Por Ennio Jiménez Emán
(Ensayo en Poesía Tomo IV Obras Selectas de Teódulo López Meléndez)
Ennio Jiménez Emán
La poesía encuentra primero y busca después.
Es la presa del exégesis, la cual es sin
disputa una musa, pues acontece
que es ella quien traduce nuestros códigos,
quien ilumina nuestras propias tinieblas y nos informa
sobre
lo que ignorábamos haber dicho
Jean Cocteau
Interpretar es profetizar
Harold Bloom
Difícil es
abordar y presentar en forma explicativa la poesía. Sabemos que ella se encarga
de explicarse por sí misma. El exégeta o ensayista sólo puede, si acaso,
pretender una aproximación, un roce,
proveniente de una lectura personal de los textos de un autor, máxime si se
trata de una obra como la del poeta venezolano Teódulo López Meléndez
(Barquisimeto, 1945), culta, compleja, hermética. Hay que señalar que la
cultura y complejidad expresiva de nuestro autor no se manifiestan en una
escritura meramente conceptual, ideológica o retórica sin sustancia e imposible
de penetrar. Detrás de sus textos, a veces oscuros, se suele percibir la vida,
se transparenta la humanidad del poeta, se capta al hombre de carne y hueso y
no esa neutra impersonalidad tan característica de la poesía de nuestro tiempo.
Las claves de la misma se nos revelan con una lectura atenta, aunque no hay que
olvidar, como afirmaba Montale, uno de los maestros de López Meléndez, que
"nadie escribe poesía para ser entendida"; el problema es hacer que
los lectores "comprendan ese quid que las palabras no pueden expresar".
Espero ser yo uno de esos lectores.
El poema breve, en prosa o en verso, con
excepción de su primer libro Alienación
itinerante, es la forma expresiva preferida por el poeta para captar y
presentar visiones, emociones, sensaciones, ideas, esenciales. La escritura
creativa explicativa y de largo aliento la deja el autor para su obra literaria
en prosa, constituida, fundamentalmente, por textos narrativos y últimamente
concretada en dos ambiciosas novelas, Selinunte
(1997), y El efímero paso de la
eternidad (1998), plenas de significativos hallazgos escriturales. Dichas
instancias sensoriales, emotivas, intuitivas, visionarias, se cristalizan,
pues, en los poemas, a través del despliegue de un conjunto de imágenes que a
la vez dan cuenta precisa de la aventura existencial del sujeto poético.
Sustentada en destellos y refulgencias imaginísticas, esta es una poesía que no
apunta a la simple inteligencia del lector, sino, más bien, como es el caso de
quien la escribe, a su capacidad imaginativa, sensible, emocional. Igualmente,
poesía melódica, visual, colorística: todos estos atributos dan cuerpo a textos
vivaces, bien acabados, armoniosos, lejos del formulismo meramente abstracto y
conceptual, trivial o facilista que está presente, muchas veces, en la forma
breve escrita en nuestro país, producto de simples elucubraciones
intelectuales, sin base anímica y vivencial profundas. Su poesía aúna y
resuelve la imagen y la emoción con la idea, lo plástico con lo discursivo.
Así, lejos del
tema social o político y del lenguaje experimental de los años sesenta -
incluso cultivado un tanto en la década de los setenta en Venezuela -,
distanciada igualmente de las directrices poéticas de la cotidianeidad y lo
coloquial asumida por cierta poesía escrita en los ochenta, la de López
Meléndez estará constituida, fundamentalmente, en base a un lenguaje despejado
y a una visión si se quiere esencialista y de aspiración universal sustentada
en la apropiación personal de los ritmos y tonos variados, la imagen desnuda,
la palabra medular de poéticas modernas como la estadounidense representada en
figuras como Whitman (cuyos ecos están presentes en su primer libro, Alienación itinerante), Ungaretti,
Quasimodo, Montale. El hermetismo al que hacíamos alusión al comienzo, lejos de
expresar misterios ocultos, esotéricos o cabalísticos en la tradición de Hermes
Trimegisto, tiene raíces en la lírica italiana del siglo XX, sustentada en los
tres nombres antes aludidos. Ungaretti fue amigo de Apollinaire y estuvo bajo
el influjo de Mallarmé y Valéry, a quienes tradujo y de los que asimiló su
pasión por la forma y el lenguaje, tratando de buscar una palabra depurada libre
de retórica y de sentimentalismo; fundó así una escritura personal donde, entre
otras proposiciones, la palabra y la lengua se encuentran como centro de
reflexión: "Cuando hallo en este silencio mío/una palabra/ esculpida, está
en mi vida/ como un abismo". Montale fue traductor de Eliot, con quien
comparte la idea y el sentimiento de la sociedad contemporánea como tierra
baldía; sus despojadas imágenes están inspiradas en el paisaje estéril de su
Liguria natal, en donde se sustenta esa visión alegórica del mundo como región
inhóspita y desolada. Dueño de un lenguaje intimista e interiorista,
"cerrado", acusa también el influjo de la "tradición
hermética" mallarmeana. Quasimodo rindió tributo a la vena hermética en
sus tres primeros libros para asirse luego a un simbolismo que debe mucho a los
formas clásicas de los poetas griegos y latinos, de quienes hizo versiones al
italiano, pasando, más tarde, a afincarse en las tradiciones míticas e
históricas y en el paisaje de Sicilia, tomadas como pretexto para reflexionar,
con un tono de meditación social y preocupación moral, en el sufrimiento y
dolor humanos. Parte de la obra de estos poetas encaja, pues, como señalamos,
dentro de la denominación de "hermetismo" y de una u otra forma todo
ese bagaje cultural y los planteamientos creativos y vertientes del pensamiento
aquí expuestos y asimilado por estos tres poetas, leídos por el autor
venezolano en su lengua original, le han marcado de manera decisiva y han sido
procesados en parte de su trabajo lírico y en su reflexión poética. Hermetismo
personal, dueño de un lenguaje elíptico, alusivo, despojado, es el de López
Meléndez.
