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Por Ramón
Miñán
Tal como la gnoseología es la teoría del conocimiento,
un sentido bastante amplio de plasmación de la realidad; existen distintos
métodos para apreciar esta representación. Partiendo de un modo conceptual,
denominado ontológico, contextualizamos un conocimiento que a priori ha surgido
de la intuición. Obtenemos una definición, más o menos precisa, de una parcela
de realidad que nos resulta llamada al análisis.
Este conocimiento obtenido puede o no ser veraz, por
ello recurrimos a un medio de racionalización por medio del recurso de la
epistemología. Se trata de poner en una mira crítica todo aquello que la
intuición nos muestra como “verdadero”, con el fin de juzgarlo y obtener su
validación. Una vez obtenido un conocimiento reconocido como valido en el
contexto que es tratado hacemos uso de la metodología, entendida como la
secuencia conceptualizada de medios para llevar a cabo este conocimiento,
abarcando el método como una acción focalizada en resolver el problema y la
técnica como la herramienta que nos permite realizar tal acción.
En toda está representación del conocimiento caemos
ante un recurso que pudiera parecer obvio, pero resulta esencial en su
análisis, el cuál detallaré gracias a la obra de Lewis Gaddis, John “El paisaje de la historia”.
El recurso reduccionista resulta de la convicción de
que la mejor forma de acometer un entendimiento de la realidad es mediante su
fragmentación. Esta fragmentación consistiría en su reducción en parcelas,
tales como la disciplina que resulta de un acuerdo histórico que nos ofrece la
representación de una parcela de la realidad por el medio conceptualizado,
ontológico. Estas parcelas son variables e independientes, configuradas a
nuestros ojos, dentro del contexto multidisciplinar en el que nos encontramos
inmersos, como la única vía posible para generalizar acerca del pasado de tal
modo que se pueda establecer una previsión de futuro.
Esto entraña problemas a la hora de matizar la
representación de realidades más complicadas que necesidad de una colaboración
entre disciplinas para dar lugar a “algo” más concreto, haciéndonos recurrir a
la transdiciplienariedad o la interdisciplinariedad. Realidades complejas que
nos hacen cuestionar la eficacia de este modelo reduccionista planteado por
Gaddis, ¿se debería realizar un enfoque de la realidad bajo una única
perspectiva que encerrara todas aquellas disciplinas? Esta cuestión englobaría
campos más amplios de las ciencias sociales, las ciencias naturales e incluso
de la Ciencia en general.
Otro aspecto a tener en cuenta es la distinta forma
con la que se focaliza este reduccionismo disciplinar, existiendo disciplinas
como es el caso de nuestro análisis, la historia, que necesitan de varías
corrientes, denominadas tendencias, que ofrecen una visión veraz que coexiste
con otras visiones al mismo tiempo igual de aceptables. En el caso de la
Arqueología, sería difícil discernir la validez mayor entre la arqueología
procesual o la arqueología post-procesual. Lo que nos hace dilucidar que está
realidad que intentamos representar sufre una desvirtuación. Estamos ante una
realidad que intenta ser representada pero que no logra alcanzar la perfección
en disciplinas como la historia, y por ello necesita ser contemplada desde las
distintas miras de una misma baraja. Esto sin contar la influencia ideológicas
que puede apreciarse en tendencias históricas, tales como el marxismo, donde la
evolución de las sociedades resultan de un intercambio de status quo entre
dominantes y dominados hasta alcanzar un estado utópico, en principio,
denominado socialismo. Ciertamente, pudiera entroncar con corrientes como la
positivista, pues tanto el marxismo como el positivismo ponen la mira en un
futuro incierto, pero fantástico, de felicidad.
El nuevo problema que se nos plantea es este futuro.
La continuidad debe ser sólida como para que sea alterada por contingencias. No
obstante, el racionalismo humano hace que no podamos tomarlas a la ligera, ya
que la elección humana es la empresa de futuro más problemática.
En un contexto generalizado, las ciencias sociales han
tratado de obviar este problema, incluso han llegado a negar su existencia,
debido a la convicción de que la ciencia deriva de un sometimiento del
reduccionismo a leyes, que son transmitidas como inmutables. Algo discutible,
puesto que en disciplinas reduccionistas como la física las teorías asentadas
por Newton en torno al siglo XVII han sido alteradas, han sufrido una evolución
que actualmente continúa en pleno proceso de cambios hasta llegar al
conocimiento verdadero.
Un factor a tener en cuenta en cuanto al problema del
futuro, resulta de como las diversas culturas han presentado respuestas
motrices diferentes ante situaciones similares, y que ha día de hoy sigue
existencia pese a la lacra de la globalización. En este sentido el
reduccionismo aplicado a la historia no cesa de analizar las multiplicidades
que se puedan dar en este ámbito. Sin embargo, en la mayoría de los casos se
produce la construcción de generalizaciones universales aplicadas a cuestiones
simples que hacen que el ser social se limite a confirmar algo que resulte
obvio a los ojos del espectador presente. En este sentido estamos dando pie al
mito como medio en sociedades pasadas para aplicar la acción humana, no carente
de cierta racionalidad, a sucesos que para entonces no vestían de paradigmas
científicos. Se acometía la representación de una realidad no tangible que
deriva del miedo hacia lo desconocido, maná, y cuyo conocimiento resulta
verificado por la Fe. Este tipo de conocimiento, sería rebatido por una especie
de conocimiento lógico definido como “algo” que parte de lo observable e
implicando un racionalismo orientado a la praxis del mundo fenoménico.
Las relaciones entre las variables reduccionistas son
variables, coexistiendo con irregularidad y aleatoriedad. Aún, el nuevo
historicismo cuestiona la tendencia de buscar generalizaciones universales al
margen del rango espacio- tiempo, desafiando el hábito del modelo en relación a
la evidencia.
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