Por Alejandro Bovino Maciel
A propósito del libro “La ciudad de las amapolas” (1) —poesía— de Eugenia Cabral (2)
Leyendo y releyendo este maravilloso trabajo de Eugenia Cabral reiteradamente comprendemos por qué recibió el Primer Premio de Poesía “Horacio Armani” en 2021 y fue publicado por la Editorial Victoria Ocampo. La indagación que subyace en toda la obra se podría prefigurar en una pregunta: ¿qué es una ciudad?
Un agregado edilicio, pensaría inmediatamente alguien vinculado a la arquitectura. Estructuras planificadas, podría decirnos un ingeniero civil. Un conglomerado humano que vive las mismas reglas implícitas o explícitas, acotaría la sociología. Pero ninguna de estas definiciones técnicas abastecen todo el radio que abarcaría una respuesta más simple y más honda.
Eugenia Cabral, que no profesa la sociología, ni convive con agrimensores, techistas y plomeros, ha fundado una ciudad hecha de poesía para socavar las respuestas convencionales y guiarnos a través de las turbideces de la realidad (que siempre es opaca, aunque disfrutemos de un maravilloso domingo de sol en un prado) hacia otros interrogantes menos pacíficos. Eugenia Cabral descree de las definiciones del diccionario e intuye y nos hace intuir que hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía (Hamlet dixit).
Entonces, manos a la obra, Eugenia Cabral edifica para nosotros estas ciudades de poesía que trasfiere a la fragilidad y casi irrealidad de las amapolas.
Comienza: Hermosas ciudades habitan dentro de mí.
El aire de sus torres me abre los pulmones.
Algún anciano ha cincelado los epitafios, un último anciano, el único que aún recuerda la historia.
La autora sigue y persigue las ciudades blancas, las ciudades misteriosas con sus heráldicas, con sus historias que ya nadie lee y suplican desde lo alto de las bibliotecas, en vano. En la plaza, el vendedor de manzanas acarameladas no ha dormido para que los niños sueñen. Y la modista con su maniquí no resbala por los planos inclinados. En ese mundo casi idílico que intenta definir esa extraña convivencia que pactamos los humanos en una ciudad, irrumpe la peste. La epidemia, la humedad, el aceite de opio que inunda las cesuras cerebrales: lo insólito quiebra ese pacto: la peste infiltra láudano en la corteza cerebral. De un modo susurrado, la autora describe parsimoniosamente —la belleza solo puede ser cautivada en la paz de los sentidos, huye del torbellino inicuo de esta modernidad apresurada— las claves de esa paralización de la vida que significó la pandemia del siglo XXI. Lo hace con delicadeza, evita rozar los lugares comunes de aquellos paneles inagotables que nos anestesiaban desde la T.V. en el año 2000, acude a imágenes sorprendentes: los bufones, las astillas de la civilización, los Centauros.
Avanza con otro capítulo: Más allá del aire. ¿De dónde mana la sangre, si nadie está muriendo? Pero detrás de las murallas de ciudades antiquísimas están masacrando huestes de bizantinos, incas, chinos y cartagineses. Toda ciudad recuerda también a las necrópolis. Toda ciudad recuerda también a su civilización, que es siempre belleza sostenida sobre crímenes. Allí se invoca lo que nos queda después del arrase: el cuerpo “copa de vacío” lo llama la autora. El cuerpo que no es invitado a un banquete del que lo obligan a retirarse: mejor así, porque en la soledad está la revelación de la memoria de aquella casa de los abuelos donde el ocaso rojo sobre el polvo pardo obligaba a rebelarse. ¿Será tan habitual la magia como para refugiarse en las pobres casas sin vidrios en las ventanas y mosquiteros, de ladrillos calzados en barros y plantas en latas de aceite? No lo dicen los solemnes adultos que prohibían a los niños la verdad que era de ellos: los abortos, el abuso, la sodomía, el adulterio. Todo quedaba encerrado en las cinco altas casas rosistas que aparentaban siempre estar dentro de la ley. “Cuando llegó la guerra, ya nos habíamos amarrado a la tristeza” proclama un verso. Y en la guerra, la barbarie. Y después la ciudad invadida por el desierto.
En esta estructura narrativa que Eugenia Cabral insinúa al lector y la lectora, se puede delinear un mapa del deseo humano a escala poética. Siempre y casi obsesivamente la autora persigue descorrer el “velo de Maya” de Shopenhauer, esa ilusión cósmica que nos quiere felices en un mundo anterior a la caída. Eugenia descorre ese tabernáculo ilusorio para censar los males que nos agobian como criaturas desvalidas a quienes el deseo empuja hasta sus confines. “El hambre es el sustento de la barbarie” y quedan a cuenta todas las calamidades que nos ofrece el mundo en el que vivimos, día a día, exoneradas por una indulgencia plenaria que viene para salvar al redil humano y termina condenándonos.
Esas ciudades topografiadas en el libro, luego asaltadas por la guerra, luego asoladas por la barbarie, luego convertidas en desierto bien pueden ser el otro nombre de todas las devastaciones que vemos y padecemos en nombre de la técnica y la civilización. O planisferios de ese deseo siempre insatisfecho (el hambre que merodea muchos textos) que nos empuja a ser más crueles e indiferentes generación a generación. O contrapartes geográficas de los territorios oscuros que todos guardamos celosamente en el interior.
