ELISIO JIMÉNEZ SIERRA, VIRGILIO Y HORACIO, FULGORES GRECOLATINOS

 

Ennio Jiménez Emán

ELISIO JIMÉNEZ SIERRA, VIRGILIO Y HORACIO, FULGORES GRECOLATINOS

 


 

 

                                      

 

 

Ennio Jiménez Emán

Elisio Jiménez Sierra, Virgilio y Horacio, fulgores grecolatinos

 

1ª Edición Fábula Ediciones 2021

 

Ilustración de portada: Fresco de la Villa de los Misterios, Escena 9,

pintor anónimo, Pompeya, siglos II-I a.C., año I de Nuestra Era

 

Dirección Editorial y diseño: Gabriel Jiménez Emán

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Coro, estado Falcón,

República Bolivariana de Venezuela.

Email: gjimenezeman@gmail.com

ISBN 980-12-2075-9

RIF: J-31218464-F

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© Derechos reservados Ennio Jiménez Emán

Email: eseman@hotmail.es

 

 

© De esta edición: Ediciones Fábula, Venezuela, 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

      Sirva el presente trabajo, enfocado en el tema grecolatino, Virgilio, Horacio, Ovidio, Petrarca; el humanismo, el helenismo, el romanismo, la filosofía hedonista, la mitología clásica, el período alejandrino, la cultura renacentista y otros temas afines como un primer estudio fundacional sobre estos autores y tópicos presentes en la obra del poeta y ensayista venezolano. El mismo utiliza materiales literarios tales como manuscritos y textos mecanografiados inéditos del archivo de Elisio Jiménez Sierra (poemas, ensayos breves, notas, aforismos, apuntes, anotaciones y comentarios  marginales a sus libros), e igualmente incluye una selección bibliográfica parcial, específica, de lectura y consulta sobre dichos temas empleada por el autor.

                                                                                                           Ennio Jiménez Emán, 2019

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Y verás muchas veces, al amago de viento, caer precipitadas las estrellas y blanquear en pos de ellas largos surcos de fuego por la sombra de la noche”

VIRGILIO, Geórgicas. I, 356

 

 

 

“Polvo nomás y sombra perpetua nos envuelve”

                                                            HORACIO, Odas. VII, 4

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Virgilio

 

En un pequeño y precioso volumen en papel biblia de la editorial española Aguilar(1), perteneciente a la biblioteca del poeta y escritor venezolano Elisio Jiménez Sierra (1919-1995), que contiene las obras completas de los poetas latinos Virgilio y Horacio, se encuentra en sus primeras páginas esta anotación de su puño y letra: “Elisio Jiménez releyó cien veces este joyante libro.”  Jiménez Sierra fue toda su vida un consecuente y fiel lector de estos dos autores latinos. Publio Virgilio Marón (70-19 a.C.), como escribió el académico  y crítico español Lorenzo Riber en el prólogo del mencionado libro, es “el poeta más rico en adhesiones y de simpatía de todos cuantos poetas en el mundo han sido.” Poeta de hondo sentido religioso e histórico a la vez dotado de un singular refinamiento artístico y literario, que cuida el detalle y valora al mismo tiempo “lo menudo y lo significativo”. Formado en círculos intelectuales y filosóficos (epicureísmo, platonismo) de su época, toma muchas veces como modelo o referencia literaria para sus poemas y narraciones como la Eneida, a Quinto Ennio, poeta romano helenístico de origen griego, autor de un famoso libro donde narra la historia de Roma desde los orígenes hasta el siglo II a.C. Quinto Horacio Flacco (65-8 a.C.), amigo y discípulo del primero, maestro de la lírica latina que trasciende los tiempos y las edades, introdujo y actualizó formas poéticas griegas; de tono a veces áspero, sarcástico y satírico, realzó lo aparentemente insignificante, lo cotidiano y lo anecdótico al más alto valor poético que haya alcanzado literatura alguna. Si “el genio recatado de Virgilio dio un nuevo registro al misterio”, las visiones y la sensibilidad de su tiempo, trascendiendo el mismo y llegando al nuestro de una manera cónsona con la sensibilidad moderna, Horacio nos brinda “el fruto, a veces amargo, del árbol de la vida.”

     Elisio Jiménez Sierra fue, pues, toda su vida un asiduo lector de estos dos autores latinos. En estos dos poetas, entre otras cosas, vio siempre un paradigma de excelencia literaria, belleza artística y nobleza humana contrastando a veces a ambos hasta obtener una suerte de perfecta síntesis dialéctica del ideal, la cultura y el espíritu grecolatinos, buscando siempre lo mejor de su legado humano y estético entendido como valor e ideal universal. Incluso gran parte de su concepción de la vida, del mundo y de la manera de ver las cosas estuvo basada en  la antigua tradición cultural grecorromana. De Horacio tradujo varias de sus Odas y escribió diversos  comentarios, artículos o escolios sobre su obra en general o sobre algún aspecto de la misma e igualmente sobre su vida; de Virgilio, estudió algunos temas de su obra poética,  publicados casi todos estos escritos en la prensa caraqueña, sobre todo en la página literaria del diario El Universal donde mantuvo por varios años una columna literaria quincenal, o a veces mensual titulada precisamente “Estudios Grecolatinos”, durante la década de los años ’50 del siglo pasado. Allí trató temas específicos sobre las culturas y tradiciones literarias grecorromanas, estudiando diversos tópicos y autores (los poetas líricos y trágicos griegos, mitologías griega y romana, temas homéricos, los himnos a los dioses grecolatinos, los escritores y poetas latinos del período de Augusto: Virgilio, Horacio, Propercio, Ovidio, Catulo, Tibulo).

       Igualmente abordó temas literarios, filológicos y culturales europeos y americanos derivados de dicha tradición y de otras diferentes. Entre estos últimos se encuentran abordajes de estudio de la literatura francesa, española, portuguesa e italiana; temas específicos de la literatura hispanoamericana, escribiendo ensayos o estudios sobre autores venezolanos, nicaragüenses, colombianos, argentinos y de otros países. Igualmente escribió estudios, textos, notas, artículos, crónicas y ensayos varios en torno a asuntos netamente lingüísticos publicados en el periódico mencionado o en revistas literarias, otros inéditos,  entre cuyos temas destacan: Las fuentes del pensamiento cristiano; la patrística, literatura alejandrina y bizantina. La antigua literatura latino-cristiana; la literatura y la lírica monástica medieval y renacentista de himnos y misales. La poesía de los juglares y trovadores europeos; los poetas franciscanos de Italia en el siglo XIII, los cortesanos españoles del siglo XV y los cortesanos franceses del siglo XVII; los trovadores provenzales; François Villon; la lírica italiana medieval-renacentista de Dante y Petrarca; el romanismo; el humanismo de  Francesco Petrarca; la literatura mística española de San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Los escritores de la Pléyade francesa. La literatura y escritos de los profetas y patriarcas del Antiguo Testamento; los Salmos, el Eclesiastés, los Evangelios. Ensayos sobre pintura antigua y moderna; la pintura medieval, renacentista y surrealista. El Clasicismo, el Romanticismo,  el Decadentismo, el Simbolismo y el Parnasismo europeos, mediante estudios y traducciones de escritores como François Villon, John Milton, Victor Hugo, André Chénier, Leconte de Lisle, Theópile Gautier, Prudhomme, Huysmans, Chateaubriand; D´Annunzio, Carducci, Pascoli, Juan Valera, Nerval, Rodenbach, Anatole France, Pierre Loti, Gide, Mistral, Copée, Pierre Loüys entre otros. El movimiento prerrafaelista de Dante Gabriel Rossetti; la tradición poética moderna, realizando traducciones y escribiendo ensayos sobre Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Edgar Allan Poe, Flaubert,  Maupassant, Lovecraft, entre otros autores. Estudios sobre poetas venezolanos como Andrés Bello, Pérez Bonalde, Elías David Curiel, Carlos Borges. Igualmente estudios sobre el Modernismo y los poetas modernistas hispanoamericanos, abordando estudios sobre Rubén Darío, Villaespesa, Valle-Inclán, Blanco Fombona, Asunción Silva, José María de Heredia, Ada Negri; la literatura y la mitología de las antiguas culturas indígenas prehispánicas, el mito de María Lionza y otros mitos americanos; la poesía china clásica de las antiguas dinastías, entre otros temas.

