Por Horacio Biord Castillo
El 1° de febrero de 2018 se
celebrará el bicentenario de Cecilio Acosta, quien nació en San Diego de Los
Altos (hoy municipio Guaicaipuro del estado Miranda) el 1° de febrero de 1818.
Dos días después de su nacimiento, el 3 de febrero, al día siguiente de la
festividad de Nuestra Señora de la Candelaria, fue bautizado por el presbítero
Mariano Fernández Fortique, luego obispo de Guayana y uno de los principales
mentores de Acosta. Recibió los nombres de Cecilio Juan Ramón del Carmen.
Fueron sus padres Ignacio Acosta y Margarita Revete. Don Cecilio, convertido en
uno de los referentes intelectuales más
importantes de la Venezuela de su época, murió en Caracas el 8 de julio
de 1881.
Al llorar su muerte, José Martí,
quien lo había conocido personalmente poco antes, escribió una hermosa elegía.
Con su verbo emocionado, expresa refiriendo a Acosta “Sus manos, hechas a
manejar los tiempos, eran capaces de crearlos. Para él el Universo fue casa; su
patria, aposento; la historia, madre; y los hombres, hermanos, y sus dolores
cosas de familia, que le piden llanto. Él lo dio a mares. Todo el que posee en
demasía una cualidad extraordinaria, lastima con tenerla a los que no la
poseen: y se le tenía a mal que amase tanto. En cosas de cariño, su culpa era
el exceso. Una frase suya da idea de su modo de querer: “oprimir a agasajos”.
Él, que pensaba como profeta, amaba como mujer. Quien se da a los hombres, es
devorado por ellos, y él se dio entero; pero es ley maravillosa de la
naturaleza que solo esté completo el que se da; y no se empieza a poseer la
vida hasta que no vaciamos sin reparo y sin tasa en bien de los demás la
nuestra. Negó muchas veces su defensa a los poderosos: no a los tristes. A sus
ojos, el más débil era el más amable. Y el necesitado, era su dueño. Cuando
tenía que dar, lo daba todo: y cuando nada ya tenía, daba amor y libros.
iCuánta memoria famosa de altos cuerpos del Estado pasa como de otro, y es
memoria suya! iCuánta carta elegante, en latín fresco, al Pontífice de Roma, y
son sus cartas! ¡Cuánto menudo artículo, regalo de los ojos, pan de mente, que
aparecen como de manos de estudiantes, en los periódicos que estos dan al
viento, y son de aquel varón sufrido, que se los dictaba sonriendo, sin violencia
ni cansancio, ocultándose para hacer el bien, y el mayor de los bienes, en la
sombra! ¡Qué entendimiento de coloso! iQué pluma de oro y seda! y iqué alma de
paloma!” (“Cecilio Acosta” en Obras de Cecilio Acosta. Caracas, Empresa El
Cojo, 1908, tomo I, pp. IX-XI).
Cecilio Acosta ha pasado a ser,
en Venezuela, uno de los personajes e intelectuales más recordados del siglo
XIX. Ello se debe a la solidez de su trabajo intelectual en distintas áreas del
conocimiento (como el derecho, la sociología, la historia y la lexicografía) y
a su actitud profundamente ética y estoica ante los continuos abusos del
autoritarismo y el personalismo, en tanto que estilos de la política durante la
fase de consolidación del estado nacional venezolano y aún luego.
La celebración del bicentenario
de Acosta ocurre en un momento muy difícil de la vida política y social del
país, en medio de una terrible situación cuyas salidas o desenlaces en el corto
plazo no es fácil avizorar. En cambio, no es difícil prever, lamentablemente,
mayores niveles de confrontación y polarización.