El sofista Gorgias decía que nada existe. Que si algo existiera, sería imposible de conocer. Que si acaso algo existiera y pudiese ser conocido por alguien, no podría comunicarlo a otro. Razonaba que una cosa es percibir con los sentidos una realidad y otra muy diferente es recrar esa realidad usando las palabras con las que nos comunicamos.
Quizás el señor Gorgias tenga razón. Pero una cosa es indudable: ese repertorio de palabras que llamamos lenguaje puede —y Eugenia Cabral nos lo demuestra en este libro— crear desde su indigencia un mundo sólido hecho de las cosas más frágiles que existen: imaginación y belleza.
La ciudad de las amapolas nos aloja cuando se lo pedimos.
Alejandro Bovino Maciel (3)
REFERENCIAS
(1)La ciudad de amapolas, Editorial Victoria Ocampo, ISBN 978-987-1198-87-0, Buenos Aires, Argentina, 1ra. edición, 72 pp., 2022.
(2) Eugenia Cabral nació en Córdoba, Argentina, en 1954. Inició su tarea literaria con el Grupo Raíz y Palabra (1981-1986). Dirigió Ediciones Mediterráneas (1988-1992) y la revista Imagin Era - La Creación Literaria (1991-1993). Colaboró en el suplemento cultural de La Voz del Interior (1993-2000). Ha coordinado talleres literarios en instituciones públicas y privadas (1993-2014). Es asesora literaria de Teatro La Cochera, de Córdoba, dirigido por Paco Giménez (1995-2022) y autora de dos textos teatrales: El Prado del Ganso Verde (director: Giovanni Quiroga, La Cochera, 2013-2016, 2022) y Encaje Español (director: Julio Cortés, Espacio Cultural Urbano, CASA, 2017). Publicó los poemarios El Buscador de Soles (1986); Iras y Fuegos – Al margen de los tiempos (1996); Cielos y barbaries (2004); Tabaco (2009); En este nombre y en este cuerpo (2012); La voz más distante (2016), como así ensayos: Poesía Actual de Córdoba- Los años '80 (prólogo y antología (1988); La traducción en Argentina y en Córdoba (estudio preliminar para "Un Golpe de Dados", poema de Stéphane Mallarmé, versión en español de Agustín Oscar Larrauri, 2008); Vigilia de un sueño. Apuntes sobre Juan Larrea en Córdoba, Argentina, 1956/1980 (ensayo e investigación biobibliográfica, 2017); Prologando la posteridad (introducción a "Del surrealismo a Machupicchu", de Juan Larrea, Instituto Cervantes, 2019). También es autora de relatos: La Almohada que no duerme (Córdoba, Ediciones Del Boulevard, 1999) y teatro: El Prado del Ganso Verde, en "Malvinas II. La guerra en el teatro, el teatro de la guerra", compilador Ricardo Dubatti, 2019). Obtuvo diversos premios y distinciones en Argentina, Venezuela y Asturias.
(3) El poeta, ensayista, dramaturgo y narrador argentino Alejandro Bovino Maciel nació en la provincia de Corrientes en 1956. Entre otros, ha publicado los siguientes títulos: La salvación, después de Noé (cuentos y ensayos, Editorial Ocruxaves, Buenos Aires, 1989); Los conjurados del Quilombo del Gran Chaco (relatos, en coautoría con Augusto Roa Bastos, Omar Prego Gadea y Eric Nepomuceno, Edit. Alfaguara, Buenos Aires, 2000, Editorial Record, Brasil, Río de Janeiro, 2001); El trueno entre las páginas (conversaciones con Augusto Roa Bastos, Editorial Intercontinental, Asunción, Paraguay, 2002); Polisapo (narración en coautoría con Roa Bastos, Ed. Servilibro, Asunción, Paraguay, 2002, Editorial Libresa, Ecuador, 2005, Editorial Laberinto, España, 2006); La Bruja de oro (nouvelle infanto-juvenil, Servilibro, Paraguay, 2004); Prostibularias-1 (en coautoría con otros autores paraguayos y argentinos, Editorial Servilibro, Paraguay, 2002); Diários de um rei exiliado (Editorial Landmark, Sao Paulo, Brasil, 2005); El señor es contigo (en coautoría con Gloria Rubin, investigación sobre feminicidio en Paraguay, Servilibro, Paraguay, 2005); 20 poemas de humor y una canción disparatada (en coautoría con Pepa Kostianovsky, Servilibro, Paraguay, 2005); Culpa de los muertos (novela, Editorial Rubeo, Barcelona, 2007); Cuentos en la guerra y en la paz (Servilibro, Paraguay, 2011); La faute des morts (novela, Editions La Derniére Goutte, Estrasburgo, Francia, 2014); Teatro Político-1 (Editorial Intercontinental, Asunción, Paraguay, 2012); Enero. Los perros de Dios (Editorial Servilibro, Asunción, Paraguay, 2013); Teatro Político-2 (Editorial Nueva Generación, Buenos Aires, 2015); Teatro Político-3 (Editorial EUDEBA, Buenos Aires, 2016). Es director de Palabras Escritas, revista-libro, diálogo cultural entre Brasil e Hispanoamérica, Edit. Servilibro, Paraguay. Es miembro de SAL-REDAL, centro de estudios de la Universidad de la Sorbona, París, Francia.
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