Sobre Relatos negros, de Luis Benítez

 




Ediciones Diotima, de Buenos Aires, acaba de publicar un nuevo libro de cuentos del autor argentino, que participa tanto del género negro como del policial propiamente dicho, en la mejor tradición de esta narrativa ampliamente cultivada en su país.


Quiero comentar la reciente publicación de Relatos negros, (1) del escritor argentino Luis Benítez (2) -poeta, narrador y ensayista de fructífera labor desde hace cuarenta años-, libro que se instala en una larga y querida tradición argentina.

El cuento policial de enigma norteamericano o inglés se estructura alrededor de un asesinato -si es en serie resulta mucho mejor- alrededor del cual pueden girar robos, estafas, infidelidades, venganzas, más la presencia de una femme fatale y familiares inescrupulosos. El móvil, en el que no falta el dinero, es desentrañado por el razonamiento de un inteligente y astuto detective privado -con la colaboración de un ayudante- el cual cobra por su trabajo una suma, nunca muy onerosa. Si el crimen es lo suficientemente oscuro o siniestro, y si el detective tiene un pasado que ocultar, ya se trata de un policial negro.

Así se transmitió –a través de novelas pero con evidentes influencias en los cuentos- a las masas argentinas este género a través de la colección El séptimo círculo –el Dante asignó ese cabalístico número al círculo de los criminales, hervían en el Flegetonte, río de sangre– creada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares y que se extendió desde 1945 hasta 1955. Después, en los ´60, fue el tiempo de la serie negra elaborada por Ricardo Piglia: mecanismos de divulgación populares (también participaban de célebres revistas literarias, debates, conferencias) para generar la recepción de sus propias obras literarias.

Pero en nuestro país, a raíz de su historia política (la narrativa argentina nació con los sables y balas de las guerras civiles del siglo XIX y fue sacudida por las dictaduras cívico-militares del siglo XX) en los cuentos de enigma y en los relatos negros no abundan los detectives (hay excepciones, como Un cuento casi perfecto, de Roberto Arlt, que se publicó en un periódico). Se desconfía del detective, se lo considera como un colaborador de la policía, casi un “buchón” (de las fuerzas del orden es mejor cuidarse); entonces los que llevan adelante la resolución del conflicto son parte del sistema, ya sea como comisarios –los casos del comisario Croce, el legado literario de Piglia- periodistas,  escritores o simples ciudadanos, partícipes directos o indirectos del conflicto, o sea que no hay neutralidad de ningún tipo, tampoco política.

Hay dos casos especiales: Honorio Bustos Domecq, parodia de la dupla de Borges y Bioy Casares que con su Isidro Parodi llevaron al límite del absurdo el cuento de enigma policial -un preso sin salir de su celda de la penitenciaría porteña (la de Coronel Díaz y Las Heras, que fuera demolida a dinamita pura en los ´60) resuelve los casos que le encargan mientras toma mate–; y también, de mis tierras correntinas, Velmiro Ayala Gauna, con su don Frutos Gómez -un comisario bonachón y pueblerino que razonaba como Sherlock Holmes-.

En una breve enumeración de los escritores argentinos del siglo XX de los que he leído sus cuentos policiales, cito a Abelardo Castillo, Rodolfo Walsh, Julio Cortázar, Miguel Briante, Horacio Quiroga (más argentino que uruguayo), Silvina Ocampo, Manuel Peyrou, Rodolfo Fogwill y Alberto Laiseca.

Pido disculpas por esta obsesiva, incompleta y por lo tanto injusta lista pero ella me ha servido para concluir que los cuentos o relatos nacionales que cité llevan una innegable marca argentina, sea el género que sea, que es la de ir más allá del crimen, de desnudar y cuestionar las lógicas de la vida cotidiana de cualquiera, lo que equivale a decir la de todos, con sus su pasiones individuales pero enmarcadas por el poder político establecido. 

Como mencioné al comienzo, el motivo de esta reseña es Relatos Negros, la última publicación de Luis Benítez, quien se arrojó a estas profundas aguas literarias y salió perfectamente a flote con tres historias. Cada una tiene lo suyo pero se las pueden hilvanar con detalles narrativos propios del género (no se les ocurra buscar un detective, impera la salvaje ley del talión o sea la ley del más fuerte) pero en el trío de relatos lo más importante, la clave de su escritura, es el cómo más que el qué se cuenta.

