Por Anna Karerina Zambrano
(Cuento publicado por la Sultana del Lago en
la Antologia “Dias Disparejos”).
—¿Qué día es
hoy? Viernes.
La levanta su bebe despertador a
las cuatro de la mañana, quisiera dormir más, pero será imposible, al menos
hasta que caiga la noche.
—¡Mamá,
quiero tete! — Anhela la beba con voz aguda, cálida y redonda como sus
extremidades.
—¡Voy! — Dice Candelaria, como quien no quiere ir a
ninguna parte.
Todo
permanece oscuro, aún no ha despuntado el alba por el este. Candelaria no
enciende ninguna luz para no despabilar a nadie, sobre todo a ella misma.
Conserva la ilusión de dormir unos pocos minutos más. Quienes tienen
despertadores de carne y hueso lo entenderán.
Entre las
notas de la agenda hay una cita particular. Al mediodía tiene previsto un
encuentro cara a cara, entre pantallas virtuales, con su profesor de
literatura. En parte, se trata de un encuentro consigo misma, con quien ella
recuerda que era, cuando aún el fuego de la vida no la había troquelado.
Solía
escribir con alguna regularidad, misivas, poemas y canciones o al menos eso
creía que hacía. Es probable que la biblioteca de la bella casa de su abuela la
hubiera inspirado. No sólo en esa casa había una biblioteca provocadora,
también en la suya, pero seguro la de su abuela, impregnada con un dulce aroma
a talco y chocolate, era mejor. ¡Vaya suerte la de ella! Piensa que le gusta
leer y también escribir. No sólo a Candela, sino a mí también, es la forma en
la que nos convertimos al infinito.
Puertas de
madera, pisos de granito, rejas de hierro forjado color gris plomo. Jardines de
rosales multicolores, pasamanos de ensueño, techos moldeados con yeso. Al fondo
del comedor un reloj de pie que rigurosamente da la hora con el resonar de sus
campanas, es el miembro más alto de la familia y probablemente el más longevo,
todo circundante. Era parte de la decoración donde creció Candela.
En su
puntual encuentro conversaron sobre su asunto, un ejercicio de escritura que la
llevó a reafirmar cual es el primer pasaje que evoca al pensar en su infancia.
Un aroma, un sonido, no, se trata de un espacio urbano único, sobre el cual tal
vez hablemos en otra ocasión.
La reunión
fue una jornada prometedora en una relación que comienza de un azar que no es
tal. Cada pieza que encontramos en nuestras vidas, llamadas circunstancias, o
que creamos, señaladas como acción, se unen al rompecabezas y nos ayudan, si
prestamos atención, a presentarnos las próximas escenas que habremos de vivir.
A veces erramos.
No sé si
sabían, tenemos esas dos habilidades y otras tantas, pero vamos a referirnos a
estas dos: la de encontrar herramientas o excusas en el camino, y la capacidad
de crear esa ficha, pedazo o fragmento de cero o desde la transformación de los
elementos, llámese así a las coyunturas o coincidencias que rodean nuestra
vital capacidad de respirar, y así bloque a bloque, armar nuestra vida, como un
sutil collage. ¡Que sea precioso!
Sábado
quince de agosto, es un día importante en Costa Rica, de hecho, es feriado
nacional. Se celebra a la madre terrenal, que nos da a luz, la madre biológica,
la que nos cobija y desabriga cuando hace falta, ocasionalmente estas dos
coinciden en una, esto es gloria bendita. También se festeja a la madre
celestial, la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. Con este apunte nos adentramos
a una de las características que distingue al pequeño país que sirve de
residencia temporal a Candelaria, su profunda vocación mariana.
Sus hijas,
venezolanas las dos, le dan regalos nuevamente como el primer domingo de mayo,
ahora es una madre internacional. ¡Feliz día das mães! reza la portada de una
de las tarjetas que recibe, la chiquita está en un colegio trilingüe donde el
portugués do Brasil es uno de los idiomas incluidos. Días antes la grande se
aseguraba de que su regalo fuese de su interés.
—Vamos a Cocoland! — Le dijo Sofía como quien no quiere la cosa
—Quiero ver que tienen de nuevo.
—Vamos —
Sin mucho afán, pero con algo de suspicacia, respondió Candela.
Varias
cosas de encanto encontraron, productos conocidos hechos por manos desconocidas
oriundas del terruño donde anidan. Hay miles de maneras de presentar el agua
tibia y si es de una buena forma, nos despertara la intriga.
Era el
segundo obsequio que, por ser su madre, recibía en el mismo año dos mil veinte.
Un periodo que quedará en el registro de la historia de la humanidad, sobre el
cual se hablará y se dirá mucho en todas las corrientes del pensamiento, en
todas las materias sobre las cuales al ser humano le gusta hablar, pareciera el
fin de un ciclo y en consecuencia el inicio de otro. Mejor o peor.
Una nueva
celebración se acerca, para la cual se prepararon con alguna anticipación,
mucha quizá para los tiempos que corren, donde cada vez más el mantra de “vive
un día a la vez” cobra sentido.
Domingo de
“Cunqueaños”, la beba llega a los cuatro años y su gala fue apropiada en un
ambiente privilegiado rodeada de cariño y naturaleza. La expectativa las
acompañó durante todo el viaje, para todas era una nueva experiencia, la
nostalgia no dejó de estar presente.
