Por Eva Feld (en español e inglés)
La abuela, a quien todos llaman Mimi, se pasa todo el rato mascullando sobre su juventud. A pesar de residir en Estados Unidos por varias décadas, aún arrastra las “eres” revelando su origen francés. Como sus cuentos son siempre los mismos, la familia le inventó una tonada jocosa para aliviar el retintín:
500 veces son pocas,
las quiero oír 700
700 veces son pocas,
las quiero oír 1.500…
“¡Paren el mundo que me quiero bajar!”, comienza siempre su letanía. “Ésa era una de las consignas más populares hace 58 años en las calles de Francia. Nosotros, los babyboomers, beneficiarios de un largo período de paz y prosperidad en el hemisferio occidental, estábamos hartos del sistema. La liberación y la creatividad eran nuestra máxima divisa. La clase obrera se unió a la juventud para reclamar justicia en todas las áreas: salarios, educación, aborto, sexo, la independencia de Vietnam”.
1.500 veces son pocas…
La abuela sigue y sigue. “Parece que los nietos de los revolucionarios del mayo francés de 1968 están quemando las calles de París en protesta por la velocidad con la que están ocurriendo los cambios en el mundo sin su consentimiento y sin que si quiera les tomen en cuenta. Los jóvenes se preocupan menos por el desempleo que por su jubilación. La conquista social de obtener la pensión a los 62 años, tres años antes que sus vecinos alemanes, luce como el leit motif de las manifestaciones”.
Sus nietos ni se percatan de que la abuela se refiere ahora a la actualidad. “La nueva realidad –prosigue – crea alienación y frustra a la gente al no comprenderla y porque no logra diferenciar la verdad de las fake news. En consecuencia, el populismo, las autocracias y los extremismos pululan peligrosamente no solo en Europa sino también en el resto del mundo. La aceleración en los cambios que vivimos hoy en día parece invertir la consigna de mayo del 68 a ¡Paren el mundo que me quiero subir!”.
Como si se estuviese dirigiendo a otro público, a la abuela se le dispara la producción de adrenalina. Indiferente a la sordera de su audiencia, proclama, arenga, incide. En vano intentan calmarla sus nietos, ella persiste:
“Las falsas promesas de políticos oportunistas sustituyen las nociones y los ideales humanistas de independencia, creatividad, derechos humanos. Desgraciadamente los lugares comunes se imponen en los discursos y conducen a falsificaciones. La política como procura del bien común es reemplazada por fantasías Hollywoodenses, por video-juegos e inteligencia artificial. ¿No dizque era infamante la palabra artificial en contraposición con lo natural, lo orgánico, lo sincero y lo genuino?”
—Mimi!, ¿nos podemos comer nuestros sándwiches ahora? Intenta en vano interrumpirla su nieto menor, pero a la abuela embalada no la detiene nada, ni perder el aliento al final de cada frase ni siquiera la amenaza de una embolia.
“El significado del bien común se convirtió en mero individualismo. Uno que se traduce en el número de seguidores en las redes sociales, en acumular puntos en un sinfín de pugnas cibernéticas, en ver películas y series frente a una pantalla y en reemplazar verdaderas conversaciones por comentarios frívolos sobre personajes artificiosos. El bien común consiste ahora en compartir temas intrascendentes. Todo ello en medio de falsas certezas que sustituyen los valores, los pensamientos y hasta los sentimientos”.
El Croque Monsieur aun humea y los aromas del queso Gruyere y del jamón de primera calidad se acrecientan con la adición de un huevo frito. Con la boca llena de sabor y de crujidos, el nieto mayor trata de desviar el monólogo de su abuela hacia un tema más ligero.
—¡Oye Mimi, Este Croque Monsieur está mejor que nunca!
—¡Ah! Cuando tiene un huevo encima se llama Croque Madame —aclara la abuela.
