Ennio Jiménez Emán
ELISIO
JIMÉNEZ SIERRA, VIRGILIO Y HORACIO, FULGORES GRECOLATINOS
Ennio Jiménez Emán
Elisio Jiménez Sierra,
Virgilio y Horacio, fulgores grecolatinos
1ª Edición Fábula Ediciones 2021
Ilustración de portada: Fresco de
la Villa de los Misterios, Escena 9,
pintor anónimo, Pompeya,
siglos II-I a.C., año I de Nuestra Era
Dirección Editorial y diseño: Gabriel Jiménez Emán
Coro, estado Falcón,
República Bolivariana de Venezuela.
Email: gjimenezeman@gmail.com
ISBN 980-12-2075-9
RIF: J-31218464-F
© Derechos reservados Ennio Jiménez Emán
Email: eseman@hotmail.es
© De esta edición: Ediciones Fábula, Venezuela, 2021
Sirva el
presente trabajo, enfocado en el tema grecolatino, Virgilio, Horacio, Ovidio,
Petrarca; el humanismo, el helenismo, el romanismo, la filosofía hedonista, la
mitología clásica, el período alejandrino, la cultura renacentista y otros
temas afines como un primer estudio fundacional sobre estos autores y tópicos presentes
en la obra del poeta y ensayista venezolano. El mismo utiliza materiales
literarios tales como manuscritos y textos mecanografiados inéditos del archivo
de Elisio Jiménez Sierra (poemas, ensayos breves, notas, aforismos, apuntes, anotaciones
y comentarios marginales a sus libros),
e igualmente incluye una selección bibliográfica parcial, específica, de
lectura y consulta sobre dichos temas empleada por el autor.
Ennio Jiménez Emán, 2019
“Y verás muchas veces, al
amago de viento, caer precipitadas las estrellas y blanquear en pos de ellas largos
surcos de fuego por la sombra de la noche”
VIRGILIO, Geórgicas.
I, 356
“Polvo nomás y sombra
perpetua nos envuelve”
HORACIO, Odas. VII, 4
Virgilio
En
un pequeño y precioso volumen
en papel biblia de la editorial española Aguilar(1), perteneciente a la biblioteca del
poeta y escritor venezolano Elisio Jiménez Sierra (1919-1995), que contiene las
obras completas de los poetas latinos Virgilio y Horacio, se encuentra en sus
primeras páginas esta anotación de su puño y letra: “Elisio Jiménez releyó cien
veces este joyante libro.” Jiménez
Sierra fue toda su vida un consecuente y fiel lector de estos dos autores
latinos. Publio Virgilio Marón (70-19 a.C.), como escribió el académico y crítico español Lorenzo Riber en el prólogo
del mencionado libro, es “el poeta más rico en adhesiones y de simpatía de
todos cuantos poetas en el mundo han sido.” Poeta de hondo sentido religioso e
histórico a la vez dotado de un singular refinamiento artístico y literario,
que cuida el detalle y valora al mismo tiempo “lo menudo y lo significativo”. Formado
en círculos intelectuales y filosóficos (epicureísmo, platonismo) de su época,
toma muchas veces como modelo o referencia literaria para sus poemas y
narraciones como la Eneida, a Quinto
Ennio, poeta romano helenístico de origen griego, autor de un famoso libro
donde narra la historia de Roma desde los orígenes hasta el siglo II a.C.
Quinto Horacio Flacco (65-8 a.C.), amigo y discípulo del primero, maestro de la
lírica latina que trasciende los tiempos y las edades, introdujo y actualizó formas
poéticas griegas; de tono a veces áspero, sarcástico y satírico, realzó lo
aparentemente insignificante, lo cotidiano y lo anecdótico al más alto valor
poético que haya alcanzado literatura alguna. Si “el genio recatado de Virgilio
dio un nuevo registro al misterio”, las visiones y la sensibilidad de su
tiempo, trascendiendo el mismo y llegando al nuestro de una manera cónsona con la
sensibilidad moderna, Horacio nos brinda “el fruto, a veces amargo, del árbol
de la vida.”
Elisio Jiménez Sierra fue, pues, toda su
vida un asiduo lector de estos dos autores latinos. En estos dos poetas, entre
otras cosas, vio siempre un paradigma de excelencia literaria, belleza
artística y nobleza humana contrastando a veces a ambos hasta obtener una
suerte de perfecta síntesis dialéctica del ideal, la cultura y el espíritu
grecolatinos, buscando siempre lo mejor de su legado humano y estético entendido
como valor e ideal universal. Incluso gran parte de su concepción de la vida,
del mundo y de la manera de ver las cosas estuvo basada en la antigua tradición cultural grecorromana.
De Horacio tradujo varias de sus Odas
y escribió diversos comentarios,
artículos o escolios sobre su obra en general o sobre algún aspecto de la misma
e igualmente sobre su vida; de Virgilio, estudió algunos temas de su obra
poética, publicados casi todos estos escritos
en la prensa caraqueña, sobre todo en la página literaria del diario El Universal donde mantuvo por varios
años una columna literaria quincenal, o a veces mensual titulada precisamente
“Estudios Grecolatinos”, durante la década de los años ’50 del siglo pasado.
Allí trató temas específicos sobre las culturas y tradiciones literarias
grecorromanas, estudiando diversos tópicos y autores (los poetas líricos y
trágicos griegos, mitologías griega y romana, temas homéricos, los himnos a los
dioses grecolatinos, los escritores y poetas latinos del período de Augusto:
Virgilio, Horacio, Propercio, Ovidio, Catulo, Tibulo).
Igualmente abordó temas literarios,
filológicos y culturales europeos y americanos derivados de dicha tradición y
de otras diferentes. Entre estos últimos se encuentran abordajes de estudio de
la literatura francesa, española, portuguesa e italiana; temas específicos de
la literatura hispanoamericana, escribiendo ensayos o estudios sobre autores
venezolanos, nicaragüenses, colombianos, argentinos y de otros países. Igualmente
escribió estudios, textos, notas, artículos, crónicas y ensayos varios en torno
a asuntos netamente lingüísticos publicados en el periódico mencionado o en
revistas literarias, otros inéditos, entre cuyos temas destacan: Las fuentes del
pensamiento cristiano; la patrística, literatura alejandrina y bizantina. La
antigua literatura latino-cristiana; la literatura y la lírica monástica
medieval y renacentista de himnos y misales. La poesía de los juglares y trovadores
europeos; los poetas franciscanos de Italia en el siglo XIII, los cortesanos
españoles del siglo XV y los cortesanos franceses del siglo XVII; los
trovadores provenzales; François Villon; la lírica italiana
medieval-renacentista de Dante y Petrarca; el romanismo; el humanismo de Francesco Petrarca; la literatura mística
española de San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Los escritores de la Pléyade francesa. La literatura y
escritos de los profetas y patriarcas del Antiguo Testamento; los Salmos, el Eclesiastés, los Evangelios. Ensayos
sobre pintura antigua y moderna; la pintura medieval, renacentista y
surrealista. El Clasicismo, el Romanticismo,
el Decadentismo, el Simbolismo y el Parnasismo europeos, mediante
estudios y traducciones de escritores como François Villon, John Milton, Victor
Hugo, André Chénier, Leconte de Lisle, Theópile Gautier, Prudhomme, Huysmans, Chateaubriand;
D´Annunzio, Carducci, Pascoli, Juan Valera, Nerval, Rodenbach, Anatole France,
Pierre Loti, Gide, Mistral, Copée, Pierre Loüys entre otros. El movimiento
prerrafaelista de Dante Gabriel Rossetti; la tradición poética moderna, realizando
traducciones y escribiendo ensayos sobre Baudelaire, Verlaine, Rimbaud,
Mallarmé, Edgar Allan Poe, Flaubert,
Maupassant, Lovecraft, entre otros autores. Estudios sobre poetas
venezolanos como Andrés Bello, Pérez Bonalde, Elías David Curiel, Carlos
Borges. Igualmente estudios sobre el Modernismo y los poetas modernistas
hispanoamericanos, abordando estudios sobre Rubén Darío, Villaespesa,
Valle-Inclán, Blanco Fombona, Asunción Silva, José María de Heredia, Ada Negri;
la literatura y la mitología de las antiguas culturas indígenas prehispánicas, el
mito de María Lionza y otros mitos americanos; la poesía china clásica de las
antiguas dinastías, entre otros temas.
La formación cultural y literaria de
Elisio Jiménez Sierra fue principalmente autodidáctica, y provino de sus
propios aprendizajes intelectuales e igualmente de la enseñanza educativa
directa de gente mayor; también de varios ductores o maestros que estuvieron a
su lado, con los cuales tuvo contacto y
con quienes compartió saberes desde su temprana juventud, y a través de su vida
hasta su madurez. Los mismos comenzaron desde los días en la escuela primaria
(particular y pública) de su pueblo natal de Atarigua, en el estado Lara, en la
región centro-occidental de Venezuela a comienzos de década de los años veinte
del siglo XX. Allí estudió sus primeras letras, teniendo su inicial contacto
con el latín en la iglesia del pueblo a muy temprana edad, donde eventualmente
era monaguillo y el cura párroco local le facilitaba para su lectura los libros
de la liturgia católica y los devocionarios, los cuales venían impresos en
idiomas bilingües, latín-castellano. Luego inmediatamente continuará su
aprendizaje cultural y educativo cuando se traslada a la ciudad de Carora a comienzos
de la década de los años treinta del siglo pasado, donde prolongó y finalizó
sus estudios primarios (a los trece-catorce años) avanzando en sus lecturas
iniciales de literatura venezolana y americana, antigua y moderna,
permaneciendo en la ciudad del Morere hasta los veinte años y compartiendo
saberes con varios amigos de su generación, y otros mayores. Allí fue su
maestro y mentor el escritor, políglota, periodista, traductor, tribuno y
bibliófilo Don Chío Zubillaga Perera (1887-1948). Durante ese tiempo y bajo la tutela,
dirección y estímulo de Zubillaga, hizo traducciones de escritores y poetas
franceses e italianos, continuó estudiando literatura venezolana y extranjera leyendo
a los autores foráneos en su lengua original y consultando las gramáticas,
diccionarios y textos literarios de la biblioteca de Don Chío, e igualmente revisando
libros y bibliografía en la biblioteca pública caroreña “Riera Aguinagalde”.
A comienzos de los años cuarenta del siglo
pasado, se fue el poeta a la ciudad de Barquisimeto a estudiar la secundaria en
el liceo “Lisandro Alvarado”, donde aparte de sus estudios regulares continuó
sus aprendizajes lingüísticos y de otros idiomas en la biblioteca de dicha
institución educativa, y en la biblioteca pública de la capital larense. Allí
se editaría su primer libro de poesía, contando su autor con veintitrés años de
edad. En esa ciudad, conoció y estableció una sólida y duradera amistad con el
presbítero larense Juan de Dios Losada Cadenas (1885-1973), de la orden
franciscana. Aparte de preclaro católico y cristiano, Losada era latinista,
hombre culto y erudito, poseedor de una selecta biblioteca de temas religiosos
y literarios, que leía y traducía del latín, sabía algo de griego y otros
idiomas extranjeros. Tomó el presbítero al poeta Jiménez Sierra como pupilo y
alumno particular animándolo a compartir traducciones de textos, lecturas de teología, de los padres de la iglesia y de pensadores,
escritores y poetas del mundo latino obsequiándole, entre otros libros, una antigua
edición española bilingüe de las obras completas de Horacio. Elisio Jiménez
Sierra y el padre Losada compartieron una amistad duradera que se prolongó en
el tiempo, bien por vía epistolar o visitando el sacerdote al poeta algunos
fines de semana en su casa, cuando ya Jiménez Sierra vivía en Caracas
establecido con su familia. Pasaba el escritor de treinta años de edad, había
publicado su segundo libro de poesía y vivía en la Urbanización “Carlos Delgado
Chalbaud”, en Coche, al oeste de la ciudad, a comienzos de los años cincuenta y
hasta ahí se trasladaba el sacerdote para conversar y debatir con él sobre
diversos tópicos culturales, filosóficos y religiosos. El padre Losada revisaba
allí también las traducciones de escritores latinos realizadas por el poeta
larense, haciéndole seguramente valiosas
y oportunas observaciones y sugerencias a las mismas.
Además del vínculo con el padre Losada,
por ese mismo tiempo que vivió en Caracas en los años cincuenta, Elisio Jiménez
Sierra continuó con sus aprendizajes autodidácticos y estableció una relación
intelectual y de amistad -fraterna y estimulante-, con el mitógrafo, teósofo,
erudito, folklorista y lingüista
yaracuyano Gilberto Antolínez (1908-1998), quien también moraba a la
sazón en la misma Urbanización “Carlos Delgado Chalbaud”, en las Veredas de Coche. Fue Antolínez uno de
los primeros estudiosos venezolanos de los mitos y cosmogonías de los pueblos
indígenas americanos, e igualmente hombre muy culto e iniciado en temas teosóficos,
además de Maestro Masón. Antolínez -al igual que Jiménez Sierra lo hacía sobre
literatura-, publicaba sus artículos y ensayos sobre mitos y folklore americano
y universal en la prensa caraqueña, y ambos se profesaban admiración y respeto
intelectual. Vivían en domicilios muy cercanos y con frecuencia intercambiaban
variados saberes culturales, al igual que textos literarios y filosóficos sirviéndole Antolínez de guía al poeta en temas de psicología,
antropología, esoterismo y lenguas indígenas;
Jiménez Sierra servíale a su vez a él de guía en lecturas de poesía, temas
eclesiásticos o bíblicos y aprendizajes de latín y francés. A veces la visita
de Antolínez a Jiménez Sierra ciertos fines de semana coincidía con la del
padre Losada.
Trabó también amistad duradera Elisio
Jiménez Sierra por esos mismos años caraqueños, con el poeta parnasiano zuliano
-políglota y bibliófilo-, Jorge Schmidke (1890-1981), unos treinta años mayor
que él. Jiménez Sierra y Schmidke (quien vivía por esos años en Las Delicias de
Sabana Grande, al este de Caracas), compartían frecuentemente filiaciones
literarias e ideales helénicos,
intercambiaba libros, correspondencia epistolar, fotografías de escritores e impresiones
literarias. Se reunían por esos días en la Biblioteca Nacional o en otros
lugares del centro de la ciudad, siendo Schmidke avezado especialista en
cultura y literatura grecolatinas (y del mundo grecorromano en general), y
sobre todo gran estudioso del Clasicismo, el Parnasismo y el Decadentismo
franceses (Leconte de Lisle, André Chénier, José María de Heredia, François
Copée y Pierre Loüys). Tanto Jiménez Sierra como Schmidke se profesaban
igualmente mutua admiración en lo concerniente a la búsqueda y consecución de
la perfección formal del verso -del metro y el ritmo-, al tallar sonetos (en
verso endecasílabo) en el idioma castellano.
Igualmente cotejaban textos poéticos y ambos comparaban sus traducciones
del francés haciéndose igualmente correcciones, ajustes y observaciones
métricas o estilísticas de autores como Léo Larguier, Paul Verlaine, Sully Prudhomme
o Théophile Gautier. Schmidke revisó la traducción que el poeta larense llevó a
cabo, entre 1956-57, de cincuenta y siete (57) de los ciento dieciocho (118)
sonetos que constituyen el libro Los
Trofeos de José María de Heredia
(libro que el propio Schmidke le obsequió a J. Sierra en una bella edición
francesa antigua de canto dorado), el poeta francés de origen cubano. Dichas traducciones,
bajo el título de Los Trofeos, posteriormente serían publicadas en Mérida de
Venezuela, por las ediciones de la Universidad de Los Andes en 1979, las cuales
Jiménez Sierra envió posteriormente al poeta mexicano Octavio Paz, refiriendo
el propio Paz elogios a las mismas en una carta enviada al poeta y escritor
catalán Pere Gimferrer, como lo recoge el libro de Octavio Paz, Memorias y palabras. Cartas a Pere
Gimferrer, 1966-1997. (2)
Como lo estudió el eminente ensayista y
crítico literario Gilbert Highet, el Parnasismo constituyó un movimiento “que
afirmaba la belleza de los ideales estéticos griegos y latinos, en oposición a
los ideales del siglo XIX (…) Considerado desde otro punto de vista, fue una
expresión de disgusto por los ideales románticos que se habían agrandado
exuberantemente y se habían hecho extravagantes.”(3) Así, el parnasista, contrario al sentimentalismo frenético
trata, pues, de dominar sus emociones poniéndole un freno y una mesura mediante
el verso equilibrado, de precisión y claridad resumiendo su ideal en la impasibilidad y el juicio sereno, e
igualmente adoptando la serenidad de la forma. Tomando el nombre del Parnaso
griego, montaña donde habitaban las Musas, diosas de la poesía y las artes los
escritores franceses le adjudicaron el nombre “a la colina en que se reúnen las
universidades, el arte y el pensamiento de París y este Montparnasse parisiense
se mantiene en perpetua oposición a la colina de la orilla derecha, más moderna
(y más materialista) coronada por el Templo cristiano del Sacré-Coeur y
bautizada con el nombre medieval de Montmartre, ‘monte de los mártires’.”(4) Su principal corifeo fue Leconte de
Lisle (1818-1894), a quien tradujeron tanto Schmidke como Jiménez Sierra e
igualmente su discípulo directo al cual nos referimos más arriba, José María de
Heredia (1842-1905), autor de Los Trofeos,
quien a su vez editó las Bucólicas de
André Chénier (1762-1794), muerto en la guillotina durante la Revolución
Francesa, poeta que había influido a su vez a los románticos y parnasianos
franceses.
Es así entonces, que para inicios de los
años cincuenta del siglo XX, tenemos a Elisio Jiménez Sierra establecido en Caracas, escribiendo
en la prensa nacional sobre temas grecolatinos y traduciendo textos de
Lucrecio, Virgilio, y Horacio; estudiando los himnos latinos, la poesía medieval
y renacentista; traduciendo y estudiando igualmente a Dante y Petrarca, a
Villon, a los poetas de la Pléyade
francesa; a poetas del Parnasismo, del Decadentismo y del Simbolismo. Podríamos
decir entonces que gran parte, o una buena parte de la obra ensayística y
poética de Elisio Jiménez Sierra, está asentada en esta tradición grecolatina
“clásica” e igualmente podríamos afirmar que,
por extensión, toda la cultura occidental (literatura, filosofía,
historia, arte, política, religión, sociología) está permeada por ella ya que
es una de las bases de la misma, siendo nosotros sus herederos. Otra tradición
fundamental nuestra -y de la que se nutrió Elisio Jiménez Sierra- es la judaica
o semítica. En este sentido, algunos estudiosos y críticos literarios entre
ellos el estadounidense Harry Levin, arguyeron en variados escritos publicados
a mediados del siglo pasado, que hacía ya bastante tiempo que el mundo había
dejado de ser helenocéntrico, no constituyendo ésta la única tradición cultural
central o paideia, aunque admiráramos
la visión de totalidad de Werner Jaëger. Muchas universidades europeas en
Francia, España e Inglaterra a partir del Renacimiento, como centros de saber
trilingües (tales como Louvain, Alcalá de Henares, o Corpus Christi entre otras), además del
latín y el griego, estudiaron el hebreo de tal manera que: “El helenismo ha
sido, en verdad, un factor crucial en la evolución de la cristiandad; también
lo ha sido el latinismo en Occidente.
Pero el hebraísmo, como lo comentó Mathew Arnold, tuvo sus retoños en la
cultura angloamericana.”Es así que, asienta Levin, ninguna otra colección de
clásicos fue “ecuménicamente distribuida como la del Antiguo Testamento en sus
versiones reformadas -siendo el Nuevo Testamento una compilación de un carácter
distinto.” (5)
El humanismo
de Elisio Jiménez Sierra está asentado y enraizado intelectualmente en esta
manifestación cultural y espiritual surgida en Europa. El humanismo marca el
tránsito de la Edad Media al Renacimiento (complementando un tanto las dos
épocas y culturas), acontecimiento este último en el que entran la ciencia, la
arquitectura, las artes plásticas, la filosofía, la política, la geografía, la astronomía,
la música y en general “todas las manifestaciones del espíritu humano”, proceso
que se inicia a mediados del siglo XV y se prolonga hasta finales del siglo XVI
e involucra en su desarrollo conceptos
espirituales o religiosos como el de la Reforma protestante (Lutero, Calvino, Erasmo,
Vives). El concepto de humanismo, gestado un poco antes que el período inicial
del Renacimiento, está pues estrechamente ligado a este fenómeno cultural, lo
cual no quiere decir que necesariamente Humanismo
y Renacimiento sean lo mismo, ya
que son vocablos distintos y que como definiciones de una realidad histórica,
deben ser precisados en cada caso (incluso al estudiar a los autores del
período, habría que examinar particularmente autor por autor y verificar específicamente
la presencia de uno o de ambos conceptos en cada uno de ellos).Se puede hablar,
por ejemplo, del hombre y de los hombres del Renacimiento y de los diversos
valores que se establecieron en ese período. Como han precisado algunos
autores, el humanismo es sólo en parte una cultura “funcional y concreta” y
respondió a necesidades sociales precisas, que hay que ubicar en un contexto
histórico general donde tuvo protagonismo el ascenso de la burguesía; su trascendencia consiste en haber
redimensionado conceptos e ideas universales de la Antigüedad clásica y del
cristianismo. Pero igualmente, el humanismo de la segunda etapa del
Renacimiento no fue siempre una tendencia dominante y estuvo subordinado
“respecto a las otras corrientes espirituales del mundo europeo.”