De esta manera,
lejos de pensar en una probable deshumanización o descarnalización del poema
dado su registro breve, precisamos que, más bien, se trata de captar lo
esencial en el verbo expresando a través de éste una honda valoración y examen
de lo humano y su existencia en relación con el tiempo, el erotismo, el
lenguaje, la soledad, la muerte, temas eternos que el poeta, como diría el crítico
español Pablo del Barco refiriéndose a los textos de Joao Cabral de Melo Neto,
asume con " la precisión del desnudo lenguaje, cortado a pico, tan puro
que es capaz de completar la frase con ausencias sin perder facultad
definidora". El hecho de haber vivido en diversos países de Europa y
América ha proporcionado también a su autor una visión cosmopolita de la
literatura y ha nutrido de manera particular su escritura poética, dueña, como
afirmamos, de raíces multiculturales donde si embargo subyace, asoman y se
suelen percibir, internalizados, los ecos y atmósferas de su región nativa
(Edo. Lara) expresados a través de una
palabra ajena al pintoresquismo y que aspira a lo universal.
El poeta, pues,
es hombre nacido en tierras secas, acostumbrado a vivenciar y traer a la
memoria los yermos que definieron y continúan definiendo su psiquis, en casi
permanente sequía todo el año, atravesados por un escuálido pero vigoroso río,
lo que traerá como consecuencia que aflore de manera constante en su escritura la
presencia del desierto, las corrientes fluviales y otros elementos de su
especial topografía - como símbolos polisémicos que abarcan también estados
interiores - tal como queda explicado en este fragmento de Mesticia:
Nada te importa
curvo cují
tupida telaraña de tunas
El desierto se extiende
como las entrañas giradas
de un lobo
("Lobo")
Igualmente se
presenta en muchos poemas la dualidad seco-húmedo, como expresión de la vital
presencia del agua, germen nutricio un tanto ausente o pasajero, lo cual
implica una reflexión sobre el inexorable paso del tiempo. En Los folios del engaño leemos:
Bebamos el verano de nubes móviles, de corpúsculos que
corren las ansias. Vamos, que el agua no fructificada hay que atravesarla de
una vez y sin reposo.
("Solsticios")
Desde su primer
volumen de poesía su obra ha demostrado una coherencia y un rigor escritural
innegables. Ya desde esos textos iniciales están presentes las constantes
básicas de su poética: identificación situacional del sujeto lírico con los
espacios fluviales y marítimos como una suerte de conjunción con la sustancia
envolvente del origen; el topos
regional como territorio mítico y universal; reflexión sobre los límites del
lenguaje y la escritura; temática de la alteridad y del tiempo; la puesta en
discurso del ceremonial de amor y el erotismo.
En Alienación itinerante, López Meléndez
nos pasea por un universo de ruina y desolación, por una tierra baldía donde
reinan "hombres con alma de
rata". El planeta es una vasta necrópolis en donde ausculta y vaticina
la mente agorera y proteica del poeta. Con un tono whitmaniano, de verso largo
y libre, vemos transfigurarse al yo lírico en un ego cósmico que, entre otras
cosas, hace un inventario del infierno:
Yo soy profeta meditabundo y triste
aquí en mi tumba de naftalina y viento
Apunta con
evidente sentido irónico y burlesco:
Quise dictaminar mis tiempos
Tomen notas escribientes maltrechos
Reclama ácidamente a los poetas que no saben
reconciliares con su época, ni reflejar su tiempo:
Los poetas no pasean sobre las ruinas
que demarcan los espejos de los siglos
A través del
verbo se anula el suceder del tiempo:
El parpadear es eterno
en los látigos de carne encendidos en el puño frente
a espectros
..........................
