Jonnie Fazoolie y el Motor de Realidad Transfinita

 




Jonnie Fazoolie & The Transfinite Reality Engine es una odisea de ciencia ficción satírica y oscuramente divertida sobre el amor, el fraude y los entrelazamientos cuánticos. Jonnie, un inventor fallido y un soñador delirante, y Casey Floyd, un físico queer que persigue la trascendencia, construyen una máquina que salta al universo mientras están enredados en el absurdo cósmico, el colapso moral y las relaciones dolorosamente humanas que se niegan a permanecer finitas.

Jonnie Fazoolie y el Motor de Realidad Transfinita es una odisea de ciencia ficción satírica y mordaz sobre el amor, el fraude y los enredos cuánticos. Jonnie —un inventor fracasado y soñador delirante— y Casey Floyd —una física queer en busca de la trascendencia— construyen una máquina que salta entre universos mientras se enredan en la absurdidad cósmica, el colapso moral y las relaciones dolorosamente humanas que se niegan a ser finitas.

 Mookie Spitz es un escritor, presentador de podcasts y satírica cultural cuyo trabajo fusiona ciencia ficción, filosofía y humor absurdo. Sus historias exploran la conciencia, la identidad y la hermosa inutilidad de la ambición humana. 

La alergia como ontología: el masoquismo felino-dialéctico de *Jonnie Fazoolie y el motor de realidad transfinita

---

I. Preliminares sobre la condición felina

Llamar a *Bernie Sanders*, el gato, un "personaje" ya es trivializar su función ontológica. No es, en ningún sentido significativo, un animal dentro de una narrativa; es una **recurrencia**, un irritante recursivo: un silogismo peludo que empieza consigo mismo y no concluye en ninguna parte. El mismo nombre *Bernie Sanders* —una flagrante afrenta tanto a la ideología como a la especie— encapsula las delirantes simetrías de la conciencia de Jonnie Fazoolie: un anticomunista alérgico a los gatos que nombra a su gato como un socialista. Esto no es ironía; es **vandalismo ontológico**.

La existencia de Fazoolie se convierte en un estornudo perpetuo contra la realidad. La rebelión de su cuerpo contra las proteínas felinas alegoriza el sistema inmunitario de su alma: un organismo en constante rebelión contra el contacto, la compasión y las consecuencias. La novela sitúa la alergia no como una enfermedad, sino como un método metafísico. Picazón, hinchazón, desgarro: estas se convierten en las pruebas fenomenológicas del ser. La existencia se confirma no por la serenidad, sino por la irritación.

---

II. El masoquismo alérgico del afecto

El mantenimiento que Jonnie hace del gato que detesta —de hecho, que lo detesta— es una forma de autoexigencia metafísica. La relación, si es que se puede profanar el término hasta ahora, funciona como una **centrifugadora ética autoinfligida**, que convierte el afecto en castigo y el castigo en ontología. No puede acariciar sin inflamación; no puede coexistir sin estallar. La cascada de histamina funciona como una lógica emocional: el amor se manifiesta como una erupción.

Se queda con el gato precisamente porque le duele. El dolor es devocional. Verifica la sinceridad de la misma manera que una factura impaga verifica la existencia. El sufrimiento respiratorio de Jonnie se convierte en el único remanente de trascendencia que le queda a un estafador poshumano que confunde la incomodidad con la profundidad. Estornuda como otros rezan. La reacción alérgica no es un desafortunado efecto secundario de la atención; es la coreografía de esta.

A mayor miseria, mayor rendimiento metafísico. Esto es aritmética fazooliana. Cada convulsión de su sistema inmunitario atestigua su autenticidad, como si la congestión pudiera aproximarse a la gracia. La novela, así, instala la alergia como sacramento: la histamina como Espíritu Santo.

---

III. La indiferencia del gato y el espejo inverso del narcisismo

Bernie, por su parte, irradia lo que podría llamarse inercia ontológica. Le da igual, precisa y gloriosamente. Su indiferencia funciona como un espejo en el que Jonnie se mira y se percibe, con trágica incomprensión, a sí mismo. La serenidad del gato —su absoluta exención de la histeria humana— configura la imagen negativa de la hiperactividad de Jonnie.

En la física más amplia del *Motor de Realidad Transfinita*, la indiferencia funciona como la constante última, la quietud gravitacional en torno a la cual gira toda actividad frenética. La calma felina de Bernie desmantela la cosmología de Jonnie. Frente al caos de la invención, el gato encarna la no participación. Frente a la fiebre de la trascendencia, ofrece vacío. Su presencia dice: no hay mensaje, ni misión, ni moraleja. Y Jonnie, incapaz de tolerar tal pureza, interpreta la ausencia como un profundo desdén.

 

Sin ebargo, esta misma ausencia de respuesta, esta falta de preocupación, se convierte en la crítica más mordaz del narcisismo de Jonnie. El gato no responde porque no hay nada a qué responder. En el esquema fazooliano, la conciencia misma es alérgica a la indiferencia: debe proyectar, inflar, actuar, explicar. Bernie no hace nada de esto. Se convierte en el principio antinarrativo, el impulsor inmóvil de la ironía.

---

IV. Ironía ideológica: El gato como teología política

Nombrar al gato *Bernie Sanders* representa la contradicción más extravagante de la novela: la alianza de la ansiedad capitalista con la significación socialista. Jonnie desprecia tanto a los gatos como al colectivismo; por lo tanto, los domestica. El gato se convierte en un microcomunismo de uno solo: vive en el apartamento de Jonnie, come su comida, no aporta nada y distribuye pieles con una igualdad utópica.