Aunque muchas veces el humanismo sostuvo
una tendencia rayana en la idealización de lo humano, la universalidad del mismo
estriba, pues, en que reivindicó valores
“ahistoricos” o intemporales, válidos para “el hombre en sí” de cualquier
época. Tenemos, entonces, que el humanismo abarca, en sus inicios, el llamado “primer
período” del Renacimiento, siendo éste un humanismo meridional surgido en
Italia, que va desde mediados del siglo
XIV hasta finales del XV. Durante este período la cultura intelectual se laicizó lentamente, dejando de ser, como
lo era en la Edad Media, sólo “privilegio de los clérigos”, polemizando así con
la cultura escolástica de las universidades donde las disciplinas y estudios
eran “servidores de la teología” y conducían a ella. En el humanismo se
atribuyó un valor propio a cada estudio particular; igualmente al sentido griego de la observación
y la experiencia humana se le otorgó un lugar y una utilidad preponderantes en
la vida intelectual del hombre. En el “segundo período” del Renacimiento, es
protagónico un humanismo nórdico, septentrional, desarrollado en los países situados
más al norte de Europa, que abarcó desde la segunda mitad del siglo XV hasta
finales del XVI, estando estrechamente ligado a la reforma protestante.
Es así entonces que, gracias a los
estudios humanísticos, se sustituyó el teocentrismo anterior y su visión
religiosa por un antropocentrismo secular centrado en los estudios humanos en
el cual dicho movimiento ya estaba bien asentado. Se convirtió de este modo en
“un movimiento internacional del espíritu”, gracias a hechos como la invención de
la imprenta de caracteres móviles, que permitió la difusión del conocimiento a
gran escala; también los descubrimientos marítimos ampliaron los horizontes
humanos en un universo más vasto, modificando la representación del espacio y
“arruinando la geografía clásica”, e igualmente cambiando diversas concepciones
filosóficas y religiosas de esa misma Edad Media. Si en su primera etapa
italiana, meridional, el humanismo se adentra en la búsqueda y formulación de
un modelo de lo humano basado en los autores griegos y latinos, estimulados por
concretas necesidades culturales, en su segunda etapa en el humanismo del norte
de Europa -permeado por la reforma protestante y de tinte más laico-,el mismo
se aboca al estudio de antiguos textos religiosos, patrísticos y bíblicos,
“explorando en sus originarias formulaciones literarias el ideal del hombre
cristiano.”
Algunos estudiosos han señalado que el
carácter del humanismo debe estar asociado principalmente a las “humanidades”, siendo
el término “humanista” el que algunos de estos estudiosos prefieren para
referirse a esa condición o tendencia hoy en día, al contrario del término
“humanismo”, acuñado a principios del siglo XIX. Escribe el notable crítico y filósofo contemporáneo
alemán, Paul Oskar Kristeller, sobre el humanismo, que: “Si queremos alcanzar a
comprenderlo propiamente, debemos tratar antes que nada de olvidar las vagas
implicaciones de hincapié en los valores humanos que el término humanismo ha
adquirido en el lenguaje de hoy en día. (…) He encontrado útil regresar (…) a
los términos humanista y humanidades de los que fue derivado y
que realmente se usaban durante el Renacimiento.”(6) Recalca Kristeller que en el Renacimiento un humanista era un
maestro de las humanidades o estudios humanísticos, y que dicho término
significaba “un ciclo de disciplinas compuesto de gramática, retórica, poesía,
historia y filosofía moral.” Se trató de un gran desarrollo de estas materias y
que su influencia posterior en las artes, la literatura, la ciencia y la
religión fueron indirectas. Según Kristeller no fue el humanismo un movimiento
filosófico o ético, sino erudito y literario apoyado en un ideal educativo y
estilístico y en la extensión que abarcaban sus propios problemas y estudios,
“más que en su lealtad a cualquier conjunto dado de opiniones filosóficas o
teológicas.”
Se esmeraban los humanistas en la
elegancia en el estilo y la expresión de conceptos precisos, tomando ideas “más
o menos libremente de muchos autores y escuelas.” Por supuesto que su finalidad
en primera instancia tenía las miras puestas en el ser humano, la condición
humana y sus problemas fundamentales, tanto en el contexto cotidiano como en temas relativos al alma en
aras de enaltecer, engrandecer y ser útil a esa misma humanidad, más esa no era su única o esencial finalidad. El
Renacimiento había heredado de la Edad Media tardía un sistema de conocimientos especializados, derivados
de una gran cantidad de textos científicos y filosóficos traducidos del griego
y del árabe (difundidos muchos de ellos a través de la enseñanza universitaria,
sobre todo en las universidades francesas y otros por la tutela de algunos
sabios e individualidades y por grupos, logias y cofradías), tales como
teología, derecho canónico y romano, astronomía, matemáticas, astrología,
lógica y filosofía natural y también de gramática y retórica, los cuales se
redimensionaron y particularizaron, aún más, precisamente durante el
Renacimiento. Refiere Kristeller que “las humanidades significaban una especie
de educación liberal, es decir, una educación literaria digna de un caballero.”
La base estaba en el estudio y práctica del latín, el cual era la lengua “de la
Iglesia, de la erudición y de la instrucción universitaria, y de la
conversación y correspondencia internacionales.” Los humanistas eran, pues,
conocidos como poetas, estudiosos del latín y la retórica concerniendo esta
última materia al campo de la literatura en prosa y a la oratoria.
El humanismo
de Elisio Jiménez Sierra, particularmente, tiene bastante que ver con este último tipo de
estudio. Su conocimiento y dominio de varios idiomas y de temas literarios,
retóricos, lingüísticos y filológicos eran vastos; igualmente su profundidad y
ductibilidad en cuanto al abordaje de
temas religiosos, teológicos y filosóficos. Estas ideas y temas están
presentes en su obra ensayística, donde estudió a escritores, literatos y poetas
occidentales de diferentes épocas representantes de dicha tradición grecolatina,
o europea y latinoamericana en sus contextos históricos, biográficos, estéticos
y psicológicos enfocándose igualmente en análisis literarios y filológicos de
estas mismas culturas. En sus ensayos, Jiménez Sierra despliega una erudición
cultural sedimentada que abarca la literatura, la filología, la estética, la religión o la mitología, ámbitos donde el
escritor se movió con soltura combinando la lucidez con la claridad expositiva,
el buen decir con la elegancia y concisión del estilo. Escribió también en su
última etapa, en menor cantidad, prosa narrativa y prosa breve reflexiva y
aforística. De otro lado está su poesía inspirada en temas y personajes griegos y en motivos hebreos bíblicos; sus
poemas dialogales, algunos pocos de tema
erótico o bizantino y su poesía eminentemente lírica, de tópicos y temas
variados conocida y difundida en Venezuela. Igualmente sus ensayos sobre temas
de mitología y mitografía grecolatina y
americana. Todo ello abarcó una producción literaria considerable la mayor
parte de la cual está editada.
En cuanto al humanismo propiamente dicho,
tomó el escritor venezolano como modelo, paradigma o referencia humana (en lo referente
a pensamiento, religión y poesía) esencialmente a Francesco Petrarca
(1304-1373), el poeta y sacerdote italiano (según la crítica el iniciador y
principal representante del humanismo
europeo, a la par de insigne depositario de la herencia grecolatina de Virgilio
y Horacio), de quien incorporará el escritor larense a su ideario ciertas
concepciones de la poesía, del arte y de
la manera de asumir la vida e igualmente de
la resonancia cristiana de su preocupación moral y humana, aunque sin tomar
su credo o programa intelectual como un todo, el cual aspiraba en
Petrarca, entre otras cosas, a contener “sabiduría platónica, dogma cristiano,
elocuencia ciceroniana”. Hacía énfasis el poeta italiano principalmente en la
actitud hacia el cristianismo en cuanto al ejercicio de la fe y la piedad
religiosa. Petrarca fue para Elisio Jiménez Sierra modelo de poeta y monje,
poseedor de altos valores líricos y religiosos e igualmente hombre agobiado por
dudas, temores pecaminosos, angustias, contradicciones, soledades. Admiró de
seguro Jiménez Sierra entre otras cosas en Petrarca, más su retorno a la
tradición poética y literaria de los escritores antiguos donde el mundo pagano
cobró dignidad, que su filiación a la curia romana o su apego al
pontificialismo, al clericalismo o al dogmatismo cristiano. Según esta perspectiva,
se podía ejercer para Jiménez Sierra un humanismo
laico apegado a criterios culturales sin necesidad de profesar una religión
formal, o apelar a la fe como idea de pureza como lo hizo el poeta italiano.
Elisio Jiménez Sierra sostuvo la práctica
de un cristianismo espiritual presto a la vida interior y al recogimiento,
destacando sobretodo su valor ético-religioso, libre e íntimo. En el humanismo abarcante de Jiménez Sierra -y
en su particular paideia y humanitas como formación del hombre,
presentes en variados escritos suyos- tuvieron, pues, cabida las letras, la
filología, el arte y la educación; la filosofía, la mística, la espiritualidad,
la antigüedad y la modernidad. El legado cultural de Petrarca incluyó el
conocimiento de la antigüedad dándose en la práctica a la tarea de revivirla y
tomarla no solamente como modelo de escribir, sino también como forma de pensar
y obrar, ideal que también aupó Jiménez
Sierra. Otros rasgos en Petrarca son,
como lo hace ver Kristeller: la “resurrección del latín clásico como medio de
expresión literaria, acercamiento al verdadero espíritu de los autores de la
antigüedad y expresión de un pensamiento cristiano en la más pura y elegante
forma antigua.”(7) Es bueno precisar
aquí que, en sus metas, objetivos y
valores, el humanismo moderno y el contemporáneo (por ejemplo el de Marx, el de
Sartre y el de algunos otros pocos escritores, pensadores y filósofos) no
constituyen un grupo o un movimiento homogéneo, basándose los mismos, la mayoría
de las veces, en conceptos y directrices muy diferentes de las del humanismo
renacentista, y no toman en cuenta para nada una vuelta a la Antigüedad
clásica. Sería entonces un error considerar al humanismo como una condición
cultural general de todos los
escritores, poetas, filósofos, pensadores, hombres de letras o educadores de
tal o cual época occidental, incluyendo la nuestra. En verdad, desde sus
inicios en Occidente hasta nuestros días, los humanistas de diversa índole han
constituido un reducido número de autores. Si en el fondo es verdad que toda
literatura o filosofía es humana y se
ocupa esencialmente de hechos, asuntos y problemas humanos, lo cierto es que no
es sólo siempre así, y también es verdad que una buena cantidad de esos autores
no tiene nada que ver con dicha designación o etiqueta. Así que, para cualquier
estudio o denominación sobre el tema, habría, pues, que revisar a cada autor en
particular en su obra y pensamiento, para verificar, precisar y certificar
dicho concepto y ver qué tipo de humanismo profesa.
Vale
la pena resaltar también algo que señala el crítico alemán citado, como es el
hecho de que, contrariamente a lo que se cree, Petrarca y otros humanistas de
su tiempo no sabían griego o lo sabían muy incipientemente, aseveración que
echa por tierra un tanto la idea de que necesariamente los humanistas debían
dominar, de forma amplia, el griego en
lectura o escritura (aunque algunos humanistas posteriores sí lograron
dominar ambas lenguas). Intentó el poeta y humanista italiano aprender la
lengua y no progresó mucho, estando sus conocimientos de dicho idioma basados
en fuentes latinas, o en textos griegos de traducciones latinas bilingües
(griego y latín) hechas por sabios bizantinos para quienes el griego era lengua
usual de habla y lectura; fueron ellos también quienes escribieron su gramática
siendo el saber griego del humanismo renacentista “una herencia de la Edad
Media bizantina”. Se operó y esparció ese saber en Italia primero durante dicho
período medio, y luego tras la caída de Constantinopla en 1453 en manos de los
turcos (último vestigio del Imperio romano en Oriente), lo hizo en una segunda
etapa cuando otra cantidad de estos sabios o maestros llegaron a dicho país. También
es verdad que algunos pocos sabios italianos habían estudiado en aquella ciudad
oriental situada entre dos continentes, con profesores bizantinos y luego
regresaron a Italia con esos
conocimientos. Precisa el mentado crítico alemán que incluso Petrarca, como
muchos humanistas posteriores “ignoró todo lo que la civilización romana debía
a la griega”, pero que sin embargo, aportó algo a la misma al adquirir “un
manuscrito griego de Homero, que sirvió de base a la primera traducción latina
de este poeta.”
Elisio Jiménez Sierra leía principalmente en
latín, y traducía textos literarios en dicho idioma valiéndose de algunos
textos originales, e igualmente de ediciones bilingües latín-castellano. Poseía
varios diccionarios y gramáticas, textos que usaba igualmente como fuente de
consulta para sus estudios personales, y cuando le tocaba impartir en
oportunidades clases de dicha lengua en el interior del país y en Caracas,
durante la década de los años cuarenta-cincuenta del siglo pasado. Del idioma
griego, también disponía de textos literarios bilingües griego-castellano para
hacer sus traducciones y poseía varias gramáticas y diccionarios, arsenal del
que se valía para sus estudios. Otra fuente frecuente de consulta bibliográfica
la tuvo en la Biblioteca Nacional de Venezuela, de la cual dispuso cuando vivió
en Caracas con su familia muy cerca de esta institución, también durante la
década de los años 1950 del siglo pasado. Sobre estos temas del humanismo
renacentista y otros afines como el helenismo y el romanismo, Jiménez Sierra
consultó y estudió en varios libros de su biblioteca personal, entre los cuales
se encuentran en muy breve selección, entre otros títulos: La cultura del Renacimiento en Italia, de Jacob Burckhardt; El Quattrocento. Historia literaria del siglo
XV italiano, de Phillippe Monnier; Los
misterios paganos del Renacimiento, de Edgar Wind; El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga; Historia de la antigua literatura latino-cristiana, de Alfred
Gudeman; El Cristianismo medieval y
moderno, de Charles Guignebert; El
legado de Grecia, de Richard Livingstone; La pintura italiana del Renacimiento, de Juan de la Encina; Italia mía y otras poesías, de Francesco
Petrarca; Excelencia de la vida
solitaria, de Francisco Petrarca.
Esta breve selección pone en evidencia
otro rasgo de Jiménez Sierra: su condición de lector meditativo, riguroso y
selectivo, sistemático y exigente en cuanto a sus lecturas, que subrayaba y
anotaba sus libros y leía la prosa íntima y concentradamente, en silencio, al
estilo de San Ambrosio (Obispo de Milán, Padre de la Iglesia Latina, ductor de
San Agustín y primera persona que empezó a leer “sin pronunciar las palabras”,
ya que antes de él la lectura se hacía en voz alta); en soledad, la poesía la
leía Jiménez Sierra susurrada y musitada en tono quedo, muy seguramente al
estilo de lectura de los poetas líricos de la antigüedad. En lo concerniente a Petrarca,
como anotó un crítico, “encontró un mundo cultural místico y lo dejó
humanístico.” Retomó como bandera la Antigüedad clásica pasando por encima de
la incipiente ciencia medieval, sumergiéndose en la lectura de los antiguos
escritores itálicos y en la contemplación de las ruinas romanas, los cuales
produjeron en su ánimo “una fuerte nostalgia de la grandeza política de la
República y el Imperio Romanos”. De igual forma, también hay en Petrarca, como
lo han señalado algunos críticos, una fuerte dosis de hostilidad hacia el
escolasticismo, vale decir, hacia la enseñanza universitaria de la Edad Media
tardía, atacando igualmente a la astrología así como a la lógica y a los
filósofos aristotélicos, aunque muchas veces dichos ataques no ahondan en problemas
o argumentos específicos, y reflejan más bien rivalidades y conflictos
personales.
Siguiendo con la argumentación del crítico
Paul Oskar Kristeller, tenemos que la espontaneidad creativa y la ingenua
retórica de las letras medievales, eran a los ojos de Petrarca y los humanistas
signos de barbarie, enarbolando por el contrario la aspiración “a una
perfección espiritual basada en la cultura clásica.”Dicha empresa tuvo fuerte
oposición en muchas mentalidades mezquinas, entregándose a ella el poeta con
una actitud obstinada, accediendo a las cortes más suntuosas de Italia siendo
luego Petrarca celebrado fuera de su país, traduciéndose sus obras latinas a
diferentes lenguas neolatinas. Incluso no llegó a producir ningún entusiasmo en
Petrarca la lectura de la Divina Comedia,
de su compatriota Dante Alighieri ya que sus intereses y perspectivas
culturales eran muy diferentes. Si Dante era escolástico y aristotélico, por el
contrario Petrarca fue para muchos “el primer platónico de su época.” Si Dante
tomó a Virgilio como guía espiritual y vidente en la Comedia, Petrarca se propuso en su poema África emular la Eneida, tomándola
como prototipo heroico. La paradoja
del poeta italiano estuvo en que, como refiere Kristeller, “haciéndose antiguo,
Petrarca se convirtió en un hombre moderno”. Se dedicó al cultivo consciente
del latín, buscando la perfección formal y estilística en la prosa y el verso.
Escribió Petrarca varios libros en lengua
latina y también en italiano. Entre los de lengua latina -en los cuales está
contenida la doctrina humanista y la filosofía moral de su autor-, destacan el
diálogo De los remedios de la buena y
mala Fortuna; las Epístolas, cartas
variadas que son testimonios de sus afanes de escritor y de su vida espiritual;
el mencionado poema épico África, escrito en hexámetros virgilianos que tiene
como modelo un relato histórico de Tito Livio sobre Escipión, dándose a la
tarea de escribir una epopeya nacional romana; e igualmente el Secreto, tratado breve escrito en prosa
donde pasa revista a su vida desde el punto de vista cristiano, a través de un
diálogo imaginario entre su autor y San Agustín, siendo su libro más humano al
decir de muchos, escrito varios años después de la muerte de Laura. En lengua
italiana escribió el Cancionero, (constituido
por trescientos sesenta y seis sonetos, 29 canciones y una pocas composiciones
de diversa estructura) que reunió su trabajo lírico de treinta años, poemas que
celebran igualmente a Laura en vida y luego de su fallecimiento, y que a veces
él mismo entonaba o recitaba acompañándose con un laúd. De este modo, correspondió
a Petrarca el mérito (respaldado por la
crítica) nada menos que de ser el
verdadero fundador del idioma italiano, un idioma que todavía en la tardía
Edad Media era rústico y estaba contaminado por “los provincialismos, los
provenzalismos y los latinismos”, el cual el poeta italiano refinó otorgándole
una cadencia musical y una unidad de armonización de sonido y sentido.
Expone el mencionado crítico alemán Kristeller,
que igualmente Petrarca dejó como legado a los futuros hombres de letras su
aspiración a la soledad y su melancolía, que provienen en gran parte en él del
monaquismo medieval, y sin embargo “su propio ideal no es el del monje sino el
del sabio y letrado que se retira a la campiña, lejos de las ciudades, de su
rudeza y turbulencia”, característica como sabemos que ya también habían
practicado en el pasado poetas latinos como Virgilio y Horacio en la época del
emperador Augusto. Apuntó Jiménez Sierra
en un estudio sobre el poeta italiano: “Por Laura sabemos que él era
apasionado, melancólico, amador del campo y de la soledad, inclinado al
suicidio, despreciador del mundo, admirador del arte y de la belleza, proclive
a las alegrías y los ensueños místicos, creyente en Dios, en Jesucristo y en la
Madre del Verbo, poeta y músico de tan delicado y fino oído, como todavía hoy
no existe ni tal vez existirá en Europa. (…) Las rimas de Petrarca serán la
fuente viva e inagotable donde irán a beber los poetas de la Pléyade francesa y los clásicos del
Siglo de Oro español”.(8) (Precisamente
estas rimas de Petrarca fueron, a
nivel formal -sonetos en verso endecasílabo-, modelo a imitar y recrear por Jiménez
Sierra, a lo largo de toda su
poesía). Expuso el poeta venezolano en
el mismo estudio que Petrarca, al igual que Dante, dos grandes pecadores que
imploran perdón y que expresaron “la encarnación arquetípica del amor” femenino
en su poesía, paradójicamente por fortuna no fueron correspondidos por las
damas reales que inspiraron sus libros. Lo ponderó así Elisio Jiménez Sierra (suerte de “monje
laico” él mismo, que resolvió sus contradicciones de laicismo y religión
mediante la escritura poética), al resaltar estos rasgos en la figura de
Petrarca como “un hombre vivo de nuestro tiempo.”Lo estimó así, pues, un
creyente cristiano tan particular como Elisio Jiménez Sierra, quien escribió
poesía de tema monacal o conventual, un tanto “herética”, tal como la recoge su
libro Poemas del monje laico.(9)
En la primera parte de este volumen
poético, la voz del monje laico (el yo poético o sujeto poético: yo lírico a la vez ficcional y real que presentan
los textos, el cual parte de la
experiencia y biografía de su autor, y a la vez es simbólico y literario) dirige
sus versos (sonetos con rima de verso endecasílabo) a una supuesta novia, o
enamorada de carne y hueso de nombre Rosa Lucinda, quien se hizo monja, y el monje-poeta,
que tiene acceso al claustro y escribe sonetos virtuosos y pecaminosos, sabiendo
que está ella sometida a malignas tentaciones y suplicios, le pide en los
textos que renuncie a los votos y vuelva con él. En los dos últimos tercetos
del poema VIII, “Vuelve”, dice el sujeto poético a su pretendida:
Vuelve, Rosa Lucinda, porque el mundo
me
parece sin ti como el profundo
tremedal
de una noche sin destellos.
Deja
las celdas de paredes frías,
y
ven a mí, como en aquellos días,
envuelta
en el cendal de tus cabellos.
La segunda
parte del libro (dedicada a Ntra. Señora del Adviento, patrona de los poetas),
ya el monje fuera del claustro, la
asume igualmente una voz que atraviesa las edades, tiempos y espacios y que es síntesis
expresiva de diversos poetas, profetas, filósofos y hombres sabios antiguos. Se
establece la voz finalmente en “los
valles y montes de Samaria y Judea”, sede o sitio del Adviento, donde se
entonan hosannas, cantos de
anunciación y epifanía por el nacimiento de un niño-Dios redentor.