Una tarde para nosotros dura mil decenios
Versos
descriptivos y salpicados de imagenería apocalíptica a veces cercana al
surrealismo y con una prosodia afín a la poesía beatnik. La visión final que
trasuntan estas páginas resulta pesimista: el hombre dando tumbos en un erial
inhóspito donde queda desterrada toda posibilidad de recuperación del paraíso,
negando, incluso, la percepción
instantánea de éste a través de la entrega erótica. Se transparenta, pues, la
honda y radical soledad del hombre, excluido o arrancando de lo social y echado
al mundo y por lo tanto extraño a él:
Un aullido en silencio
sobre los sordos pedestales y los escaparates
desvencijados
Una sombra de pergamino que repite entre las sombras...
...........................
levantarán puentes de océanos perdidos
las balas de algodón perfumado
que manchan caminos etéreos
Tráfico internacional de boberías
mil gritos en busca de resonancia eterna
pieles estériles de inaudibles ruidos...
............................
Maldiciones detonantes
amores desvaídos
Yo me defeco en el alma del mundo
............................
Voy a intoxicar a la raza humana,
hombre,
muérete atosigado de rayas deformadas
con tumores de pus de urna vieja
............................
tú, puerco espín de la ira,
sacerdote de la rebeldía,
constructor de ritos para la elocuencia inútil y sin fin
payaso número uno de este circo terrenal.
Estrangúlate con tu lengua...
En Los folios del
engaño, poemas en prosa, a través de la alquimia verbal el sujeto narrativo
registra atmósferas y espacios enrarecidos, apuntando sus orígenes geológicos o
planetarios, inventariando el presente, auscultando el pasado o presagiando el
futuro. Valiéndose de primigenias y prodigiosas intuiciones nos devela una
visión cósmica en la que asistimos al nacimiento de microuniversos y en la que
el mar aparece por primera vez en su visión poética como sustancia matriz o
genésica, regeneradora de la vida y del ser. La exploración de este mundo
particular, en el que a ratos se percibe la impronta biográfica, implica
igualmente la exploración de la raíz del lenguaje. El discurso verbal se
repliega, se hace introspectivo y se pone al servicio de un buceo en la
interioridad. En "Recordado sea que vino del mar" leemos:
Las palabras se recogen como materia que regresa a la
tierra...En la paz de mis brazos caídos pregunto a los mares si la sal es buena
para devolver la fuerza a las palabras. Pregunto a la bóveda que una gaviota
esmera porque me empeño en dar a las palabras potencia de linterna.
Y en otro texto del mismo libro:
Se mueven los planetas atados con un hilo. Se rompen las
vinculaciones y las arterias nadan en los espacios. Somos navegantes y llevamos
con nosotros brújulas y escalpelos, sensores digitales encontrados en la
explosión de los primeros tiempos...
("Zeta Ele 4 fue llamado el planeta")
En los textos
"Zeta Ele 4 fue llamado el planeta", "Solsticios" y
"Cardinales", el sujeto narrativo elabora una pequeña cosmogonía
verbal. En ella, los folios cubren
los cuatro puntos cardinales de un planeta recién creado por dicho sujeto (o
demiurgo verbal) y se funden con la textura del cosmos, que a su vez se
convierte en escritura. En "Solsticios", a partir de la nada (la
página en blanco) da vida, pues, a un microuniverso poético donde reinan tres
guardianes del orden: Hiemal, Vernal y
Astron, que cual primitivos Arcontes
gnósticos (Arconte: guardián, amo o defensor de un planeta, un cielo o un eón),
se les insufla vida por el encantamiento verbal de una palabra: Alalimón.
En este
volumen, el narrador poético habitante bien sea de un espacio genésico-uterino
o terrenal-cósmico, recuerda "los
tiempos de las cavilaciones, el surco en el espacio natátil", y
proclama: “Me
confiero el poder de trazar itinerarios a las aguas”, declaración que
tendrá implicaciones y resonancias en su temática poética posterior.
En Mestas trata de fundar un lenguaje que
transparente, entre otras cosas, la fuerza e impetuosidad, y a la vez el
pausado ritmo de dos instancias básicas que en su interioridad psíquica y
poética han modelado su ser imaginario y verbal: el río y el mar. Ya Heráclito
señaló que "nadie se baña dos veces en el mismo río", remarcando el
carácter mudable, fluido, de la realidad, el cual es percibido por nuestros
sentidos y procesado por nuestra conciencia tras la observación de los
volúmenes acuáticos. En nuestro tiempo, otro filósofo, George Santayana, afirmó
que "la humanidad del hombre se aísla y libera en la vasta inhumanidad del
mar". En Mestas, básicamente el
substratum filosófico manejado por López Meléndez pareciera captar estas dos
actitudes del ser frente a las energías que mueven las aguas fluviales o
marítimas: el sujeto aislado, liberado en sus fuerzas interiores y en plena y
vigilante conciencia de los cambiantes cataclismos internos y externos del ser
y del mundo, buscando a la vez una fluidez semejante de su conciencia en el
lenguaje, para intentar fundar un orden imaginario (en este caso verbal) donde
aliviar su intemperie. Empresa ésta última a un tiempo utópica, precaria e
irrisoria, ya lo sabemos, porque el hombre sólo accede, a través del lenguaje -
y del arte en general - a una "miserable totalidad", aunque ese
lenguaje sea, a su vez, lo único con que contamos para precisar con justa
dimensión los límites de nuestro mundo.
