Por Yadira
Calvo
Los títulos van destinados al público
que los recibe y los transmite. Son, como diría Gérard Gene “objetos de
circulación”, que designan y ponen en relieve
el contenido de la obra. Se trata, al igual que el epígrafe y la
dedicatoria, de “umbrales” del texto, entradas que indican “el contenido” y
atraen al público, o tal vez no. Eso depende de sus intereses y del título
mismo. En el presente caso, el título anuncia la profanación de un huerto. El
huerto, en poesía, tiene su historia. Como espacio físico es un lugar pequeño y
cercado para sembrar verduras, legumbres y árboles frutales; como espacio
metafórico alude al tradicional “lugar ameno” que conocemos ya desde los
clásicos con Virgilio, Horacio y Teócrito. Lo conocemos en la poesía española
renacentista, sobre todo a través de Garcilaso de la Vega y fray Luis de León.
El lugar ameno es un paraje idílico de
paz, amor y naturaleza benévola: árboles, flores, pájaros, fuentes, son sus
elementos esenciales. Pero el huerto a que alude este poemario viene acompañado
de otro concepto: “profanación”. Profanar es una palabra mala. Se refiere a
“tratar algo sagrado sin el debido respeto; deslucir, desdorar, deshonrar,
prostituir, hacer uso indigno de cosas respetables”. Hay que fijarse en esto
porque un título puede constituir un indicador de interpretación. Así pues, de
entrada se nos anuncia algo bueno que se arruinó.
Otro de los umbrales del texto, como
antes dije, son los epígrafes. En este caso, una frase de Clarice Lispector,
que tiene su historia. Al parecer, sus hijos se quejaban de que nunca les
contara un cuento que empezara por “Había una vez” y la acusaban de no ser
capaz de hacerlo. Ella, queriendo demostrar que sí podía, escribió: “Había una
vez un pájaro, Dios mío”. Y hasta ahí pudo llegar. Y como “había una vez”,
significa que ya no hay, que dejó de ser, lo que pudo haber sido tras ese
“había una vez” del epígrafe es un indicador de algo inconcluso, algo que se
frustró. Por lo tanto, el epígrafe ahonda en la idea de pérdida. Y el tercer
umbral, la dedicatoria nos indica que en la vida de Anabelle, efectivamente
hubo una vez un pájaro porque a su padre le tenían el apodo de “Pajarito”.
Aunque según ella lo describe fue más bien “un águila ardiente/ con visos de
pájaro lunar” que “llevó en su cuerpo/las marcas siderales/ de los nobles”.
Y aquí vamos a lo que sigue: en todo
huerto poético hay aves y vuelos y trinos. Por el vuelo los pájaros simbolizan
las relaciones entre cielo y tierra, los estados espirituales, las funciones
intelectuales…. En los antiguos textos védicos, representan la amistad de los
dioses hacia los seres humanos; en algunas culturas, el viaje al más allá. En
poesía son con frecuencia símbolos de plenitud y libertad. A juicio de la
prologuista de esta obra, Mharía Vázquez Benarroch, “aquí los pájaros son el
inconsciente revelando las metáforas de la vida”. Y en fin, polisémica como es
la imagen, por una u otra razón, ya sea herencia poética o influencia védica, o
inconscientes metáforas de la vida, esta obra está llena de pájaros. Está llena
también de añoranza, desencanto y pesadumbre, tal como se puede esperar de un
huerto profanado: aquí, como señala la voz lírica, “la palabra” se deshace
atontada”, “repetida y goteante/ entre el / trepidante ruido”; una pareja no se
besa sino que “intercambia saliva”; los cantos rodados son pájaros, pero “sin
alas”; el halcón reconoce: “nos conformamos con desechos [...] aunque seamos
arcángeles”; un cuervo “despedaza el lomito/de una ardilla”; y la voz lírica
exclama: “¡Cómo pesan a la espalda/los mil años!/ heridas/umbrías”: “Cómo es
que viene el dolor /en una manzana/agujereada y dulce”; “No espero/ni el tren/
no espero/ nada”.
La voz se vuelve crítica cuando denuncia
la pasividad con que se reciben los abusos: “Todos usamos las palabras miel/ y
seda y aroma/ y repetimos estrella/ y bálsamo/ porque sentimos/ el ego de la
dulce esperanza/ pocos piensan/ en los metales impuros/ en la malversación de
fondos”.
Esa desolada desesperanza aparece una y
otra vez en el poemario, en algunos casos ocupando varios versos con imágenes
como la de los “pájaros azorados y confusos”, o como la del cisne que “reposa
sobre la superficie” con un reflejo
“inmenso y humilde”, o como esa en la que “con el ojo avizor/contemplamos/la aguja
del reloj/lenta y aburrida/que se quedó milenios”. Y a ratos, más extensamente
como por ejemplo en “Mermelada”, donde se nos dice: “Hay que estar
desollada/con un lunar en la nuca/sosteniendo un vaso de malva/por mil
años/esperando/el invierno/de los filósofos/para saber/ lo que es bueno/y
deleitarse/una madrugada cualquiera/con el canto/de una guacamaya”.
