Ver no es ser





Aldo Mazzucchelli

Todo el mundo que ha estudiado  quince minutos sabe que θεωρία es la palabra griega de donde viene, calcada, nuestra "teoría", y que esa palabra griega significaba entre otras cosas "ser espectador en el teatro o los juegos"; "contemplar, observar". Es decir, un ver no involucrado, un ver a distancia, a salvo, sin ser parte. Uno de los cargos principales que pueden hacérsele al globalismo que domina tóxicamente mucha de la comunicación masiva humana desde hace unos años es que ha olvidado que ver no es ser; que por más que uno vea y "conozca" de ese modo, plano o tridimensional, pero no involucrado en la transformación de la materia, uno no es parte de lo que ve. Ver sin ser parte es esencial al globalismo: genera la ilusión de pertenecer a aquello que se ve. Resulta especialmente interesante esta acepción de la palabra θεωρία, que extraigo del diccionario Liddell: "ver, aprehender; viajar para ver el mundo; peregrinaje". Sumando y ordenando todos estos antecedentes, tal parece que la etimología del término theoria alcanza a revelarse como segunda naturaleza del modo de estar que la modernidad fue convirtiendo en centro de la vida cotidiana. Un ser "teórico", que sobre todo mira, viaja ligeramente o hace turismo, se entretiene con ser espectador, todo lo compra y consume hecho, y va perdiendo el contacto con sus posibilidades de hacer por sí mismo.

Martin Heidegger ha sido acaso el filósofo que ha avanzado primero y de modo más decisivo por estos rumbos. El cartesianismo, aproximación filosófica oficial de la modernidad occidental, está basado en el ver y el representar, en formas abstractas y lógico-matemáticas, el mundo. Así es que, como contrapartida, las dimensiones no representables 'objetivamente' (como objeto separado y contemplable) de la experiencia quedan en un espacio deslegitimado y provisorio. Ese mundo real creado desde esa visión es el mundo técnico en el que estamos instalados, un mundo abstraído y representado.

Y es sobre todo un mundo visto el tal mundo hoy representado. Nuestro sistema actual de vida en pantallas y a través de dispositivos digitales ha avanzado primero y más rápido en la codificación digital de ese aspecto del mundo que llega a través de lo visible. Quien meramente ve, se pierde de su gravedad. No siente ningún peso, ninguna fuerza a vencer, ninguna dificultad práctica de la que aprender a torcer su voluntad y adecuarla a un fin. El "ejercicio" de ver, a su vez, carga a la conciencia con un tipo de desgaste que se siente al final del día como algo malsano. Cualquiera acostumbrado al trabajo intelectual que sea capaz de trabajar, aunque sea, en su jardín por algunas horas como para sentirse físicamente cansado, reconocerá instantáneamente la distinta calidad de este cansancio físico. Y quien no lo experimente, no podrá saber, mirando estas letras, si lo que digo es cierto o no. Más indicaciones de que la cultura moderna devenida hoy global está organizada en torno al observar. "Ser es ser representado". El grado sumo de esta desviación o unilateralización debe ser la hegemonía de lo y los "mediáticos", gente cuya esencia es aparecer en una pantalla, ser representados. Asombrarse de que no parezcan tener nada en la cabeza es superfluo, pues su forma de existir consiste en lograr ser representados. "Tener cámara", que su nombre (supremo fetiche) aparezca en las revistas y demás. Así, su único gesto factible es fático: "hola, aquí estoy"; sus problemas, los de la representación: el tamaño de un culo o unas tetas, la innovación paga de cirugías plásticas, el consumo y ocio que eligen, que es vulgar hasta lo indecible, y la anécdota aburridísima de sus coitos seriales y sus peleas de ego irrelevantes y feas. Y esa clase de representación unilateraliza y oculta, nos hace perder una dimensión, o muchas. Esclaviza y subsume lo mucho y variado a lo uno con aspecto de variedad: lo "representado" como tal, donde lo que se representa no interesa, sino el acto en sí de representarlo. No extraña que, aceptado esto, la educación se haya vuelto mera metodología sin contenidos: en un mundo en el que se trata de domesticar a todos en el jueguito de la representación, en el "representar algo" lo importante es la acción de representar. El "algo", el contenido, es lo irrelevante. 