     La formación cultural y literaria de Elisio Jiménez Sierra fue principalmente autodidáctica, y provino de sus propios aprendizajes intelectuales e igualmente de la enseñanza educativa directa de gente mayor; también de varios ductores o maestros que estuvieron a su lado,  con los cuales tuvo contacto y con quienes compartió saberes desde su temprana juventud, y a través de su vida hasta su madurez. Los mismos comenzaron desde los días en la escuela primaria (particular y pública) de su pueblo natal de Atarigua, en el estado Lara, en la región centro-occidental de Venezuela a comienzos de década de los años veinte del siglo XX. Allí estudió sus primeras letras, teniendo su inicial contacto con el latín en la iglesia del pueblo a muy temprana edad, donde eventualmente era monaguillo y el cura párroco local le facilitaba para su lectura los libros de la liturgia católica y los devocionarios, los cuales venían impresos en idiomas bilingües, latín-castellano. Luego inmediatamente continuará su aprendizaje cultural y educativo cuando se traslada a la ciudad de Carora a comienzos de la década de los años treinta del siglo pasado, donde prolongó y finalizó sus estudios primarios (a los trece-catorce años) avanzando en sus lecturas iniciales de literatura venezolana y americana, antigua y moderna, permaneciendo en la ciudad del Morere hasta los veinte años y compartiendo saberes con varios amigos de su generación, y otros mayores. Allí fue su maestro y mentor el escritor, políglota, periodista, traductor, tribuno y bibliófilo Don Chío Zubillaga Perera (1887-1948). Durante ese tiempo y bajo la tutela, dirección y estímulo de Zubillaga, hizo traducciones de escritores y poetas franceses e italianos, continuó estudiando literatura venezolana y extranjera leyendo a los autores foráneos en su lengua original y consultando las gramáticas, diccionarios y textos literarios de la biblioteca de Don Chío, e igualmente revisando libros y bibliografía en la biblioteca pública caroreña “Riera Aguinagalde”.

     A comienzos de los años cuarenta del siglo pasado, se fue el poeta a la ciudad de Barquisimeto a estudiar la secundaria en el liceo “Lisandro Alvarado”, donde aparte de sus estudios regulares continuó sus aprendizajes lingüísticos y de otros idiomas en la biblioteca de dicha institución educativa, y en la biblioteca pública de la capital larense. Allí se editaría su primer libro de poesía, contando su autor con veintitrés años de edad. En esa ciudad, conoció y estableció una sólida y duradera amistad con el presbítero larense Juan de Dios Losada Cadenas (1885-1973), de la orden franciscana. Aparte de preclaro católico y cristiano, Losada era latinista, hombre culto y erudito, poseedor de una selecta biblioteca de temas religiosos y literarios, que leía y traducía del latín, sabía algo de griego y otros idiomas extranjeros. Tomó el presbítero al poeta Jiménez Sierra como pupilo y alumno particular animándolo a compartir traducciones de textos,  lecturas de teología,  de los padres de la iglesia y de pensadores, escritores y poetas del mundo latino obsequiándole, entre otros libros, una antigua edición española bilingüe de las obras completas de Horacio. Elisio Jiménez Sierra y el padre Losada compartieron una amistad duradera que se prolongó en el tiempo, bien por vía epistolar o visitando el sacerdote al poeta algunos fines de semana en su casa, cuando ya Jiménez Sierra vivía en Caracas establecido con su familia. Pasaba el escritor de treinta años de edad, había publicado su segundo libro de poesía y vivía en la Urbanización “Carlos Delgado Chalbaud”, en Coche, al oeste de la ciudad, a comienzos de los años cincuenta y hasta ahí se trasladaba el sacerdote para conversar y debatir con él sobre diversos tópicos culturales, filosóficos y religiosos. El padre Losada revisaba allí también las traducciones de escritores latinos realizadas por el poeta larense, haciéndole seguramente valiosas  y oportunas observaciones y sugerencias a las mismas.

     Además del vínculo con el padre Losada, por ese mismo tiempo que vivió en Caracas en los años cincuenta, Elisio Jiménez Sierra continuó con sus aprendizajes autodidácticos y estableció una relación intelectual y de amistad -fraterna y estimulante-, con el mitógrafo, teósofo, erudito, folklorista y lingüista  yaracuyano Gilberto Antolínez (1908-1998), quien también moraba a la sazón en la misma Urbanización “Carlos Delgado Chalbaud”, en las Veredas de Coche. Fue Antolínez uno de los primeros estudiosos venezolanos de los mitos y cosmogonías de los pueblos indígenas americanos, e igualmente hombre muy culto e iniciado en temas teosóficos, además de Maestro Masón. Antolínez -al igual que Jiménez Sierra lo hacía sobre literatura-, publicaba sus artículos y ensayos sobre mitos y folklore americano y universal en la prensa caraqueña, y ambos se profesaban admiración y respeto intelectual. Vivían en domicilios muy cercanos y con frecuencia intercambiaban variados saberes culturales, al igual que textos literarios y filosóficos sirviéndole  Antolínez de guía al poeta en temas de psicología, antropología,  esoterismo y lenguas indígenas; Jiménez Sierra servíale a su vez a él de guía en lecturas de poesía, temas eclesiásticos o bíblicos y aprendizajes de latín y francés. A veces la visita de Antolínez a Jiménez Sierra ciertos fines de semana coincidía con la del padre Losada.

     Trabó también amistad duradera Elisio Jiménez Sierra por esos mismos años caraqueños, con el poeta parnasiano zuliano -políglota y bibliófilo-, Jorge Schmidke (1890-1981), unos treinta años mayor que él. Jiménez Sierra y Schmidke (quien vivía por esos años en Las Delicias de Sabana Grande, al este de Caracas), compartían frecuentemente filiaciones literarias e ideales helénicos,  intercambiaba libros, correspondencia epistolar,  fotografías de escritores e impresiones literarias. Se reunían por esos días en la Biblioteca Nacional o en otros lugares del centro de la ciudad, siendo Schmidke avezado especialista en cultura y literatura grecolatinas (y del mundo grecorromano en general), y sobre todo gran estudioso del Clasicismo, el Parnasismo y el Decadentismo franceses (Leconte de Lisle, André Chénier, José María de Heredia, François Copée y Pierre Loüys). Tanto Jiménez Sierra como Schmidke se profesaban igualmente mutua admiración en lo concerniente a la búsqueda y consecución de la perfección formal del verso -del metro y el ritmo-, al tallar sonetos (en verso endecasílabo) en el idioma castellano.  Igualmente cotejaban textos poéticos y ambos comparaban sus traducciones del francés haciéndose igualmente correcciones, ajustes y observaciones métricas o estilísticas de autores como Léo Larguier, Paul Verlaine, Sully Prudhomme o Théophile Gautier. Schmidke revisó la traducción que el poeta larense llevó a cabo, entre 1956-57, de cincuenta y siete (57) de los ciento dieciocho (118) sonetos que constituyen el libro Los Trofeos de José María de  Heredia (libro que el propio Schmidke le obsequió a J. Sierra en una bella edición francesa antigua de canto dorado), el poeta francés de origen cubano. Dichas traducciones, bajo el título de Los Trofeos,  posteriormente serían publicadas en Mérida de Venezuela, por las ediciones de la Universidad de Los Andes en 1979, las cuales Jiménez Sierra envió posteriormente al poeta mexicano Octavio Paz, refiriendo el propio Paz elogios a las mismas en una carta enviada al poeta y escritor catalán Pere Gimferrer, como lo recoge el libro de Octavio Paz, Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer, 1966-1997. (2)

     Como lo estudió el eminente ensayista y crítico literario Gilbert Highet, el Parnasismo constituyó un movimiento “que afirmaba la belleza de los ideales estéticos griegos y latinos, en oposición a los ideales del siglo XIX (…) Considerado desde otro punto de vista, fue una expresión de disgusto por los ideales románticos que se habían agrandado exuberantemente y se habían hecho extravagantes.”(3) Así, el parnasista, contrario al sentimentalismo frenético trata, pues, de dominar sus emociones poniéndole un freno y una mesura mediante el verso equilibrado, de precisión y claridad resumiendo su ideal en la impasibilidad y el juicio sereno, e igualmente adoptando la serenidad de la forma. Tomando el nombre del Parnaso griego, montaña donde habitaban las Musas, diosas de la poesía y las artes los escritores franceses le adjudicaron el nombre “a la colina en que se reúnen las universidades, el arte y el pensamiento de París y este Montparnasse parisiense se mantiene en perpetua oposición a la colina de la orilla derecha, más moderna (y más materialista) coronada por el Templo cristiano del Sacré-Coeur y bautizada con el nombre medieval de Montmartre, ‘monte de los mártires’.”(4) Su principal corifeo fue Leconte de Lisle (1818-1894), a quien tradujeron tanto Schmidke como Jiménez Sierra e igualmente su discípulo directo al cual nos referimos más arriba, José María de Heredia (1842-1905), autor de Los Trofeos, quien a su vez editó las Bucólicas de André Chénier (1762-1794), muerto en la guillotina durante la Revolución Francesa, poeta que había influido a su vez a los románticos y parnasianos franceses.