En el poema
"Un silbido de silueta", el sujeto declara:
Metido estoy debajo de los techos grises levantados por
el hundimiento de las costas y por mis viajes al silicio empegostado al tórax
de las olas.
En el poema
"Víspera" imaginamos al escritor ejerciendo su oficio frente al mar,
intentando descifrar sus movimientos:
Oficio, palmas secas y rugido cercano. Hierbajos con
sombra de mareas, busco piedras. Brillor en las escaramuzas del cuerpo.
Desnudo, el gran libro en las rodillas, leo para el vuelo del coco hasta el
miedo limítrofe.
Todos los
poemas de la primera sección del libro están tocados por la presencia marina,
al igual que muchos otros de las restantes tres secciones: "Poema desde
una chimenea compartida", "En aquel lugar". Sobre su raíz
fluvial el sujeto anuncia en "Vientos", primer poema de Mestas, su auténtica condición:
Sé a humo negro de carne de río y de agua de fuente.
Y en
"Divulgo los desplazamientos del río" se oficia un ritual de extática
contemplación:
Cerca, ancho el río se desplaza. Olivas frescas en el
baúl de las canoas. Sobre las piedras trizas los últimos vestigios. Altar
mayor, historia de las comarcas sin siembra y astillas, esparcimos en la boca
de la neblina.
Para López Meléndez, como para otros poetas modernos en
esta rica tradición de las modulaciones cósmicas y existenciales en el verbo:
Claudel: El libro de Cristóbal Colón;
Valéry: El cementerio marino; Perse:
Mares; Quasimodo: Agua y tierra; Reverdy: La libertad de los mares; Pessoa: Oda marítima; Ashbery: Ríos y montañas, Derek Walcott: El mar es historia, para citar solo
algunos nombres, el mundo puede suceder, acaecer, en la página. Así, en Mestas, López Meléndez está igualmente
formulando una incipiente y particular reflexión sobre la poesía y el poema. En
efecto, aparte de constatar como sustancia básica del libro la presencia y
concurrencia de los períodos de la naturaleza a través de instancias
geográficas elementales- el suceder de estaciones, ambientes acuáticos,
ventosos o terrenos-, percibimos al sujeto empeñado en construir un ámbito
verbal (el poema) donde protegerse o guarecerse: “En las maletas trazos informes y en los tenderos faros, de atisbar”,
buscando atrapar “un signo, al menos, en
el olor de la medida humana”. El sujeto funda así su identidad con la
naturaleza a través del microuniverso linguístico, explorando la raíz misma que
ese lenguaje le suministra y le sugiere.
En realidad,
pensamos que el gran logro compositivo de estos textos poéticos de López
Meléndez, descansa evidentemente en su musicalidad y en el eco que los mismos
dejan en nuestra psique, memoria e imaginación, gracias a su ritmo y
movimiento. Esto, como pensaba Eliot, es una de las características básicas de
la poesía moderna que, alejada de la poesía rimada tradicional, tiende, gracias
a esa musicalidad, a ser memorizada inconscientemente, musicalidad que,
incluso, a nivel de escritura puede anteceder y dar origen a las ideas o a las
imágenes. El criterio sobre la musicalidad manejado por López Meléndez, puede
analogarse un tanto con el que Eliot poseía de la misma: "la sensación de
la sílaba y del ritmo que penetra mucho más abajo de los niveles conscientes de
pensamiento y sensación, dando vigor a cada término; hundiéndose hasta lo más
primitivo y olvidado, retornando a los orígenes y trayendo algo de
vuelta". De aquí que articular ese ritmo convertía la labor de ciertos
poetas en algo parecido al trabajo del compositor musical.