"Una imagen vale por mil palabras", elocuente idiotez tramada con seguridad por los vendedores de bagatelas en alguna agencia publicitaria neoyorquina ansiosos de pasar a la gente de una buena vez a un mundo "audiovisual", olvida que quien no tiene palabras propias nunca será capaz de adosárselas a ninguna imagen. Pero el tren de vida que promueve el globalismo para la mayoría pasa por reducir el vocabulario de la población. La falta de lenguaje y la abundancia de producto obligan a codificar para vender. No se puede marketinear globalmente lo que no tiene la forma y definición de un producto, puesto que se volvería inasible y dudoso para el consumidor. La "marca" realiza sintéticamente de la mejor manera esto, al prometer con un logo reconocible por todos una calidad que pocos son capaces de evaluar. A todo lo demás, a lo abstracto o a lo único y no llevable, no se le puede poner un precio, como bien sabe la gente de mastercard. Vivimos así en un mundo no real, sino realmente representado, cuyo más notable empeño pareciera ser controlarnos para cobrarnos. Me parece un error creer que unas representaciones son mejores que otras. Casi todas dan lo mismo a la marcha en piloto automático del globalismo, siempre que estén al servicio de una educación para el control. Ahora, representación que se deja de controlar, que se sale de madre, debe ser abandonada y demonizada. Se la debe aislar y vacunar a la gente contra ella. El tabaco fue alabado y vendido como planta de efectos medicinales notables por el milnovecientos. Vi comerciales en diarios que decían "consuma el tabaco X. El cirujano Y ha asegurado que el alquitrán que genera protege sus pulmones". Con el mismo entusiasmo se pone hoy la fotografía gore de un enfermo terminal en las cajillas. 

Todo este juego de representaciones incontrolables va alejando a cada sujeto de toda posibilidad de control de su dimensión espacial, que al final es donde habita su persona, su cuerpo, su gravedad. No hay ética posible donde no hay responsabilidad espacializada, sino solo ver, mirar, imagen. Quien sólo mira no es responsable de nada. Me pregunto si el hombre moderno no es, considerando todo esto, sobre todo una suerte de homo theoreticus. Y si en su desmadrada tolerancia al mero ver, en el desbalance que esa actividad ocupa dentro de los nuevos usos del tiempo, no está la raíz y la forma de su carga. Las cadenas globales de noticias, periódicos, gobiernos, y burócratas de avión venden un menú apestoso, que hay que comer sí o sí. Por un lado, le venden apocalipsis, y a continuación le venden sus remedios contra el apocalipsis. Hay hambruna en África, pero está el Bank of Africa; hay refugiados, pero están los Doctors Without Borders; hay muerte huracanada en Haití, pero está la Clinton Foundation.

Luego uno observa quién paga la publicidad de esas cadenas, y nota con cierto asombro que son la Clinton Foundation, el Bank of Africa, Doctors Without Borders, etc. Salvo que Murdoch o Turner sean hombres dados a la beneficencia, a lo que asistimos es a una gigantesca y furiosa repartija del planeta en donde quien paga el discurso es quien obtiene beneficios a cambio de ese pago. Y uno de los discursos que más paga globalmente, es el de la beneficencia. En lugar de hacer algo productivo y feliz, instruye al ciudadano alienado en su jaula de imágenes a dar más plata para tranquilizar su conciencia en causas institucionalizadas. Educa así a entregar todo hacer propio a cambio de un ver descontrolado + comida cada vez más abundante; a ser culpable, a sentir el vago malestar de "comer sin hacer". Educa para que el ciudadano adopte para sí y aprenda a repetir el discurso de la víctima, so pena de sentirse, además, un victimario.

