Los barrancos limeños del Gran Hotel

por Eva Feld* Un festival internacional de poesía puede semejar un crucero transoceánico, no solo por el hecho incuestionable de navegar incesantemente sobre inmensas olas en medio de un mar infinito como viaje perenne, sino sobre todo porque al igual que en un barco, cada camarote, toda estancia, recoveco o escondite, sala, bar o comedor se convierten en espejos confrontados que niegan, eliminan y abominan la soledad al reproducir hasta el infinito las imágenes de quienes ante ellos desfilan. En todas partes, en ascensores y pasillos, en escaleras y recodos, se encuentran todo el tiempo los unos con los otros. La espuma, el salitre, la resolana, el plenilunio, la camaradería, la fotografía acaban convirtiendo a los pasajeros, o mejor dicho a los poetas, en tripulantes de una travesía en la que una de las materias primas del quehacer poético, nada menos que la individuación, queda convertido en sal y agua. Cuando acaba el viaje, cada uno lleva consigo un bagaje in...