—¿Cuándo nos vas a preparar esas crepes que haces tan ricos con licor de naranja? —repregunta el nieto sin dejar de lamerse los dedos.
—¡Ah! ¿Te gustan las crepes Suzettes? Fue mi abuela quien me enseñó a rellenarlas, a voltearlas y a flambearlas.
—Mimi, lo único que no me gusta es cuando haces ratatouille y mi favorito es la fondue—interviene el nieto menor.
El éxito de los muchachos en cambiar de tema dura bien poco. La abuela, con un tarro de mermelada casera en una mano y galletas recién horneadas en la otra, agria su dulce oferta con más acrimonia. Sólo que esta vez no está dispuesta a percibir ninguna indiferencia.
—Dites, petits-enfants, ustedes están creciendo más rápido de lo que creen. ¿En verdad no les interesa más que los videos de You Tube, sus juegos en pantalla y las fiestas?
La única respuesta a las preguntas de la abuela son ruidos cibernéticos. Ambos nietos, Alberto y Elías, siguen masticando sin levantar los ojos de sus artefactos electrónicos.
—¿A esto es lo que ustedes llaman en inglés multitasking? —repregunta la abuela con sorna.
—¿Qué? ¿qué?
—Allez faire vos devoirs! — ordena la abuela, pero no tarda en arrepentirse, como cada vez que les levanta la voz así lo haga en francés, que es como mejor se le dan las palabras cuando está enojada. No por ello cesa en insistir:
—Alberto, ya tienes un pie en la universidad, ya tienes casi dieciocho años…
—Mimi, yo me siento igualito que cuando tenía catorce.
—Pe, pe, pero ya tienes carro, sales con chicas, bebes y…
—¡Mimi, éstas son las mejores galletas que me he comido en mi vida— responde Alberto con exagerados mohines infantiles.
—¿Adónde vas abuela? —inquiere Alberto simulando arrepentimiento.
—¡Déjala tranquila!, ¡qué se vaya de la cocina! — exclama Elías, feliz de que lo dejen disfrutar de su estupor cibernético.
Al cabo de un par de horas, los muchachos consiguen a su abuela enterrada en la lectura de una voluminosa novela. Alberto la interrumpe.
—¿No te cansas de leer tantas páginas?
— ¡Qué! ¿Qué?
Más tarde, cuando los nietos se han ido, la abuela regresa suspirando a la cocina, se sirve una copa de Oporto y algunas almendras en un plato de porcelana para su merienda ritual, que ella insiste en llamar piscolabis, en memoria de sus compañeros de lucha españoles de la juventud. ¡Oh, aquellos tiempos en que combatíamos a Franco, ce salaud, ese bastardo!
Un tanto chispeada, zigzaguea de regreso hacia la terraza, cuando de pronto nota unos papeles regados por el piso, reprendiendo mentalmente a los nietos, los recoge, pero pasa de largo el pipote de la basura. De regreso a su sillón de leer, retoma la novela de Alfred Musil (mil páginas de las cuales lleva la mitad).
—Zut, j’ai oublié de les jeter! Exclama en voz alta la abuela al percatarse de los papeles en su regazo. Mon Dieu, que-ce-que c´est ça? ¡Qué demonios es esto!
Los papeles resultan ser una tarea escolar, un ensayo escrito por Elías, el nieto menor:
El érase una vez del otro
Mis padres son franceses. Pero yo formo parte de una generación de hijos de inmigrantes que nacimos en los Estados Unidos. El hecho de vivir en un vecindario típicamente norteamericano me produce una sensación de tira y encoje. Aunque mi abuela afirme que a los seis años yo era totalmente bilingüe, no recuerdo haber hablado francés jamás. Habré hecho tanto esfuerzo en aprender inglés, para ingresar a la escuela, que perdí mi lengua materna.
No tengo buena memoria. De modo que la historia de mi trayecto consiste en una escueta relación con mi origen francés, un pasado fragmentado y mi adquirida identidad estadounidense a medida que el inglés se convertía en mi idioma.