     Es así entonces, que para inicios de los años cincuenta del siglo XX, tenemos a Elisio  Jiménez Sierra establecido en Caracas, escribiendo en la prensa nacional sobre temas grecolatinos y traduciendo textos de Lucrecio, Virgilio, y Horacio; estudiando los himnos latinos, la poesía medieval y renacentista; traduciendo y estudiando igualmente a Dante y Petrarca, a Villon, a los poetas de la Pléyade francesa; a poetas del Parnasismo, del Decadentismo y del Simbolismo. Podríamos decir entonces que gran parte, o una buena parte de la obra ensayística y poética de Elisio Jiménez Sierra, está asentada en esta tradición grecolatina “clásica” e igualmente podríamos afirmar que,  por extensión, toda la cultura occidental (literatura, filosofía, historia, arte, política, religión, sociología) está permeada por ella ya que es una de las bases de la misma, siendo nosotros sus herederos. Otra tradición fundamental nuestra -y de la que se nutrió Elisio Jiménez Sierra- es la judaica o semítica. En este sentido, algunos estudiosos y críticos literarios entre ellos el estadounidense Harry Levin, arguyeron en variados escritos publicados a mediados del siglo pasado, que hacía ya bastante tiempo que el mundo había dejado de ser helenocéntrico, no constituyendo ésta la única tradición cultural central o paideia, aunque admiráramos la visión de totalidad de Werner Jaëger. Muchas universidades europeas en Francia, España e Inglaterra a partir del Renacimiento, como centros de saber trilingües (tales como Louvain, Alcalá de Henares,  o Corpus Christi entre otras), además del latín y el griego, estudiaron el hebreo de tal manera que: “El helenismo ha sido, en verdad, un factor crucial en la evolución de la cristiandad; también lo ha sido el latinismo en  Occidente. Pero el hebraísmo, como lo comentó Mathew Arnold, tuvo sus retoños en la cultura angloamericana.”Es así que, asienta Levin, ninguna otra colección de clásicos fue “ecuménicamente distribuida como la del Antiguo Testamento en sus versiones reformadas -siendo el Nuevo Testamento una compilación de un carácter distinto.” (5)

     El humanismo de Elisio Jiménez Sierra está asentado y enraizado intelectualmente en esta manifestación cultural y espiritual surgida en Europa. El humanismo marca el tránsito de la Edad Media al Renacimiento (complementando un tanto las dos épocas y culturas), acontecimiento este último en el que entran la ciencia, la arquitectura, las artes plásticas, la filosofía, la política, la geografía, la astronomía, la música y en general “todas las manifestaciones del espíritu humano”, proceso que se inicia a mediados del siglo XV y se prolonga hasta finales del siglo XVI e involucra en su desarrollo  conceptos espirituales o religiosos como el de la Reforma protestante (Lutero, Calvino, Erasmo, Vives). El concepto de humanismo, gestado un poco antes que el período inicial del Renacimiento, está pues estrechamente ligado a este fenómeno cultural, lo cual no quiere decir que necesariamente Humanismo y Renacimiento sean lo mismo, ya que son vocablos distintos y que como definiciones de una realidad histórica, deben ser precisados en cada caso (incluso al estudiar a los autores del período, habría que examinar particularmente autor por autor y verificar específicamente la presencia de uno o de ambos conceptos en cada uno de ellos).Se puede hablar, por ejemplo, del hombre y de los hombres del Renacimiento y de los diversos valores que se establecieron en ese período. Como han precisado algunos autores, el humanismo es sólo en parte una cultura “funcional y concreta” y respondió a necesidades sociales precisas, que hay que ubicar en un contexto histórico general donde tuvo protagonismo el ascenso de la burguesía;  su trascendencia consiste en haber redimensionado conceptos e ideas universales de la Antigüedad clásica y del cristianismo. Pero igualmente, el humanismo de la segunda etapa del Renacimiento no fue siempre una tendencia dominante y estuvo subordinado “respecto a las otras corrientes espirituales del mundo europeo.”

     Aunque muchas veces el humanismo sostuvo una tendencia rayana en la idealización de lo humano, la universalidad del mismo estriba, pues, en que  reivindicó valores “ahistoricos” o intemporales, válidos para “el hombre en sí” de cualquier época. Tenemos, entonces, que el humanismo  abarca, en sus inicios, el llamado “primer período” del Renacimiento, siendo éste un humanismo meridional surgido en Italia,  que va desde mediados del siglo XIV hasta finales del XV. Durante este período la cultura intelectual se laicizó lentamente, dejando de ser, como lo era en la Edad Media, sólo “privilegio de los clérigos”, polemizando así con la cultura escolástica de las universidades donde las disciplinas y estudios eran “servidores de la teología” y conducían a ella. En el humanismo se atribuyó un valor propio a cada estudio particular;  igualmente al sentido griego de la observación y la experiencia humana se le otorgó un lugar y una utilidad preponderantes en la vida intelectual del hombre. En el “segundo período” del Renacimiento, es protagónico un humanismo nórdico, septentrional, desarrollado en los países situados más al norte de Europa, que abarcó desde la segunda mitad del siglo XV hasta finales del XVI, estando estrechamente ligado a la reforma protestante.

         Es así entonces que, gracias a los estudios humanísticos, se sustituyó el teocentrismo anterior y su visión religiosa por un antropocentrismo secular centrado en los estudios humanos en el cual dicho movimiento ya estaba bien asentado. Se convirtió de este modo en “un movimiento internacional del espíritu”, gracias a hechos como la invención de la imprenta de caracteres móviles, que permitió la difusión del conocimiento a gran escala; también los descubrimientos marítimos ampliaron los horizontes humanos en un universo más vasto, modificando la representación del espacio y “arruinando la geografía clásica”, e igualmente cambiando diversas concepciones filosóficas y religiosas de esa misma Edad Media. Si en su primera etapa italiana, meridional, el humanismo se adentra en la búsqueda y formulación de un modelo de lo humano basado en los autores griegos y latinos, estimulados por concretas necesidades culturales, en su segunda etapa en el humanismo del norte de Europa -permeado por la reforma protestante y de tinte más laico-,el mismo se aboca al estudio de antiguos textos religiosos, patrísticos y bíblicos, “explorando en sus originarias formulaciones literarias el ideal del hombre cristiano.”

     Algunos estudiosos han señalado que el carácter del humanismo debe estar asociado principalmente a las “humanidades”, siendo el término “humanista” el que algunos de estos estudiosos prefieren para referirse a esa condición o tendencia hoy en día, al contrario del término “humanismo”, acuñado a principios del siglo XIX.  Escribe el notable crítico y filósofo contemporáneo alemán, Paul Oskar Kristeller, sobre el humanismo, que: “Si queremos alcanzar a comprenderlo propiamente, debemos tratar antes que nada de olvidar las vagas implicaciones de hincapié en los valores humanos que el término humanismo ha adquirido en el lenguaje de hoy en día. (…) He encontrado útil regresar (…) a los términos humanista y humanidades de los que fue derivado y que realmente se usaban durante el Renacimiento.”(6) Recalca Kristeller que en el Renacimiento un humanista era un maestro de las humanidades o estudios humanísticos, y que dicho término significaba “un ciclo de disciplinas compuesto de gramática, retórica, poesía, historia y filosofía moral.” Se trató de un gran desarrollo de estas materias y que su influencia posterior en las artes, la literatura, la ciencia y la religión fueron indirectas. Según Kristeller no fue el humanismo un movimiento filosófico o ético, sino erudito y literario apoyado en un ideal educativo y estilístico y en la extensión que abarcaban sus propios problemas y estudios, “más que en su lealtad a cualquier conjunto dado de opiniones filosóficas o teológicas.”

     Se esmeraban los humanistas en la elegancia en el estilo y la expresión de conceptos precisos, tomando ideas “más o menos libremente de muchos autores y escuelas.” Por supuesto que su finalidad en primera instancia tenía las miras puestas en el ser humano, la condición humana y sus problemas fundamentales, tanto en el contexto  cotidiano como en temas relativos al alma en aras de enaltecer, engrandecer y ser útil a esa misma humanidad, más esa  no era su única o esencial finalidad. El Renacimiento había heredado de la Edad Media tardía un sistema   de conocimientos especializados, derivados de una gran cantidad de textos científicos y filosóficos traducidos del griego y del árabe (difundidos muchos de ellos a través de la enseñanza universitaria, sobre todo en las universidades francesas y otros por la tutela de algunos sabios e individualidades y por grupos, logias y cofradías), tales como teología, derecho canónico y romano, astronomía, matemáticas, astrología, lógica y filosofía natural y también de gramática y retórica, los cuales se redimensionaron y particularizaron, aún más, precisamente durante el Renacimiento. Refiere Kristeller que “las humanidades significaban una especie de educación liberal, es decir, una educación literaria digna de un caballero.” La base estaba en el estudio y práctica del latín, el cual era la lengua “de la Iglesia, de la erudición y de la instrucción universitaria, y de la conversación y correspondencia internacionales.” Los humanistas eran, pues, conocidos como poetas, estudiosos del latín y la retórica concerniendo esta última materia al campo de la literatura en prosa y a la oratoria.