Es
sabido que en la “profética” Égloga IV
de sus Bucólicas, Virgilio habla del nacimiento de un supuesto niño salvador que
establecerá una nueva Edad de Oro sobre la Tierra, Urbe et Orbi:“Ya ha llegado
la última edad que anunció la profecía de Cumas. (…) Ya vuelve también la
virgen, el reino de Saturno vuelve. Ya se nos envía una nueva raza del alto
cielo. Únicamente a ese niño que nace, con quien terminará la edad de hierro y
surgirá la edad de oro para todo el mundo, tú, casta Lucina, ampáralo: ya reina
tu Apolo.”(Traducción del latín de Bartolomé Segura Ramos).(10)
En dicha Égloga IV, algunos como
San Agustín vieron o presintieron encarnado en este Dios infante al futuro
Mesías de los cristianos. En Poemas del
monje laico, del poeta Jiménez Sierra, se mencionan la égloga de Virgilio y
su probable vaticinio en el poema “San Virgilio de Marón”. Imagina aquí el
poeta larense a un Virgilio santificado anunciando “que el canto augural llega de Roma,/donde un mundo se hunde
y otro asoma;/ un Niño nace y la Sibila muere.” San Virgilio de
Marón, un poeta-profeta latino mensajero -junto a pastores y magos que cantan hosannas y reciben la epifanía- predice
para el Niño-salvador un reinado postrero en un mundo total, más allá de Roma.
En
lo concerniente a Horacio, en ese mismo siglo I precristiano, como
contemporáneo de Virgilio, escribe el poeta latino (entre los años 29-26 a. C.)
su muy conocida Oda XI del Libro I, dedicada a Leucónoe (nombre que
designa en la mitología romana a una hija de Neptuno), poema que expresa el no
menos memorable motivo del carpe diem
horaciano, relativo a la fugacidad del tiempo y de lo breve y perentoria que es
la vida humana en el mundo y hay que disfrutar el instante: Aprovecha el día,
no confíes en el mañana. De esta dama o personaje femenino a quien está
dedicado el poema, no se sabe nada; si
el poeta latino realmente la conoció o fue una invención suya creada a partir
de la onomástica griega. En el poema,
Horacio insta a su acompañante a abandonar la preocupación por el futuro y el
tiempo venidero, de un mundo más promisorio o de cuándo llegará la muerte,
consultando los números y horóscopos babilónicos. Estas prácticas adivinatorias
foráneas estaban tomando mucho auge en
Roma por esos días, como un aliciente imaginario frente al caos y el desastre
de guerras, enfermedades, plagas y catástrofes ocurridas como si fueran un castigo de los dioses. Insta,
pues, el poema de Horacio a vivir plenamente el presente mandando al traste
todo aquello que concerniese al futuro. Ahora bien, en sendos poemas dedicados
a Horacio y a Leucónoe, pertenecientes a su libro Un largo azul en el Peloponeso (1990), (11) Elisio Jiménez Sierra le adjudica en su imaginación a Leucónoe
el papel de una suerte de adivina o pitonisa romana de origen judío (que “moraba en el silencio de las juderías”),
a quien el poeta latino “una noche de
melancolía”, conoció en la Vía Sacra de Roma (vía principal de la ciudad
que comenzaba en las afueras de la urbe, pasaba por el Foro y llegaba hasta al
Coliseo), lugar donde se oficiaban ceremonias sagradas, sacrificios y triunfos
militares.
En el poema “A Leucónoe”, el poeta Jiménez
Sierra concibe a la mujer como una vidente “de
angustia sibilina” y una amante de Horacio, quien probablemente le había
acompañado en varias ocasiones como pareja en la casa de campo que el poeta
tenía en la región de la Sabina, cerca de Roma, con quien conversaba sobre
temas sibilinos, sobre oráculos y profecías. Imagina el poeta venezolano que Horacio
escribió la Oda XI referida, en Bayas,
un conocido balneario costeño de los césares, ubicado precisamente en la
provincia o municipio de Cumas, frente al mar Tirreno, cercano a donde estaba
la sede o santuario de la conocida Sibila, muy cercano también a Pompeya y
Herculano. Por ahí lo imagina, pues, el poeta Jiménez Sierra con su profética dama,
ya que en esa zona costeña o litoral de Cumas, que conectaba con el balneario
de Bayas, poseían villas algunos amigos del poeta latino, donde él posiblemente
pernoctaba, entre ellas algunas de los influyentes y acaudalados Pisones. En
Bayas, Horacio, epicureísta y escéptico (“el
escéptico de Bayas” lo llama el poeta Elisio) se debatía, pues, en esa
época descreída de dioses, en la creencia en una divinidad más íntima y
personal y en un orden rector del universo. En el poema de Jiménez Sierra (y en
su imaginario), Leucónoe es “la exótica judía que astralizó su mesianismo
en Bayas”; de “pelo castaño y sonrisa
de espuma”, la vidente, consultando los horóscopos, “había presentido el derrumbe del Imperio”, concibiendo
nebulosamente la llegada de un nuevo mesías. No pudiendo encontrar nada de
dicho Dios-mesías (que nacería pronto en Palestina, de acuerdo al poema) en los
horóscopos, quizás viendo dentro de sí presintió su inminente llegada. Dicen
estos versos endecasílabos de Jiménez Sierra:
Pero tú acaso, con tu ensalmo triste,
Al ver dentro de ti lo presentiste
Más allá de las curvas del Tirreno.
Como señalamos líneas atrás, Elisio
Jiménez Sierra profesó un internalizado cristianismo espiritualista más que uno
sustentado en la fe, en los dogmas religiosos católicos o en discusiones
evangélicas. Nunca expuso explícita o sistemáticamente sus ideas cristianas, sino que aparecen
sugeridas o espigadas en varios ensayos, poemas y escritos suyos sobre temas
religiosos y literarios, donde coexisten entre otras las figuras de la Virgen,
de Jesús, de algunos apóstoles y personajes como María Magdalena, Lázaro, Salomón
o los profetas del Antiguo Testamento. Así, en un ensayo estudió la figura de
un Cristo proteico a medio camino entre la mitología, la ficción literaria y la
realidad histórica al comentar un poema de Gérard de Nerval, que contiene
entreverada su propia concepción crística.(12)
También conformó, aparejado a dicho cristianismo -y como complemento del
mismo-,un particular idealismo filosófico esotérico (de temple místico) basado
en el gnosticismo, la teosofía y el
hermetismo, tal como se deduce de lecturas, subrayados y anotaciones a libros
de su biblioteca personal sobre estos temas.(13) El gnosticismo es una doctrina iniciática que formula una
explicación del Logos o Conocimiento divino de Dios, buscándolo también
interiormente en el ser mismo ya que
la divinidad igualmente mora dentro de cada persona. El cristianismo de los
gnósticos, que tiene sus propios evangelios, difiere del cristianismo
eclesiástico y del de la Reforma en cuanto a las ideas de la creación, el
pecado, la caída, la gracia, el bien y el mal, la salvación y el papel de la
figura de Cristo. Por otra parte, publicó Jiménez Sierra sendos libros de
ensayo sobre dos hombres religiosos llenos de contradicciones, tales como François
Villon (1431-1464),(14) el poeta
medieval francés más importante y el heterodoxo sacerdote venezolano Carlos
Borges (1867-1932).(15) El primero, lírico
de vida borrascosa y a la vez ferviente cristiano devoto de la Virgen, quien
estuvo a punto de morir en la horca o en algún duelo o litigio personal
debatiéndose igualmente, como lo expone Jiménez Sierra, entre el remordimiento
y la desdicha, la mueca y la burla de sí mismo, la fe y la revelación poética.
Fue el segundo un vicario religioso venezolano que colgó los hábitos y
posteriormente pasó a ser corifeo de las musas y oficiante de bohemias
ebriedades, pasando a convertirse luego en famoso poeta. Suerte de precursor de
la poesía erótica venezolana y dueño de una vida azarosa y contradictoria,
publicó textos de tema místico y amatorio oscilantes entre “el pecado y la
devoción”, entre “la lujuria y la castidad”, hecho que lo llevó a tener
problemas con la jerarquía eclesiástica venezolana.
Volviendo a Petrarca, Kristeller y el
humanismo renacentista, transformó pues el poeta italiano el ideal monástico de
soledad en un “ideal secular” que ha llegado hasta nuestro tiempo, cuando
muchos poetas y escritores modernos lo practican con asiduidad. Igualmente, la acidia, “abulia” o bilis negra, síntoma orgánico mórbido y temperamental-depresivo al cual
los monjes medievales eran propensos, lo convirtió Petrarca en particular
melancolía, una suerte de estado de “sufrimiento mezclado con placer”. Existió
en él también una melancolía de la muerte y del paso del tiempo. Trae a la
memoria el ensayista larense un soneto petrarquiano de su mencionado Cancionero, escrito post morten a su
dama, que para Jiménez Sierra, como escribe en el estudio sobre Petrarca
mencionado líneas atrás, “recuerda la
oda de Horacio a Póstumo sobre la fugacidad de la vida y la inconstancia de la
fortuna”. En la oda horaciana leemos que: “Sin
detenerse un punto huye la vida,/ y nos sigue la muerte a grandes pasos” (Traducción
del latín de E.J.S.). Si Petrarca, poeta laureado en el Capitolio romano, tomó
a Virgilio como modelo de su escritura
en perfecta lengua latina, tomó Petrarca por otro lado a Horacio como ejemplo y
paradigma del hombre agobiado por la política, la fama y los conflictos
existenciales que se retira a encontrarse con su soledad lejos del mundanal
ruido.
Aunado a esto, acusa otro rasgo moderno,
tal cual es la muy notoria propensión del poeta italiano a la contradicción en
sus intereses, la cual incorpora a su sistema de pensamiento. Para el alemán Kristeller,
“Petrarca contribuye a secularizar no solamente el contenido del saber, sino
también la actitud personal del sabio y del escritor, pero, a diferencia de sus
sucesores, titubea, ya que lo detienen escrúpulos religiosos”.(16) Como han señalado algunos estudiosos,
en Petrarca también existe un regodeo y una insistencia en la pena, la
angustia, el llanto contenido, el pesimismo, la desesperación. Esa misma
característica, la refiere Jiménez Sierra en el mencionado ensayo-estudio
citado sobre el poeta italiano, donde hace ver que su actitud muchas veces es
propensa -incluso frecuentemente-, al suicidio siendo ésta, paradójicamente,
una idea que lo consuela ya que no tiene la fuerza anímica o el valor para
llevar a cabo dicho acto que va contra la naturaleza humana, y contra la
creación del propio Dios. Igualmente su concepto de la mujer era
contradictorio, ya que la dama platónica e ideal de las canciones, “encarnación
arquetípica del amor”, de Petrarca, como puntualizó Jiménez Sierra: “Es un
símbolo, una alegoría, porque Petrarca, fuera de sus versos, detesta a las
mujeres y las mantiene alejadas de su órbita carnal.”En el mencionado libro el Secreto, soñando con Laura, escribió
Jiménez Sierra en el mencionado estudio, “Con alígeras palabras reprocha el
poeta su apego por una sombra tan pasajera como es la belleza femenina (…) que
todos los reveladores atributos que forman el hechizo de aquel cuerpo único de
mujer (…) son hoy un insensible montoncito de polvo. (…) En esas frecuentes
contradicciones, en esos perennes y a veces violentos contrastes, consiste la
verdadera esencia de la poesía de Petrarca. O contradecirse o morir. Tal parece
ser su lema.”(17)
Cierto es que, como lo han observado
algunos estudiosos, por los prejuicios y el concepto que se tenía de la mujer
en ese período, por su condición de sacerdote e igualmente por sus ideas
platónicas concernientes al hecho de que “la finalidad moral del hombre es
purificar el alma liberándola de las pasiones”, el poeta italiano tenía a las
féminas distanciadas de sus intereses. Tuvo el poeta que sublimar su dama en un
ideal ascético -como ocurrió con la francesa Laura de Noves, a quien vio por
primera vez en su adolescencia en la iglesia de Santa Clara de Avignon-, un
tanto a semejanza de la idealizada dama medieval de los trovadores, tema o asunto parecido al que había tratado
antes en sus canciones el poeta provenzal Arnaut Daniel, il miglior fabro del parlar materno. La contradicción también está presente
en su Cancionero, texto que para
algunos escoliastas y estudiosos de su obra es “en cierto modo la historia de
sus contradicciones, y lo es precisamente por su sinceridad y por traducir en
todo momento un estado del alma, una preocupación o una tortura intelectual. Es
el dietario de un amor real por una dama real, aunque alejada e indiferente.”(18) Lo mismo creía Jiménez Sierra, quien
sustentó que en el Cancionero subyace
una permanente contradicción entre la pasión amorosa y el sentimiento
religioso.(19) Tras la idealización
se esconde, pues, una mujer real de carne y hueso. En este sentido, la
experiencia poética -a la par que la religiosa o espiritual-, puede ser una vía
capaz de brindar sosiego temporal al hombre frente a las limitaciones,
contradicciones y malestares que lo agobian. En cuanto a la contradicción, esta
noción es considerada en ciertas filosofías como un principio dialéctico-ontológico,
metafísico o metalógico- creador que consiste en una tesis, una antítesis y una
síntesis que da sentido y consistencia a todo lo existente, desde la psicología
humana hasta la realidad que vemos o percibimos, o el movimiento interno de la
misma.
Retomando el tema grecolatino y el término
“clásico”, mencionados páginas atrás en este trabajo, es sabido que desde hace varios
siglos hasta acá, ya se da por sentado que ha existido y existe en Occidente
una importante, coherente e influyente tradición
clásica grecolatina de la prosa, la poesía, la filosofía y la historia, como la ha estudiado y
expuesto sistemáticamente Gilbert Highet en el libro antes mencionado, La tradición clásica. Aun así, dicho
término “clásico” (como sustantivo o adjetivo) sigue siendo cuestionado por
muchos estudiosos por haberse convertido en una palabra “comodín”, ya que se
presta a confusión, usándose por igual para designar a una cultura o subcultura
supuestamente universal, a una época o a una tendencia artística o musical.
Incluso se puede etiquetar de “clásico” a una colección de juguetes, de souvenirs, o de cualquier otra baratija,
a una carrera de caballos o a una competencia deportiva. Se trata de una
etiqueta o de un término incorporado tardíamente al léxico cultural en el siglo
II d.C. por el escritor Aulo Gelio en el período de los Antoninos, y luego
aplicado indistintamente a toda una cultura, incluso a todo un período de la
civilización humana, tanto oriental como occidental, como símbolo de lo
canónico, lo ejemplar o excelente. Desde sus orígenes el término tuvo un tinte
“clasista”, de superioridad de unos escritores modélicos sobre otros. Es así que
este término ambiguo e indócil, que abunda en pluralidades ha producido tal
controversia que si algunos críticos eminentes, entre ellos Ernst Robert
Curtius, lo designan como un término modélico, imprescindible o “absoluto”,
otros como Benedetto Croce o Harry Levin lo consideran sustituible y que si no
existiera tal definición, cualquier otra “posiblemente mejor” ya hubiera
aparecido en nuestra cultura para suplantarla. Todavía hoy algunos investigadores
y críticos se niegan a utilizar esa denominación porque se presta a
confusiones, e incluso hay quienes piensan que “Puede escribirse fácilmente una
historia completa de la literatura italiana o española sin emplear una sola vez
el adjetivo clásico.”(20)
Más allá de las confusiones y
devaluaciones del término, Highet describe dicha tradición como una corriente
continua y de una fuente de la cultura y el espíritu (presente incluso en
períodos oscuros y poco cultivados anímicamente) que arranca desde los primeros
siglos de nuestras naciones occidentales
y que “avanza desde su fuente en Grecia” hasta hoy día, llevando o incluyendo consigo un dilatado
proceso de educación y de idealismo moral “que era en última instancia el gran
principio pedagógico griego de la paideia.”Expone
Highet que, a partir de sus mitos y leyendas, y en la Edad Media a través de
los lenguajes y la filosofía, se pudo ejercitar el espíritu. Luego durante el
Renacimiento, mediante el aprendizaje posterior se expresaron nuevas ideas e
ideales, desatando casi “una inundación de tragedias y comedias, odas, leyendas
y elegías, epopeyas y sátiras.” Así, la paideia
griega alimentó la humanitas latina
(formulada inicialmente por Cicerón mediante el encuentro de la romanidad con
la cultura del helenismo) y luego algunas concepciones educativas de ambas se
tamizaron posteriormente en el humanismo
renacentista. Cuando ya maduraron y se independizaron las naciones más allá de
la formación de los simples grupos humanos, haciéndose conscientes de formar
parte de Europa y de ser herederos de su historia, “Entonces les enseñó
lecciones políticas y las naciones comprendieron de nuevo lo que significaba la república, ideal romano, y la democracia, creación griega.” Por otro
lado, actualmente se han vuelto a contemporizar y reinterpretar los mitos
grecolatinos, y a revelar e iluminar a través de ellos muchos aspectos oscuros
de la psique humana, encontrando en los mismos variados sentidos culturales de
extrema importancia.
Ahora bien, conviene precisar que, aunque
la mayor parte de la obra literaria de Elisio Jiménez Sierra está sustentada en
dicha tradición no podríamos etiquetar, por ejemplo, a Jiménez Sierra de
escritor o de poeta “clásico”, “neoclásico”, “clasicista”, “neomodernista “o
“neoparnasiano”, sólo por el hecho de que haya expresado sus sentimientos (o
pulso lírico) en formas o moldes
poemáticos derivados de la tradición grecolatina. Tampoco podría etiquetársele
de “romántico” (un término aplicado como antítesis de lo clásico pero que no lo
es tal, ya que ambos términos se complementan) o de “modernista”. Puede decirse
que Jiménez Sierra es un poeta -y un espíritu- moderno (en quien conviven
nociones y pulsiones clásicas y románticas) cuyos temas, motivos o conflictos
particulares, ciertamente, están inspirados o basados en gran parte en la
tradición cultural antigua de Occidente; otra gran parte está basada en la
cultura moderna y contemporánea. En fin de cuentas, estos temas atañen al
hombre de todos lo tiempos, siendo a la
vez universales, de todas las épocas, antiguas y modernas. Jiménez Sierra se
expresó la mayor parte de las veces en el molde de la poesía rimada, sin por
ello perder su modernidad (poesía rimada que en el poeta larense apela a la
musicalidad del verso, buscando la “resonancia hipnótica que caracteriza a la
poesía clásica”). Incluso tradujo a diversos poetas modernos europeos
enraizados en dicha tradición, tales como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud,
Mallarmé, Valéry, D’Annunzio, Carducci, Pascoli entre otros, quienes también se
expresaron dicha poesía rimada. Por poner dos ejemplos, se podría afirmar que
un poeta moderno -o contemporáneo- latinoamericano como el cubano José Lezama
Lima, con sus ideas y pensares paganos y sus conflictos y preocupaciones cristianas,
se mueve en un mundo de sensibilidades
estéticas, de intereses literarios y de motivaciones espirituales bastante
afín al de Jiménez Sierra (con diferencias en varios tópicos de su poética
personal), sólo que el cubano usó el
verso libre para expresar dichos temas, y el venezolano utilizó el verso
rimado. Otro ejemplo podría ser el del poeta argentino Jorge Luis Borges, que
expresó sus concepciones culturales y literarias, temas religiosos, míticos y
filosóficos básicamente en poesía rimada sin dejar de ser moderno.
Fulguraciones virgilianas
Virgilio
Como vimos líneas más arriba, Elisio Jiménez
Sierra comenzó en el año 1956 (y concluyó en 1957) la traducción de los sonetos
del libro Los Trofeos de José María
de Heredia, llegando a traducir con el tiempo cincuenta y siete (57) poemas de
los 118 que componen la obra, empresa que llevó a cabo durante dos años, sin
llegar a concluir la traducción completa de todos los sonetos por diversas
razones circunstanciales, de tiempo y
de otros factores. Apuntó el poeta y traductor venezolano en el “Prólogo” a
dicha traducción, refiriéndose al lenguaje empleado por Heredia: “La monotonía
del alejandrino francés queda atenuada por la colorida variedad de temas. Es
que todavía el corte suntuoso del Romanticismo orla de magnificencias los
contornos precisos en que los Parnasianos gustaban de entallar, a veces con
severidad escultórica, la forma exterior de sus ideas.” En otra parte de dicho
escrito, leemos que: “Heredia no es un animador de edades remotas; no es más
que un plástico demostrador. La grandeza pretérita, no se relaciona en su
poesía con una presentida grandeza futura, a la manera de Carducci o de
D´Annunzio. Para Heredia las ciudades insignes existieron simplemente, y allí
están sus vestigios para atestiguarlo.”(21)Por
otra parte, apuntó también Elisio Jiménez Sierra en un breve comentario
ensayístico a la traducción que hizo de dichos sonetos de Heredia, que no fue
fácil acometer semejante empresa de verter en alejandrinos españoles o
castellanos los alejandrinos franceses. Es decir, traducir del francés a su
equivalente español: “el metro español de arte mayor que, tomado de Bembo,
Dante y Petrarca, introdujo Garcilaso en la lírica española, igual o superior
en majestad y elegancia al verso alejandrino francés de doce sílabas, empleado
invariablemente por Heredia, con sensible monotonía.”(22)Es preciso hacer notar que el verso alejandrino en español está compuesto
por catorce (14) sílabas y dividido en dos hemistiquios de siete sílabas cada
uno. Es decir, el alejandrino en Francia consta de doce (12) sílabas, pero se
traduce en castellano en catorce (14) sílabas, siendo ésta la dificultad para
traducirlo.