Hoy en día me considero un imitador. Entiéndase bien, no soy un plagiador, pero sí que tiendo a copiar palabras, expresiones y manierismos. Por lo tanto, mis ensayos a menudo han dependido de mis lecturas. Esta especie de estrategia espontanea me fue muy útil durante la primaria. Por ejemplo, si en un video en You Tube escuchaba una palabra utilizada de un modo diferente a lo ordinario, la atesoraba en mi mente y luego la regurgitaba para recrearla en otro contexto transponiendo sustantivos, adjetivos y verbos, pero conservando la misma estructura.
Un rasgo definitorio de mi personalidad consiste en nunca pedir ayuda, de manera que no siempre comprendía lo que estaba diciendo. Por lo tanto, cuando pasé a bachillerato advertí que la estrategia mágica solo me daba resultado cuando tenía mucho tiempo para escribir un ensayo, así que la calidad de mis escritos disminuía a medida que aumentaban los deberes escolares. Mi tiempo libre se disolvió como una vela. Ese modo de pensar ya no me sirve para prosperar.
Por añadidura, le temo al futuro. Soy bueno en lo que hago gracias a mi yo anterior y todo mi conocimiento proviene de él. Para ser honesto, valoro al yo de mis años de primaria más de lo que me estimo actualmente. En aquel tiempo, ese yo era un excelente estudiante, sin embargo, ahora vivo en un dilema: Cuando estaba en cuarto grado estudiaba para el sexto, pero me apoyaba en lo aprendido en el segundo y así sucesivamente, pero ahora que estoy en bachillerato ya mi yo anterior no me ampara. ¿Qué va a ocurrir cuando avance al segundo año? ¿Quién me va a decir “no te preocupes, ya esto lo has estudiado hace años?” ¡No me malinterpreten! El problema radica en que tanto como a mi yo anterior le gustaba leer, al de ahora le aburre, o peor aún, me adormece.
Hoy estoy en una espiral en descenso: “Hacia el abismo de los ensayos de madrugada”; “En bajada hacia las tentaciones de las inescapables redes”; “Hacia abajo, con los considerados ineptos”. Y no puedo mirar hacia el pasado porque mi yo anterior ya no me habla.
Hoy solo podría desvelar mi historia a través de la de ese otro sobre mí, en la cual, según mi abuela, hablaba francés y me encantaba leer. No vivo la literatura y tampoco puedo rememorar los pensamientos de ese otro ni recordar opiniones que sostuve en su érase una vez.
Un repentino remordimiento, en forma de gruesas lágrimas, borra ahora los prejuicios de la abuela. Está conmovida y masculla: Las reflexiones de mi nieto sobre sí mismo es lo mejor que he leído en mucho tiempo. Es ésta la intersección de paralelos en el infinito.
Eva Feld
Oh. 2023
The intersection of parallels
Grandmom spent her days reminiscing in her youth. Even long after she became an American citizen, she still rolled her ‘rrrs’ reveling her French origin. Since her stories were always the same, her family members came up with a song for amusement, taking turns listening to her:
500 times is nothing
We need 1000 more
1000 times is nothing
We need 2000 more…
“Stop the world, we want to get off of it!’ was one of the most popular slogans fifty-eight years ago on the streets of France,” she started her litany every time. “We, the baby boomers, the beneficiaries of a long period of ‘peace and progress’ in the Western hemisphere, were fed up with the system. Freedom and creativity were the highest valuta. The working class joined the feverous youth to claim justice in all domains (education, salaries, sex, abortion, independence to Vietnam, liberty).” Grandmother went on and on.
“It seems as today, the grandchildren of the French revolutionaries of May of 68, are burning Paris in protest against the speed in which the world is changing without their comprehension or consent. The youngsters worry less about unemployment than retirement. The conquered social right to become pensionaries at the age of 62, three years earlier than their German neighbors, appears like the motif of the outburst.” Her grandchildren didn’t notice any novelty in her story even though she was now alluding to the present news.