     El humanismo de Elisio Jiménez Sierra, particularmente,  tiene bastante que ver con este último tipo de estudio. Su conocimiento y dominio de varios idiomas y de temas literarios, retóricos, lingüísticos y filológicos eran vastos; igualmente su profundidad y ductibilidad en cuanto al abordaje de  temas religiosos, teológicos y filosóficos. Estas ideas y temas están presentes en su obra ensayística, donde estudió a escritores, literatos y poetas occidentales de diferentes épocas representantes de dicha tradición grecolatina, o europea y latinoamericana en sus contextos históricos, biográficos, estéticos y psicológicos enfocándose igualmente en análisis literarios y filológicos de estas mismas culturas. En sus ensayos, Jiménez Sierra despliega una erudición cultural sedimentada que abarca la literatura, la filología, la estética,  la religión o la mitología, ámbitos donde el escritor se movió con soltura combinando la lucidez con la claridad expositiva, el buen decir con la elegancia y concisión del estilo. Escribió también en su última etapa, en menor cantidad, prosa narrativa y prosa breve reflexiva y aforística. De otro lado está su poesía inspirada en temas y personajes  griegos y en motivos hebreos bíblicos; sus poemas dialogales,  algunos pocos de tema erótico o bizantino y su poesía eminentemente lírica, de tópicos y temas variados conocida y difundida en Venezuela. Igualmente sus ensayos sobre temas de mitología y mitografía  grecolatina y americana. Todo ello abarcó una producción literaria considerable la mayor parte de la cual está editada.

     En cuanto al humanismo propiamente dicho, tomó el escritor venezolano como modelo, paradigma o referencia humana (en lo referente a pensamiento, religión y poesía) esencialmente a Francesco Petrarca (1304-1373), el poeta y sacerdote italiano (según la crítica el iniciador y principal representante  del humanismo europeo, a la par de insigne depositario de la herencia grecolatina de Virgilio y Horacio), de quien incorporará el escritor larense a su ideario ciertas concepciones de la  poesía, del arte y de la manera de asumir la vida e igualmente de  la resonancia cristiana de su preocupación moral y humana, aunque sin tomar su credo o  programa intelectual como un todo, el cual aspiraba en Petrarca, entre otras cosas, a contener “sabiduría platónica, dogma cristiano, elocuencia ciceroniana”. Hacía énfasis el poeta italiano principalmente en la actitud hacia el cristianismo en cuanto al ejercicio de la fe y la piedad religiosa. Petrarca fue para Elisio Jiménez Sierra modelo de poeta y monje, poseedor de altos valores líricos y religiosos e igualmente hombre agobiado por dudas, temores pecaminosos, angustias, contradicciones, soledades. Admiró de seguro Jiménez Sierra entre otras cosas en Petrarca, más su retorno a la tradición poética y literaria de los escritores antiguos donde el mundo pagano cobró dignidad, que su filiación a la curia romana o su apego al pontificialismo, al clericalismo o al dogmatismo cristiano. Según esta perspectiva, se podía ejercer para Jiménez Sierra un humanismo laico apegado a criterios culturales sin necesidad de profesar una religión formal, o apelar a la fe como idea de pureza como lo hizo el poeta italiano.

     Elisio Jiménez Sierra sostuvo la práctica de un cristianismo espiritual presto a la vida interior y al recogimiento, destacando sobretodo su valor ético-religioso, libre e íntimo.  En el humanismo abarcante de Jiménez Sierra -y en su particular paideia y humanitas como formación del hombre, presentes en variados escritos suyos- tuvieron, pues, cabida las letras,   la filología, el arte y la educación; la filosofía, la mística, la espiritualidad, la antigüedad y la modernidad. El legado cultural de Petrarca incluyó el conocimiento de la antigüedad dándose en la práctica a la tarea de revivirla y tomarla no solamente como modelo de escribir, sino también como forma de pensar y obrar, ideal que también  aupó Jiménez Sierra.  Otros rasgos en Petrarca son, como lo hace ver Kristeller: la “resurrección del latín clásico como medio de expresión literaria, acercamiento al verdadero espíritu de los autores de la antigüedad y expresión de un pensamiento cristiano en la más pura y elegante forma antigua.”(7) Es bueno precisar aquí que, en sus metas,  objetivos y valores, el humanismo moderno y el contemporáneo (por ejemplo el de Marx, el de Sartre y el de algunos otros pocos escritores, pensadores y filósofos) no constituyen un grupo o un movimiento homogéneo, basándose los mismos, la mayoría de las veces, en conceptos y directrices muy diferentes de las del humanismo renacentista, y no toman en cuenta para nada una vuelta a la Antigüedad clásica. Sería entonces un error considerar al humanismo como una condición cultural general de todos los escritores, poetas, filósofos, pensadores, hombres de letras o educadores de tal o cual época occidental, incluyendo la nuestra. En verdad, desde sus inicios en Occidente hasta nuestros días, los humanistas de diversa índole han constituido un reducido número de autores. Si en el fondo es verdad que toda literatura o filosofía es humana y se ocupa esencialmente de hechos, asuntos y problemas humanos, lo cierto es que no es sólo siempre así, y también es verdad que una buena cantidad de esos autores no tiene nada que ver con dicha designación o etiqueta. Así que, para cualquier estudio o denominación sobre el tema, habría, pues, que revisar a cada autor en particular en su obra y pensamiento, para verificar, precisar y certificar dicho concepto y ver qué tipo de humanismo profesa. 

    Vale la pena resaltar también algo que señala el crítico alemán citado, como es el hecho de que, contrariamente a lo que se cree, Petrarca y otros humanistas de su tiempo no sabían griego o lo sabían muy incipientemente, aseveración que echa por tierra un tanto la idea de que necesariamente los humanistas debían dominar, de forma amplia, el griego en  lectura o escritura (aunque algunos humanistas posteriores sí lograron dominar ambas lenguas). Intentó el poeta y humanista italiano aprender la lengua y no progresó mucho, estando sus conocimientos de dicho idioma basados en fuentes latinas, o en textos griegos de traducciones latinas bilingües (griego y latín) hechas por sabios bizantinos para quienes el griego era lengua usual de habla y lectura; fueron ellos también quienes escribieron su gramática siendo el saber griego del humanismo renacentista “una herencia de la Edad Media bizantina”. Se operó y esparció ese saber en Italia primero durante dicho período medio, y luego tras la caída de Constantinopla en 1453 en manos de los turcos (último vestigio del Imperio romano en Oriente), lo hizo en una segunda etapa cuando otra cantidad de estos sabios o maestros llegaron a dicho país. También es verdad que algunos pocos sabios italianos habían estudiado en aquella ciudad oriental situada entre dos continentes, con profesores bizantinos y luego regresaron a Italia  con esos conocimientos. Precisa el mentado crítico alemán que incluso Petrarca, como muchos humanistas posteriores “ignoró todo lo que la civilización romana debía a la griega”, pero que sin embargo, aportó algo a la misma al adquirir “un manuscrito griego de Homero, que sirvió de base a la primera traducción latina de este poeta.”

     Elisio Jiménez Sierra leía principalmente en latín, y traducía textos literarios en dicho idioma valiéndose de algunos textos originales, e igualmente de ediciones bilingües latín-castellano. Poseía varios diccionarios y gramáticas, textos que usaba igualmente como fuente de consulta para sus estudios personales, y cuando le tocaba impartir en oportunidades clases de dicha lengua en el interior del país y en Caracas, durante la década de los años cuarenta-cincuenta del siglo pasado. Del idioma griego, también disponía de textos literarios bilingües griego-castellano para hacer sus traducciones y poseía varias gramáticas y diccionarios, arsenal del que se valía para sus estudios. Otra fuente frecuente de consulta bibliográfica la tuvo en la Biblioteca Nacional de Venezuela, de la cual dispuso cuando vivió en Caracas con su familia muy cerca de esta institución, también durante la década de los años 1950 del siglo pasado. Sobre estos temas del humanismo renacentista y otros afines como el helenismo y el romanismo, Jiménez Sierra consultó y estudió en varios libros de su biblioteca personal, entre los cuales se encuentran en muy breve selección, entre otros títulos: La cultura del Renacimiento en Italia, de Jacob Burckhardt; El Quattrocento. Historia literaria del siglo XV italiano, de Phillippe Monnier; Los misterios paganos del Renacimiento, de Edgar Wind; El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga; Historia de la antigua literatura latino-cristiana, de Alfred Gudeman; El Cristianismo medieval y moderno, de Charles Guignebert; El legado de Grecia, de Richard Livingstone; La pintura italiana del Renacimiento, de Juan de la Encina; Italia mía y otras poesías, de Francesco Petrarca; Excelencia de la vida solitaria, de Francisco Petrarca.