Las alas y las plumas son reconocidas en
nuestra cultura como un símbolo de libertad porque se asocian con el vuelo, la
elevación, el espíritu. Alzar el vuelo se relaciona con temas del espíritu o el
intelecto. “Quien comprende tiene alas”, según el Brahmana y para el Rig Veda,
“la inteligencia es la más rápida de las aves”. Y es por eso mismo que son
alados los ángeles.
Cuando Anabelle titula un apartado de su
libro “Alas inexactas”, cuando nos describe un ala en un poema como “un pequeño
codo/ descarnado y triste /con un ojo azul y ciego”; o cuando nos habla de la
“media ala del turpial/ en la estrecha visión” de una ventana, nos está
representando las consecuencias de profanar el huerto, la lisiadura que
producen los abusos, la torpeza que resulta de no querer saber. (El turpial es
el ave nacional de Venezuela). Y por todo esto nos indica a la vez que el
huerto de su obra es mucho más que el clásico lugar ameno de los clásicos: es el
mundo habitable, respirable, confortable. Ese mismo que describe en el poema
“Rojo crimson”, cuando un pájaro, preparando su nido, “danza entre los árboles/
en columpio de lianas/ que no producen ruido/ acomoda las hojas en el piso/
mandala de flores […] enciende velas amarillas/ para hacer el amor/ abre sus
alas y canta/ techa el nido con orquídeas”. Pero es obvio que este pájaro es
una pura añoranza, porque en la estrofa final advierte que “es hermoso/ llenar
de colores/el pincel vacío”. Este llenar de colores el pincel vacío es un
indicio de que a pesar de todo, hay un deseo de creer en la belleza y en la
bondad. O, dicho en sus palabras, “la noche se corta/ para convencerme/ de que
las estrellas/ que la encumbran/ no hieren”.
Pero Anabelle ha tenido que dejar atrás
dos mundos: Venezuela, que arropó gran
parte de su vida, a la que dejó atragantada por el régimen chavista que le fue
arrebatando todo lo que pudo; Costa Rica, que la vio nacer, a la que dejó
voluntaria o casi voluntariamente al casarse. Es mucha pérdida para una sola
vida. La pérdida del país natal se rememora sobre todo en el poema “Cármenes”,
obviamente alusivo a Carmen Naranjo.
Ahí, Anabelle rememora aquel tiempo en el que sus “zapatos rojos/y brillantes/crujían
la escalera/sin cuidado”; en el que la llamaban “los colores/ de las piedras
pequeñas/mariposas intactas/ inconclusas”. Y ahí la memoria retorna al
“corredor volado/y de madera/, de aquella casa en Olo (Así se llamaba la
propiedad en Alajuela en que Carmen vivió sus últimos años) “con el verde/
inmerso en la pecera /de luz/ la cama/ a cuadros/ la inolvidable/ lámpara de
mimbre/ en la cocina/ la única luz en el entorno/ suficiente y amante”. Olo,
donde no podía faltar “una danza sin adverbios/ coloreados con azul de
metileno” y donde “llovía café en el campo/ chorreado en una bolsa”. Este mundo
acogedor y hermoso, que ya no es, se contrasta con el presente que ahora es,
donde, dice la voz lírica, “ya esta infusión no huele/ en mi lejana leña/ ya no
me cantan los yigüirros al oído”. Recordemos que el Yigüirro es el ave nacional
de Costa Rica. Pero, hay un pero, y un pero, ya sabemos, es una objeción. El
“pero” corrige la frase, porque el recuerdo sobrevive a cualquier pérdida. Y
así, el poema termina: “pero conozco desde la realidad/ del relámpago sin
lluvia/ que en la música de Olo/ no hay silencios”.
En “Saudade”, la memoria reconstruye
“…los techos de dos aguas/ esperando la lluvia /las hojas/de la última
estación/ con su crujido leve/ […] los niños / de ojos brillantes/ y sonrisa
violeta/ el olor /a jengibre fresco/ y a vainilla/ de Madagascar”. El exilio
involuntario de todo este mundo familiar y acogedor se subraya en la estrofa
final: “Solo me llevo el colibrí/va en mi cartera/de tela de algodón/ para
darle un minimalista/jardín de residencia”. Y claro, ni qué darle vuelta, que
el colibrí que se lleva es de trapo también, como la cartera.