El
libro de José María de Heredia está considerado como una de las más importantes
obras parnasianas, un proyecto vasto que intenta expresar en poemas momentos
estelares de la historia europea: “Empezando con las viejas leyendas de Grecia
y pasando a través de Roma, a la Edad Media y el Renacimiento, congela toda la
historia de la Europa occidental”, anota el helenista Gilbert Highet, nada
menos. Entre los sonetos de Heredia traducidos por Elisio Jiménez Sierra, se
encuentra uno intitulado “Por la nave de Virgilio”, deseándole en el mismo el poeta cubano-francés (o su voz poética)
buenos augurios a la nave o embarcación donde zarpó el poeta latino rumbo a
Grecia, permaneciendo allí un buen tiempo cuando aún escribía la Eneida, y pensaba pasar tres años más viajando por Grecia y el Asia Menor
(hoy Turquía) buscando también nuevos motivos de estudio e inspiración (llevaba
ya 9-10 Cantos y pensaba escribir otros nuevos, que finalmente fueron 12)
para pergeñar los Cantos finales de
su proyecto literario. Sería su último viaje. Sabemos que, una vez en Atenas
entregado a su sublime tarea después de cierto tiempo, el destino lo hizo
encontrarse con el emperador Octavio Augusto que venía de Oriente y halló al
poeta enfermo, padeciendo una severa insolación, sugiriéndole que volviera con
él a Roma. En el viaje, por la dificultad del mismo y por el fuerte sol de
Calabria, se acrecentaron su enfermedad y su padecimiento. Enfermó gravemente
en Megara y luego murió llegando a la costa de Brindis. Tenía cincuenta y nueve
(59) años. Reza completo el soneto de Heredia traducido por Jiménez Sierra:
POR LA NAVE DE VIRGILIO
Que los más bellos astros
signen el derrotero
oh brillantes Dioscuros,
del poeta latino,
que a la Hélade santa
dirige su velero
por ver surgir las
Cícladas en el azul divino.
Que el Yápige, y las brisas de soplo más
ligero,
las fuerzas redupliquen
de su poder marino,
y empujen sin zozobras al
término extranjero
al mástil que a esta hora
va haciendo su camino.
Por entre el Archipiélago
do el delfín juguetea,
del soñador mantuano feliz el viaje sea.
Prestadle, hijos del Cisne, vuestro fraterno
auxilio.
La mitad de mi alma viaja en el frágil leño
que, sobre el mar sagrado de Arión, hacia el
risueño
paisaje de los Dioses conduce al gran
Virgilio.
(Traducción del francés
de Elisio Jiménez Sierra)
Ahora
bien, el poema del cubano-francés tiene como modelo la Oda III del Libro I,
intitulada “A la nave de Virgilio”, de
Horacio, donde Heredia toma como modelo e igualmente utiliza algunos tópicos y
nombres de personajes y dioses mitológicos como los usados por el lirida latino.
En el primer párrafo de dicho poema de Horacio leemos:
Así
la diosa ínclita de Chipre,
de Helena los hermanos, rutilantes
astros del cielo,
y el padre de los vientos
tras contener los otros, no al Yápigo
diríjante
la ruta,
¡Oh
nave! a quien se dio nuestro Virgilio;
yo a ti te ruego, nave, lo devuelvas
incólume a los términos del Ática,
y guardes la mitad de esa mi alma.
(…)
(Traducción del latín
de Vicente López Soto)(23)
Igualmente en la Oda XXIV, también del Libro I,
titulada “A Virgilio”, de Horacio, narra el poeta latino el funesto desenlace donde
acaece la muerte de Virgilio en Brindis (o Brindisi), expresada en estos versos
de la composición, donde invoca, en vano, a varias musas, dioses y diosas como
Melpómene, Orfeo y Mercurio a que oigan su plegaria por el amigo perdido:
(…)
No
volverá la sangre a imagen vana,
a
quien Mercurio, inexorable siempre
en
revocar los hados,
hubiese ya empujado con la vara
al oscuro rebaño de las sombras.
(…)
(Traducción del latín de
Vicente López Soto)
En el libro La aldea sumergida (volumen editado
póstumamente por la Fundación “Elisio Jiménez Sierra”) (24) que recoge poesía, prosa y traducciones suyas de poetas
grecolatinos y franceses, se incluye una versión de Horacio hecha por Jiménez
Sierra (Oda XXIX) titulada “Donde se
invita a Mecenas a descansar en el campo”, fechada en 1956. (Por cierto que en
este volumen nombrado, La aldea sumergida,
construye Elisio Jiménez Sierra un poemario de tono y tema virgilianos, donde a través de églogas, odas, elegías o silvas -vertidas
la mayoría en sonetos, tercetos y formas combinadas- de ambiente pastoril y
bucólico va retratando con precisión verbal y sensibilidad poética, la
geografía humana y del paisaje campesino de su estado Lara nativo, en Venezuela.
Allí se movieron sus contemporáneos y sus antepasados -familiares y paisanos-,
tales como agricultores, pastores, arrieros, músicos, artesanos interactuando
con la flora y fauna locales arropados y cobijados por las constelaciones del
Sur. Logra presentar el poeta venezolano todo este mundo como un delicado y
sensitivo paisaje de innegable veracidad poética y vuelo lírico, expresando
igualmente diversos sentires y sentimientos en un lenguaje que contiene versos
de arte mayor y menor en las estrofas).
Volviendo a Horacio y la referida traducción
de Jiménez Sierra de 1956-57, he aquí varios fragmentos de dicha Oda XXIX, (Libro III) donde están presentes los esenciales tópicos, nociones
vitales y profundas verdades horacianas:
Ha
mucho tiempo que en mi casa guardo,
Mecenas,
nieto de tirrenos reyes,
en
tonel bien sellado un blando vino,
y
en vítreo pomo un esencial aceite,
para
tu paladar y tu cabello
cuando
seas mi huésped.
(…)
La
limpia mesa de los pobres, bajo
un
techo sin cortina ni doseles,
suele
borrar las mil preocupaciones
de
las ceñudas frentes.
(…)
Ya
cansado el pastor, con sus manadas
busca
la fresca sombra y las corrientes
de
puras aguas; ya la muda orilla
las
caricias del céfiro no siente.
(…)
Sumergió
en el abismo de la sombra
una
deidad prudente
los
signos por venir, y ella se burla
si
alguno acaso la razón inquiere.
Mejor es ordenar con justa mano,
oh Mecenas amigo, lo presente;
las demás cosas fluyen cual los ríos,
que
sin falta en el mar sus aguas vierten,
ora
elevan al cielo sus riberas
ora
corran huraña y mansamente.
Sólo
el que vive en estrechez mediana
el
señorío de sí propio ejerce
y
satisfecho al fin de cada día,
“Hoy
viví”, decir puede.
(…)
La
voluble Fortuna se complace
en
hacernos jugar a sus reveses;
hoy
gano sus favores,
para
luego perderlos de repente.
Cuando
me está propicia, le bendigo,
pero
si sus inestables ruedas mueve,
me
vuelvo a mi virtud, a mi pobreza,
con
ánimo paciente.
Alcen los otros doloridos ayes
mirando
su caudal hecho juguete
del piélago furioso. Yo, entretanto,
nacido
bajo estrellas diferentes,
bogando
iré con el gemíneo Pólux
y
el aura favorable en mi birreme.
(Traducción del latín de Elisio
Jiménez Sierra)
Hay en este
poema filosófico de Horacio varios tópicos esenciales que sintetizan su
concepción de la vida y del tiempo que gastamos en este mundo. Invita al amigo
a tomarse un descanso en el campo sobrio, lejos del mundanal ruido de la Urbe,
emplazándolo a disfrutar y a interrumpir
por un breve tiempo sus quehaceres públicos y políticos; y, como escribe el
escoliasta, “le recuerda que no debemos exagerar la eficacia de nuestros
esfuerzos ante la incógnita del porvenir y de la versatilidad de la pujante
fortuna.” El poeta vive una existencia frugal y sencilla, “en estrechez mediana”, y “el señorío de sí propio ejerce”, ya que
satisfecho al fin del día puede decir: “Hoy
viví”. La fortuna es, pues, pasajera y voluble y hay que saber
administrarla sin entregarse vorazmente a ella, “haciéndonos jugar a sus reveses”.
Precisamente en el anteriormente citado
poemario de Elisio Jiménez Sierra, La
aldea sumergida, de temple virgiliano, tenemos vertido en un soneto
intitulado “Estiaje”, este rústico y bucólico cuadro:
Hoy
recuerdo las vegas de tempero
siempre
olorosas a terrón natío
donde
un pájaro alegre, el perdicero,
silbaba
por las tardes, junto al rio.
Sonriente nota
del paisaje austero,
pluma
de amor en medio del erío,
cuando
flagran las nubes del estío
y
suelta el éter su primer lucero.
Crepúsculo en
las vegas del Tocuyo,
por donde
la cigarra y el cocuyo
desandan
con su lámpara y su grito.
Y contra un
cielo de vitral morado,
un caballo cerril que
cruza el vado
y
relincha hacia el sur, como en el mito.
(“Estiaje”)
En lo tocante al primer soneto de José
María de Heredia nombrado, “Por la nave de Virgilio”, traducido por Jiménez
Sierra, tanto el poeta cubano-francés como el venezolano rinden homenaje a
Horacio y a Virgilio a la vez; y en la traducción de Elisio Jiménez Sierra de
la Oda XXIX del Libro III, “Donde se invita a Mecenas a descansar en el campo”,
igualmente el poeta larense rinde tributo a Horacio y a Virgilio, quienes
gozaron de la amistad del influyente estadista romano, protector de las letras
y las artes y favorito del emperador Octavio. Fue a través de Virgilio que
Horacio conoció a Mecenas y quien lo invitó a unirse a su círculo de amigos.
Ya vimos líneas más atrás como el autor de
las Bucólicas y las Geórgicas no pudo concluir la Eneida por enfermarse en Grecia, y morir
posteriormente en el puerto de Brindis cuando regresaba de vuelta a Roma. No
está demás decir que la Eneida de
Virgilio (libro que fue saludado y elogiado antes de publicarse por el poeta
Propercio, como poseedor de un vuelo lírico a la par o superior al de su modelo
homérico la Ilíada), constituye “la
obra consciente y calculada de un gran poeta lírico que se empeña en crear una
epopeya nacional, no tanto a partir de su pasado legendario popular, cuanto
imbuido de la fe en el destino de su país”, como anota Carlos García Gual.(25) El libro, escrito en el transcurso
de los años 29-19 a. C., trasciende la condición de ser un texto de encargo
como propaganda del régimen de Augusto, y pervive porque expresa con singular
ventura algo más hondo, ya que lleva consigo un sentimiento popular que la gens romana “acoge con especial fervor,
identificándose con las imágenes y los ideales cantados”. Presenta pues
Virgilio a Eneas, el ejemplar y piadoso caudillo evadido de Troya, exiliado “por
elección del Destino”, como el mítico fundador y progenitor de Roma y del
linaje familiar del que procede Augusto, y entrevé un glorioso porvenir para su
nación itálica del Lacio y su gente. El propio Eneas, hijo de Anquises y de la
diosa Venus, es el eslabón “entre la Divinidad y la estirpe aristocrática de los
Julios” que llega hasta Julio César y su heredero, el propio Octavio Augusto.
En
cuanto a Horacio, es bueno recordar también que fue él quien escribió uno de
los primeros libros o textos sobre las normas y el arte de componer poemas, y
de determinar la naturaleza y formación de la poesía, exponiendo una preceptiva
literaria (una gramática y una retórica del verso latino) en el Libro II de sus Epístolas. Su Arte Poética
o Epístola a los Pisones (quizás su
último texto escrito), fue una misiva compuesta en hexámetros escrita o
dirigida a Lucio Calpurnio Pisón y a sus hijos,
una familia romana de militares y hombres de Estado (recordemos que
Horacio también fue tribuno militar, como jefe de un cuerpo de tropas), entre
quienes había pretores, cónsules y procónsules siendo algunos de ellos amigos
suyos. Expone Horacio a los Pisones su
teoría poética y vital, declarando imitar él a un autor helenístico
inmediatamente anterior, llamado Filomeno, quien a su vez hacía comentarios
literarios a un autor griego antiguo (del siglo III a.C.) llamado Neoptolemo de
Parión. Por cierto, escriben algunos escoliastas en forma crítica que el mismo
Horacio no practicaba algunos de los preceptos de su propia poética, tal cual aquel que expone “que
la virtud de la poesía consiste en la auténtica representación de la realidad,
que es por sí misma instructiva y educativa”,
y en el hecho de que, por lo tanto, “el buen poeta tiene que ser un
hombre virtuoso.”
Portada de Estudios
Grecolatinos
Se refiere en su Arte Poética Horacio al tema de la poesía y de la composición
poética, tomado básicamente de ideas de Aristóteles y de muchos de los
preceptos y normas de versificación en lo tocante a medida, ritmo o rima que
fueron considerados como característicos de la antigüedad grecolatina y están
allí plasmados: la división silábica, las cesuras, pie de versos, las estrofas
y de lo que se considera posteriormente como poesía y arte clásicos (ut pictura, poesis erit, es decir la
poesía es [como] una pintura que habla, y la pintura, una poesía muda. Precepto
XXVII). Posteriormente, durante el siglo I el escritor hispanolatino
Quintiliano sistematizó varias reglas y cánones de la retórica, la elocuencia y
la gramática. Más adelante, en el siglo XVII, el poeta francés Boileau se basó
en el texto de Horacio para escribir su Arte
Poética, fundamento teórico del clasicismo moderno. Virgilio y Horacio, al
igual que Propercio y Ovidio entre otros representantes del helenismo del
período de Augusto, escenifican también una suerte de comienzo y fin de una
nueva época llena de promesas, siendo por ello elevados exponentes de su
tiempo, un tiempo contradictorio, descreído, desesperanzado y muchas veces
vacío de consoladores y duraderos ideales religiosos, incluso escéptico y
nihilista con su vida y su destino. Escribe el filósofo francés Michel Onfray
en su libro La fuerza de existir, que
en dicho tiempo: “El epicureísmo se codeaba con el gnosticismo, el estoicismo
imperial cohabitaba con los milenarismos y los pensamientos apocalípticos
provenientes de Oriente, el viejo racionalismo filosófico vivía sus últimas
horas y compartía la época con lo irracional en todas sus vertientes: el
hermetismo, el misticismo, la astrología y la alquimia. Nadie sabía, digámoslo así,
a que santo encomendarse.”(26)
Recordemos que los escritores latinos del
llamado “Período de Augusto” (Propercio, Virgilio, Horacio, Tibulo, los más
reconocidos y universales; L. Vario, Domicio Marso, Cornelio Galo, Quintilio
Varo, Sabinio Tirón, menos relevantes pero importantes) e incluso los
inmediatamente anteriores a ellos (Ennio, Lucilio, Varrón, Lucrecio, Salustio,
Cicerón) son generalmente escritores helenísticos
romanos que tuvieron como modelos o antecesores directos (literarios,
vitales), por un lado a los autores helenísticos
alejandrinos unos dos siglos aproximadamente anteriores en el tiempo con
respecto a ellos; por el otro lado, a los escritores de la literatura griega
antigua. Es así que los textos de Lucrecio y Catulo y de una parte de la obra
de Horacio, por sus temas y escritura tuvieron influencias griegas directas, y otros
autores las tuvieron de la literatura helenística alejandrina. Hubo también
escritores que tomaron de ambas tradiciones literarias anteriores. Lucrecio se
nutrió fundamentalmente de Epicuro, de la filosofía griega presocrática, y de
Homero. En De la naturaleza de las cosas (texto
que hizo publicar Cicerón, siendo paradójicamente este último escritor acérrimo
adversario del epicureísmo), funde la ciencia, la filosofía y la poesía al
presentar la naturaleza y la humanidad “en movimiento”, proponiendo liberar al
hombre de “la creencia en la intervención caprichosa de los dioses en su
destino”, afirmando también que la formación del cosmos no requiere ninguna
acción divina. Catulo (traductor de Calímaco), retrató en su poesía la
inmediatez de su vida sin preciosismo, exento de retoricismo o erudición
alejandrina superflua.
Por el contrario, otros sucesores suyos como Propercio, Virgilio,
Horacio, Ovidio y Marcial sí impregnaron sus textos de esa “erudición
alejandrina” al echar mano puntualmente de temas mitológicos, referencias
cotidianas amorosas o sentimentales. Propercio (c. 50-40-c. 16-15 a.C.),
conocido por sus famosas Elegías
amorosas, llamado el “Calímaco romano”, dotó estas composiciones poéticas de
una refinada cultura erudita y artística, a la par que de un sincero
sentimiento amatorio que muchas veces linda con la pasión desbocada y
desinhibida, incluso borrascosa. Por otra parte, ocurrió también con otros
escritores del período romano helenístico menos conocidos, que atiborraron sus
escritos de ornatos retóricos e imitaciones preciosistas -y amaneradas-, de
profusión de citas literarias hermoseadas e invenciones fantasiosas empalagosas,
que no es el caso de los nombrados anteriormente. “Que ello había de destruir
la impresión de una confesión sentimental sincera salida del corazón y al
corazón dirigida, como en el caso de Catulo y Tibulo, y mucho más raramente en
Propercio, es obvio. En el de Horacio y por completo en el de Ovidio, alcanzó
el predominio una sobria lírica racional”, escribe el historiador, latinista y
crítico literario Alfred Gudeman.(27)
Poetas elegíacos como Propercio y Ovidio
utilizaron, pues, la herencia alejandrina de empleo de accesorios eruditos en
los poemas mitológicos y amorosos. El mismo Virgilio, que había buscado su
inspiración en la Ilíada homérica
para escribir su Eneida, también se
había basado en ciertos Idilios de
Teócrito, poeta siciliano llegado a Alejandría durante el reinado de Ptolomeo
II (285-247 a.C.), para pergeñar algunas de sus églogas. Tal cual ocurrió con
la sibilina o “profética” Égloga IV
de sus Bucólicas, ya mencionada más
arriba, al igual que otras bucólicas como las VI, VII, VIII y XIX, donde utiliza tópicos variados acusando
influencias históricas, cosmogónicas y mitológicas antitéticas como la de la
filosofía epicúrea de Lucrecio y las leyendas antiguas griegas, recurso éste
que contradice al primero (filosofía que niega a los dioses y sus fábulas, como
afirmamos); todo ello engastado en un estilo literario profuso en adornos
poéticos que “sigue siendo neo-alejandrino, amante de narraciones en que se
entremezclan estos elementos, en muchos casos, heterogéneos”, apunta el
mencionado crítico Gudeman. Otro tanto ocurre con las Geórgicas, obra didáctica que, aunque compuesta a imitación de Los trabajos y los días del poeta griego
Hesíodo, echa mano de influencias de escritores alejandrinos como la biología
de Teofrasto, la astronomía de Eratóstenes, la meteorología de Arato, estudios
de minerales de Nicandro y agricultura de los alejandrinos romanos Catón y
Varrón.
Es así que la cosmovisión helenística,
“aunque gestada en el seno mismo de la Grecia clásica, quebranta y destruye el
universo de la polis”, es decir del
Estado, escribe la estudiosa Alicia Entel. Esto expresado inicialmente en una
fusión entre Oriente y Occidente al identificarse el poder en una sola persona:
“Del ideal localista de la polis que
respaldaba a cada uno de sus miembros se pasa a una actitud internacionalista y
a la subordinación a un soberano, que llegó a considerarse y fue aclamado como
un dios”, (28) hijo de Júpiter-Amón,
anota la mencionada escritora Alicia Entel. Muerto Alejandro el año 323 a.C. se divide el
imperio entre sus generales, constituyéndose las tres grandes monarquías: la de
los Ptolomeos, en Egipto; de los Seléucidas en Asia (Siria) y la de los
Antigónidas en Macedonia y Grecia. Resultó así que “con la identificación Rey Nación, rasgo
característico de los gobiernos orientales, permitió el control y la
planificación estatal de la organización económica y del surgimiento de una ´burguesía´
carente de especialización que se
convirtió en árbitro del gusto, cuyas características aparecía muchas veces
plasmada en las obras de Teócrito”, comenta Entel. Finalmente, el ideal de
fusión imaginado por Alejandro (no llevado a cabo precisamente por sus
sucesores) se cohesionó por los aleatorios y espontáneos contactos culturales
entre los diferentes estratos sociales de la población de Oriente y Occidente,
los cuales son los que en realidad
“producen mutuos aportes en una época muy permeable a cambios y
sincretismos”, escribe Entel. Al contrario que en la Grecia antigua hasta el
Siglo de Pericles, donde prevaleció la tradición oral, durante el período
helenístico, en Alejandría y otros lugares del Mediterráneo oriental con el
tiempo y a través de la koiné o
lengua común, y luego por medio de la producción cultural transmitida en rollos
de papiro o pergamino, dicho bagaje, mediante la palabra escrita y por medio de
un factor de aculturación, se convirtió en literatura para ser leída.
Igualmente, entre otras cosas, la época estuvo signada por un carácter
didáctico y escolar de la vida y de la conservación de un legado cultural
recibido.
Un crítico, filólogo y helenista como el español Carles Miralles apunta que en
Alejandría “la obra de los sabios helenísticos fue más una obra de
recopilación, de pacientes ordenamientos de datos, de catalogación, que una inquisición
dirigida a obtener nuevos horizontes.”(29)
Se sabe que la famosa biblioteca alejandrina pretendía abarcar (y casi lo
logra) la literatura, la filosofía y el legado cultural griego escrito. Si en
el mundo anterior había dioses y ángeles mensajeros, durante este nuevo período
la carta y el libro se convierten en vehículo de comunicación, e igualmente la
escritura suplanta a la voz. Argumenta el mencionado crítico Miralles algo
cierto que hemos venido apuntando: que la caracterización de esta época
alejandrina es contradictoria y polémica. Mientras algunos consideran a este
momento histórico cultural como “decadente”, otros lo consideran como una época
de sedimentación de los valores humanos, estéticos y culturales helénicos.
Época, pues, contradictoria, llena de tensiones, hundimientos, crisis,
tragedia, para unos; de ironías, refinamientos, fantasía, comedia,
iluminaciones, consolidaciones, afirmaciones y vislumbres, para otros.