 Pero la burla más profunda reside en el intento de Jonnie de apropiarse de la ideología como decoración. El nombre del gato funciona como una mina semántica: cada mención de "Bernie Sanders" se convierte en un plagio ideológico. Lo político se convierte en pelo de mascota. La revolución social maúlla y exige comida. La devoción alérgica de Jonnie a su gato homónimo refleja la devoción alérgica de la sociedad a las ideas que profesa pero no puede metabolizar.

De ahí la inversión satírica: quien despotrica contra el socialismo cuida de la criatura que lo parasita; quien comercializa la eficiencia vive entre pieles, suciedad y una entropía estornudante. Bernie es el emblema de todo lo que Jonnie rechaza y, por lo tanto, exige.

---

V. La metafísica alergénica del contacto

El sistema inmunitario de Jonnie y su sistema social comparten una patología: ambos interpretan la intimidad como una invasión. El pelaje del gato, como el afecto, traspasa su perímetro. Su cuerpo se inflama ante el susurro de la proximidad. El estornudo se convierte en una defensa contra la permeabilidad. Es el filósofo alérgico a la empatía, el romántico alérgico a la reciprocidad.

Cada encuentro con el gato dramatiza la tensión más amplia de la novela: entre lo finito y lo infinito, el yo y su disolución. Jonnie anhela la trascendencia, pero teme la contaminación. La alergia encarna a la perfección esta paradoja: desea fusionarse, pero la fusión lo destruye. Ama lo que lo invalida. Aprecia su ruina.

Así, *Bernie Sanders el Gato* no es una subtrama; es el *sistema inmunitario de la novela*, que rechaza el sentimentalismo dondequiera que intente infiltrarse. A través de él, el texto se inmuniza contra la sinceridad.

---

VI. Sobre la erudición de la indiferencia (Una breve digresión sobre la interpretación misma)

El crítico, al abordar esta dinámica con temblorosa seriedad, se convierte en un comediante involuntario. Interpretar a Bernie es repetir el error de Jonnie: antropomorfizar la indiferencia, atribuir significado a lo inapropiado. El gato desafía la colonización hermenéutica. Es el texto ilegible dentro del texto, la picazón insaciable en la mente del crítico.

En este sentido, *Jonnie Fazoolie* escenifica una meta-sátira de la propia crítica literaria. Cuanto más se profundiza en el simbolismo de Bernie, más se desvía uno de su nulidad esencial. No es una alegoría, sino una alergia. El significado se adhiere, se inflama, se enrojece y finalmente se desvanece, dejando solo la leve irritación del pensamiento.

---

VII. La teología de la caspa y la economía del sufrimiento

Para Jonnie, la alergia adquiere la dignidad de un ritual. La caspa se convierte en un sacramento del absurdo, la partícula eucarística de un dios indiferente. Sus estornudos marcan la narrativa como oraciones involuntarias: pequeños exorcismos de la condición humana. A través de la alergia, lo profano se vuelve litúrgico.

Esta teología de la caspa participa en la economía metafísica más amplia de la novela. El *Motor de Realidad Transfinita* —el mecanismo titular de la posibilidad infinita— exige irritación como combustible. La creación, en el mundo de Fazoolie, no procede del amor, sino de la abrasión. El universo se expande al estornudar a sí mismo. Rascarse, entonces, es participar en la cosmogénesis. El sufrimiento de Jonnie es el microcosmos del proceso universal: cada estornudo, un eco del Big Bang; cada sarpullido, un pequeño apocalipsis del ser.

---

VIII. El gato como motor inmóvil de la sátira

Al final de la novela, Bernie Sanders, el gato, se ha convertido menos en un compañero que en un elemento ambiental, un leve zumbido de indiferencia que resuena bajo el egocentrismo operístico de Jonnie. Ni ama ni odia, ni se une ni se resiste. Su existencia invalida los dramas de Jonnie al soportarlos sin comentarios.

 Para el lector, el desapego de Bernie se interpreta como una liberación: una última clemencia ante la histeria narrativa. El gato permanece, impasible e insensible, como el verdadero filósofo del texto. Su silencio contradice cualquier discurso. Su pelaje supera cualquier teoría.

---

IX. Conclusión: El sublime alérgico

*Jonnie Fazoolie y el Motor de Realidad Transfinita* transforma la alergia doméstica en una ópera metafísica. La devoción de Jonnie por su propio tormento, su adoración a la irritación, su amor alérgico por una criatura que lleva el nombre de un hombre al que desprecia, todo converge en un único y paradójico axioma: el significado solo existe en la resistencia.

El gato, despreocupado, eterno y ligeramente polvoriento, preside las ruinas de la grandiosidad humana. Es la deidad indiferente del cosmos fazooliano, la prueba de que el universo ni consuela ni condena, simplemente se deshace.

 Jonnie estornuda, tose, se seca los ojos y lo llama trascendencia. El crítico escribe, infla, divaga y lo llama perspicacia. Bernie se estira, bosteza y sale de la habitación. Así concluye el triángulo satírico más perfecto de la ficción moderna: el hombre alérgico a la existencia, el gato inmune al significado y el lector jadeando en algún punto intermedio.

En Amazon.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Vidriera de los Poetas: Alejandra Boero

20 regalos ideales para intelectuales

La otra México