Fuera de toda conjetura, las aves de
esta obra son también los seres humanos. Algunos de ellos cuervos, algunos de
ellos cisnes o gorriones o águilas, o mirlos, y todos, en última instancia, la
población del huerto que se profanó. Porque ese cuervo que “despedaza el lomito
de una ardilla” aparece en el mismo poema (“Idus de marzo) en el que se alude
al “avión del tirano moribundo”, y antes de ese otro (“Mortuoria”), referido a
los “mercaderes de aves [que] huelen las especies/en el aire rancio del
mercado”, donde “ningún ave canta/ conocen su mañana /con altiva presencia”.
Como la de una nueva Casandra, la voz de este poemario anuncia: “tarde o
temprano morirán/ casi al mismo tiempo/dejando grumos/de su sangre/ ellas
serán/el penúltimo eslabón”. Pero esa voz que alude al huerto destruido anuncia
también al castigo de quienes lo destruyeron: “Nadie escapa/ quien produce
dolor/implacable/prepara/su propia sentencia/ el que busca encuentra”.
En el último poema, “Información
confidencial”, confirma ese matiz pesimista y desesperado: “El destino/ y el
lugar/ me encontraron/ no había limpiado /la casa/ quedaron/los cristales/con
polvo/la cama/sin tender/ me desplacé /con soltura/al valle deseado/donde
reposan/ sin lápida/unas alas / extendidas/ de mirlo/ no mis brazos”. Puesto
que tradicionalmente el mirlo se asocia con la llegada de la primavera, y la
primavera con la juventud y la felicidad, unas alas de mirlo sobre una lápida
anuncia un mundo invernal, un mundo muerto. En uno de sus poemas, “Trayecto”,
Anabelle escribe: “Abrazo paciente/los bordes de la tierra/y el sol medita/el
reiniciar/de las verbenas”.
Esperamos que en esa realidad de que
Anabelle nos habla, el sol no pase meditando mucho tiempo, que decida expulsar
del huerto a los tiranos, reiniciar las verbenas, restaurar lo profanado; que
el ala vuelva a ser ala, que el canto sea uno, no importa cuántos cantos sean;
que se logren los panes del inicio; y que pensar en los metales impuros y en la
malversación de fondos no constituya una traba para soñar con “el ego de la
dulce esperanza
Así son los poemas de “PROFANACIÓN DEL
HUERTO”
SIGNOS
Es la locura el centro
de la cuerda
la clarividencia de lo
agudo
es la lógica perdida en
el instante
del parto
es refinado el
envoltorio de tanta confusión
en el retorno al
crepúsculo
es el ala un pequeño
codo
descarnado y triste
con un ojo azul y ciego
Por qué unir ojo y
lágrima
si el cuerpo es agua
pura
y sagrada
Cómo es que viene el
dolor
en una manzana
agujereada y dulce
¿Es así como lo dice
como lo dijo
como lo digo?
todo empezó
antes de que lo reseñara
en las marcas
de mi cuerpo
un rencor
casi
cárdeno
se planifica en tiempo
de manera inocente
enmudece Babel
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IDUS DE MARZO
El cuervo
despedaza el lomito
de una ardilla
con su pata retira
lágrimas del ojo
infestado
el gavilán examina
la pequeña presa
languidecer
se detallan
sus diferencias
los enemigos
se mueven
no hay resguardo
ante la aniquilación
es su mundo
que
gotea
el agua
donde enmudece
el grifo
en la madrugada
oigo el avión del
tirano
moribundo
descompuesto
en sus fétidos humores
aferrado
al talismán
engañoso
y vengativo
no es otro
lo huelo
se desperezan las
hienas
se desplazan los
espejos
hay legañas en los ojos
de los santos
nadie escapa
quien produce dolor
implacable
prepara
su propia sentencia
el que busca encuentra
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ROJO
CRIMSON
Baila
como si estuvieras perdido
Pina Bausch
Danza entre los árboles
en columpio de lianas
que no producen ruido
acomoda las hojas en el
piso
mandala de flores
el ambiente limpio
enciende velas amarillas
para hacer el amor
abre sus alas y canta
techa el nido con
orquídeas
hay bellotas
un olor a leve nardo
helechos inmensos
en ballet inconcluso
hay un hogar de luces
se acerca el embarazo
habrá un parto oval
la belleza no siempre
es
con los ojos
ni directo en el cuerpo
es hermoso
llenar de colores
el pincel vacío
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INFORMACIÓN
CONFIDENCIAL
No es instinto
o aprendizaje
tampoco genética
no interesan
el tiempo
ni la distancia
la gravedad
es inútil
mis pupilas
miraron
al infinito
como un grano
de mostaza
la brújula
cayó
oxidada
el destino
y el lugar
me encontraron
no había limpiado
la casa
quedaron
los cristales
con polvo
la cama
sin tender
me desplacé
con soltura
al valle deseado
donde reposan
sin lápida
unas alas
extendidas
de mirlo
no mis brazos
Editorial Costa Rica.
Poemario presentado el jueves 23 de junio del 2016 a las 7 pm
en el Instituto de México en San José Costa Rica.
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