Probablemente haya sido una síntesis dialéctica de esas dos visiones. En
nuestro tiempo, un crítico literario contemporáneo como Harold Bloom lo cree
así, al hacer notar este particular alejandrinismo
cultural occidental, el cual ya habían señalado y hecho notar anteriormente
críticos como Sainte-Beuve, Mathew Arnold y Thomas Mann. Constituye éste un
rasgo notorio de nuestra sociedad, en el sentido de revisión crítica y
reconstrucción de las ciencias, las
artes, la filosofía y la literatura semejante al que se llevó a cabo en ese
período, teniendo como resultado una cultura eminentemente literaria. Comenta
Harold Bloom que: “el alejandrinismo es el rasgo de cualquier cultura
literaria. Cuando las formas occidentales del conocimiento y de la autoridad
han fracasado, cuando ya no constituimos ni una cultura religiosa ni una filosófica
ni una científica, nos volvemos alejandrinos.”(30)
Horacio, refulgencias helenísticas y
más allá
Horacio
Por su parte, Horacio (Quinto Horacio
Flacco) constituye un estilo y un espacio literario que se nutre de la poesía
arcaica latina (Livio Andrónico, Ennio, Lucilio), pero a su vez está remozado
con una técnica literaria más depurada, tal como lo escribe el crítico Juan
Alcina Rovira, algunas de cuyas ideas glosaremos aquí. Así, aunque Horacio tomó
distancia de los modelos alejandrinos, algunos de sus gustos literarios
responden a dicho canon: rechazo de
la composición extensa, preferencia por una audiencia selecta y minoritaria;
pensada y meticulosa elaboración de sus textos, dando como resultado una
síntesis de aquella tradición arcaica romana y las nuevas tendencias
alejandrinas. De igual manera, el estilo horaciano asimila o descubre para la
lírica latina la tradición lírica griega arcaica de poetas como Arquíloco, y de
los eólicos Alceo y Anacreonte, donde retomó términos de los coloquios
dramáticos y sátiras del primero, y de los segundos el canto monódico (canto en
el que interviene una sola voz con acompañamiento musical) incorporando los
tópicos y motivos cortesanos de ágapes, libaciones, celebraciones y amores
fugaces. Apunta Alcina Rovira que: “Horacio no intenta ser original ni en sus
temas ni en sus formas, sino superar todo lo anterior partiendo de unos
elementos conocidos. Horacio sobrepasó a todos sus predecesores, pero no llegó
a crear un estilo inimitable.” Y ésta quizás sea la mejor virtud de dicha escritura poética, en la que se transparenta
la particular sensibilidad creativa y el carácter introspectivo del escritor,
al igual que la concisión, secreto del numen
horaciano. Horacio utilizó un latín “mucho más vivo” que el de cualquiera de
los autores de su tiempo. “Su vocabulario incluye palabras que tendían a
evitarse en literatura por considerarse prosaicas. Horacio muestra una dicción
más seca que la de sus contemporáneos, sujetos a las influencias neotéricas”, (31) precisa Alcina Rovira. “Neotérico”, es una denominación o
término creado por Cicerón para referirse, un tanto negativamente, a una poesía
latina helenística juvenil o “nueva”
-siglo I a.C.-, liderada por Catulo
(Quinto Valerio Catulo) y otros poetas de su tiempo, escrita a la usanza de
griegos alejandrinos como Partenio de Nicea, quien se expresaba con un lenguaje
sin retórica, sobre temas personales en lugar de describir hazañas de héroes y
dioses y tenía a su vez como modelo a Calímaco.
Como lo han apuntado algunos estudiosos, entre
otros A. Rovira, en tiempos de Augusto la literatura no era una práctica
popular (aunque sí influyente) sino más bien palaciega o cortesana, brillando
por su ausencia incluso el teatro, o puesto en práctica en escasas expresiones
en el montaje de alguna pieza incidental como el Tieste de Vario, o de la Medea
de Ovidio. Estuvo signado ese tiempo por cruentas guerras. En él se ubica la
obra de Horacio, haciéndose evidente en éste que su principal fin, antes que
edificar o educar era entretener a un grupo de amigos, gente culta y acomodada,
tal cual se hace evidente en el género de las Sátiras y los Epodos. En las
Odas (escritas entre los años 30-20 a.C.), sobre todo en las romanas, sí
hay un intento de expresar una conducta o un hecho edificante y moral, e
igualmente en sus Epístolas y sus
obras escritas después del año 23 a.C. Las Odas
tienen inspiraciones y temas diversos y toman motivos y registros literarios y
lingüísticos que se remontan a los antiguos poetas líricos griegos, “que se
pasaban la vida entre armas y banquetes”, tales como Arquíloco, Alceo y
Anacreonte. Para A. Rovira, Horacio se sentía unido a Alceo “por aquel sentido
doloroso de la vida, por su pasión y por el deseo de sofocar esa pasión en el
olvido”. También hay en Horacio alguna influencia de Píndaro en el Libro IV de las Odas, donde canta motivos patrióticos, compone himnos para las
fiestas públicas y alabanzas entusiastas envueltas en ideales morales. Las Odas son piezas de temas elevados, alta
sensibilidad y temple artístico, aunque
de poco énfasis al tratar temas públicos o privados.
Horacio retoma el género satírico a la
manera del poeta arcaico Lucilio, o del tono de tinte filosófico que le otorga
Varrón, tratando rescatar o de poner al día una tradición que en su tiempo se
veía amenazada por las innovaciones de la mencionada escuela alejandrina
neotérica, que rechazaba como base todo el pasado literario romano: “La satura era una especie de conversación o
charla en la que se trataba un poco de todo: reflexiones morales, escenas de
comedia, diálogos, anécdotas, ataques contra determinadas personas. En general
los nuevos poetas se burlaban de este tipo de composiciones”, (32) escribe el crítico mencionado. Si
existe entonces acaso un tono moral o aleccionador en las Sátiras, es la observación del ser humano, del espectáculo vital y
de la sociedad de sus días, del cual el escritor latino presenta tipos y no
“individuos” como tales, envueltos, eso sí, “en las pasiones universales,
eternas y, por ende, actuales.” Como lo hace ver Alcina Rovira, en los Epodos se propone Horacio insuflar vida
al espíritu de la poesía yámbica griega de Arquíloco, Hiponacte y de la comedia
antigua ática basado en los contenidos del credo epicúreo y tal vez cínico,
buscando superar sus modelos o actualizarlos en su destreza y hacer literario.
Allí en verdad escribe sátira, con el carácter agresivo e hiriente con el que
se entiende hoy en día, al dirigir su invectiva contra la guerra civil, contra
figuras de la vida pública y privada: esclavos, enemigos literarios, enemigos
de sus amigos, mujeres perversas y repugnantes como la maga Canidia o la
anciana libidinosa, “contra vicios de la época, narraciones, supersticiones.”
En cuanto a las Epístolas, como han
observado los críticos, sí es más significativo el tono y el tema moral. Se
convierten, pues, en una suerte de preceptos de moral “que forman un tratado de
sabiduría práctica, una regla de conducta que Horacio la une a sus propias
acciones para controlarlas sin debilidad y para proclamar su sincero
arrepentimiento de sus perpetuos errores. Son como un examen de conciencia y
una confesión”, (33) escribe el mencionado
crítico A. Rovira.
Para algunos estudiosos del poeta,
Horacio profesaba la filosofía epicureísta, siendo ésta una entre otras de las
vitales filosofías helenísticas que predominaban en esos tiempos, sustituyendo
los aspectos intelectuales y espirituales de la religión para muchos de los
romanos cultos. Esta filosofía brindaba al hombre paz de espíritu en medio del caos
de las guerras civiles, y a la vez, con su empirismo pre-científico, “explicaba
o intentaba explicar los fenómenos del misterioso universo”, aunque la religión
tradicional se mantenía por razones de Estado, apunta A. Rovira. La “función
política” de la religión era aceptada, incluso, por muchos epicúreos descreídos
de los dioses (Lucrecio entre otros), y hacían regularmente sacrificios a los
mismos, a sabiendas de que la religión de Estado no era más que “un fraude
piadoso, o una necesidad política”. Precisa Rovira que:“Augusto personalmente
creía en sueños, presagios y en la astrología, y su programa de gobierno
comprendía un renacimiento religioso, tomando como filosofía base al
estoicismo: restauración de cultos arcaicos, reconstrucción de templos. Mucha
gente se convenció de alguna manera de que los dioses tenían cierta existencia.
Otros, sin embargo, mantuvieron su escepticismo. Entre los primeros encontramos
a Virgilio, entre los segundos tenemos
probablemente a Horacio.”Así, la tardía participación de Horacio en la política
de Augusto, no implicaba necesariamente una conversión a la filosofía oficial,
ya que en varias de sus Odas canta a
los dioses y muchas de ellas se pueden considerar imitaciones de las
composiciones helenísticas. En este sentido, “sabemos que un poeta o un artista
puedan escribir un poema o elaborar una obra de arte, sin necesidad de ser
sincero”, escribe Rovira. Otro tanto se puede colegir de si Horacio, siendo
epicureísta, creía en la divinidad de Augusto y sólo lo exaltara en términos
retóricos. Horacio manifiesta “no creer en el premio de los virtuosos en la
otra vida” (como lo expresa en la Oda VII
del Libro IV, “A Torcuato”), en la
cual sí creía Virgilio (quien, al contrario que su amigo, pasó de un
epicureísmo inicial a un platonismo místico), ni demuestra preocupación “por lo
que vaya a ser su cuerpo después de la muerte”.
Horacio (65-8 a.C., murió a los 57 años)
nació en Venusa, región de Apulia-Lucania, en el sureste de Italia. De humilde
origen, fue hijo de un liberto que acumuló fortuna como recaudador de ventas de
terrenos durante la guerra, cuando hubo confiscaciones, adquiriendo una propiedad en la misma región
mencionada. Allí el poeta se inició en la vida rústica y natural de bosques y
serranías (morada de “númenes inciertos”), y de contactos con animales
sagrados, familiarizándose también con divinidades tutelares y creencias religiosas
locales que le signaron “con una consagración augural”, al decir de un
escoliasta suyo. En su Venusa natal, región donde habían sido asignados lotes
de tierra a los veteranos de las guerras y centuriones, recibió el poeta latino
sus primeras enseñanzas en letras y números, y también en gramática. Luego lo llevó su padre a Roma, donde fue
educado “como el hijo de un caballero o de un senador” y allí se codeó con
algunos patricios y hombres públicos. De Roma pasó Horacio a los dieciocho (18)
años a Grecia, donde cursó estudios por tres o cuatro años en la Academia de
Atenas, en la cual hizo amigos entre los poetas y filósofos locales,
complementando sus estudios literarios y filosóficos con la vida festiva y galante
-privilegio que tenían únicamente los patricios romanos-, y donde también
continuaron estudios poetas como Propercio y Virgilio, que luego truncaron, al
igual que Horacio, por las guerras y los problemas económicos.
Hizo amistad en Grecia entre otros
romanos, con Bruto, quien venía huyendo de la conjura contra Julio César y
estaba buscando soldados para luchar contra las tropas de Octavio y Marco Antonio, y comprometidos por la libertad
de Roma. Se alistó Horacio en el ejército a los veintidós (22) años, donde le
dan el cargo de tribuno. Como lo relata en la Sátira II del Libro I,
dedicada a su amigo Mecenas, en su juventud fue tribuno y participó en la
batalla de Filipos (42 a.C.), que le dio la victoria a Augusto y Antonio sobre
Bruto y Casio luego del asesinato de César. Durante dicha batalla realizada en
Grecia (Macedonia), en un momento dado Horacio, como otros tantos combatientes,
se dio a la fuga traicionando a su ejército y a su amigo Bruto. Fue hecho
prisionero y exiliado, tras lo cual luego del triunfo de Augusto, fue
amnistiado y recuperó su libertad regresando a Roma. Amigo del poderoso
estadista Mecenas, como ya vimos, fue presentado a él por Virgilio y por Varo.
Muy cercano, pues, a su círculo (“cónsul
y contertulio”) siempre desdeñó ser esclavo ciego de la fama. Para una
persona como Horacio, “quien ama la
propia vida interior y la tranquilidad privada y pública, una condición modesta
es más gustosa y apacible que los onerosos honores de la vida pública.” (Sátira VI, Libro II)
Andando
el tiempo, hacia el año 17 a.C. se van a celebrar con lujo y pompa los llamados
Juegos (o Fiestas) Seculares, los cuales se instauraron en Roma hacia el siglo
III de la fundación de la ciudad del Tiber (fechada la misma en el año 753
a.C.), y que eran en sus orígenes ritos expiatorios y fúnebres dedicados a los
dioses tutelares: Apolo o Febo (El Sol), su hermana Diana (La Luna), Ceres y
otras divinidades soterradas como Proserpina, Plutón, Príapo e igualmente otros
a los muertos y los antepasados, en los cuales se llevaban a cabo algunos
sacrificios humanos y de animales. Con el emperador Octavio Augusto en el
trono, Roma se estaba recuperando del período anterior de guerras civiles
desatadas durante la época de Julio César. Hacía ya tiempo que este último (padre
adoptivo de Octavio Augusto) había tenido un hijo de la reina alejandrina
Cleopatra VII (hija de Ptolomeo XII), llamado Cesarión (el faraón Ptolomeo XIV),
que gobernó Alejandría con su madre durante los años 51-47 a.C. rivalizando con
Octavio como heredero de César.
Intentaba pues César, a la sazón,
fallidamente con sus ejércitos romanos restablecer la hegemonía de Egipto en el
Mediterráneo, amenazando la propia hegemonía y estabilidad de Roma, siendo
entonces asesinado en el senado (año 44 a.C.) por el general Bruto (amigo de
Horacio, como vimos). Se hizo cargo inmediatamente entonces Marco Antonio como
gobernador de Oriente, y a su vez se casó también con Cleopatra teniendo un
hijo con ella, conspirando de nuevo contra la sucesión de Octavio Augusto como
heredero, quien los enfrentará en la batalla naval de Accio (31 a.C.)
emprendiendo ambos la fuga a Egipto donde se suicidaron en el año 30 a.C. A
Cleopatra dedicó Horacio la Oda XXXVII
del Libro I, que se titula “Por la
muerte de Cleopatra” (compuesta entre los años 31-30 a.C.), donde el poeta
describe a trechos las vicisitudes y aciagas intenciones de la reina egipcia
hacia Roma. Brinda Horacio con sus amigos por la victoria de Accio (Actium), el
peligro ha sido abatido, más el poeta solapadamente la admira en su muerte al
tomar la determinación de morir “como una
mujer cualquiera”, rindiéndole homenaje en el poema.
Es
así entonces que en este tiempo de paz, el mandatario establecido en el poder
convocó al pueblo para celebrar por tres días con sus noches seguidos (con una
semana anterior de ritos agrarios preparatorios) “unos juegos que nadie había
visto aún y que nadie volvería a ver”, los cuales para algunos autores, fueron
las más grandes fiestas que vio el mundo antes del nacimiento de Jesucristo, y
que precisamente se celebrarían para conmemorar otro siglo de la fundación de
la ciudad. Comenta el mencionado crítico A. Rovira, que “antes de Augusto el
siglo fue de 100 años pero los sacerdotes que custodiaban los libros Sibilinos,
para lisonjearle, le persuadieron de que, según palabras de la Sibila, el siglo
debía tener 110 años.”(34) Augusto
convocó igualmente a un concurso para que se escribiera un canto o poema, para
la celebración de tan magna ocasión, donde se invocarían divinidades como
Júpiter, las Parcas (el Destino), o Ceres (la Tierra Madre). El emperador
eligió a Horacio (contaba el poeta con 48 años de edad en esa fecha) para
escribir el poema que se entonaría en el ritual. Se trata de una oda lírica o
himno coral en verso, de carácter religioso o litúrgico. Tomando como
referencia inmediata a Virgilio, que en los últimos libros o cantos de la Eneida ya aludía a la sagrada fundación
de Roma y sus dioses, y en el canto coral del antiguo poeta griego Alcmán
(quien igualmente compuso odas religiosas), Horacio cumple magistralmente tan
difícil y delicado compromiso, que precisamente por ser una obra contratada,
lleva implícita igualmente una dosis de ironía y descreimiento.
En nuestro poeta se trata de un himno
dividido en cuatro partes, dedicado a Apolo o Febo (El Sol), Diana (La Luna) y
al propio emperador, compuesto para ser cantado por un coro de muchachos y otro
de muchachas (mancebos y doncellas) quienes entonan el himno jubilar alternando
uno y otro coro, y al final del mismo ambos coros terminan unidos en una
especie de contrapunto. Se trata, pues, de un himno ceremonial y atrajo a Roma
a una gran cantidad de extranjeros, “a la usanza de la representación de los
antiguos misterios y que fue escenificado públicamente ante la atónita
muchedumbre, ya que siempre estos actos ceremoniales eran escenificados lejos
de las gentes profanas o no iniciadas.”(35)
Ahora bien, la cuarta y última parte de dicho himno Canto Secular (Carmen Saeculare),
escribió Elisio Jiménez Sierra en un estudio inédito, “contiene las preces por
la conservación del imperio y del emperador.” Continúa el escritor venezolano
exponiendo que “Nunca fue Horacio que digamos poeta enlazado íntimamente con el
Capitolio ni con ningún santuario alto o pequeño, de los Dioses. Los edificios
de Roma, tanto civiles como religiosos, la vida multitudinaria o cortesana, los
pleitos y discusiones del foro, no le atraían. Se refugiaba en su quinta de la
Sabina, morada feliz de las Musas. Su poesía no tiene, por tanto, carácter
litúrgico (…) El Canto Secular es un
poema de encargo, el poema de un certamen establecido por voluntad de Augusto,
y del cual fue el poeta el único concursante. Ya Virgilio había muerto y Ovidio
era vigilado en Roma. Gracias a su talento esclarecido, a su conocimiento de la
métrica griega, cumplió Horacio a satisfacción el encargo del emperador.
Glorificó en versos solemnes y proféticos a las dos grandes deidades de Roma,
después de Júpiter y del propio Augusto: Apolo y Diana, personificaciones del
Sol y de la Luna. Himno ritual de las fecundaciones helíadas y de los erotismos
selénicos.”(36) Rezan unos
fragmentos del Himno o Canto Secular:
Febo
y Diana
señora
de las selvas,
del
cielo lustre,
de
reverencia dignos,
dad
a nosotros lo que os suplicamos
en
el sagrado tiempo secular,
al
ser reverenciados.
Hoy que los versos
sibilinos cantan
vírgenes
castas y selectos niños
a
las deidades, que propicias miran
a
las siete colinas.
(…)
Y
vosotras, ¡oh Parcas infalibles!
juntad
felices hados a los de antes
y un término ya estable de las cosas
conserve al fin lo que pronosticasteis.
(…)
Afable Apolo,
esconde ya tu flecha
y del niño tú escucha las plegarias;
Luna bicorne reina de los astros
oye a
las niñas.
(…)
Augur y hermoso en su fulgente arco,
Febo, querido de las nueve Musas,
el
que con arte alivia los cansados
miembros
del cuerpo,
si
favorable el Palatino alcázar
contempla, que otro
lustro prorrogue
siempre
mejor poder y edad de Roma,
y
al feliz Lacio.
