Karl Popper y el viaje hacia el racionalismo crítico
Según
Popper, la ciencia no avanza confirmando teorías. Avanza sometiéndolas a
pruebas cada vez más exigentes y eliminando aquellas que no resistan la
crítica. La ciencia medra por descarte, no por acumulación de certezas. Cada
vez que una teoría sobrevive a intentos serios de falsarla, gana
provisionalmente credibilidad.
La filosofía de la ciencia es la rama de la filosofía que intenta responder preguntas como qué distingue a la ciencia de otras formas de conocimiento, si las teorías son descripciones especulares o interpretaciones útiles del mundo o qué hace que algo pueda considerarse científico. Si bien abstractas, estas cuestiones tienen consecuencias prácticas. Entre otras cosas, determinan cómo entendemos el progreso del conocimiento, qué valor damos a la evidencia y cuál es el rol de la duda en la investigación.
A comienzos del siglo XX, un grupo
de pensadores (físicos, matemáticos y filósofos) conocidos como los neopositivistas del Círculo de Viena creyó
haber encontrado una respuesta definitiva. Su propuesta gravitó en torno al
llamado criterio de verificación. Acorde a este, una proposición es científica si se puede verificar empíricamente,
es decir, si existen observaciones o experiencias que la confirmen. Por
ejemplo, «El agua hierve a 100 grados» satisfaría el criterio al poder ser comprobado
con facilidad y a la vista de todos. Afirmaciones como «La justicia absoluta
existe» o «Dios es amor», al contrario, no se pueden someter a verificación y,
por consiguiente, carecen de valor científico.
El planteamiento posee una lógica
atractiva. Si la ciencia se basa en hechos, basta con observar, medir,
confirmar y acumular información hasta alcanzar la verdad. Pese a todo, con el
tiempo este criterio empezó a mostrar sus limitaciones. Las teorías científicas no se componen únicamente de observaciones. Incluyen
hipótesis, modelos matemáticos, conceptos teóricos y suposiciones que no se
verifican directamente. El electrón no es algo que podamos ver, y sin embargo
las teorías que lo incluyen permiten explicar y predecir fenómenos con enorme
precisión. Además, verificar algo de manera definitiva es casi imposible. Que
el sol haya salido todos los días no garantiza que lo haga mañana y, así,
ninguna ley universal puede ser cotejada con exhaustividad.
Una teoría científica debe poder
ser puesta a prueba de manera que, en principio, pudiera demostrarse como falsa
En este contexto apareció el
filósofo austríaco Karl Popper. Este coincidía con los
neopositivistas en que la ciencia debía diferenciarse de la pseudociencia, pero
estimaba que el criterio de verificación no era el camino adecuado. En su
lugar, propuso uno distinto, el falsacionismo.
Una teoría científica debe poder
ser puesta a prueba de manera que, en principio, pudiera demostrarse como
falsa. Si no hay forma de refutarla, entonces no pertenece al ámbito de
la ciencia. La afirmación «Todos los cisnes son blancos» puede
ser refutada con un solo cisne negro. Pero la afirmación «Todo lo que ocurre
forma parte de un plan divino» no, dado que cualquier cosa que suceda podría
interpretarse como parte de ese plan. Mientras que la primera afirmación es
científica, la segunda, no.
En este esquema la ciencia no
avanza confirmando teorías. Avanza sometiéndolas a pruebas cada vez más
exigentes y eliminando aquellas que no resistan la crítica. La ciencia medra por descarte, no por acumulación de
certezas. Cada vez que una teoría sobrevive a intentos serios de falsarla, gana
provisionalmente credibilidad.
Un ejemplo clásico ayuda a entenderlo.
Durante siglos, la física de Newton fue considerada una
descripción completa del universo al explicar con armonía el movimiento de los
planetas, la caída de los cuerpos o la trayectoria de los proyectiles. Para
muchos era una verdad indiscutible. No obstante, a comienzos del siglo XX las
observaciones sobre la órbita de Mercurio o los experimentos con la velocidad
de la luz mostraron resultados que no cuadraban con las ecuaciones newtonianas.
De este resquebrajamiento de la física newtoniana surgió la teoría de la
relatividad de Einstein, que explica los mismos fenómenos desde una perspectiva
más amplia. El cambio no se debió a una confirmación, sino a una falsación.
Popper consideraba que el espíritu
científico consiste en atreverse a proponer ideas que puedan ser refutadas
Paradójicamente, Popper defendió
que lo que hace científica a una teoría no es que sea verdadera, sino que
podría ser falsa. Cuanto más arriesgada sea una hipótesis –cuanto más se
exponga a la posibilidad de refutación–, más valiosa será. Ahora bien, una
teoría que lo explica todo no explica nada, puesto que se adapta a cualquier
resultado. Por eso el psicoanálisis o el marxismo caerían en el terreno
de la pseudociencia. Siempre encuentran una
interpretación que confirme sus postulados.
Popper consideraba que el espíritu
científico consiste en atreverse a proponer ideas que puedan ser refutadas, así
como en aceptar la objeción como fair play. La
ciencia, en su visión, no es tanto una colección de verdades como un método
para detectar errores. La duda con fundamento es el motor del conocimiento.
Esto tiene una consecuencia peliaguda. Nunca sabremos
si una teoría es verdadera, si ofrece una suerte de mapa perfecto del universo.
Será falsa si las observaciones la contradicen, mas no podemos confirmar su
verdad de manera definitiva ante la posibilidad de que aparezcan nuevos datos
que la desmientan.
Saber que una teoría
puede ser falsa no debilita a la tarea científica. Al contrario, la fortalece;
mantiene vivo su carácter crítico y su destreza para autocorregirse. El
corolario de Popper es bonito: solo atreviéndose a errar puede uno llegar a
comprender el mundo.

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