La cercanía de efemérides
señaladas obliga a plantearse, en cada caso, las mejores maneras de
celebrarlas, no de forma huera e intrascendente sino de acuerdo a la relevancia
de cada acontecimiento o personaje memorable. Por ejemplo, con anticipación en
Venezuela se planificó la celebración de los bicentenarios de Andrés Bello en
1981 y de Simón Bolívar en 1983, incluso la conmemoración del centenario de la
muerte de Acosta en 1981 con la publicación por la Casa de Bello de la segunda
edición de sus obras y la publicación de un volumen con ensayos sobre el gran
mirandino en edición conjunta del Ateneo de Los Teques y la Biblioteca de Temas
y Autores Mirandinos (16 estudios sobre Cecilio Acosta en el centenario de su
muerte, aparecido en 1982). Todo ello da cuenta de la importante visión de
recordar, redimensionando y proyectando al futuro, hechos y hombres, lo cual es
distinto a un mero y, en sí mismo, no del todo inútil pero poco provechoso acto
celebratorio (al estilo de un desfile o una ofrenda floral, sin desmerecer
tales manifestaciones en los casos en los que deben cumplir una función
pública).
Algo parecido en cuanto a
previsión, aunque con menos fuerza, debido a la crisis económica y política que
sirvió de antesala a la actual, sucedió con la conmemoración del medio milenio
de la llegada de Colón a América en 1492 y a los territorios que llamó Tierra
de Gracia en 1498. Entre otros, Lewis Hanke, el gran historiador norteamericano
que estudió la figura de fray Bartolomé de Las Casa y sus luchas por la
justicia en la América Española, como invitado de la Academia Nacional de la
Historia en la cátedra José Gil Fortoul, propuso una serie de ideas sobre cómo
se podría celebrar dichas efemérides.
Es de lamentar, sin embargo, que
en Venezuela las décadas entre 2010 y 2030, cuando se celebran los
bicentenarios de las guerras de Independencia y de fundación del estado
nacional, prácticamente se nos hayan ido hasta ahora en medio de terribles
confrontaciones, inestabilidad económica, conflictividad sociopolítica y
extrema polarización sin aliento casi para pensar y repensar el proyecto
histórico que nos debe unir como país y como sociedad, para pensarnos y
repensarnos seria y profundamente, más allá de las contingencias y urgencias electorales
y de las circunstancias cotidianas.
El bicentenario de Cecilio Acosta
debería, al menos, en medio de tantas coyunturas adversas para el país, ser un
momento propicio para cinco asuntos, asumidos como plan mínimo para celebrar al
gran hombre:
Repensar la figura de Acosta como
intelectual y, a propósito de su obra y de su vida, el papel de los
intelectuales en el devenir de la República;
Rescatar su archivo y garantizar
su adecuada preservación;
Reunir su obra aún dispersa y
procurar una edición íntegra, crítica y, de ser posible, definitiva para que
esté al alcance de estudiantes, investigadores y público en general;
Editar una selección de sus obras
más importantes para circulación popular y reeditar los principales estudios
sobre su vida y obra; y
Procurar, mediante su ejemplo y
su trayectoria, mejoras sociales para el pueblo que lo vio nacer, otrora uno de
los centros poblados más importantes de la región de Los Altos y hoy,
lamentablemente, uno de los más deprimidos y desasistidos.
Los tiempos se acortan y los días
parecen pasar muy a prisa. Cecilio Acosta, no tanto en su tumba en el Panteón
Nacional como en el busto erigido en la casa-museo que lleva su nombre en su
pueblo natal, por la cercanía a la gente y, por esa vía, a las dinámicas regionales
y del país en su totalidad, nos convoca, como pensador para la revisión de su
obra y como personaje para “estudiar sus virtudes e imitarlas [que] es el único
homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas”, como dijo Martí. Un
hombre así merece otros homenajes, más trascendentes, más útiles para el
conocimiento académico y para la gente de a pie, por decirlo de alguna manera.
Un hombre así no puede ser olvidado, ni simplemente evocado sin más, sin
edificar a partir de su legado. “Llorarlo fuera poco”, nos vuelve a decir Martí
(Obra citada, p. IX).
Escritor, investigador y profesor
universitario
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