(Traducción del latín de
Vicente López Soto)
Sobre el carácter y la filosofía descreída
de Horacio, anotó Elisio Jiménez Sierra en el mismo escrito citado: “Recordemos
la sátira de Horacio a la estatua ficúlnea de Príapo. En esa burla sangrienta
envuelve Horacio tanto a la religión como a la superstición; y el desparpajo
con que está concebida y escrita, muestra a las claras la total indiferencia de
aquel hombre refinado y escéptico por todas las creencias y doctrinas
religiosas de su tiempo. Algo análogo sucedía con Ovidio, el cantor de los
fastos romanos.”(37) Explica Jiménez
Sierra que, aunque las cita sin inconvenientes, Horacio varias veces se mofó
con incredulidad de las diversas divinidades que idolatraban las gentes de su
tiempo, y de los cultos religiosos y mágicos llenos de supercherías. Lo que
cautivaba su mente y su imaginación era, en todo caso, ver el cuadro vivo de
los misterios ceremoniales de la antigua religión romana. Escribe J. Sierra: “A
un temperamento como el de Horacio no le interesaba, o le interesaba muy poco
la esencia puramente teológica de la religión. Como poeta, le seducía la pompa,
el culto, el simbolismo de la liturgia. Por eso al augurar a sus versos forma
perenne, más duradera que el bronce, no lo asocia en particular a ningún ente
de carácter temporal en el afanoso devenir de Roma, sino a la venerable figura
del sumo pontífice, que asciende lentamente las gradas del alto Capitolio,
seguido de la blanca y taciturna vestal.”(38)
En la sátira más arriba mencionada donde
se refiere el polígrafo Jiménez Sierra al dios Príapo, ésta es la Sátira VIII del Libro I de Horacio dedicada al mencionado dios, donde se oficia un
ritual o escena de magia en un terreno que servía de cementerio en la región de
los Esquilinos. Se hallaba ubicada esta región en una de las siete colinas de
Roma, y Mecenas mandó a transformar dicho lugar urbanizando el área y construyendo
los llamados “horti”, o huertos. Allí fijó una de sus residencias, tomando la
zona el nombre de “huertos de Mecenas”. Situado dicho cementerio a extramuros,
colindaba con las residencias y pese a la remodelación del sector, las fosas
continuaban cavándose y haciendo algunos entierros. En el centro del jardín o
parque de la villa de Mecenas había una estatua itifálica de Príapo, el dios
romano de la fecundidad de la naturaleza (traído de Grecia donde también fungía
como dios de la generación), y símbolo guarda o guardián del pequeño dominio de
su propietario. Estaba esculpido en un tronco de higuera y la estatua servía
como “espantajo de ladrones y aves;
porque aleja a los ladrones mi diestra en alto (…) y el haz de juncos que llevo
en mi cabeza espanta los importunos pájaros”, reza el texto de Horacio. Es,
entonces, que el propio dios transfigurado en estatua (y a través suyo el
poeta) presencia a las hechiceras Canidia y Ságana llevando a cabo un macabro
ritual. La escena muestra a las brujas como pequeñas fieras que escarban la
tierra y aúllan; desgarran con sus dientes una oveja negra y evocan los
muertos. Reflexiona el dios por boca del poeta: “Aquí en otro tiempo, el esclavo transportaba los cadáveres lanzado
fuera de las zahúrdas que habitaron en vida y los colocaban en un vil ataúd (…)
Ahora se puede habitar en las Esquilas, saneadas y tomar el sol y espaciarse en
la loma, desde donde se contemplaba con tristeza un campo mustio, blanco de
huesos. Ahora no me dan tanto trabajo ni cuidados los ladrones y la salvajina,
como las hechiceras que trabucan el seso con conjuros y filtros mágicos. A
éstas de ninguna manera las puedo echar de aquí ni impedirle que recojan
huesos, hierbas dañosas; luego que la vaga luna asomó su rostro hermoso (…) yo
mismo, con mis propios ojos vi, caminando con un paso firme, ceñida con un
manto negro, con los pies desnudos y con los cabellos ajados a la aulladora
Canidia, acompañada de la Ságana mayor (…) Una de ellas invoca a Hécate, y la
otra a la cruel Tisífone: allí vieras correr serpientes y los canes infernales,
enrojecerse la luna y esconderse detrás de los grandes sepulcros, por no ser
testigos de cosas tan espantables.”(39)
(Traducción del latín de Lorenzo Riber)
Presencia así el poeta latino a través de
los ojos de Príapo, una escena de necromancia donde Canidia y Ságana despedazan
con los dientes una oveja negra, echando su sangre en una olla y diciendo
conjuros mágicos a dos imágenes o muñecos de lana y de cera, confrontando ambas
imágenes. Sucedió entonces, que en ese momento el dios de la higuera, por la
hendidura de sus nalgas hizo sonar un terrible ruido o chasquido como el de un
gran odre que explota. Salen, pues, ambas hechiceras despavoridas corriendo: “Y con gran risa y burla hubierais visto como
a Canidia le caían los dientes y a Ságana el tocado y de las manos se les
escapaban las hierbas malignas y las vendas mágicas.” Se trata a la vez de
una sátira y de una invectiva cruel y burlesca, sangrienta, incluso cómica como
apunta el erudito Jiménez Sierra, contra la magia, las supersticiones y los
dioses de su tiempo. Estas dos hechiceras o magas son mencionadas también por
Horacio en el Epodo V, “Contra la hechicera Canidia”, cuando
ambas se proponen llevar a cabo un horrible infanticidio al pretender hechizar
y seducir (incluso amenazar) a un mancebo o adolescente mediante filtros
mágicos y conjuros. Canidia, “víboras
enredadas a su pelambre”, quema en ramas de cipreses “huevos y plumas” de un búho y a un sapo, “untados en sangre”; Ságana, “esparcía
las aguas avernales, como de erizo sus hirsutas crines o de acosado jabalí
salvaje.”
La víctima, presa de horror, las impreca y
maldice, condenando su siniestro comportamiento: finalmente, cuando mueran,
merodearán también la hórrida región del Esquilino y serán presa sus miembros
insepultos de un festín de lobos. Dice el adolescente: “Moriré, sí, pues lo queréis. Mas luego,/ nocturno espectro, acudiré a
vengarme./ El rostro os buscarán mis corvas uñas,/ poder terrible de los dioses
Manes;/ inquietaré tenaz vuestras entrañas,/ y el sueño os robará pavor tan
grande./ La turba os correrá, viejas obscenas,/ en pedrea sin fin, de calle en
calle,/ y serán vuestros miembros insepultos,/ festín de lobos y Esquilinas
aves.”(40) (Traducción del latín
de Bonifacio Chamorro) Sin embargo, en el último Epodo (número XVII), en un poema dialogal intitulado “Horacio y Canidia”, en una febril
palinodia, Horacio pareciera aceptar, transigir o reivindicar a Canidia
presentándola como una transfiguración de la muerte o el Destino, a través del
cual se expresa la voz de un fatum orador,
pidiéndole, ya viejo, una tregua para su atormentado espíritu. A lo que
Canidia, en una voz desdoblada del propio Horacio presente al final del poema,
impasible y serena, le responde que su destino está trazado: si es verdad que
luego de su muerte mucho habrá el poeta de vivir, ella (como creación suya)
vivirá con su nombre, cabalgando en sus hombros, haciendo que el mundo entero
se arrodille ante el poder de sus hechizos. Singular retractación del
sensualista y descreído poeta latino hacia esta hechicera, transfigurada en
Parca gracias a la imaginación horaciana.
Es así que, en cierto manera, el Horacio
epicureísta y moralista a su modo de algunas sátiras y epodos, parece creer en
un poder rector oculto en el universo el cual gobierna también los actos
humanos y la vida interior. Como anota Alcina Rovira, Horacio escribe las Sátiras y los Epodos en un momento de desolación e intranquilidad, en medio de la
crisis de las guerras civiles (entre los años 40-30 a.C.), justo después de la
batalla de Filipos (42 a.C.), y para ese tiempo: “Podemos imaginarnos a Horacio
refugiándose en los estudios de filosofía, especialmente epicúrea. Sin embargo,
el pensamiento epicúreo le hace poner más de manifiesto los errores, miserias y
supersticiones de la sociedad en que vive.”(41) Escribe el romanista Elisio Jiménez Sierra en una parte de su
comentario al Canto Secular, que
existe una inquietud metafísica o religiosa en Horacio, que no parece resuelta
del todo: “Aquella Oda en que Horacio
confiesa de modo palatino su impiedad, de la cual se muestra arrepentido, puede
servir de módulo para calibrar su sensibilidad religiosa, su temperamento
artístico.”(42) Se refiere aquí el
escritor venezolano a la Oda XXXIV
del Libro I, que es también una “retractación”
contra el epicureísmo, cuando se encontraba el poeta en una situación peligrosa
y se dirige a un poder superior para que lo guiara, y tornar a sus olvidadas
creencias y prácticas religiosas. Rezan unos fragmentos de dicha Oda:
Olvidador
de los dioses, avaro y negligente
he
sido yo mientras seguía los preceptos
de
una sabiduría insensata; ahora me esfuerzo
en
volver velas atrás.
(…)
Dios puede trocar las cumbres en simas;
esclarecer
lo oscuro y derrocar lo insigne.
La Fortuna rapaz, con
estridor agudo,
arrebató
tal vez una corona,
y
se complace en ponerla en otras sienes.
(Traducción del latín de Lorenzo Riber)
Es un tanto cierto lo que afirmó el
ensayista Elisio Jiménez Sierra: que a veces Horacio parece pensar como un
escéptico ante todo saber, religión o filosofía. Ya es admitido que la
filosofía romana en la época republicana, y más tarde durante el período
inicial y en la época posterior del Imperio, era ecléctica. La filosofía griega
-y la helenística- había sido adoptada por la sensibilidad, la sobriedad y la
practicidad de los romanos: platonismo, neoplatonismo, aristotelismo,
pitagorismo, al igual que el epicureísmo, el estoicismo o el escepticismo
(estas tres últimas doctrinas no son completamente antitéticas, y tienen varios
puntos en común) habían arraigado como doctrinas o como prácticas usuales en
los escritos de Cicerón (100-43 a.C.), Lucrecio, Virgilio, Propercio, Horacio,
Ovidio, Petronio, Séneca o Lucano influyendo igualmente en el ánimo y espíritu
de políticos, historiadores y hombres de Estado. El escepticismo de los griegos
antiguos no formó escuela ni en el período inicial, ni en el helenístico, ni
tampoco en el período romano, sino que se crearon corrientes y sectas
escépticas que estudiaron a su vez una doctrina filosófica del conocimiento,
según la cual no existe ningún saber firme, “ni puede encontrarse nunca ninguna
opinión absolutamente segura”, e igualmente como una actitud vital que no
pretende adherirse “a ninguna opinión determinada”, y que se sustenta en la
suspensión del juicio, “salvación” del individuo, el logro de la paz interior y
una felicidad temporal.
En
Roma la mayoría de los escritores, poetas e intelectuales bebieron en los
textos de Cicerón, quien más que un verdadero filósofo era un escritor y un “un
ecléctico puro “en materia filosófica, que se había fijado la misión de
difundir en la sociedad romana las principales corrientes de la filosofía
griega, entre ellas el escepticismo académico y el estoicismo, como lo han
señalado algunos estudiosos. Reunió en sus escritos (en latín) la doctrina del
probabilismo como criterio de verdad, el espíritu del estoicismo y algunos
conceptos del “alma” de Aristóteles. Sus libros están escritos en un idioma
“simple y elegante”, cuyo mérito en la historia de la literatura está en haber dado a conocer a un amplio
público la filosofía griega al mundo cultural romano. Así, es el caso de que
poetas y escritores como Horacio y Ovidio se sumieron, en cierta manera, en la
tradición del escepticismo académico, el cual trata en el fondo de la búsqueda
de la felicidad no como lo hacían los antiguos filósofos eudomonistas, sino más bien de un modo un tanto hedonista, al
sustentar una filosofía que les deparara alegría y placer. Un hedonismo que no era
egolatría ni narcisismo, sino que más bien era la afirmación de una
complacencia con la vida y con las pocas, sencillas, fugaces y esenciales cosas
que se nos dan cotidianamente, tendencia radicalmente distanciada de la que se
practica en el mundo moderno, signado por la vida ociosa y deportiva y por el
consumismo desesperado, el tiempo libre y el placer practicado por las clases
adineradas. Se trata entonces del reconocimiento, como argumenta el filósofo
francés Michel Onfray, “del soberano bien de la impasibilidad, la capacidad
para no dejarse afectar por el mundo, sus pequeñeces y sus mezquindades.”
Veamos lo que Onfray llama el Vademécum
del pensamiento hedonista, y que para mí puede ser aplicado tanto a Horacio
como a Ovidio: “amar lo que acontece; no perderse en el pasado ni en el futuro;
disfrutar el instante presente; transformar lo negativo en ocasión de
positividad; evitar la visión egocéntrica del mundo y de las cosas, comparar el
dolor propio con el dolor de los demás. Y a esto agrega la práctica de la
filosofía como ocasión de purificación, de sabiduría de reconciliación de de
uno consigo mismo y con el mundo.”(43)
La filosofía epicúrea y hedonista de
Horacio tiene su concreción en la feliz idea, concepto o tema del goce del instante soberano, del amar lo
que acontece y no preocuparse mucho por el mañana o por el devenir, lo cual
también tiene ribetes de escepticismo por su precaria valoración de la vida y
del tiempo humanos. Esta idea del “carpe
diem”, ya referida líneas atrás, está espigada en varias odas donde expone
en versos dicho asunto, siendo el
ejemplo más conspicuo su conocida Oda XI
del Libro I, dedicada “A Leucónoe”, ya mencionada más atrás en
este estudio. Veamos la oda completa:
No
investigues, Leucónoe (vedado está saberlo),
qué
destino los dioses a ti y a mi nos dieron,
ni
de Babilonia consultes los misterios.
Vale
más, como fuere, aceptar el decreto,
ya nos conceda Jove contar muchos
inviernos
o
ya sea éste el último en que abatirse vemos
contra
escollos tenaces las olas del Tirreno.
Sé
prudente; buen vino consume de lo añejo,
y
largo afán no entregues a plazo tan pequeño:
mientras
hablamos, huye con la palabra el Tiempo.
¡Goza
este día! Nada fíes del venidero.
(Traducción del latín de
Bonifacio Chamorro)
Ante
el cambiante devenir del mundo, Horacio
nos induce a aprovechar el fugitivo tiempo presente: apreciando las cosas y
momentos más sencillos, trascendemos el instante hacia una dimensión
extraordinaria, como momentos únicos, libres de la incógnita del porvenir. Como
postula Onfray, en esto consiste “la sabia modulación del placer y del ánimo y
el goce del instante fugaz” en el carpe
diem horaciano.
La filosofía de Ovidio (al igual que la de
Horacio), está permeada de un hedonismo de tinte epicúreo y de un escepticismo
muy particular. Como es sabido, Publio Ovidio Nasón (43 a.C-18 d.C.) es también
típico exponente de la literatura helenística o del igualmente llamado alejandrinismo romano, signado por el
barroquismo de la prosa, escrita en la “copla de hexámetro-pentámetro, que servía
para todo tipo de cosas”, al decir de Robert Graves, e igualmente por el empleo
excesivo del hipérbaton (figura retórica que consiste en invertir el orden de las palabras en el
discurso) que, como hemos visto, fue el lenguaje característico de la última
mitad del período de Octavio Augusto, cuando ya dicho lenguaje literario
acusaba en algunos autores un empobrecimiento desbordado por una imaginación
sin freno, que no es el caso de Ovidio. Las primeras obras de Ovidio fueron las
elegías o poemas eróticos intitulados Amores,
los cuales retoman temas y situaciones de Calímaco y Propercio y están
compuestos por tres (3) libros, y las Heroidas, diecisiete (17) cartas de amor
imaginarias escritas por míticas heroínas griegas a sus amantes o maridos, mayormente
mujeres abandonadas o “desgraciadas en el amor” (Briseida-Aquiles/ Dido-Eneas/
Enone-Paris/ Deyanira-Hércules/ Ariadna-Teseo/ Medea-Jasón/ Fedra-Hipólito).
Igualmente el célebre poema “didáctico” Arte
de Amar, también contentivo de tres (3) libros que igualmente incluyen el
poema Remedios de amor, donde
caracterizó, retrató y satirizó la época en que vivió.
En
estas dos últimas obras hay veladas críticas al régimen de Octavio Augusto, su
política hipócrita y su doble discurso en cuestiones de moral, siendo el mismo
emperador un desvergonzado libertino que tenía diversas amantes y se había
casado varias veces. Igual ocurrió con sus Metamorfosis,
que en su libro final o Libro XV,
según algunos críticos, parece
menospreciar la autoridad oficial del tirano frente a la gloria e inmortalidad
del poeta libre (encarnada un tanto por el propio Ovidio en su juventud),
cuando consideraba “que superaba a los dioses.”Por este tipo de juicios, por la
publicación de sus obras eróticas mencionadas y por otras razones, Augusto
mandó a Ovidio al exilio (en el año 8 d.C.) en la ciudad de Tomes (o Tomis), en
la costa del Mar Negro -la Dacia romana-,
actual ciudad de Constanza en Rumania. Sobre el tema de los Amores, escribe el erudito Elisio
Jiménez Sierra que: “Ovidio es, sin duda alguna, el máximo psicólogo del mundo
latino. Estudió con asombrosa penetración los efectos del amor en el
temperamento impresionable de la mujer, y llegó hasta prescribir el tratamiento
y curación del morbo sentimental,
medicamentos (Remedia amoris) que
todavía hoy se continúan administrando con éxito. Recorrió la gama del corazón
femenil con la misma habilidad que un citarista el cordaje de su instrumento.
(…) Para dar en Roma con un poeta capaz de competir con Ovidio en materia de
exquisitez y galantería, el único nombre citable sería el de Petronio, genial
caricaturista del reinado de Nerón.”(44)
Así, cuando escribió su “poema mitológico”
sobre las metamorfosis, constituido por
246 leyendas míticas que exponen o explican “las diversas formas exteriores que
adoptan personajes y cosas de la Antigüedad, desde el Caos hasta Julio César”,
ya los mitos grecolatinos de creación andaban un tanto desvitalizados, convirtiéndose
en temas o motivos literarios de goce estético habiéndose perdido en parte “su
poder moral de compulsión”, e igualmente su “influencia real sobre la
imaginación”, la sensibilidad y la acción. Esto sin restarle méritos a la
importancia de la obra del escritor latino sobre el sustrato de la mente
colectiva, un tanto afín al que surte
sobre la misma la llamada literatura popular en épocas posteriores, dueña como
lo es también de un singular poder de sugestión en el ámbito de “lo imaginario
puro”, llegando incluso a formar parte de la atmósfera moral colectiva. La
mitología romana no es sólo “una continuación de la griega con nombres
latinos”, sino que es también original añadiendo siempre algo nuevo de su
psique, de su experiencia y su ingenio para darle completud y trascendencia a
la anterior. Como lo expuso Carl Gustav Jung y la crítica cultural basada en
los “arquetipos”, más que de lo personal de un individuo concreto la mitología
expresa un sustrato atemporal encarnado en los mitos de creación y los tipos
humanos, siendo depositaria del inconsciente colectivo, “la estructura peculiar
de las condiciones psíquicas previas de la conciencia, transmitidas por
herencia a través de las generaciones”, la cual se presenta ilustrada en
numerosos y variados motivos mitológicos.
Elisio Jiménez Sierra
Elisio Jiménez Sierra sostuvo que el
hedonismo de Ovidio era un signo característico de su filosofía, e igualmente
un rasgo característico de su escritura y su persona; lo confirma cuando expone al final de dicho ensayo que: “En
rigor de verdad, la filosofía del más refinado hedonismo corre pareja en las Heroidas, con reiteradas expresiones de
trivialidad (…) Will Durant, eminente historiador y crítico de nuestro tiempo,
califica de alarmante la frase que Ovidio pone en labios de Fedra (epístola
cuarta): La virtud es todo aquello que
nos proporciona placer. Nosotros no vemos sinceramente en qué puede
consistir lo alarmante de tan delicado pensamiento. Así se hubiera expresado el
mismo Epicuro, si en lugar de graves tratados filosóficos nos hubiera legado
armoniosas elegías. Además, la frase no fue escrita por Ovidio como se lee en
Will Durant sino: Júpiter ha concedido a
los hombres que disfruten de todo aquello que proporciona placer (Jupiter esse pium statuit, quodcumque juvaret)
¿Y no es ello una palmaria verdad?” (45)
Aquí el filólogo Elisio Jiménez Sierra le enmendó la plana a Durant. Como
lo ha estudiado el referido filósofo y crítico Onfray, el hedonismo, contrario
a lo que se piensa, supone una ascesis (no un ascetismo) en la que el esfuerzo,
el trabajo, la voluntad y la tensión están encaminados a lograr el dominio de
sí mismo y yerran aquellos que llegan “a identificarlo con la vida fácil, el
abandono, el relajamiento, el descontrol. (…) El hedonismo obliga a ser fuerte
y siente repugnancia por todas las debilidades.” Ovidio cree y practica el goce
de los sentidos y del instante, y a la vez el placer y el júbilo de existir.
Como lo expuso el filósofo griego Pródico de Ceos (s II a.C.), alumno de
Protágoras y Gorgias, comentado por Onfray, “el placer se divide en múltiples
sentidos antes de poner éstos en correspondencia con los términos realmente
apropiados: alegría, deleite o bienestar que las traducciones presentan también
bajo los términos de voluptuosidad y delectación.” (46) Igualmente Ovidio cree firmemente en los poderes de la ficción
y la imaginación como terapia para la psique.
Volviendo a Horacio, hay un poema
salutatorio que Elisio Jiménez Sierra le dedicó al lírico latino (escrito en
1970), redactado con un tono a la vez familiar laudatorio y quejumbroso,
requisitorio pero franco en el cual el poeta Jiménez Sierra habla a Horacio de
tú a tú, de poeta a poeta, que se titula “Epístola moderna al viejo Horacio”,(47) escrito cuando fue a pasar unas
vacaciones en Atarigua (su aldea nativa en el estado Lara, ya vimos, situada en
la región centro occidental de Venezuela), llevándose un volumen contentivo de
sus obras completas para leerla junto al río Tocuyo, debajo de un sauce y donde
el poeta y escritor venezolano pasa revista precisa de algunos de sus temas
esenciales. En esta amable misiva poemática al maestro y “padre” Horacio, el bardo
criollo declara con tono un tanto melancólico que, antes que “la guerra entre cántabros
y escitas”, la carta a los Pisones, la velada adulación al César o algún pasaje
licencioso, prefiere los versos suyos donde canta “las Gracias y los dones de
Baco” y su “casita lejos del bullicio, en donde con las Musas te escondiste.”
Veamos unos fragmentos:
I
Mi buen Horacio: en estas vacaciones
te
llevaré sin notas eruditas
en el
bolsillo de los pantalones:
tú
de pocos remilgos necesitas.
Basta sedimentar las intenciones
de gozar tus epístolas,
escritas
al
hilo de humorísticas razones.
Te leeré en las claras mañanitas,
junto al Tocuyo, rio de los gayones:
ya tengo visto, para mis visitas,
un sauce de dormidas ramazones.
Ayer
compré tus obras, nuevecitas
y
coloreadas con ilustraciones
casi infantiles; prólogos ni citas
aparecen allí de
los jesuitas,
ni
de los trasnochados pedantones.
Amo para solaz las ediciones
amenas de tus obras exquisitas;
amo
los versos donde el alma pones,
donde
a la risa y al placer invitas,
donde
cantas las Gracias, y los dones
de
Baco, no la Carta a los Pisones,
ni la guerra
de cántabros y escitas.
El apólogo aquel
de los ratones:
uno tenía gustos
sibaritas
y el otro
campesinas aficiones;
(…)
II
Eres, maestro, todo el equipaje
que
anuncio preparado en el bolsillo
para
mis quince días de paisaje.
Con impaciencia de soñar, ensillo
mi
caballo chucuto, y en el viaje,
mientras
cabalgo, vierto en romancillo
la
pícara canción para Lalaje;
o
en verso endecasílabo el pasaje
donde
morir querías con sencillo
corazón
de poeta; sin ambaje
te
digo que me gusta el caramillo
de
tus pastores, y que su lenguaje,
cuando
parlas de amor, huele a tomillo.
El himno a Fauno me parece el gaje
más
puro de tu estro, como el brillo
de las
estrellas en su paralaje…
(…)
III
Feliz tú, padre
Horacio, que tuviste,
en
un mundo de bélico ejercicio,
una
casita lejos del bullicio,
en
donde con las Musas te escondiste.