“In fact, the new realities create alienation and frustration among the people (by not being able to understand reality, or differentiate the truth from fake news). As a result, populism, autocracies, and extremisms are dangerously lingering in the streets of not only France, but in Europe and also in the USA. The speed in which changes are coming about in today’s world seems to inverse the slogan of May 68 to: “Stop the world, we want to get on it!”
As if talking to a totally different audience, the adrenaline of the old lady kicked in and changed the tone and volume of her voice. She was declaring! Unaware of her deaf listeners, her aggravation acquired a heavier French accent. In vain did the children try to stop her, on and on she went.
“Falser than ever promises of opportunistic politicians substitute the notions of freedom, creativity, ideals, and other humanistic objectives. Alas! Common-places overtake the discourses and lead the way to falsehood. Politics as the “common good” disappears and is being replaced by Hollywoodish fantasies, videogames, and artificial intelligence. By the way, wasn’t the word “artificial” somehow derogatory in opposition to natural, organic, sincere, or genuine?”
“Mimi!” interrupted her the youngest grandson, “may we have our sandwiches now?”
Mimi, as everybody in the family called her, kept on her speech to the point of losing her breath at the end of each sentence, but only to reencourage her in what always seemed like the preface to a stroke.
“The common good changed to become common individualism. Individualism translated into accumulating” likes” in social media, gathering points at endless virtual competitions, watching movies and shows, and replacing real conversations for commentaries on mock characters. The common good became the sharing of non-transcendental issues in a uniform and false certainty — one that replaces moral values, thoughts, and even feelings.”
The croque monsieur was still fuming; the aroma of melted gruyere cheese and top-quality ham was enhanced by the addition of a fried egg. With his mouth full of flavor and crunchiness, her older grandsons tried to divert Granny’s monologue to a more casual issue.
“Say Mimi, this croque monsieur is even better than usual!”
“Ah! When with an egg on top, it is called a croque madame,” she avidly clarified.
Licking his fingers, the boy asked “when are you making us those crepes you make with a little orange liqueur?”
“Ah” you like the crepe Suzette! My grandmother taught me how to fill, flip, and flambé them.”
“Mimi,” called the younger grandson, “the only thing that I don’t like is ratatouille, my favorite is when you make fondue…”
The success at changing the topic lasted only a couple of minutes. Grandmother, a marmalade jar in one hand and a tray of homemade cookies in the other, turned from her sweet offerings back to her acrimony. Only this time she wouldn’t take indifference as an answer.
“Dites, petits-enfants, you are growing up faster than you know it, don’t you care about anything other than your YouTube videos, games, and parties?”
The answer came as cybernetic sounds. Both Albert and Elias were simultaneously munching and watching videos, and playing games.
“Is that what you call multitasking?” asked their Mimi.
“What?”
As Mimi became impatient, on the verge of aggravation, she began to speak to them in French. “Alors! Foutez le camps”
“What?”
“Allez faire vos devoirs!” She immediately regretted shouting at them, but didn’t stop.
“Albert, you have a foot in college, you are almost 18…”
“Mimi, I don’t feel any different from when I was 14…”
“But, but, you are driving a car, dating girls, drinking booze, and…”
“Mimi, these are the best butter cookies everrr!” responded Albert, exaggerating his childish demeanors.
“Where are you going? asked Albert, watching her grandmother leave the kitchen.
“Leave her alone!” commanded his younger brother, happy to be left alone in cybernetic stupor.
A couple of hours later, the kids found their grandmother buried in a thick novel. “Don’t you ever get bored reading so many pages?” Asked Albert.
“What? “
“I dread reading…!” mumbled Albert.
“What?”
