Fernando Olszanski
Por BERNARDO E. NAVIA:
Tal vez al excelente
libro «Rojo sobre blanco y otros relatos», de Fernando Olszanski, sea
necesario acercársele con la noción de que la muerte es esa respuesta, violenta
o no, capaz de aplanar, igualar y nivelarlo todo.
Mientras leía el libro Rojo sobre blanco y otros
relatos (Ars Communis Editorial, 2015), de Fernando
Olszanski, no
podía yo dejar de pensar o sentir que los cuentos que lo componen son una
franca invitación (o desafío, más bien) a que el lector se adentre en un mundo
que, aunque compuesto o creado en dos latitudes geográficas muy alejadas una de
otra (Chicago de un lado y Sudamérica: El Chaco y alguna urbe argentina, del
otro), es un mundo tejido, unido y formado por experiencias humanas que nos son
comunes a todos los habitantes de ambos hemisferios.
Si el narrador del
primer cuento, «Los mitos», realiza un delicado equilibrio emocional al confiar
al lector un secreto que le abruma amenazando su sanidad mental y espiritual
(después de todo acabar con la vida de la mítica y paternal figura de Johnny
Camacho no exigirá jamás nada menos del Poeta; no importa, para nada, si el
crimen haya sido intencional o no) y, tal vez, no pueda nunca contestar la
pregunta de dónde está el alma; los personajes del segundo cuento, «Guerra», se
debaten entre el ser y el no-ser de la violenta filosofía de vida de las
pandillas de Chicago y la búsqueda incansable por recuperar el Paraíso perdido.
Los personajes protagonistas, Rocco, Chato y Héctor, más allá de los
inflexibles códigos de las bandas callejeras; más allá de algunas cuestionables
actitudes de la autoridad civil; más allá del efímero aliento de la cocaína y
más allá, incluso, de los ineludibles zarpazos de la muerte, sabrán que ese
Paraíso está en algún lugar (ya sea un México natal o no) y les espera. Saben
además que la mano protectora de la maternal figura de Zuly sabrá guiarlos
porque sólo ella podrá encontrar ese camino de regreso. En ambos sentidos: espiritual y físico.
En el tercer cuento,
«Las cenizas de los abuelos», se asiste a un dramático despliegue, pues al ser
éstas transportadas a la natal provincia paraguaya del Chaco de la madre de la
narradora, también lo es el lector quien, a través del testimonio de la
narradora, es invitado a participar de unos sentimientos que le pueden ser
familiares o no: el reencuentro con un mundo cultural, ancestral, heredado.
Mundo que puede parecerse a un recuerdo ajeno o no, mundo que puede corresponder
a nostálgicas memorias o no; un mundo que, finalmente, reclamará las cenizas
(las reales y las del alma) de sus hijos pródigos. Un mundo (perdido en el
Chaco, en los recuerdos y en el tiempo) que, con sus costumbres, comidas,
idioma, constelaciones estelares y códigosculturales diferentes al del conocido
medio anglo para Clara, la narradora, acabará por hacerle comprender que tales
códigos no sean, después de todo, tan diferentes a los que le son familiares,
ya que han sido delineados por humanos y éstos con sus fantasmas y sus secretos
son iguales en todas partes, ya sea que habiten las grandes y desarrolladas
urbes norteamericanas o los lejanos parajes del Chaco paraguayo. Es universal
el sentimiento de desplazamiento, de realizar un viaje sin poder llegar al
destino deseado y/o de perder tanto la inocencia en el intento como también
algo que va más allá de las palabras. Arrojar las cenizas a un río, habla de la
noción de la madre de Clara sobre el sentimiento de no hallar jamás reposo. Ni
siquiera en la muerte.
En el último cuento,
«Rojo sobre blanco», la muerte vuelve a ser el elemento catalizador que
conlleva una especie de niveladora que aplana todas las tortuosidades del alma.
La imagen de la sangre cubriendo el delantal blanco del propio doctor Arreola,
el protagonista central, no sólo entrega la perfecta imagen explicativa del
porqué del título, sino que también alude a la metáfora de la ruptura de la
monotonía; del fin de una existencia monótona y unicolor; la muerte llega a
ponerle fin a un vacío existencial tal vez en la vida del protagonista. “Tal
vez”, porque la intervención final de la doctora Madrid (que alienta las casi
amistosas ‘sospechas’ de Cachito, Tordo y los demás a favor del doctor Arreola)
invita al lector a pensar en la posibilidad de que se empiece a abrir una
alternativa a esta blanca vida sin sobresaltos de Arreola. Aunque esta puerta
sea abierta con el bisturí enterrado en su costado a quemarropa por uno de sus
propios pacientes.
Tal vez al excelente
libro Rojo
sobre blanco y otros relatos sea necesario acercársele con
la noción de que la muerte es esa respuesta, violenta o no (no importa
realmente saberlo), capaz de aplanar, igualar y nivelarlo todo. Lejos está, sin
embargo, esta respuesta de significar necesariamente el descanso o el final de
la búsqueda para ninguna de sus atormentadas almas protagonistas.
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BERNARDO E. NAVIA (Chile, 1967).
Ha publicado diversos artículos en revistas literarias y compilaciones de
Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Actualmente es profesor de español en EU.
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