Feliz tú, que el
secreto descubriste
de
la vida mediana. Amor sin vicio,
paz
con amor, placer sin sacrificio:
he
ahí la fortuna en qué consiste.
Como es sabido, Mecenas, también poeta y
dramaturgo además de protector suyo, regaló a Horacio (por el año 34 a.C.) una
pequeña quinta o casa rústica de campo en la Sabina (o montes Sabinos) sector
en las afueras de Roma en dirección este. A su amigo dedicó, como hemos visto,
varias de sus Odas y Epodos. En la Oda I del Libro I le refiere Horacio a su amigo que de todas
las ocupaciones, trabajos y entretenimientos de los hombres, él prefiere la
escritura de la poesía lírica, que el
poeta latino iguala a la gloria humana que se acerca a los dioses. Dice un fragmento:
A
mí la hiedra, galardón de doctos,
me
hace sentirme de los dioses cerca;
y
me aparta del vulgo el fresco bosque
en
que ninfas y sátiros alternan,
si
Euterpe de su flauta o Polimnia
los
dones de su lira no me niegan.
(Traducción del latín de
Bonifacio Chamorro)
Muchos poemas laudatorios de la vida, la
belleza, el placer, el goce del instante, la virtud, la amistad los escribió Horacio al amparo y albergue de
esa rústica finca o casa. Tal la Oda XX
del mismo Libro I, donde reseña una
ocasión festiva para el poeta cuando recibe en su morada de nuevo a Mecenas,
ofreciéndole un vino sabino del lugar, macerado y añejado en tinajas griegas
por el propio Horacio. Siguen para el poeta en dicha casa las jornadas de
celebraciones báquicas y anacreónticas, fiestas, festines y banquetes. En otra de ellas (Oda XIX del Libro II) cree, o está seguro de haber visto (se supone que en
plena visión de ebriedad) al mismísimo Baco acompañado de su cohorte. Un
fragmento reza:
Yo he
visto a Baco en las ocultas rocas
(creedme
venideros) enseñando
sus
canciones a Ninfas muy atentas;
y a Sátiros caprípedos
que
aguzaban, astutos, sus orejas.
(Traducción
del latín de B. Ch.)
Para algunos escoliastas,
presenta aquí Horacio a Baco como una de las deidades protectoras “tan terrible
para sus enemigos como amable para los que bien le quieren”, tomando como
modelo o referencia, probablemente, un ditirambo griego que se supone perdido.
La Oda VIII del Libro III,
dedicada igualmente a Mecenas a celebrar, es también una ofrenda al dios Baco,
en agradecimiento por el milagro de haberle salvado la vida de una muerte
cierta en la finca de la Sabina, cuando un tronco de árbol se le vino encima. Veamos
un par de versos del poema:
Ver que en Calendas de marzo
yo,
reconocido célibe,
preparo flores e incienso
y brasas y tierno césped
(…)
Sabe,
pues, que ofrecí a Liber
un
agradable banquete
y
el más blanco cabritillo,
cuando por él
me vi indemne
el
día en que un rudo tronco
me puso en trance de muerte.
(Traducción
del latín B. Ch.)
En
la Oda IV del Libro III, canta el poeta latino circundado por los bosques de su
rústica casa, a una de las Musas, Calíope, Musa griega de la poesía épica, “la
de la más noble y entonada poesía”, siéndolo como lo era su sacerdote y su
oráculo. Escribe el ensayista y crítico
español ya citado, Lorenzo Riber, agudo comentarista del poeta, que pensaba
Horacio que las Musas “protegen a los que, dóciles a sus sugestiones, enseñan
como Horacio, la Justicia y las buenas costumbres.” Dice el poeta en un verso:
Baja
del cielo, oh soberana Musa,
e
inspírame una lenta melodía
con
tu sonora voz o con tu flauta,
o
como Apolo en cadenciosa lira.
(Traducción del
latín de B. Ch.)
Mencionamos estas composiciones
celebradoras y laudatorias de dioses, festividades, embriagueces o ebriedades,
música y musas porque, básicamente, aquí está concentrada, digamos, la esencia
de la poesía lírica horaciana. Horacio tocaba o pulsaba la lira (instrumento
inventado por el dios Hermes) y muchos de sus poemas en esos festines con sus
amigos y allegados, eran acompañados generalmente con ese instrumento. Horacio
acompañaba seguramente algunas piezas suyas y otras de sus amigos del círculo de Mecenas
en sus recitaciones, y a su vez también era acompañado por cierto miembro o
contertulio del grupo. La poesía de Horacio bebió en la primitiva lírica
monódica griega, que era una lírica “encomendada a un solo intérprete” a
diferencia de la lírica coral, “ejecutada por conjuntos de voces y concebida
según pautas más solemnes y elaboradas.” Horacio, como comentamos páginas
arriba, tomó algunos temas y pautas de Arquíloco, Alceo y Anacreonte. La lírica
contiene, pues, “una intensidad subjetiva y personal” que suponía también en
sus inicios griegos y luego en los tiempos helenísticos alejandrinos y romanos,
un acompañamiento musical destinado a una lectura privada o a una
interpretación pública sujeta a criterios musicales mas sofisticados.
Música, ebriedad e inspiración son de
este modo íntimas claves de la lírica horaciana. En este sentido el escritor y
filólogo Elisio Jiménez Sierra anotó en un escrito suyo que desde los lejanos
tiempos griegos y romanos, “la herencia de Anacreonte” había sido -y es- una
tradición fructífera y benéfica en la lírica occidental, en cuanto a producción
literaria, salvando por supuesto, la producción de mucha creación poética vacía
o mediocre inspirada en estos temas. En la antigüedad existía una conexión
entre la música, el canto, el éxtasis, la embriaguez, la creación artística y
la inspiración poética. Dioses, héroes, heroínas, sibilas, pitonisas, magas,
ninfas, sátiros y musas habitaban y tenían presencia así en la psique antigua
en conexión con la música, la poesía y el arte y éstos a su vez estaban
imbricados con la naturaleza. Como escribe el ensayista y crítico español
Enrique Ocaña, estos estados contribuían de cierta forma a despertar e iluminar
la conciencia, en convivencia plena con su entorno natural ya que “mantenía una
relación y participación ebria con la naturaleza: vivía de sus fuerzas sin
pretender un dominio destructivo sobre ellas.”(48) Por ejemplo, el vino estaba conectado con el canto, y éste a su
vez lo estaba con la inspiración poética lírica de las Musas y con lo sagrado.
Arquíloco, por ejemplo, manifestaba ser “Conocedor del amable don de las Musas.”
Un poeta como Alceo (620-586 a.C.), nacido en Mitilene, escribió que: “El vino,
pues, es el espejo del hombre.” Otro de sus pensamientos reconoce que el vino
(y la embriaguez) depara en la subjetividad una suerte de unidad y plenitud
que, bien llevada y con autodominio personal en lo que se denomina “el goce de
la ebriedad”, que colinda con una especie de éxtasis, está encaminada a revelar
la verdad interior de cada uno: “El vino, caro amigo, es también la verdad.”
Pensaba igualmente que este elixir ayudaba a aligerar terapéuticamente las
penas de la vida: “Todas las penas hallan consuelo en el vino.” Como apunta
Ocaña, “La ebriedad juega con la temporalidad, pues abre en ella una suerte de
entrada hacia ausencias sin cronómetro”, un estado de trascendencia conectado
en la antigüedad con la espiritualidad y el tiempo sagrado del rito y el mito.
Así, precisa el ensayista español que: “Si nuestro concepto de realidad
presupone una distinción entre sujeto y objeto, la ebriedad puede contribuir a
regresar sobre estados prelógicos y elementales del ser.”(49)
Anacreonte (hacia 590-475 a.C.), poeta
jónico nacido en Teos que vivió en Abdera, en Samos y en Atenas es conocido por
sus cánticos a Baco, al Amor y a las
Musas aunque también compuso himnos, elegías y epigramas además de pulsar la
lira. Dueño de un marcado y amoroso refinamiento, al Igual que a Alceo “Toda
circunstancia le parecía propicia para recurrir a libaciones abundantes”, y por
dedicarse a la composición de versos, a festejar la vida y a entregarse con
hedonismo a los placeres “de que es posible disfrutar en el curso de la
existencia.”De él han sobrevivido fragmentos de canciones o cánticos que
festejan y celebran el amor, el placer y el vino escribiendo también textos
satíricos donde “se invocan los dioses sin excesiva convicción” manteniendo
siempre el equilibrio y la modulación temperamental. Un fragmento de una Oda suya que nos recuerda la fugacidad
del instante horaciano, titulada “El
placer”, reza que:
Gocemos, lo demás
Es sólo una quimera;
El curso de los años
Acaba con presteza.
El
presente no dura;
Del porvenir
¿qué queda?
(Traducción del griego de A. Lasso de la
Vega)
Al contrario que en la antigüedad, que
la ebriedad estaba conectada igualmente con la memoria terapéutica personal y
colectiva (la Musa-Madre Mnemosine, la Memoria), en nuestro tiempo esquizoide y
neurótico la libación está conectada con Leteo (el Olvido). Precisa el mencionado
crítico Ocaña algo muy cierto, y es que: “En la mitología moderna de la
ebriedad hay cierto hastío de la conciencia occidental que necesita liberarse
de la memoria de sus infamias y los residuos del trabajo civilizatorio, en un
progresivo acercamiento al olvido, a Letheo,
y finalmente a Thanatos. La ebriedad
no sería desde esa perspectiva un fenómeno de abundancia y plenitud, sino de
cansancio y fatiga vital: renuncia a proseguir un viaje agotador e incierto.”(50) Aún así, escribe Ocaña algo que nos
parece no menos puntual e importante: “El arte aparece en este contexto como
último refugio de lo sagrado, y la capacidad creativa del individuo como
reducto final de trascendencia, símil microcósmico de un universo que sólo
encuentra justificación como fenómeno estético, una vez liberado de su
estructura teológico-moral.”
Para los antiguos griegos y romanos, las
Musas existían y tenían sentido en la vida como deidades psíquicas interiores o
potencias del alma que propiciaban la creación musical, poética y artística.
Eso quiere decir que tenían vida propia dentro de ellos. En Occidente, por
ejemplo, como lo ha estudiado Walter F. Otto la relación entre las Musas y el
canto es inmemorial, ya que existe una conexión prelógica con la divinidad
“desde los viejos tiempos indoeuropeos”, y si los dioses cantan, los espíritus
femeninos y cantores humanos también lo hacen como un reflejo de ellos. Como escribe
Otto, la Musa “es el canto mismo.” La clave está en que sólo el hombre habla y
el don del lenguaje lo pone por encima de los demás seres vivos, y por este
mismo hecho: “Se sabe que incluso algo precede a la palabra del hombre: esto
debe ser escuchado y vivido antes de que la boca lo haga perceptible para el
oído, y se sabe también que esta voz inspirada, llena de secretos, que precede
al habla armoniosa de los hombres, pertenece a la misma naturaleza de las cosas
como una manifestación divina que se revela con su esencia y con su carácter de
excelencia.”(51) Como se sabe, las
Musas, diosas de las ciencias y de las artes, hijas de Zeus y Mnemosina y
personificaciones del don de la poesía, la música y el canto son nueve: Clío,
de la historia; Melpómene de la tragedia; Talía, de la comedia; Euterpe, de la
música; Terpsícore, de la danza; Erato, de la poesía amorosa; Calíope, de la
épica; Urania, de la astronomía y Polimnia, del canto. Vivían en el Olimpo y
cantaban en los banquetes de los dioses. Pegaso les servía de cabalgadura. Como
hijas de Zeus y manifestaciones de su espíritu, igualmente están íntimamente
ligadas y emparentadas con otros de sus hijos, tales como Apolo, Hermes,
Dioniso y Heracles y con deidades benefactoras como las Ninfas. Comenta Otto
también que los poetas siempre se refieren al hecho de que sus textos se
originan en la inesperada presencia de un ritmo en su espíritu, que al poeta “le surge una melodía” emparentada
con “el espíritu del canto-hablado originario”, que habla desde la armonía
misma del ser, y que “asalta de improviso al poeta y no lo suelta hasta que
él no la ha reducido a palabras
conformadas para el oído.”
Por su parte, el humanista Elisio Jiménez
Sierra consideraba que en la antigüedad, en el contacto o la conexión con las
Musas estaba la esencia o clave de la poesía, como voz interior o suerte de numen benéfico de la poesía, el canto y
la música aunque también es verdad que en nuestro tiempo la inspiración
consiste en trabajar todos los días, como lo postulaba Baudelaire. En este
sentido, hay un texto breve en prosa (inédito, escrito en el año 1994) de
Jiménez Sierra intitulado “Alba y ocaso de las Musas”, donde traza el origen y
el declive de las mismas en nuestra cultura. He aquí el texto completo: “Las
Musas tuvieron su alba de oro, cuando en los días de su apogeo primaveral se le
aparecieron al joven Hesíodo, futuro cantor de los dioses, en una fresca
mañana, a la orilla de una fuente del Helicón. Después se les vio acompañar con
sus claras risas virginales la ceguedad errabunda de Homero, dictándole entre
risas la dramática viudez de Andrómaca y la mirada sorprendida de Nausica. Pero
el clavel de su sonrisa comenzó a marchitarse cuando la inspirada Safo murió de
repente en su armonioso jardín de Mitilene. La edad media fue para el esplendor
de todas ellas un espeso cono de sombra, que logro apenas aclararse a
principios del Renacimiento. Fue entonces el instante cuando el ojo todavía
penetrante de Ronsard creyó sorprenderlas vagando por los caminos, solas y mal
trajeadas, destituidas de toda majestad.”(52)
Luego del ocaso, como se expresa en el mito del eterno retorno, siempre
espera un nuevo renacer: si las Musas desaparecieron de la escena, su canto y
su música permanecen como voz interior susurrando en el oído del poeta y el
creador, tal como lo expuso Walter Otto.
Volviendo a Horacio, la celebración, la
embriaguez y el carpe diem, tenemos
que se basan estos en un arte de vivir el momento, de apreciar y vivir la vida
intensa y gratamente manteniendo la medianía -o justa medida- con sobria
sabiduría, sabiendo lo que queremos. Dice así, en el verso final de la Oda XVI del Libro III, dedicada “A Mecenas”:
Al que
mucho desea
muchas
cosas le faltan.
Feliz
aquel mortal a quien los dioses
dan justamente aquello que le basta.
(Traducción del latín de
Bonifacio Chamorro)
Lo mismo se
patenta en esta otra Oda XIV del Libro II dedicada “A Póstumo”, amigo
suyo, donde campea y resalta, como anotó el escritor y filólogo Elisio Jiménez
Sierra sobre la oda horaciana, el tema del carpe
diem y de “la fugacidad de la vida y el señorío de la muerte”. Veamos un
fragmento de la misma:
Apremiante
nos
llega la vejez con sus arrugas
y
un anuncio de muerte inevitable
sin
que ni la virtud ni las plegarias
a
detenerla basten.
Vano
será que inmoles cada día
trescientos
toros a Plutón.
(Traducción del latín de B. Ch.)
Al igual que Ovidio, la filosofía vital
de Horacio se inscribe básicamente, pues, como hemos señalado, en el
epicureísmo hedonista romano de su tiempo. Como apuntó el mencionado filósofo
francés Onfray, el carpe diem
horaciano “sintetiza el espíritu del epicureísmo en su versión tardía con esta
fórmula de considerable fortuna: invita a recoger hoy mismo las rosas de la
vida que muy pronto se marchitan, propuesta de un arte de gozar plenamente el
presente, que no se contamina con la idea ni con el temor de la muerte,
sabiduría de un goce que se logra por la coincidencia de uno mismo con el mundo
en la dimensión del momento.”(53) Es
decir, el simple y puro placer de existir, eso sí valorando los placeres
estéticos, eróticos o gastronómicos (de la mesa y de la cama), sin que esto
conlleve dolores, malestares, sufrimientos o remordimientos posteriores.
Moderar los deseos, renunciar a muchas ficciones sociales, buscar la paz
interior, reducir las necesidades a lo elemental, señala Onfray. La comida
epicúrea es sobria y parca. El placer gastronómico orgiástico que se describe
en “el festín de Trimalción” del Satiricón de Petronio, representa lo contrario
de la dieta epicúrea compuesta de productos de la tierra y el mar, una dieta mediterránea frugal y sencilla,
diríamos, compuesta por nueces, miel, “garbanzos, col y sardinas relucientes de
frescura, queso apenas cuajado en sal, lechugas y aceitunas. En otras
ocasiones, hígado de cerdo con cebolletas y una achicoria”, escribe Onfray. En
cuanto al vino, “no hay uno de primera calidad, sino probablemente un crudo
local ligero y con poco alcohol.” Una dieta más cercana a la naturaleza que a
la cultura: “Cocinar también forma parte del ejercicio filosófico, lo mismo que
comer.”
El filósofo francés reporta en su libro
mencionado, el descubrimiento de una construcción, hecho por unos obreros cuando excavaban en
Italia en el año 1752, debajo de la ciudad de Resina (construida sobre las
ruinas de la antigua ciudad de Herculano, destruida -al igual que Pompeya- por
el volcán Vesubio en el año 79 de nuestra era), y que luego los arqueólogos
determinaron que eran restos de la antigua villa o casa de lujo donde se ponía
en práctica la filosofía hedonista epicúrea: la Villa de Pisón o Villa de los
Papiros. “Se trata de Lucio Calpurnio Pisón, cónsul en 58, suegro del mismísimo
César”, escribe Onfray, y el personaje influyente y adinerado militar padre de los Pisones, a quienes Horacio
dedicó la conocida “Epístola a los
Pisones”, o Arte Poética. Los
Calpurnios Pisones, originarios de Etruria y descendientes de Numa Pompilio,
estaban divididos en dos ramas: los Cesoninos, y los Frugi. De estas dos gens nacieron posteriormente infinidad
de militares con los mismos nombres, algunos hijos naturales, otros adoptivos,
que ocuparon todo tipo de cargos -militares y civiles- durante los períodos
anteriores y posterior es a Julio César. Ejercieron también funciones en los
mandatos de Augusto, Tiberio, Claudio y Nerón. De los antiguos Cesoninos,
emparentados después con Julio César por matrimonio, el más antiguo es Gaius Calpurnio
Pisón (Pretor en 211 a.C.) y luego su hijo mayor, Cayo Calpurnio Pisón (Cónsul
en 180 a.C.) y el menor, Lucio Calpurnio Pisón (Propretor y embajador en
Grecia). Posteriormente -dos o tres generaciones después-es cuando aparece un
cuarto Lucio Calpurnio Pisón (Cónsul en 58 a.C.), probablemente bisnieto o
tataranieto del primero, quien fuera el padre de Calpurnia, última esposa de Julio
César. Llevado a juicio por corrupción y crueldad durante el mandato de Julio
César, fue atacado en sus escritos por Cicerón, destituido y después tuvo
cierto protagonismo antagónico en su gobierno. Luego viene otro Lucio Calpurnio
Pisón (Cónsul en el año 15 a.C.), muy probablemente hijo del anterior, quien
ocupó cargos durante el mandato de Augusto y fue prefecto de Roma en el régimen
de Tiberio. Murió el militar a los ochenta años. Fue a este Pisón y a sus dos
hijos a quienes Horacio menciona en su Arte
Poética. Es decir, que el Lucio Calpurnio Pisón (Cónsul en 58 a.C, padre de
la esposa de César y suegro suyo, a quien quizás conoció también Horacio) de
esta segunda o tercera generación, dueño de la villa epicúrea, era el papá del
segundo Lucio Calpurnio, Cónsul en el año 15, y abuelo de sus dos hijos. Por
cierto que en el año 65 d. C., un
descendiente o familiar suyo, de nombre Cayo Calpurnio Pisón, abogado, político
y orador fue acusado de una supuesta conjura para asesinar al emperador Nerón y
quedar él como sucesor suyo, la cual fue abortada y condenado a muerte Pisón, junto con el filósofo Séneca y su sobrino, el
poeta Lucano, también implicados en la conjura, quienes posteriormente se
suicidaron todos ese mismo año 65.
La comunidad epicúrea establecida allí en
el siglo I a.C., era dirigida por Filodemo de Gadara, filósofo sirio y oriental
helenizado, educado en Atenas, que escribió varios tratados de moral, lógica,
teología, historia y filosofía y que conformaban, junto con otros autores de la
época como los propios Horacio y Virgilio, la selecta y nutrida biblioteca de
rollos de papiro de la villa (o casa hedonista), siendo la única biblioteca que
sobrevivió a la Antigüedad. Filodemo también era poeta y escribió epigramas
eróticos que luego serían recogidos en la conocida Antología Palatina. Aparte de los temas del hedonismo y la amistad
epicúrea con que contaba la biblioteca, también albergaba títulos con temas
literarios, mitológicos y estéticos de ese tiempo y poseía obras de varios
autores griegos y romanos más antiguos tales como los oradores, los filósofos,
los retóricos y los poetas. Estaba la suntuosa villa bellamente decorada con
frescos o pinturas murales (como era usual en Herculano y Pompeya en esos
tiempos, siendo esta técnica pictórica la forma de expresión plástica más
importante y representativa dela época), que ilustraban las paredes con
diversas escenas rituales de los dioses romanos, y con otros temas eróticos,
mistéricos y religiosos de la mitología y la iconografía grecolatinas.
Es sabido que la villa, que Onfray llama también “monasterio pagano”, fue
visitada por Virgilio hacia el año 49 a.C. y muy seguramente también por
Horacio por las mismas fechas, como lo consigna el escritor francés. Por otro
lado, el poeta de Venusa menciona precisamente a Filodemo en la Sátira II del Libro I, donde Horacio trae a colación el tipo de mujer que
prefiere Filodemo. Igualmente en algunos versos horacianos, él mismo hace
referencia al modo de vida hedonista que se practicaba en la casa de Pisón.