     Esta breve selección pone en evidencia otro rasgo de Jiménez Sierra: su condición de lector meditativo, riguroso y selectivo, sistemático y exigente en cuanto a sus lecturas, que subrayaba y anotaba sus libros y leía la prosa íntima y concentradamente, en silencio, al estilo de San Ambrosio (Obispo de Milán, Padre de la Iglesia Latina, ductor de San Agustín y primera persona que empezó a leer “sin pronunciar las palabras”, ya que antes de él la lectura se hacía en voz alta); en soledad, la poesía la leía Jiménez Sierra susurrada y musitada en tono quedo, muy seguramente al estilo de lectura de los poetas líricos de la antigüedad. En lo concerniente a Petrarca, como anotó un crítico, “encontró un mundo cultural místico y lo dejó humanístico.” Retomó como bandera la Antigüedad clásica pasando por encima de la incipiente ciencia medieval, sumergiéndose en la lectura de los antiguos escritores itálicos y en la contemplación de las ruinas romanas, los cuales produjeron en su ánimo “una fuerte nostalgia de la grandeza política de la República y el Imperio Romanos”. De igual forma, también hay en Petrarca, como lo han señalado algunos críticos, una  fuerte dosis de hostilidad hacia el escolasticismo, vale decir, hacia la enseñanza universitaria de la Edad Media tardía, atacando igualmente a la astrología así como a la lógica y a los filósofos aristotélicos, aunque muchas veces dichos ataques no ahondan en problemas o argumentos específicos, y reflejan más bien rivalidades y conflictos personales.

     Siguiendo con la argumentación del crítico Paul Oskar Kristeller, tenemos que la espontaneidad creativa y la ingenua retórica de las letras medievales, eran a los ojos de Petrarca y los humanistas signos de barbarie, enarbolando por el contrario la aspiración “a una perfección espiritual basada en la cultura clásica.”Dicha empresa tuvo fuerte oposición en muchas mentalidades mezquinas, entregándose a ella el poeta con una actitud obstinada, accediendo a las cortes más suntuosas de Italia siendo luego Petrarca celebrado fuera de su país, traduciéndose sus obras latinas a diferentes lenguas neolatinas. Incluso no llegó a producir ningún entusiasmo en Petrarca la lectura de la Divina Comedia, de su compatriota Dante Alighieri ya que sus intereses y perspectivas culturales eran muy diferentes. Si Dante era escolástico y aristotélico, por el contrario Petrarca fue para muchos “el primer platónico de su época.” Si Dante tomó a Virgilio como guía espiritual y vidente en la Comedia, Petrarca se propuso en su poema África emular la Eneida, tomándola como prototipo heroico. La paradoja del poeta italiano estuvo en que, como refiere Kristeller, “haciéndose antiguo, Petrarca se convirtió en un hombre moderno”. Se dedicó al cultivo consciente del latín, buscando la perfección formal y estilística en la  prosa y el verso.

     Escribió Petrarca varios libros en lengua latina y también en italiano. Entre los de lengua latina -en los cuales está contenida la doctrina humanista y la filosofía moral de su autor-, destacan el diálogo De los remedios de la buena y mala Fortuna; las Epístolas, cartas variadas que son testimonios de sus afanes de escritor y de su vida espiritual; el mencionado poema épico África,  escrito en hexámetros virgilianos que tiene como modelo un relato histórico de Tito Livio sobre Escipión, dándose a la tarea de escribir una epopeya nacional romana; e igualmente el Secreto, tratado breve escrito en prosa donde pasa revista a su vida desde el punto de vista cristiano, a través de un diálogo imaginario entre su autor y San Agustín, siendo su libro más humano al decir de muchos, escrito varios años después de la muerte de Laura. En lengua italiana escribió el Cancionero, (constituido por trescientos sesenta y seis sonetos, 29 canciones y una pocas composiciones de diversa estructura) que reunió su trabajo lírico de treinta años, poemas que celebran igualmente a Laura en vida y luego de su fallecimiento, y que a veces él mismo entonaba o recitaba acompañándose con un laúd. De este modo, correspondió a Petrarca el mérito  (respaldado por la crítica) nada menos que de ser el verdadero fundador del idioma italiano, un idioma que todavía en la tardía Edad Media era rústico y estaba contaminado por “los provincialismos, los provenzalismos y los latinismos”, el cual el poeta italiano refinó otorgándole una cadencia musical y una unidad de armonización de sonido y sentido.

     Expone el mencionado crítico alemán Kristeller, que igualmente Petrarca dejó como legado a los futuros hombres de letras su aspiración a la soledad y su melancolía, que provienen en gran parte en él del monaquismo medieval, y sin embargo “su propio ideal no es el del monje sino el del sabio y letrado que se retira a la campiña, lejos de las ciudades, de su rudeza y turbulencia”, característica como sabemos que ya también habían practicado en el pasado poetas latinos como Virgilio y Horacio en la época del emperador  Augusto. Apuntó Jiménez Sierra en un estudio sobre el poeta italiano: “Por Laura sabemos que él era apasionado, melancólico, amador del campo y de la soledad, inclinado al suicidio, despreciador del mundo, admirador del arte y de la belleza, proclive a las alegrías y los ensueños místicos, creyente en Dios, en Jesucristo y en la Madre del Verbo, poeta y músico de tan delicado y fino oído, como todavía hoy no existe ni tal vez existirá en Europa. (…) Las rimas de Petrarca serán la fuente viva e inagotable donde irán a beber los poetas de la Pléyade francesa y los clásicos del Siglo de Oro español”.(8) (Precisamente estas rimas de Petrarca fueron, a nivel formal -sonetos en verso endecasílabo-, modelo a imitar y recrear por Jiménez Sierra, a lo largo de toda su poesía).  Expuso el poeta venezolano en el mismo estudio que Petrarca, al igual que Dante, dos grandes pecadores que imploran perdón y que expresaron “la encarnación arquetípica del amor” femenino en su poesía, paradójicamente por fortuna no fueron correspondidos por las damas reales que inspiraron sus libros. Lo ponderó así  Elisio Jiménez Sierra (suerte de “monje laico” él mismo, que resolvió sus contradicciones de laicismo y religión mediante la escritura poética), al resaltar estos rasgos en la figura de Petrarca como “un hombre vivo de nuestro tiempo.”Lo estimó así, pues, un creyente cristiano tan particular como Elisio Jiménez Sierra, quien escribió poesía de tema monacal o conventual, un tanto “herética”, tal como la recoge su libro Poemas del monje laico.(9)

     En la primera parte de este volumen poético, la voz del monje laico (el yo poético o sujeto poético: yo lírico a la vez ficcional y real que presentan los textos, el cual  parte de la experiencia y biografía de su autor, y a la vez es simbólico y literario) dirige sus versos (sonetos con rima de verso endecasílabo) a una supuesta novia, o enamorada de carne y hueso de nombre Rosa Lucinda, quien se hizo monja, y el monje-poeta, que tiene acceso al claustro y escribe sonetos virtuosos y pecaminosos, sabiendo que está ella sometida a malignas tentaciones y suplicios, le pide en los textos que renuncie a los votos y vuelva con él. En los dos últimos tercetos del poema VIII, “Vuelve”, dice el sujeto poético a su pretendida:          

 

                                               Vuelve, Rosa Lucinda, porque el mundo

                                               me parece sin ti como el profundo

                                               tremedal de una noche sin destellos.

 

                                               Deja las celdas de paredes frías,

                                               y ven a mí, como en aquellos días,

                                               envuelta en el cendal de tus cabellos.   

 

La segunda parte del libro (dedicada a Ntra. Señora del Adviento, patrona de los poetas), ya el monje fuera del claustro, la asume igualmente una voz  que atraviesa las edades,  tiempos y espacios y que es síntesis expresiva de diversos poetas, profetas, filósofos y hombres sabios antiguos. Se establece la voz finalmente en “los valles y montes de Samaria y Judea”, sede o sitio del Adviento, donde se entonan hosannas, cantos de anunciación y epifanía por el nacimiento de un niño-Dios redentor.