Later, when the grandchildren left, she went back to the kitchen with a sigh, poured herself a glass of Oporto and served a few almonds in a porcelain bowl for her ritualistic mid-afternoon snack, which she called piscolabis in memory of her Spanish friends from back in the days. Ah, those days during which we fought against Franco’s régime… ce salaud… that bastard…
On her way to the veranda, she noticed some papers scattered in front of the door but had no free hands to pick them up, so with purposeful nonchalance, she passed them by while anticipating the pleasure of the tinted ice cubes on her lips. She slowly sipped and munched, still reflecting and occasionally verbalizing her discrepancies with the present era.
Tipsy, she zigzagged back from the veranda, when the dispersed papers on the floor caught the corner of her eye. Mentally scolding the kids for littering, she picked them up but forgot to throw them away as she walked by the garbage can in the kitchen. Back in her chair, she was ready to immerse herself again in the thousand pages novel by Alfred Musil, when she realized that the papers were on her lap. Zut, J’ai oublié de les jeter!
Mon Dieu que-ce-que c’est ça ? What on earth is this? The papers turned out to be a homework essay written by Elias:
Another’s Once Upon a Time
My parents are French. But I am part of the first generation to be born in the United States. Living in an all-American neighborhood makes my identity kind of push and pull. I don’t remember ever speaking French although my grandmother affirms that I used to be totally bilingual until the age of six. Then, I poured so much effort into learning English for school, that my fluent French dwindled over the years. My English improved exponentially but my French halted.
My memory is not good enough to remember any of this. And so, the history of my journey consists of a thin relationship with my French background, my fragmented past, and my American identity as English became my “first language”.
Now, I am a bit of a copycat. I don’t plagiarize or anything, but I tend to mimic word choice and body language I have seen before. Hence, my essays often depended on the fiction I had read earlier. This sort of …not quite plan, not quite schedule… treated me well all throughout grade school. For example, I’d be watching some YouTube video — at the time, probably Vsauce— and heard a word being utilized in a way I haven’t observed before, I would note down that phrase in my head and regurgitate it back out onto the paper, transposing different nouns, adjectives, and verbs to make the same structure but in a different context.
I never sought out for any help, which ended up becoming my defining personality trait, so, I didn’t totally comprehend what I was saying. But, upon moving to high school, I could really feel that “strive for the Magis” difference: the “strategy” only worked when I actually had lots of time to write essays, so I stopped writing well once homework started picking up; my free time burned out like a candlewick. That kind of thinking would no longer serve me moving forward.
Adding on to that statement: I am so scared of the future. I am good at what I do because of my past self and all my knowledge comes from him. To be frank, I value my 7th and 8th self more than I value myself now. At that time, I was an advanced student —quite a nerd—. Yet now I am in a dilemma: when I was in 5th grade, I studied for 7th, and relied on what I studied on 3rd; when I was in 7th grade, I studied for 9th, and relied on what I studied in 5th. But now I am in 9th and I am studying for 11th yet I rely on what I studied in 7th. Come 11th year what will I rely on? Who will be the person to tell me: “Ah, don’t worry about this, you studied it years ago?” Don’t get me wrong! The problem is that as much as my past self loved to read, it doesn’t motivate me anymore, or worse, it puts me to sleep.
Today, I am slowly spiraling down. Down into the Chasm of Early-Morning-Essays. Down to Inescapable Web Temptations. Down into the Cells of Those Deemed Inept. And I am unable to look into the past, because my past self doesn’t talk to me anymore.
I may only uncover my own history through another’s history with me in which, again, according to my grandmother, I spoke French and loved to read. I do not experience literature, nor can I remember this “another’s” thoughts, merely recalling opinions I held for another’s once upon a time.
A sudden remorse in the shape of big round tears erased the old lady’s previous judgements. She was moved and said to herself aloud: “My grandson’s reflection on himself is the best piece I have read in a long time. This is the infinite’s intersection of parallels”.
Eva Feld
Oh, 2023
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