Menciona Onfray que dicha casa tenía una vista panorámica despejada y
espectacular del golfo de Nápoles en la costa del mar Tirreno, y que figuraba
entre “las más lujosas del mundo latino.” Lo cierto es que este “segundo
epicureísmo romano”, llamado también “Epicureísmo de la Campania“ por la
denominación de la región meridional de Italia donde se encontraba ubicada la
casa, rechazaba “tanto la ascesis austera del Maestro como el abandono a los
placeres fáciles”, buscando la
definición de una nueva medida diferente más cercana a Aristipo: “Ni el placer
reducido al ámbito del matrimonio, ni el
de un juerguista o un libertino romano. Un
placer de vivir, una paz adquirida, una serenidad que nada perturba; este
es el objetivo al que tienden los adeptos de la nueva generación epicúrea”, (54) siguiendo a Filodemo, al pasar de
la “ascesis griega al júbilo romano”, de la metafísica helena al pragmatismo
latino. El epicureísmo había penetrado todos los órdenes sociales y los
ambientes intelectuales y culturales de Roma y se había expandido por el
Mediterráneo.
Expone Onfray que el hedonismo de
Filodemo plantea una práctica menos rigurosa de la estética epicúrea sobre la
poesía y las bellas artes, y sobre la relación del individuo con la ciudad. Si
Epicuro descarta las bellas artes por inútiles para lograr la “Ataraxia”, ya
que no conducen al hombre a la serenidad; si la poesía tampoco es esencial para
alcanzar dicho estado, y es más bien engañosa porque “pone en escena mitos,
historias”, siendo también detestable ya que “dado que hace deseables las
pasiones humanas, merece ser condenada inapelablemente.”Por el contrario, Filodemo,
poeta y escritor no puede adherirse a esta opción, como tampoco puede su tardío
epicureísmo “adherirse a la recusación de la cultura en general” que practicaba
Epicuro, llegando a ser así este último, junto con los cínicos, el iniciador
del pensamiento contracultural. Para
Filodemo, la estética se entiende así, como la interacción de la filosofía con
las artes de la poesía, la música, la historia y la retórica proporcionando al
ser humano placeres, alegrías, diversiones: “En el camino de la sabiduría, la
cultura resulta ser menos un obstáculo que un aliado”, escribe Onfray. Filodemo
expone que la poesía proporciona bellas formas para bellas ideas, “pero lejos
del culto de la forma pura sin ninguna preocupación por el sentido y el de la
celebración del fondo con independencia de la forma.”(55) Como vemos este pensamiento calza, pues, a la medida con la
filosofía de vivir de Horacio y en el sentido de la poesía, con el vivir
intensamente el momento y que en nosotros mismos, en el equilibrio del alma,
debemos buscar la felicidad y “gustarla dondequiera nos encontremos.” Ahora
bien, hay que decir que, más que una crítica radical al pensamiento de Epicuro,
el epicureísmo hedonista romano de Filodemo no contradice la visión ascética
griega del Maestro, sino que al contrario, la enriquece: más que deformar su
pensamiento o coartar su libertad o autonomía, a través de ella los romanos
afinaron “el espíritu y la letra.”
Tampoco le preocupaba mucho a Epicuro si
los dioses existían o no, y si existieran, no se ocuparían en absoluto por los
seres humanos. Se mofa de este modo de los dioses pero sin embargo les concede
una existencia al considerarlos, como precisa Onfray, como “seres vivos
incorruptibles y felices” que “se mueven en el mismo universo de los hombres y
no representan ningún peligro para éstos.” Es decir, existen pero son
inaccesibles, autónomos, indiferentes: “el plano de inmanencia en que se mueven
los dioses es sin duda el mundo de los hombres, pero no el planeta Tierra (…)
La cosmogonía epicúrea supone mundos infinitos, con variaciones cualitativas y
cuantitativas en la materia: entre estos mundos se encuentran los dioses.” (56) Relata el mismísimo Lucrecio en el Libro Tercero de De
la naturaleza de las cosas, en su texto “Elogio
a Epicuro”, que al leer a su maestro se le disipan los temores y ve
producirse las cosas a través del inmenso vacío, entre ellos los dioses en su
invisible morada terrestre: “Aparece a la
vista el numen de los dioses y sus sedes tranquilas a las que ni los vientos
sacuden, ni salpican de lluvia las nubes, ni con su vano caer profana la nieve
que el acre frío condensa: un éter siempre sereno las cubre y ríe esparciendo
ampliamente su luz. Allí la Naturaleza a todo provee y ningún cuidado perturba
un instante la paz de los divinos espíritus.”(57)
Si
los dioses ya no existen o si existieron, tuvieron vida y fenecieron en la
mentalidad antigua, eso está en el caudal del ánimo, del alma y de las
creencias arcaicas de la mentalidad occidental. En todo caso, Lucrecio, como
exponente del epicureísmo romano, menos riguroso espiritual y culturalmente que
el griego, parece contradecir a su maestro al vislumbrar su morada terrenal. En
este sentido el erudito Elisio Jiménez Sierra escribió un breve aforismo que
reza en una parte: “Sentimentalmente soy cristiano, intelectualmente soy
pagano, griego, quiero decir”. Y precisamente, asumiendo esta contradicción
creadora, hay un poema de su autoría (inédito) donde toca el tema, adhiriéndose
su mentalidad pagana al politeísmo e instando a una resurrección -o
resurgimiento- de los dioses, que según él hacen falta para dar un nuevo
sentido a la vida, para “mantener los
símbolos del mundo” y “volver al área
de los sueños”. El poema se titula “Hace ya cuatro siglos”. Una voz
intemporal habla por boca del sujeto poético; dicha voz declara que hace
cuatrocientos años (el poema fue escrito a mediados de los años 70 del siglo
XX) vive proclamando la nombrada “resurrección”: si nos remontamos atrás en el
tiempo cuatrocientos años, estaríamos a mediados del Renacimiento europeo (s
XVI), y de ahí la voz seguirá proclamando lo mismo cuatrocientos años antes
(siglo XII), hasta llegar así a los primeros poetas y filósofos griegos que
tuvieron ese sentimiento. Veamos el poema completo:
HACE YA CUATRO SIGLOS
Hace
ya cuatro siglos vengo diciendo en vano:
es
preciso que los dioses resuciten,
es
necesario mantener los símbolos del mundo.
¿Dónde
hallar el sentido neptúnico del agua,
dónde
la flor peregrina del fuego?
Necesitamos reivindicar las estrellas,
virginizar
la luna violada por los técnicos,
cantar
un himno nuevo a las constelaciones,
si
queremos volver al área de los sueños.
Vivimos boca
abajo, cerca de las orugas;
en
vano un día nos erguimos
contra
las gravideces cuadrumanas
y
sentimos la frente abrirse de horizontes,
en
vano un día quitamos la boca de los hongos
y
apartamos el fémur del borde de un pantano.
Volvimos a las
cuevas para civilizarlas,
descubrimos
el fuego para incendiar los niños,
otra
vez apretamos las mandíbulas
y
crujieron los dientes de la guerra,
y
estalló un megatón sobre la harina.
Es
menester que los dioses resuciten,
que
abran los ojos en el alba prometida,
porque
ya nadie les construirá un imperio,
ni
les inventará una falsa teogonía.
Resurgirán
desnudos y sonrientes.(58)
En
este texto el polígrafo venezolano Elisio Jiménez Sierra utilizó una variante
de la antigua concepción del Eterno
Retorno, idea basada en la repetición anual de los ciclos terrenales,
muerte y resurrección de la vegetación que traía a su vez la resurrección
cíclica de los dioses, proveniente por consiguiente de las primitivas
concepciones de la “perpetua fuerza
regeneradora de la Madre Tierra, o de la divinidad que muere y resucita”
anualmente. Tal es el caso de Osiris en Egipto, Tammuz en Babilonia, Aliyan
Baal en Siria y Adonis-Attis en Grecia. Así como resurgen los dioses
cíclicamente, igual ocurre con los acontecimientos históricos. El lado pagano
de Elisio Jiménez Sierra sentía a veces “nostalgia del Olimpo”, autenticando a
la vez el sentido de las leyes eternas que gobiernan la naturaleza (y la vida
de los dioses), e igualmente el determinismo que rige la vida y el destino
humanos. Para Jiménez Sierra esos dioses que regresarán serán -al menos en este
poema- sin duda, benévolos, para nada temibles.
Ya había escrito en nuestro tiempo el
filósofo escéptico Emil Cioran, que los griegos empezaron a filosofar en el
momento en que los dioses le parecieron insuficientes, señalando que el concepto comienza donde acaba el Olimpo:
“Pensar es dejar de venerar, es rebelarse contra el misterio y proclamar su quiebra.”,
puntualiza Cioran. Si en la Antigüedad lo profundo era la filosofía, en la edad
moderna, a causa del monoteísmo, lo profundo es la religión. Si hace un tiempo
atrás en la modernidad el judeocristianismo combatió los dioses, en el nuestro
más radicalmente, la ciencia despobló por completo el universo y la naturaleza
de dioses y los desacralizó a ambos, como planteó Mircea Eliade. ¿Era Horacio
un descreído de todo: dios, dioses, religión, filosofía? ¿Era Horacio un
escéptico radical o un nihilista? Ya vimos que no completamente, como lo
hicimos notar más atrás en estas páginas, al hacer ver Elisio Jiménez Sierra
que vislumbró una actitud religiosa o metafísica en el poeta latino, cuando éste en la Oda XXXIV del Libro I llevó a cabo una retractación de su impiedad, dirigiéndose
a un poder superior para que lo guiara “a tomar ya sus olvidadas creencias y
prácticas religiosas.” Parece que, más que a un dios omnipotente se dirige allí Horacio a una Divinidad o a un Daimon personal
(e igualmente a un dios de la intemperie)
para que lo ayudara a aliviar sus tensiones, y bajar “a sí mismo” pidiendo
perdón por su impiedad. En todo caso, para un pensador pagano como Horacio esa
divinidad personal suele ser un rostro de los dioses y viceversa. Como aclara
E.M. Cioran: “A ojos de los antiguos, cuantos más dioses se reconocen, mejor se
sirve a la Divinidad, de la que no son más que aspectos, rostros. Querer
limitar su número era una impiedad; suprimirlos todos en provecho de uno, un crimen.”(59)
Es probable que haya habido escepticismo
en la última etapa de Horacio, como observamos páginas atrás, un escepticismo
con cierta acritud, melancolía, tedio, hastío, ansiedad, vacío, desasosiego,
remordimiento, Némesis. También es probable que haya acogido cierto
escepticismo más moderado, académico. Ya sabemos que el escepticismo es una actitud y un
sistema de pensamiento que permea todas las acciones humanas corroyéndolas por
dentro, develando la fatalidad ante nuestros destino, conduciéndonos muchas
veces a la resignación y al abandono. Parte de estas tendencias
autodestructivas e impotentes las drenaba y alejaba el poeta latino (haciendo
catarsis y terapia) cuando se dedicaba a la creación poética, a la composición
musical, al amor de pareja o a departir con sus amigos. Horacio se abatía eventualmente y solía drenar sus penas y
angustias con sus amistades más cercanas. Ya vimos que la práctica del
epicureísmo romano, menos estricta y rigurosa que la griega en cuestiones de
estética de la poesía y las bellas artes, le pudieron servir al lírico latino
“como último refugio de lo sagrado y reducto final de trascendencia”, o como un
símil cósmico que a su vez sólo encuentra su justificación como un fenómeno
estético autónomo, liberado de su estructura “teológica y moral.” En el Epodo XI, confiesa a su amigo Petio en
este fragmento:
No,
Petio, como antes
el
componer canciones me deleita.
Me
ha herido hondo el amor; amor tirano,
que
en abrazar mi corazón se empeña
(…)
Así, lloroso, junto a ti gemía
cuando,
al calor del vino, por mi lengua
el
dios inverocundo revelaba
mis
angustias secretas
(Traducción del latín de Bonifacio Chamorro)
Más adelante, en el Epodo XIII, dedicado a sus amigos, otro día Horacio cambia de ánimo
y de semblante y súbitamente decide celebrar, como le declaró una vez en una de
sus odas a su amigo Virgilio, para mezclar “locura
breve a la razón”, ya que “es dulce
alguna vez perder el juicio”. Ha estado lloviendo y cayendo nieve, en el
cielo rugen con tormentas “los vientos Tracios”,
y sin embargo el poeta decide celebrar.
Un fragmento:
Aprovechemos
la ocasión, amigos,
y, si
hay vigor y varoniles ánimos,
no
haya en la fiesta arrugas,
pesadumbre
de ancianos.
Saca
de la bodega aquel buen vino
que
conoció los días de Torcuato,
en
los que yo nací, nada más pienses:
un
dios traerá tal vez días más claros
unjámonos ahora
con oloroso nardo,
y, a los acordes de la lira, echemos
fuera del corazón tristes cuidados.
(Traducción del latín de B. Ch.)
Como hemos
visto, la relación poética y literaria que en términos generales el poeta,
escritor, humanista, filólogo y erudito venezolano Elisio Jiménez Sierra
experimentó a lo largo de su vida a través de la lectura de estos dos líricos
latinos nombrados, Virgilio y Horacio (e igualmente con Ovidio, aunque de forma
más atenuada),fue, pues, muy enriquecedora y fructífera para su propia creación
e igualmente le sirvió como guía ejemplarizante y reflexiva para su existencia,
llevando implícitos también, por supuesto, variados matices y contrastes
creativos con ambos autores.
Como lo ha hecho ver la crítica moderna,
durante los siglos I-II de nuestra era., la poesía de Horacio no tuvo
imitadores fieles de su estilo, aunque sí alguna resonancia en líricos
posteriores como Persio y Juvenal, siendo leído en las escuelas y editada una
que otra de sus obras. Durante el siglo III aparece aquí o allá en algún
volumen un comentario de sus libros, permaneciendo su lectura, eso sí, hasta el
final de la antigüedad aunque no a la par de Virgilio. Durante la Edad Media se
eclipsó su figura hasta que fue mencionado por Dante y luego posteriormente en
el Renacimiento fue reivindicado, como vimos, por Petrarca haciéndose más
frecuente su lectura, siendo sin embargo poco emulado en Italia. En España se
encuentran reminiscencias horacianas en el Marqués de Santillana, en Garcilaso
y en Fray Luis de León. En el siglo XVI, en Holanda, igualmente hay influencias
de Horacio en Erasmo de Rotterdam. En el siglo XVII continúa el magisterio de
Horacio, cuando es imitado en Francia por Boileau, quien escribió sátiras,
epístolas y un arte poética. En dicho siglo
XVII es más relevante la influencia del lírico romano, ya que es traducido e
imitado en Alemania, y en Inglaterra por Milton. En la época romántica su
influencia y su lectura decayeron, aunque entre el público de formación clásica
mantuvieron su vigencia. No fue sino hasta
el siglo XX cuando comenzó a ubicarse su obra en un contexto preciso del
período augusteo, situándola en una tradición literaria y en un marco político
determinados. A partir de aquí comienza, pues, lo que sería la definitiva
universalidad de dicha obra, un destino que ya había vislumbrado el propio
Horacio para su poesía y para sí mismo. Tal como lo escribió en la Oda XXX, última composición del Libro III, intitulada “Vaticinio de su gloria”, texto
con el cual cierra un ciclo y declara el poeta latino su inmortalidad.
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4 Gilbert
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críticas. Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de
Venezuela, Caracas, 1967.
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7 Paul Oskar Kristeller, Ob. Cit.
8 Elisio Jiménez Sierra, Exploración
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15 Elisio Jiménez Sierra, Psicografía
del padre Borges. Ediciones de la Imprenta Oficial del Estado Yaracuy, San
Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1966.
16 Paul Oskar Kristeller, Ob. Cit.
17Elisio Jiménez Sierra, Exploración
de la selva oscura. Ensayos sobre
Dante y Petrarca.
18Martín de Riquer, José María Valverde, Historia de la literatura universal. Editorial Gredos, Madrid,
2007.
19 Francesco Petrarca, Il Canzoniere.
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20 Henri Peyre, ¿Qué es el
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21 José María de Heredia, Los
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1980.
22 Elisio Jiménez Sierra, “Los
Trofeos de Heredia. Génesis de una versión inconclusa”.(Manuscrito
mecanografiado). Inédito. Archivo de Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo.
Yaracuy, Venezuela, 1982.
23 Horacio, Poesías escogidas. Estudio
preliminar y bibliografía seleccionada por Juan Alcina Rovira. Traducción
directa del latín por Vicente López Soto. Editorial Bruguera, Barcelona, 1974.
24 Elisio Jiménez Sierra, La aldea
sumergida. Seguida de “El anillo simbólico.” Versiones de poesía europea, y un dossier del Primer Coloquio Regional de Literatura
Elisio Jiménez Sierra. Selección y prólogos de Gabriel Jiménez Emán. Ediciones
Fundación Elisio Jiménez Sierra, coedición con el Ministerio de la Cultura y el
Centro Nacional del Libro. Tipografía Horizonte, Barquisimeto, edo. Lara,
Venezuela, 2007.
25 Virgilio, La Eneida.
Prólogo de Carlos García Gual. Editorial Edaf, Barcelona, 2005.
26Michel Onfray, La fuerza de
existir. Manifiesto hedonista. Editorial Anagrama, Barcelona, 2008.
27Alfred Gudeman, Historia de la
literatura latina. Editorial Labor, Barcelona, 1952.
28 Alicia Entel, “El período
helenístico”, en “Capítulo
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29 Carles Miralles, El helenismo.
Época helenística y romana de la cultura griega. Montesinos Editor,
Barcelona, 1981.
30Nora Catelli, “Entrevista con Harold
Bloom.”, en Revista “Quimera”, Nro.
105. Editorial Montesinos, Barcelona, 1991.
31 Horacio, Poesías escogidas. Estudio
preliminar y bibliografía seleccionada por Juan Alcina Rovira. Traducción
directa del latín por Vicente López Soto.
Editorial Bruguera, Barcelona, 1974.
32 Horacio, Poesías escogidas.
33 Horacio, Ob. Cit.
34 Horacio, Ob. Cit.
35 Horacio, Ibid.
36 Elisio Jiménez Sierra, “El Canto
Secular de Horacio.”La Luna cuando era diosa. (Ensayos de selenismo religioso).
Inédito. Archivo de Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy,
Venezuela, 1975.
37 Elisio Jiménez Sierra, Ob. Cit.
38Elisio Jiménez Sierra, Ob. Cit.
39Publio Virgilio Marón, Quinto Horacio Flacco, Obras completas.
40Horacio, Poesías escogidas.
41Horacio,Ob. Cit.
42Elisio Jiménez Sierra, “El Canto
Secular de Horacio.”
43MichelOnfray, Las sabidurías de
la Antigüedad. Contrahistoria de la filosofía, I. Editorial Anagrama,
Barcelona, 2008.
44Elisio Jiménez Sierra, “Las
Heroidas de Ovidio.” Estudios grecolatinos y otros ensayos literarios .Selección
de Ennio Jiménez Emán, prólogo y edición al cuidado de Gabriel Jiménez Emán. Ediciones
Imaginaria, Colección La llave de plata, coedición con la Fundación Elisio
Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela,2004.
45 Elisio Jiménez Sierra, Ob. Cit.
46Michel Onfray, Las sabidurías de
la Antigüedad.
47 Elisio Jiménez Sierra, “Epístola
moderna al viejo Horacio.” (Manuscrito mecanografiado). Inédito. Archivo de
Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1970.
48 Enrique Ocaña, El Dioniso moderno
y la farmacia utópica. Editorial Anagrama, Barcelona, 1993.
49 Enrique Ocaña, Ob. Cit.
50 Enrique Ocaña, Ob. Cit.
51 Walter F. Otto, Las Musas. Y el
origen divino del canto y el habla. Ediciones Siruela, Madrid, 2005.
52Elisio Jiménez Sierra, “Alba y
ocaso de las Musas.” (Manuscrito). Inédito. Archivo de Elisio Jiménez
Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1994.
53 Michel
Onfray, Ob. Cit.
54 Michel
Onfray, Ibid.
55 Michel
Onfray, Ibid.
56 Michel Onfray, Ibid.
57 Eduardo Valenti Fiol, Lucrecio.
Editorial Labor, Barcelona, 1949.
58 Elisio Jiménez Sierra, “Hace ya cuatro siglos.” (Manuscrito
mecanografiado). Inédito. Archivo de Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo.
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Imprenta de Collado, Madrid, 1821. (Edición bilingüe latín-castellano de los
poemas de Horacio)
2.- Las poesías de Horacio. Tomo III. Traducción en versos castellanos,
con notas y observaciones críticas por Don Juan de Burgos. Imprenta de Don León
Amarita, Plazuela de Santiago, número I, Madrid, 1823. (Edición bilingüe
latín-castellano de los poemas de Horacio)
Ennio
Jiménez Emán nació en Caracas en 1952. Licenciado en
Letras por la Universidad Central de Venezuela (1982) con tesis sobre Octavio
Paz. Ensayista, ha publicado en periódicos y revistas culturales de Venezuela y
del exterior. Premio “Miguel Otero Silva”, Mención Ensayo, de la Escuela de
Letras de la Universidad del Zulia, Maracaibo, 1987. Premio “Tierra del Agua”,
CONAC, Mención Ensayo, de la Dirección de Cultura del estado Delta Amacuro,
Tucupita, 1993. Es autor de los libros de ensayo, Aracné, cuatro ensayos literarios
(1984); Notas apocalípticas. (Temas contraculturales) (1988); Las
voces ocultas (1992); Diario Nómada (2001); Cioran
el escéptico (2017). (Texto electrónico); Gabriel Jiménez Emán: Suite
fantástica (2017). (Texto electrónico). Tiene editado un volumen de poesía:
Rito
de desvelo (2010). Ha trabajado en editoriales alternativas en el
interior del país y en los archivos bibliográficos y audiovisuales de la
Biblioteca Nacional de Venezuela, en Caracas. Ha dado charlas y conferencias
sobre literatura y cultura venezolanas en el país y en el exterior
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