      Es sabido que en la “profética” Égloga IV de sus Bucólicas, Virgilio  habla del  nacimiento de un supuesto niño salvador que establecerá una nueva Edad de Oro sobre la Tierra, Urbe et Orbi:“Ya ha llegado la última edad que anunció la profecía de Cumas. (…) Ya vuelve también la virgen, el reino de Saturno vuelve. Ya se nos envía una nueva raza del alto cielo. Únicamente a ese niño que nace, con quien terminará la edad de hierro y surgirá la edad de oro para todo el mundo, tú, casta Lucina, ampáralo: ya reina tu Apolo.”(Traducción del latín de Bartolomé Segura Ramos).(10) En dicha Égloga IV, algunos como San Agustín vieron o presintieron encarnado en este Dios infante al futuro Mesías de los cristianos. En Poemas del monje laico, del poeta Jiménez Sierra, se mencionan la égloga de Virgilio y su probable vaticinio en el poema “San Virgilio de Marón”. Imagina aquí el poeta larense a un Virgilio santificado anunciando “que el canto augural llega de Roma,/donde un  mundo se hunde  y otro asoma;/ un Niño nace y la Sibila muere.” San Virgilio de Marón, un poeta-profeta latino mensajero -junto a pastores y magos que cantan hosannas y reciben la epifanía- predice para el Niño-salvador un reinado postrero en un mundo total, más allá de Roma.

     En lo concerniente a Horacio, en ese mismo siglo I precristiano, como contemporáneo de Virgilio, escribe el poeta latino (entre los años 29-26 a. C.) su muy conocida Oda XI del Libro I, dedicada a Leucónoe (nombre que designa en la mitología romana a una hija de Neptuno), poema que expresa el no menos memorable motivo del carpe diem horaciano, relativo a la fugacidad del tiempo y de lo breve y perentoria que es la vida humana en el mundo y hay que disfrutar el instante: Aprovecha el día, no confíes en el mañana. De esta dama o personaje femenino a quien está dedicado el poema, no se sabe nada; si el poeta latino realmente la conoció o fue una invención suya creada a partir de la onomástica griega. En el poema, Horacio insta a su acompañante a abandonar la preocupación por el futuro y el tiempo venidero, de un mundo más promisorio o de cuándo llegará la muerte, consultando los números y horóscopos babilónicos. Estas prácticas adivinatorias foráneas  estaban tomando mucho auge en Roma por esos días, como un aliciente imaginario frente al caos y el desastre de guerras, enfermedades, plagas y catástrofes ocurridas  como si fueran un castigo de los dioses. Insta, pues, el poema de Horacio a vivir plenamente el presente mandando al traste todo aquello que concerniese al futuro. Ahora bien, en sendos poemas dedicados a Horacio y a Leucónoe, pertenecientes a su libro Un largo azul en el Peloponeso (1990), (11) Elisio Jiménez Sierra le adjudica en su imaginación a Leucónoe el papel de una suerte de adivina o pitonisa romana de origen judío (que “moraba en el silencio de las juderías”), a quien el poeta latino “una noche de melancolía”, conoció en la Vía Sacra de Roma (vía principal de la ciudad que comenzaba en las afueras de la urbe, pasaba por el Foro y llegaba hasta al Coliseo), lugar donde se oficiaban ceremonias sagradas, sacrificios y triunfos militares.

     En el poema “A Leucónoe”, el poeta Jiménez Sierra concibe a la mujer como una vidente “de angustia sibilina” y una amante de Horacio, quien probablemente le había acompañado en varias ocasiones como pareja en la casa de campo que el poeta tenía en la región de la Sabina, cerca de Roma, con quien conversaba sobre temas sibilinos, sobre oráculos y profecías. Imagina el poeta venezolano que Horacio escribió la Oda XI referida, en Bayas, un conocido balneario costeño de los césares, ubicado precisamente en la provincia o municipio de Cumas, frente al mar Tirreno, cercano a donde estaba la sede o santuario de la conocida Sibila, muy cercano también a Pompeya y Herculano. Por ahí lo imagina, pues, el poeta Jiménez Sierra con su profética dama, ya que en esa zona costeña o litoral de Cumas, que conectaba con el balneario de Bayas, poseían villas algunos amigos del poeta latino, donde él posiblemente pernoctaba, entre ellas algunas de los influyentes y acaudalados Pisones. En Bayas, Horacio, epicureísta y escéptico (“el escéptico de Bayas” lo llama el poeta Elisio) se debatía, pues, en esa época descreída de dioses, en la creencia en una divinidad más íntima y personal y en un orden rector del universo. En el poema de Jiménez Sierra (y en su imaginario), Leucónoe es “la exótica judía que astralizó su mesianismo en Bayas”; de “pelo castaño y sonrisa de espuma”, la vidente, consultando los horóscopos, “había presentido el derrumbe del Imperio”, concibiendo nebulosamente la llegada de un nuevo mesías. No pudiendo encontrar nada de dicho Dios-mesías (que nacería pronto en Palestina, de acuerdo al poema) en los horóscopos, quizás viendo dentro de sí presintió su inminente llegada. Dicen estos versos endecasílabos de Jiménez Sierra:

 

                                               Pero tú acaso, con tu ensalmo triste,

                                               Al ver dentro de ti lo presentiste

                                               Más allá de las curvas del Tirreno.

 

     Como señalamos líneas atrás, Elisio Jiménez Sierra profesó un internalizado cristianismo espiritualista más que uno sustentado en la fe, en los dogmas religiosos católicos o en discusiones evangélicas. Nunca expuso explícita o sistemáticamente  sus ideas cristianas, sino que aparecen sugeridas o espigadas en varios ensayos, poemas y escritos suyos sobre temas religiosos y literarios, donde coexisten entre otras las figuras de la Virgen, de Jesús, de algunos apóstoles y personajes como María Magdalena, Lázaro, Salomón o los profetas del Antiguo Testamento. Así, en un ensayo estudió la figura de un Cristo proteico a medio camino entre la mitología, la ficción literaria y la realidad histórica al comentar un poema de Gérard de Nerval, que contiene entreverada su propia concepción crística.(12) También conformó, aparejado a dicho cristianismo -y como complemento del mismo-,un particular idealismo filosófico esotérico (de temple místico) basado en el gnosticismo,  la teosofía y el hermetismo, tal como se deduce de lecturas, subrayados y anotaciones a libros de su biblioteca personal sobre estos temas.(13) El gnosticismo es una doctrina iniciática que formula una explicación del Logos o Conocimiento divino de Dios, buscándolo también interiormente en el ser mismo ya que la divinidad igualmente mora dentro de cada persona. El cristianismo de los gnósticos, que tiene sus propios evangelios, difiere del cristianismo eclesiástico y del de la Reforma en cuanto a las ideas de la creación, el pecado, la caída, la gracia, el bien y el mal, la salvación y el papel de la figura de Cristo. Por otra parte, publicó Jiménez Sierra sendos libros de ensayo sobre dos hombres religiosos llenos de contradicciones, tales como François Villon (1431-1464),(14) el poeta medieval francés más importante y el heterodoxo sacerdote venezolano Carlos Borges (1867-1932).(15) El primero, lírico de vida borrascosa y a la vez ferviente cristiano devoto de la Virgen, quien estuvo a punto de morir en la horca o en algún duelo o litigio personal debatiéndose igualmente, como lo expone Jiménez Sierra, entre el remordimiento y la desdicha, la mueca y la burla de sí mismo, la fe y la revelación poética. Fue el segundo un vicario religioso venezolano que colgó los hábitos y posteriormente pasó a ser corifeo de las musas y oficiante de bohemias ebriedades, pasando a convertirse luego en famoso poeta. Suerte de precursor de la poesía erótica venezolana y dueño de una vida azarosa y contradictoria, publicó textos de tema místico y amatorio oscilantes entre “el pecado y la devoción”, entre “la lujuria y la castidad”, hecho que lo llevó a tener problemas con la jerarquía eclesiástica venezolana.