Mesticia es el libro de la desolación,
del desasosiego, como ya lo define
su mismo título. El estado anímico y psíquico del yo poético es casi agónico:
el tono general del volumen es sombrío habitando dicho sujeto una suerte de desierto
interior:
Extremo mi sequía
la piedad
se evapora como un espejismo
("Espejismo")
En su primera
parte, "De cuando irrumpió en mí el desasosiego", el texto trasunta
falta o carencia de amor. El sujeto es un exiliado
del amor. Mañana, tarde y noche le aflige el dolor: Esta noche es un arca de naufragios ("Esta noche"); esta tarde de frío/me asesina ("Incertidumbre"); Ha comenzado:/una mariposa muerta/ la
aurora ("Mariposa
muerta"). En fin, el día:
mi día
extraño adiós
("Adiós")
Imágenes
sombrías asedian al yo lírico y lo mantienen confinado en una suerte de clausura infernal: Este infierno /ronquido de las entrañas /
vómito de locura ("Infierno").
Si en la
primera parte del libro el estado psíquico es de desolación, en la segunda
parte, "De cuando la palabra regresó en su lengua", es de momentánea
liberación. Pasa así de un simbolismo del desierto
(Fuego-Infierno-Muerte) al del océano (Agua-Paraíso-Renacimiento)
o espacio del encuentro y del origen primigenio; allí se conjunta con el
añorado sujeto amado de forma y apariencia meduseas (en el doble sentido de
misterioso animal marino y de gorgona que extermina): Haz del mar / un lecho / tibio y peregrino /pacífico hogar / donde
nuestro rostro común / sea pájaro que se alce (Medusa 11); La paz se hizo profunda / de alta mar ("Medusa
13"); y yo la hice sisal cabuya hico
/ cordón umbilical / medusa/ líquido amniótico ("Medusa 5").
Se puede decir
que en la primera parte o estancia del libro el yo lírico habita - y expresa en
el verbo despojado de toda retórica- un lado oscuro y siniestro de la psique,
un estado de autodestrucción y laceramiento interno donde permanentemente
asedia el "otro", la sombra o ser oscuro que vive en nosotros de
manera clandestina, y que asoma como expresión del subconsciente personal o
colectivo:
Una diáspora
mi sombra
alrededor
esta oscuridad
("Regalo
roto")
En el poema
"Incertidumbre" declara: “No sé
si sobreviviré / a la sombra / monstruo que avanza”. Imágenes que evocan- de forma interna o en su
proyección externa- el aliento de un enemigo agazapado que intenta destruirlo.
Habitando este estado oscuro y de pesadilla, parecen asediarlo presencias
arcaicas y perversas que toman cuerpo y que amenazan con aniquilarlo: “Serpiente marina / esta noche / o la hago
mi amiga / o me mata esta noche” ("Esta noche"). Los objetos
circundantes de la realidad se transforman igualmente en entidades amenazantes: “Parecen cuchillos carniceros / aquí / en la
soledad de la tarde / los picos de las sombras” ( "Miedo"). Esta
constituye, pues, una verdadera temporada
en el infierno para el sujeto poético, habitante de una tierra baldía donde
boletines de luto esparcen
cenizas
la
desolación
la muerte
("Infierno")
Jung en su libro Ensayos
sobre psicología analítica, precisaba que "el otro dentro nuestro es en realidad otro, un hombre verdadero que, en efecto, piensa, hace, siente y
desea todas las cosas despreciables y odiosas...Un hombre entero, sin embargo,
sabe que su más cruel enemigo, o más aún, una multitud de enemigos no se
equiparan al adversario peor, el otro yo
que habita en su seno". En el primer estado mencionado, entonces, el
lenguaje es un elemento desintegrador, que no unifica:
El lenguaje
borrasca
sin códigos
no se puede decir nada
("Perdido")
En la segunda
parte o estancia, el sujeto lírico vive en
el espacio inundado y accede a la palabra como una suerte de momentánea
liberación. La entrega de la mujer o musa añorada, también le entrega la
palabra. A través de la entrega de la mujer, pues, se restaura la pureza de la
palabra original, fuente de inspiración y energía- aunque sea momentánea- para
seguir viviendo. O también al revés: a través de la palabra poética y su fijeza
se restaura la pureza de la mujer, fuente de inspiración y energía para seguir
viviendo:
La palabra
regresó en tu lengua
y se me clavó en el paladar
con la fuerza de un ancla
("Ritorno")
El espacio de
la entrega es el ámbito inmemorial y eterno del agua (salada). Como precisa
Octavio Paz en Corriente alterna:
"El agua, la imagen del retorno a la era primigenia, el símbolo de la
mujer y sus poderes. Agua: calma, fertilidad, conocimiento de sí mismo, pero
también pérdida, una caída en la transparencia traicionera...El agua difusa,
esquiva, informe. Evoca al tiempo, al amor carnal, es la marea misma - muerte y
resurrección- y la entrada al mundo elemental". Se trata, entonces, a través
del planteamiento central del libro, de que el sujeto lírico, a causa de una
carencia o pérdida amorosa ha padecido una especie de muerte- en vida- y luego
ha accedido a una momentánea catarsis liberadora a través de la posesión de la
tríada mujer-palabra-agua. Pero no nos creamos muy seguros: la belleza medusea
de la mujer y su posesión en la transparencia (engañosa) del agua son pura
ilusión porque después prevalecerá la esencia problemática del amor. El
esplendor verbal concretado en la transparencia (engañosa) del poema esconde la
imposibilidad de expresar la realidad. De que se trata de una liberación
pasajera se encarga de decírnoslo el propio sujeto en los poemas del
"Epílogo" del libro, volviendo a retomar su acostumbrado estado
interior desértico y de sequía: “la
espera envejece / los territorios de nadie”
("Espiral"); y en "Exiliado": “Incorpóreo me alejo / inexistente /
descomposición en el sueño hacia el mañana”, resalta de nuevo su condición fantasmagórica
de habitante de las sombras.