Para cada
una fue diferente, había disparidades sustanciales entre ellas, especialmente
la edad, y no por el número, sino por ese cúmulo de experiencias, o lo que es
igual el universo de sabores, olores, colores, recuerdos y deseos que se van
guardando en ese saco que llámanos años. Para nuestra querida Candela fue un
viaje memorable, en mucho tiempo no se había sentido exploradora, aunque no era
el carro ideal, el paisaje y la compañía sí. Nunca tanto verde había sido tan
diferente, recordó la sabana venezolana, paseos desde Caracas hasta Elorza. Al
instante siguiente,
—Mira, parece que estuviéramos
camino a Morrocoy — Exclamó Julieta.
—Si, que belleza este pasadizo de
palmas. — Puntualizó Candela, mientras
recordaba la vía hacia Adicora. La comparación era casi imposible de evitar.
Eso tiene el exilio.
Este
amanecer fue diferente, para la niña, la casa de la playa, como llamó el lugar
donde pasó su cumpleaños, era asombroso, fue visitado por hadas que sabían que
ella estaba de fiesta y le habían dejado presentes. La imaginación de los
niños, que es también la nuestra, es, al igual que la salud, un preciado
recurso.
La casa,
rodeada por exuberante vegetación, con una fauna despreocupada como la
atmósfera que se inhala y se exhala allí ¡Pura vida!
A unos tres
minutos caminando se llega a la playa, un parque nacional que bien ganado tiene
su nominación, una bahía que limita con el Océano Pacifico cuyas aguas
cambiantes y marea caprichosa recuerdan la importancia de la adaptación al
cambio, otra consigna que ha reinado en estos tiempos de pandemia. Todavía
faltaba la mejor parte.
—Me quiero
montar en eso. — Dijo Candelaria con la determinación que tienen los jinetes al
cabalgar.
—Yo también. — Suspiro Julieta.
Y más atrás, casi en coro, dijo
Sofía:
—También yo.
¡Ah! creo
que no les había presentado a Julieta, es una casi hermana de Sofía, casi
sobrina de Candelaria, casi tía de la beba, realmente prima de las tres. En
fin, una más de este clan colonizador.
—¡Voy a
averiguar cuánto cuesta, ya vengo! — Obviamente, Candela, más que averiguar
cuál era el costo, fue a confirmar qué hacer para montarse.
—Ok — Respondió el coro.
Al caminar
por la orilla recordó sus paseos entre playa Parguito y playa El Agua a una
edad en la cual no existe edad, y también pensó sí la bahía de Cata era como
aquella, seguramente sí.
“¿Es posible
fragmentar nuestra vida, por ejemplo, dividirla en cuatro parcelas diferentes?
¿O al contrario estamos irremediablemente condenados a vivir una sola vida
marcada por las fechas y la memoria?” Se preguntaba Candelaria mientras sus
pies chocaban con el agua, se hundían en la tierra y miraba las bellas piedritas
que el mar atraía a la orilla. Regreso rápido.
—Todo
listo, mañana a las diez nos montamos, yo las invito y ustedes pagan el
almuerzo — Casi canta Candelaria con una sonrisa interna que sólo se apreciaba
en la mirada.
Otra vez lunes. Pero este era uno para
atesorar.
Pronto se
hicieron las nueve y media de la mañana y ya Candela caminaba rauda y veloz
hacia su encuentro con las alturas. Hombres con mascarillas la reciben, no
importa que estemos en la playa, ni mucho menos que andemos en actividades
extremas. Mascarillas tapando bocas, literalmente, se perciben por doquier.
Ella había
sufrido siempre de vértigo y miedo considerable a las cumbres, pero sin más se
sostuvo a unas pocas cuerdas y con el impulso de una lancha voló tan alto como
la distancia y el viento que cabía dentro del parasailing pudo, sobrevolando la costa, divina, llena de confianza
en quien dirige los destinos de la vida.
El tiempo
fue inconmensurablemente corto, no pudo comprender cómo las aves sobreviven al
cautiverio, tal vez por la única esperanza de volver a volar algún día. Esa
moneda de doble cara oculta a la vista de todos al fondo de la caja de
Pandora.
—¡Es
fabuloso!, ahora es su turno — Exclamó
Candela a las niñas al tocar tierra firme.
Llegamos a
la terça feira de una semana
memorable, de esas que se dan cuando se decide poner en práctica el estar en el
aquí y en el ahora, si la tuviéramos que comparar con una barajita, sería una
de esas doradas, de las pocas que salen en las series y se terminan pronto.
Quien no la tiene no logra completar el álbum.
Candela
evoca recuerdos de su primer trabajo cuando comenzaba sus estudios
universitarios, un nombre, Sonia Braga bastaría, para describir lo que sería el
proyecto de sus clases de portugués, uno de tantos, pero en fin el que correspondía
para esas fechas. Pero ¿qué tendría que ver
esa inolvidable artista brasilera con Candela? eso lo tendríamos que decir en
otro encuentro, porque pertenece a otra de sus vidas.
— Cada día
aprendo un pouco mais —Se dice
Candela a sí misma refiriéndose a la nueva cultura a la cual se adentra a
través del idioma. Nunca pensó que sería tan fascinante.
No se
figuró que estudiaría portugués ni mucho menos que viviría en centroamérica, lo
cual hace pensar que de todo este plan deberá salir algo muy bueno.
—¿Qué día es
hoy?, miércoles. — La despierta su bebe despertador a las cinco y media de la
mañana.
—Mamá estoy
grande, mírame, quiero tete — Reflexiona admirada la beba mientras espera su
tete.
Candelaria
se lava las manos y recuerda que lo hace al día al menos unas diez o quince
veces, claro, la pandemia, que está presente como un recordatorio de la
fragilidad de nuestras vidas y de que podemos sortear las circunstancias elevándonos
sobre ellas e impulsándonos como quien usa las fuerzas de los elementos a su
favor. La adversidad o nos arroja o nos ahoga.
— Mamá mi
tete.
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