En el primer relato, El amigo de Paraguay, Benítez recurre a la narración en primera persona de una historia que ocurrió hace muchos años, en la voz de un policía que cuenta que había arribado a Buenos Aires porque le habían tendido una trampa en Paraguay, abusando de que era un buen policía: mató a alguien en servicio de la ley pero no es un asesino. Su contacto en Buenos Aires le dice que si quiere salvar su vida debe huir de la ciudad. Benítez, a propósito, no le da un nombre al nuevo destino, lo describe como un páramo enclavado en unas sierras, vacío de toda alma y vida, fiel reflejo de lo que siente el personaje. Al mejor estilo negro, hay una sucesión de muertes, una persecución en automóvil en un dique que sólo junta barro y una saca de dinero. Hasta ahí el introito. 

En El niño que sabía demasiado (obvia alusión a Alfred Hitchcock, otro especialista en el cómo) un miembro de una organización internacional evoca algo sucedido hace unos años al sur de Madrid, asunto que gira en torno de un niño con notables capacidades adivinatorias, a las que sus padres deciden sacarle todo el jugo económico posible. Allí se desata el drama. El relator de los hechos se empecina en no avanzar, goza en detenerse una y otra vez en detalles que permiten a Benítez desplegar toda su gran capacidad narrativa (un claro ejemplo de este estilo es su excepcional novela El deseo y la furia, inspirada en la vida y muerte de Camila O´Gorman). En este relato nos introduce en el relato policial con tintes grotescos (algo que ha desplegado, también, hasta el absurdo paroxismo en El mundo se acaba y nosotros afeitándonos) de un gran e inespecífico complot. Punto y aparte.

En el tercer y último relato, El infierno bronceado, la historia se desarrolla en el tiempo presente, en un pueblo costero llamado Almejas (¿un guiño a Robin Wood?) con un doble registro. En uno se cuenta cómo unos policías someten a tortura con picana eléctrica -no olvidar que fue Leopoldo Lugones (h) quien la introdujo en los interrogatorios policiales en la infame década del 30-  a un joven, un niño bien al que llaman Bart Simpson, un ladronzuelo que se pasó de la raya en sus robos y le metió plomo a cuatro. Benítez pasa sutilmente a otro registro, a otra temporalidad, que precede, en la que el joven conoce al Vago y comienza con el consumo de drogas. Punto y aparte.

Invito a pegarse una soberana zambullida en Relatos negros y nadar en sus aguas llevados por el inteligente y lúcido estilo narrativo de Luis Benítez, quien me hizo disfrutar y pensar, tal como lo refleja esta reseña.

Luis Polo (3)

Referencias

(1)Ediciones Diotima, ISBN 978-631-90320-8-6, 122 pp., Buenos Aires, 2024. https://www.diotima.ar/

(2) El poeta, narrador y ensayista Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA), de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina (SEA) y del Centro PEN Argentina. Miembro Honorario y Asesor Literario de la Fundación Victoria Ocampo (Buenos Aires). Ha recibido numerosos reconocimientos nacionales e internacionales por su obra literaria, entre ellos el Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Premio de Poesía de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003), el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2007) y el Tercer Premio Municipal “Ricardo Rojas” de Novela (2022). Sus 44 libros de poesía, ensayo y narrativa han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay. En el corriente año 2024 se han publicado en Argentina dos ensayos sobre su obra poética: Luis Benítez, una poética de la indagación, del crítico y narrador Osvaldo Gallone, editado por la Fundación Victoria Ocampo (Buenos Aires, 100 páginas) y presentado en la Biblioteca Nacional el pasado 5 de junio. El otro trabajo crítico se titula Luis Benítez. Historia Nacional, del Prof. Juan Sebastián Rodríguez Maza, publicado por El Arte de Leer Ediciones (126 páginas, Mendoza Capital, provincia argentina de Mendoza). Es considerado una de las voces más destacadas de la poesía argentina contemporánea y referente de la poesía latinoamericana actual.

(3) Luis Polo nació en Paso de los Libres, provincia argentina de Corrientes, en 1956. Luego vivió en Buenos Aires y actualmente reside en la ciudad de Corrientes. Es psicoanalista y psiquiatra, se dedicó muchos años a la transmisión del psicoanálisis a través de la Biblioteca Analítica Corrientes y del C.I.D Corrientes-Chaco perteneciente al Instituto Oscar Masotta. Publicó artículos de psicoanálisis en diversas revistas. Fue director de la revista de cine Pez Dorado, en la cual publicó críticas de películas. También publicó en el Círculo invisible, un libro de cuentos de autores correntinos, Érase una vez en Paso de los Libres, autobiografía novelada, en 2022 y la novela Barrientos, en 2023. Dirige un red electrónica regional (alcance: Noreste del país) de difusión literaria.

 


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