Pero, más allá
de la situación personal vivida por el autor y expresada en este libro, resalta
el planteamiento esencial y la creencia del poeta de que hay una realidad
ambivalente: existe una imposibilidad expresiva a través de la palabra para dar
cuenta de la multiplicidad del ser y de lo real, e igualmente una dificultad y
una paradoja en la esencia misma del amor, tal como es experimentado en la
época contemporánea, pero éstos a su vez (el estado poético y el estado
amoroso) son los dos únicos elementos para la realización plena de la condición
humana. Este es un leit motiv de
López Meléndez a lo largo de toda su obra lírica. En "El frasco de las
palabras" de Mesticia, vemos
que:
Las palabras
neumáticas
imperturbables
píldoras
que no curan
cagajones
metras
silencios de hábiles embalsamadores
putas
inmunes a mi desasosiego
Y en otro
poema, por otro lado, se nos dice:
sin palabras
un poeta no es
hueco en el
vacío
gangrena
Las palabras,
piensa el poeta por un lado, entes simbólicos por excelencia, no pueden dar
cuenta de la plenitud del ser ni de los límites de lo real, como tampoco existe
una identidad entre ellas y lo que designan. Lo que impera es una escisión y
una incongruencia entre las palabras y las cosas. Esta es una de las constantes
temáticas centrales y uno de los dilemas de la poesía moderna a partir del
Romanticismo. Más en nuestros días cuando, como afirma Paz, se quebró
definitivamente la visión analógica del mundo e impera la visión fragmentaria y
relativa impuesta por la ephisteme cientificista
que ha obligado al poeta a asumir un lenguaje igualmente fragmentado (Mallarmé,
Pound, Paz, Ungaretti, Williams, Cummings). Pero, por otro lado, el poeta, el
escritor, se aferran a él como única posibilidad para dar cuenta de nuestra
experiencia en profundidad y tratar de captar e iluminar la multiplicidad de lo
real. Con el soporte de la imagen, la cual es capaz de conjuntar los
contrarios, el ser y la nada, el poeta se siente en capacidad de construir un
cuerpo verbal donde brille la presencia del mundo, del ser y de las cosas. La
misma obra poética de López Meléndez, es una muestra de la afirmación y la
exaltación de los poderes de la palabra poética.
El carácter
contradictorio del amor en nuestro tiempo: la entrega al otro hace que uno
renuncie a la propia libertad e individualidad en provecho de la ajena y en
prejuicio de nuestros intereses. Su paradoja: pese a haber sido resquebrajada
la moral tradicional instaurándose nuevas relaciones de pareja, muertas ciertas
ideologías y creencias religiosas, perdido el tinte romántico de aquél y teñido
de un "utilitarismo supervivencial" en un mundo individualista donde
prevalece la "guerra de los sexos", se define como un lastre que, no
obstante, sigue siendo el último refugio frente a un mundo agresivo y hostil;
incluso existe una fuerte tendencia a convertirlo en una nueva religión- o un
sustituto de ella al igual que la poesía-, secular, por supuesto. La autora
española Helena Béjar, siguiendo las ideas del sociólogo Ulrich Beck, afirma
que, "desprestigiada la política, irrecuperable el vecindario y reducida
la clase a frías estadísticas, el amor se ha convertido en nuestra última
creencia...aparece como el vínculo más estable para dar sentido a la identidad
y por ello se transforma en una religión privada". Es a esta religión
problemática a la que el poeta se rinde en un rito cotidiano no exento de
cierta trascendencia. A partir de Mesticia,
podríamos decir que la poesía de López Meléndez definitivamente adquiere
fisonomía y voz propias, macerando y acrisolando todas las influencias líricas
antes señaladas.
En sus tres
últimos libros el lenguaje se torna cerrado, casi críptico; por tal razón,
quizás sea difícil percibir su poesía directamente y de una sola lectura. La
clave final de la misma parece estar a medio camino, como dice el crítico José
María Valverde, al hacer una lectura de cierta poesía oscura, entre lo
"mágico" y lo "comunicativo", de ahí su hermetismo, el cual
se nos revela o aclara, retomando a Valverde "por una suerte de intuición
simultánea de toda su atmósfera, sin parar mientes en la conexión lógica de
cada frase y al papel racional de cada objeto y nombre".
