definidos como
metaprocesos o metafenómenos a enfrentar con una visión de pensamiento complejo
y con transdicisciplinariedad.
Veamos el
ángulo de la explicación. La tecnología nos ha alterado. Estamos articulados,
ya somos híbridos con constantes presencias posthumanas, con modificación
sustancial de los flujos de sentido. La tecnología nos ha sembrado en la
ausencia. En las redes sociales percibimos el vacío de las subjetividades o una
multiplicidad de subjetividades extrañas. No se puede escribir de la misma
manera. El inexistente futuro no existe, dado que parecemos en un eterno
presente, pero la literatura debe hacerlo. No estamos frente a un juego de
paradojas, lo que estamos es ante un revolcón de eso que hemos definido como
cultura.
En otras
palabras, el discurso humanístico convencional cae, entre otras razones, porque
parece difícil discernir un sentido en estos momentos de interregno en la
organización humana. En el siglo XXI ya el tiempo no se reduce al futuro, como
lo plantearon las vanguardias del siglo XX. La literatura está cuestionada como
primacía cultural, ha pasado a ser apenas un modo más entre los múltiples de la
comunicación, al igual que ha dejado de ser el continuun al resquebrajarse sus
vínculos con la temporalidad.
Estamos, hay
que admitirlo, ante un cuestionamiento muy serio de la literatura lo que obliga
a plantearse su destino en un contexto epistémico por la consecuencial pérdida
de su jerarquía. En este mundo profundamente dominado por la técnica se tiene a
superar el pasado, mientras la literatura sigue amarrada a él. Sólo la ruptura
que la lleve a moverse en la velocidad de lo actual puede mantenerla, una que
le permita reconstruir anticipadamente.
La tecnología ha alterado las formas
identitarias, pareciera posible la construcción sin agendas del pasado, en un
presente que tiende a hacerse perpetuo, uno representado por la ausencia.
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