Las ideologías del victimismo, vendidas como "agenda de derechos", dan en una alianza sórdida. Se postulan males reales, existentes (la violencia contra la mujer, la discriminación por múltiples razones), pero se articula el problema de modo tal que la aceptación de sus términos lleva a un discurso de odio, control, y anulación del debate limpio y libre. Como cada vez más gente ya parece percibir, así no se puede vivir, pues todo intercambio libre queda interdicto por los patrulleros del lenguaje. La sospecha es la herramienta de la coacción. Un mundo así dividido, en donde la urbanización va entregando generación tras generación al "no sé hacer nada por mí mismo" y al entretenimiento 24/7, es un mundo más fácilmente controlable, y más ordeñable. Los impuestos, bajo sus múltiples formas (la creatividad impositiva es notable), a menudo escondidos en formas difíciles de ver, extraen la riqueza que la mayoría de nosotros, gente así autocontrolada desde dentro, por la propia narrativa que ha adoptado, produce. Ese dinero se canaliza más y más a toda esa burocracia mundial que crea el discurso de control, disfrazado de buena ética global, "respeto" precocido del medioambiente, ideologías cuasireligiosas sobre la comida, el sexo, el viaje, la decoración y hasta los modos de festejar.

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Un video que descubrí hace un rato en YouTube muestra la construcción de una casa de madera en Letonia. Se recomienda a cualquiera que esté interesado en veinticinco minutos de poesía visual. Los constructores usan recursos de la zona. Madera, cortada con la luna nueva de enero, en pleno invierno, según tradición local---me gustaría observar, de paso, que esto sí es genuinamente global, porque viene de un factor externo: la Luna. Uniones y junturas sin uso de clavos ni metal, solamente la madera trabajada al efecto; y musgo de un lago cercano como argamasa. Las técnicas constructivas se estiran a varias culturas que comparten el mismo tipo de bosque (Alemania, norte de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, entre otros).

El punto aquí, en mi parecer, no es mirar embobado el video, admirando la capacidad técnica o los músculos de los carpinteros. El punto es mayormente negativo: es darse cuenta de que, para un porcentaje muy alto de quienes miren, habrá una distancia notable entre el ver y la capacidad de hacer lo visto. Y esa distancia no es solo de fuerza física o capacidad, sino de cultura.

Quien no tenga el tiempo, la motivación y la justificación cultural para hacerlo, no podrá hacerlo, y no sabrá qué es eso, por más que lo vea. Ver no es ser. La satisfacción vicaria del observador es, en el mejor de los casos, una parte menor de la vida de un ser humano. Pero se ha convertido en la parte mayor para una clase media urbana global que no para de crecer y de repetir zonceras sobre el progreso, el desarrollo, la ecología y muchas otras cosas de las que, con el cuerpo, no sabe nada. Solo las ha visto. Hay, felizmente, un porcentaje relativamente menor de esta población que se harta y aprende de nuevo a hacer, recupera técnicas anteriores, vuelve a vivir en comunidades chicas, a plantar sus huertas, y a desconectarse del menú global de basura, con sus politicuelos y sus rituales transmitidos por televisión, como el contar regresivamente en cierto cruce de calles neoyorquino para llegar al inexorable cero, que marca el comienzo eficaz de otro año de noria, viajerismo, y preocupaciones fútiles.


El video tiene, además de la notable exhibición de una imposibilidad de parte del vidente, un costado positivo, que es, que yo sepa, casi el único que tiene la globalización informativa, aunque no es menor. Al descubrir y aprender miméticamente lo que otros seres humanos, en otras condiciones, hacen, uno es capaz de adaptar y transformar el propio espacio. Pero esto no se logra viajando a Letonia y empleándose como asistente de los carpinteros por un mes. Hacer eso estaría muy bien, y es un buen primer paso. Pero luego hay que volver al pago, y si uno quiere hacerse su casa de madera, hay que hundirse en la cultura local. Y aprender que aquí será difícil conseguir, comprar y trasladar troncos de ese tipo de pino y (mucho más difícil aun) del roble empleado en el video; es difícil conseguir el tiempo y la mano de obra de ayuda para emprender el proceso. Es difícil conseguir y realizar, en fin, las tareas prácticas en que consiste esa casa, pues nadie lo hace así por aquí. En cambio, se puede hacer perfectamente una excelente casa de piedra y madera, con pino local, herramientas parecidas a las de los letones del video, y sobre todo amor y tiempo, empleando las técnicas de los paisanos de aquí, que somos nosotros, mejoradas con todas las mejoras que logremos aprender y aplicar de cualquier sitio. Adaptar lo global a lo local. Lo que viene a invertir el famoso e hiperperverso eslógan "act local, think global", por otro mejor y más breve: live local. Limitarse a pensar y actuar localmente—que esto tendrá, a su tiempo y dimensión, sus efectos globales.

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