En Mester, los textos, poemas breves en
prosa, parecen ser escritos por un yo solitario (Un murciélago es la soledad), aislado y hastiado (El
hastío me empegosta la lengua).
Prevalece el vacío: "Vacuum" se llama una sección del libro, al igual
que un poema, donde leemos: “Estoy entrenado, no tener peso y el
silencio en el espacio vacío del cuerpo”. Las dos corrientes de Mestas,
la fluvial y la marítima, vuelven a aparecer, sólo que aquí parecen no fluir o
estar estancadas. La imaginería acuática es básica en el texto. Mi intuición es
que el sujeto narrativo se halla en una suerte de parálisis creativa, la cual
será esencial para el mismo. El fluir del tiempo y del agua, pues, parecen
estar interrumpidos, y el narrador poético está centrado en su oficio, mester, entregado a él en momentos de
intensidad donde, a ratos, se percibe la claridad o la trascendencia: Sobre
el rostro de la lluvia e ignorado se permanece
en esta intensa soledad de las dos aguas, tranquilo, a merced
("Mientras, no se muere").
En este éxtasis
involuntario, el sujeto parece, pues, enclaustrado, centrado en una búsqueda
ascética de la escritura y abierto a la meditación interior:
“Emerjo la plegaria, oscura claridad. El diálogo renace en la clausura” ("Paradoja").
La escritura es lo único que saca de la inercia al sujeto. En dicha clausura no
existe apertura para el amor o el deseo:
Escasa saliva en mi ojo el agua de la amante
("La guitarra se destiñe")
A ratos
reaparece, entonces, el deseo de trascendencia e iluminación, una iluminación
opaca: Ahora sobre la luz ¿alba u ocaso? túnel semisombra ("Dogal").
Hay que aclarar
que aquí es patente una ambivalencia en relación con el mar: como ente con el
cual el sujeto tiende a disolverse para bucear/buscar la comunión con el
origen, la reintegración con su yo más primitivo e íntimo; simultáneamente como
una inmersión en el caos y la oscuridad: “Desde el amor oración de lo que sé, clara
oscuridad” ("Paradoja").
El agua se transforma en otro texto en un símbolo aciago donde el sujeto, al
ver reflejado su rostro, ve grabado en él, con terror, el irremisible paso del
tiempo: El terror arranca en la mañana al mirarme al agua ("Las
palmas de la espuma").
La sensación de
estancamiento existencial, con apertura creativa experimentada por el sujeto
poético en Mester, es
"principalmente la del individuo inmovilizado por impulsos contrarios:
sensualidad y castidad, pasión y renuncia, lo inmediato y el más allá",
tomando las palabras del crítico Eugene Moretta al estudiar la obra del poeta
mexicano Gilberto Owen. El libro, pues, nos "sugiere en su éxtasis ese
momento de crisis existencial en el que sujeto se vuelve sobre lo ya recorrido
y se cuestiona todo lo que ha dado sentido a la vida". Sólo queda, pues,
volver al oficio de la escritura para tratar de dar un sentido a la existencia.
Logogrifo, uno de sus libros más
herméticos, constituye una suerte de enigma a descifrar, tal como lo anuncia el
último texto, que lleva el título del volumen: “Indagad en la palabra / y
descubrireis mi enigma”,
declaración que resulta válida al abordar una lectura atenta de toda su obra
poética. El poema es, pues, en este libro un enigma breve: “Las cortas dimensiones del enigma”
("Terrero"). El
texto se divide en cinco secciones o estancias que igualmente pueden ser, al
modo de una composición musical, cinco movimientos. El sujeto poético pasa por
una serie de transformaciones interiores enfrascado en una iniciación
hermético-verbal que tendrá que ver con la alquimia, con la magia, el
chamanismo. A través de todo el libro se habla de metales derretidos, hierros
imantados, plata viva, sal ácida, agua y fuego, materias infectadas de azufre;
igualmente se nombran arcanos visores, incienso, hongo, azufre,
mercurio, argamaza.