     Volviendo a Petrarca, Kristeller y el humanismo renacentista, transformó pues el poeta italiano el ideal monástico de soledad en un “ideal secular” que ha llegado hasta nuestro tiempo, cuando muchos poetas y escritores modernos lo practican con asiduidad. Igualmente, la acidia, “abulia” o bilis negra, síntoma orgánico mórbido y temperamental-depresivo al cual los monjes medievales eran propensos, lo convirtió Petrarca en particular melancolía, una suerte de estado de “sufrimiento mezclado con placer”. Existió en él también una melancolía de la muerte y del paso del tiempo. Trae a la memoria el ensayista larense un soneto petrarquiano de su mencionado Cancionero, escrito post morten a su dama, que para Jiménez Sierra, como escribe en el estudio sobre Petrarca mencionado líneas atrás,  “recuerda la oda de Horacio a Póstumo sobre la fugacidad de la vida y la inconstancia de la fortuna”. En la oda horaciana leemos que: “Sin detenerse un punto huye la vida,/ y nos sigue la muerte a grandes pasos” (Traducción del latín de E.J.S.). Si Petrarca, poeta laureado en el Capitolio romano, tomó a Virgilio como  modelo de su escritura en perfecta lengua latina, tomó Petrarca por otro lado a Horacio como ejemplo y paradigma del hombre agobiado por la política, la fama y los conflictos existenciales que se retira a encontrarse con su soledad lejos del mundanal ruido.

     Aunado a esto, acusa otro rasgo moderno, tal cual es la muy notoria propensión del poeta italiano a la contradicción en sus intereses, la cual incorpora a su sistema de pensamiento. Para el alemán Kristeller, “Petrarca contribuye a secularizar no solamente el contenido del saber, sino también la actitud personal del sabio y del escritor, pero, a diferencia de sus sucesores, titubea, ya que lo detienen escrúpulos religiosos”.(16) Como han señalado algunos estudiosos, en Petrarca también existe un regodeo y una insistencia en la pena, la angustia, el llanto contenido, el pesimismo, la desesperación. Esa misma característica, la refiere Jiménez Sierra en el mencionado ensayo-estudio citado sobre el poeta italiano, donde hace ver que su actitud muchas veces es propensa -incluso frecuentemente-, al suicidio siendo ésta, paradójicamente, una idea que lo consuela ya que no tiene la fuerza anímica o el valor para llevar a cabo dicho acto que va contra la naturaleza humana, y contra la creación del propio Dios. Igualmente su concepto de la mujer era contradictorio, ya que la dama platónica e ideal de las canciones, “encarnación arquetípica del amor”, de Petrarca, como puntualizó Jiménez Sierra: “Es un símbolo, una alegoría, porque Petrarca, fuera de sus versos, detesta a las mujeres y las mantiene alejadas de su órbita carnal.”En el mencionado libro el Secreto, soñando con Laura, escribió Jiménez Sierra en el mencionado estudio, “Con alígeras palabras reprocha el poeta su apego por una sombra tan pasajera como es la belleza femenina (…) que todos los reveladores atributos que forman el hechizo de aquel cuerpo único de mujer (…) son hoy un insensible montoncito de polvo. (…) En esas frecuentes contradicciones, en esos perennes y a veces violentos contrastes, consiste la verdadera esencia de la poesía de Petrarca. O contradecirse o morir. Tal parece ser su lema.”(17)

     Cierto es que, como lo han observado algunos estudiosos, por los prejuicios y el concepto que se tenía de la mujer en ese período, por su condición de sacerdote e igualmente por sus ideas platónicas concernientes al hecho de que “la finalidad moral del hombre es purificar el alma liberándola de las pasiones”, el poeta italiano tenía a las féminas distanciadas de sus intereses. Tuvo el poeta que sublimar su dama en un ideal ascético -como ocurrió con la francesa Laura de Noves, a quien vio por primera vez en su adolescencia en la iglesia de Santa Clara de Avignon-, un tanto a semejanza de la idealizada dama medieval de los trovadores,  tema o asunto parecido al que había tratado antes en sus canciones el poeta provenzal Arnaut Daniel, il miglior fabro del parlar materno. La contradicción también está presente en su Cancionero, texto que para algunos escoliastas y estudiosos de su obra es “en cierto modo la historia de sus contradicciones, y lo es precisamente por su sinceridad y por traducir en todo momento un estado del alma, una preocupación o una tortura intelectual. Es el dietario de un amor real por una dama real, aunque alejada e indiferente.”(18) Lo mismo creía Jiménez Sierra,  quien sustentó que en el Cancionero subyace una permanente contradicción entre la pasión amorosa y el sentimiento religioso.(19) Tras la idealización se esconde, pues, una mujer real de carne y hueso. En este sentido, la experiencia poética -a la par que la religiosa o espiritual-, puede ser una vía capaz de brindar sosiego temporal al hombre frente a las limitaciones, contradicciones y malestares que lo agobian. En cuanto a la contradicción, esta noción es considerada en ciertas filosofías como un principio dialéctico-ontológico, metafísico o metalógico- creador que  consiste en una tesis, una antítesis y una síntesis que da sentido y consistencia a todo lo existente, desde la psicología humana hasta la realidad que vemos o percibimos, o el movimiento interno de la misma.

     Retomando el tema grecolatino y el término “clásico”, mencionados páginas atrás en este trabajo, es sabido que desde hace varios siglos hasta acá, ya se da por sentado que ha existido y existe en Occidente una importante, coherente e influyente tradición clásica grecolatina de la prosa, la poesía, la filosofía  y la historia, como la ha estudiado y expuesto sistemáticamente Gilbert Highet en el libro antes mencionado, La tradición clásica. Aun así, dicho término “clásico” (como sustantivo o adjetivo) sigue siendo cuestionado por muchos estudiosos por haberse convertido en una palabra “comodín”, ya que se presta a confusión, usándose por igual para designar a una cultura o subcultura supuestamente universal, a una época o a una tendencia artística o musical. Incluso se puede etiquetar de “clásico” a una colección de juguetes, de souvenirs, o de cualquier otra baratija, a una carrera de caballos o a una competencia deportiva. Se trata de una etiqueta o de un término incorporado tardíamente al léxico cultural en el siglo II d.C. por el escritor Aulo Gelio en el período de los Antoninos, y luego aplicado indistintamente a toda una cultura, incluso a todo un período de la civilización humana, tanto oriental como occidental, como símbolo de lo canónico, lo ejemplar o excelente. Desde sus orígenes el término tuvo un tinte “clasista”, de superioridad de unos escritores modélicos sobre otros. Es así que este término ambiguo e indócil, que abunda en pluralidades ha producido tal controversia que si algunos críticos eminentes, entre ellos Ernst Robert Curtius, lo designan como un término modélico, imprescindible o “absoluto”, otros como Benedetto Croce o Harry Levin lo consideran sustituible y que si no existiera tal definición, cualquier otra “posiblemente mejor” ya hubiera aparecido en nuestra cultura para suplantarla. Todavía hoy algunos investigadores y críticos se niegan a utilizar esa denominación porque se presta a confusiones, e incluso hay quienes piensan que “Puede escribirse fácilmente una historia completa de la literatura italiana o española sin emplear una sola vez el adjetivo clásico.”(20)

     Más allá de las confusiones y devaluaciones del término, Highet describe dicha tradición como una corriente continua y de una fuente de la cultura y el espíritu (presente incluso en períodos oscuros y poco cultivados anímicamente) que arranca desde los primeros siglos de nuestras naciones occidentales  y que “avanza desde su fuente en Grecia” hasta hoy día,  llevando o incluyendo consigo un dilatado proceso de educación y de idealismo moral “que era en última instancia el gran principio pedagógico griego de la paideia.”Expone Highet que, a partir de sus mitos y leyendas, y en la Edad Media a través de los lenguajes y la filosofía, se pudo ejercitar el espíritu. Luego durante el Renacimiento, mediante el aprendizaje posterior se expresaron nuevas ideas e ideales, desatando casi “una inundación de tragedias y comedias, odas, leyendas y elegías, epopeyas y sátiras.” Así, la paideia griega alimentó la humanitas latina (formulada inicialmente por Cicerón mediante el encuentro de la romanidad con la cultura del helenismo) y luego algunas concepciones educativas de ambas se tamizaron posteriormente en el humanismo renacentista. Cuando ya maduraron y se independizaron las naciones más allá de la formación de los simples grupos humanos, haciéndose conscientes de formar parte de Europa y de ser herederos de su historia, “Entonces les enseñó lecciones políticas y las naciones comprendieron de nuevo lo que significaba la república, ideal romano, y la democracia, creación griega.” Por otro lado, actualmente se han vuelto a contemporizar y reinterpretar los mitos grecolatinos, y a revelar e iluminar a través de ellos muchos aspectos oscuros de la psique humana, encontrando en los mismos variados sentidos culturales de extrema importancia.