Este proceso de
desciframiento y despojamiento interior, de disolución del yo, se presenta a
través de un lenguaje -alquimia verbal- construido por fragmentos aparentemente
inconexos que reconstruyen una imagen desdibujada, pero esencial; un lenguaje
que se torna hermético; el poeta juega con la paradoja, con lo interior y lo
exterior, con la dualidad entre lo abstracto y lo concreto, el sujeto y el
objeto, sustentados en una escritura de versos cortados e inconclusos, de
notaciones crispadas - abiertas a las tendencias adivinatorias del alma -,
donde, a través del espejeo imaginístico y metafórico, el sentido se hace
impreciso oscureciendo el significado del texto:
Hacia cualquier parte
es ninguna
conmigo por dentro
donde el freo
y la soledad tan vasta
sin adentro
("Sin
adentro")
Por medio de
una suerte de experiencia unificadora, el sujeto percibe una revelación de la
identidad personal del yo íntimo, en la que se aproxima a un
"renacimiento", como un Ave Fénix:
Subida frenética
al abismo
al intestino de fuego
hacia la ceniza amarga
("Dentro")
En este estado
revelador también vislumbra una instantánea de la muerte:
Desde la muerte
la mirada cambia
una palabra
("Desde la
muerte")
El paisaje se
torna esencial: queda reducido a escuetos y desnudos versos:
Largor
improntitud de los cerros
("De
lejanía")
.........................
De entre las piedras
tremedal
el río fijo
("De entre
las piedras")
¿Qué queda,
pues, al sujeto poético en este despojamiento ascéptico e iniciático? : “La
memoria perdida” ("Paupero"). El agua y su
claridad, finalmente, dejan ver: lenguaje desnudo, la mente despejada, abierta
a la fijeza del instante; vislumbre del conocimiento, encuentro con el ser:
agua sólo
burbujas
("Monda")
Finalmente, La muralla del último farol, libro
escrito a finales de 1998, que puede leerse como un solo poema fragmentado en
varias estancias anímicas, es un tributo a una suerte de cábala personal, donde
palpamos al sujeto lírico extraviado ante una barrera misteriosa que le impide
trascender más allá de ciertos límites. Y aquí pareciera que la poesía de López
Meléndez está cerrando cierto círculo que arranca con sus primeros poemas y
donde ya planteaba, entre otras cosas, la situación del yo extraviado en el
laberinto del lenguaje.
El yo, en este
libro, se encuentra solo, deambulando en un oscuro e inhóspito erial, sin
posibilidad de alcanzar un objeto erótico anhelado, anclado en la imposibilidad
de amar:
“Sólo
me veo
el amor
íngrimo
cuando esa palabra
se
trasnocha”
(“Cuando esa palabra
se trasnocha”)
Cuando nos
referíamos líneas arriba a cierta cábala personal, no es que López Meléndez
esté rindiendo tributo a través de este libro a la tradición cabalística, como referimos en la primera parte de este
ensayo; su hermetismo radica en la alquimia verbal. Así, nuestro poeta vuelve
por sus fueros temáticos, planteando así uno de los dilemas principales del
poeta moderno, como ya lo habíamos señalado, y que es un leitmotiv en su poética: el drama del poder y la impotencia del
lenguaje y sus implicaciones, tal como es experimentado en nuestro tiempo. El
yermo psíquico del poeta en este libro ( está completamente ausente por primera
vez en sus textos la presencia del agua ) describe el combate de una
tragicididad ontológica que se lleva a cabo en su interior: la arena es la
psique del poeta enfrentada a su obra, alejado de todo racionalismo, abierto al
chisporroteo y sucesión de las imágenes. En el ensimismamiento de la mente,
está, sin embargo, plegado a la conformación de una voz individual, intentando,
simultáneamente, una liberación y una aniquilación del yo. El yo opulento y
sensual de sus textos anteriores parece explorar aquí una nueva y extraña
tierra donde, en una suerte de estado ascético, se encuentra extraviado ante
“la muralla del último farol”.
El dilema de la
identidad y la otredad asaltan continuamente al yo lírico deparándole una
situación de extrañeza. El yo sólo trasciende por medio del lenguaje y sólo por
las palabras se arma el rompecabezas existencial. Las palabras brindan un
ligero sosiego. Por la alquimia verbal accedemos a una iluminación de nosotros
mismos, de la otredad, del erotismo:
“Saberte allí
con esta quietud del lenguaje
en los
días
en este
saber
insignificante y doloroso
de
amante”
La última parte de este texto, que lleva el mismo título
del libro, anuncia los rasgos distintivos de esta poética. Como en otros libros
suyos estudiados, existe, pues, una ambivalencia con respecto al lenguaje. En
el poema “Falta” vemos que:
“Cada palabra se ha ido
hacia allá
peregrina la oración
en larga
fila. Faltan en mí ahora
como consuelo”
pero, a la vez, es nuestro único asidero para iluminar
la oscuridad del ser:
“Tea
cirial
Luz de cera
mechero en la argamaza clara”
(“Por si uno de esos”)
Concluida esta lectura personal, a grandes rasgos, la certeza de que este poeta, a mi parecer está ubicado, sin duda alguna, entre las voces líricas de mayor vuelo de nuestra contemporaneidad; establecida así, es, a nuestro juicio, superior a muchas de las entronizadas como sólidas e, incluso, como tutelares en el panorama de la poesía venezolana.
Ennio Jiménez Emán
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