     Ahora bien, conviene precisar que, aunque la mayor parte de la obra literaria de Elisio Jiménez Sierra está sustentada en dicha tradición no podríamos etiquetar, por ejemplo, a Jiménez Sierra de escritor o de poeta “clásico”, “neoclásico”, “clasicista”, “neomodernista “o “neoparnasiano”, sólo por el hecho de que haya expresado sus sentimientos (o pulso lírico) en  formas o moldes poemáticos derivados de la tradición grecolatina. Tampoco podría etiquetársele de “romántico” (un término aplicado como antítesis de lo clásico pero que no lo es tal, ya que ambos términos se complementan) o de “modernista”. Puede decirse que Jiménez Sierra es un poeta -y un espíritu- moderno (en quien conviven nociones y pulsiones clásicas y románticas) cuyos temas, motivos o conflictos particulares, ciertamente, están inspirados o basados en gran parte en la tradición cultural antigua de Occidente; otra gran parte está basada en la cultura moderna y contemporánea. En fin de cuentas, estos temas atañen al hombre de todos lo tiempos, siendo a  la vez universales, de todas las épocas, antiguas y modernas. Jiménez Sierra se expresó la mayor parte de las veces en el molde de la poesía rimada, sin por ello perder su modernidad (poesía rimada que en el poeta larense apela a la musicalidad del verso, buscando la “resonancia hipnótica que caracteriza a la poesía clásica”). Incluso tradujo a diversos poetas modernos europeos enraizados en dicha tradición, tales como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Valéry, D’Annunzio, Carducci, Pascoli entre otros, quienes también se expresaron dicha poesía rimada. Por poner dos ejemplos, se podría afirmar que un poeta moderno -o contemporáneo- latinoamericano como el cubano José Lezama Lima, con sus ideas y pensares paganos y sus conflictos y preocupaciones cristianas, se mueve en un mundo de sensibilidades  estéticas, de intereses literarios y de motivaciones espirituales bastante afín al de Jiménez Sierra (con diferencias en varios tópicos de su poética personal),  sólo que el cubano usó el verso libre para expresar dichos temas, y el venezolano utilizó el verso rimado. Otro ejemplo podría ser el del poeta argentino Jorge Luis Borges, que expresó sus concepciones culturales y literarias, temas religiosos, míticos y filosóficos básicamente en poesía rimada sin dejar de ser moderno.

 

Fulguraciones virgilianas

Virgilio

       Como vimos líneas más arriba, Elisio Jiménez Sierra comenzó en el año 1956 (y concluyó en 1957) la traducción de los sonetos del libro Los Trofeos de José María de Heredia, llegando a traducir con el tiempo cincuenta y siete (57) poemas de los 118 que componen la obra, empresa que llevó a cabo durante dos años, sin llegar a concluir la traducción completa de todos los sonetos por diversas razones circunstanciales,   de tiempo y de otros factores. Apuntó el poeta y traductor venezolano en el “Prólogo” a dicha traducción, refiriéndose al lenguaje empleado por Heredia: “La monotonía del alejandrino francés queda atenuada por la colorida variedad de temas. Es que todavía el corte suntuoso del Romanticismo orla de magnificencias los contornos precisos en que los Parnasianos gustaban de entallar, a veces con severidad escultórica, la forma exterior de sus ideas.” En otra parte de dicho escrito, leemos que: “Heredia no es un animador de edades remotas; no es más que un plástico demostrador. La grandeza pretérita, no se relaciona en su poesía con una presentida grandeza futura, a la manera de Carducci o de D´Annunzio. Para Heredia las ciudades insignes existieron simplemente, y allí están sus vestigios para atestiguarlo.”(21)Por otra parte, apuntó también Elisio Jiménez Sierra en un breve comentario ensayístico a la traducción que hizo de dichos sonetos de Heredia, que no fue fácil acometer semejante empresa de verter en alejandrinos españoles o castellanos los alejandrinos franceses. Es decir, traducir del francés a su equivalente español: “el metro español de arte mayor que, tomado de Bembo, Dante y Petrarca, introdujo Garcilaso en la lírica española, igual o superior en majestad y elegancia al verso alejandrino francés de doce sílabas, empleado invariablemente por Heredia, con sensible monotonía.”(22)Es preciso hacer notar que el verso alejandrino en español está compuesto por catorce (14) sílabas y dividido en dos hemistiquios de siete sílabas cada uno. Es decir, el alejandrino en Francia consta de doce (12) sílabas, pero se traduce en castellano en catorce (14) sílabas, siendo ésta la dificultad para traducirlo.

       El libro de José María de Heredia está considerado como una de las más importantes obras parnasianas, un proyecto vasto que intenta expresar en poemas momentos estelares de la historia europea: “Empezando con las viejas leyendas de Grecia y pasando a través de Roma, a la Edad Media y el Renacimiento, congela toda la historia de la Europa occidental”, anota el helenista Gilbert Highet, nada menos. Entre los sonetos de Heredia traducidos por Elisio Jiménez Sierra, se encuentra uno intitulado “Por la nave de Virgilio”, deseándole en el mismo  el poeta cubano-francés (o su voz poética) buenos augurios a la nave o embarcación donde zarpó el poeta latino rumbo a Grecia, permaneciendo allí un buen tiempo cuando aún escribía la Eneida, y pensaba pasar tres años más viajando por Grecia y el Asia Menor (hoy Turquía) buscando también nuevos motivos de estudio e inspiración (llevaba ya  9-10 Cantos y pensaba escribir otros nuevos, que finalmente fueron 12) para pergeñar los Cantos finales de su proyecto literario. Sería su último viaje. Sabemos que, una vez en Atenas entregado a su sublime tarea después de cierto tiempo, el destino lo hizo encontrarse con el emperador Octavio Augusto que venía de Oriente y halló al poeta enfermo, padeciendo una severa insolación, sugiriéndole que volviera con él a Roma. En el viaje, por la dificultad del mismo y por el fuerte sol de Calabria, se acrecentaron su enfermedad y su padecimiento. Enfermó gravemente en Megara y luego murió llegando a la costa de Brindis. Tenía cincuenta y nueve (59) años. Reza completo el soneto de Heredia traducido por Jiménez Sierra:

                                 POR LA NAVE DE VIRGILIO

                      Que los más bellos astros signen el derrotero

                      oh brillantes Dioscuros, del poeta latino,

                      que a la Hélade santa dirige su velero

                      por ver surgir las Cícladas en el azul divino.

                      Que el Yápige, y las brisas de soplo más ligero,

                      las fuerzas redupliquen de su poder marino,

                      y empujen sin zozobras al término extranjero

                      al mástil que a esta hora va haciendo su camino.

                      Por entre el Archipiélago do el delfín juguetea,

                       del soñador mantuano feliz el viaje sea.

                       Prestadle, hijos del Cisne, vuestro fraterno auxilio.

                       La mitad de mi alma viaja en el frágil leño

                       que, sobre el mar sagrado de Arión, hacia el risueño

                       paisaje de los Dioses conduce al gran Virgilio.

                                                           (Traducción del francés de Elisio Jiménez Sierra)

 

Ahora bien, el poema del cubano-francés tiene como modelo la Oda III del Libro I, intitulada  “A la nave de Virgilio”, de Horacio, donde Heredia toma como modelo e igualmente utiliza algunos tópicos y nombres de personajes y dioses mitológicos como los usados por el lirida latino. En el primer párrafo de dicho poema de Horacio leemos:

 

                                              Así la diosa ínclita de Chipre,

                                              de Helena los hermanos, rutilantes

                                              astros del cielo,

                                              y el padre de los vientos

                                              tras contener los otros, no al Yápigo

                                              diríjante la ruta,

                                              ¡Oh nave! a quien se dio nuestro Virgilio;

                                               yo a ti te ruego, nave, lo devuelvas

                                               incólume a los términos del Ática,

                                               y guardes la mitad de esa mi alma.

                                               (…)

                                                                            (Traducción del latín de Vicente López Soto)(23)

 

 Igualmente en la Oda XXIV, también del Libro I, titulada “A Virgilio”, de Horacio, narra el poeta latino el funesto desenlace donde acaece la muerte de Virgilio en Brindis (o Brindisi), expresada en estos versos de la composición, donde invoca, en vano, a varias musas, dioses y diosas como Melpómene, Orfeo y Mercurio a que oigan su plegaria por el amigo perdido:

 

                                               (…)

                                              No volverá la sangre a imagen vana,

                                              a quien Mercurio, inexorable siempre

                                              en revocar los hados,

                                              hubiese ya empujado con la vara

                                              al oscuro rebaño de las sombras.

                                              (…)

                                                                              (Traducción del latín de Vicente López Soto)

 

En el libro La aldea sumergida (volumen editado póstumamente por la Fundación “Elisio Jiménez Sierra”) (24) que recoge poesía, prosa y traducciones suyas de poetas grecolatinos y franceses, se incluye una versión de Horacio hecha por Jiménez Sierra (Oda XXIX) titulada “Donde se invita a Mecenas a descansar en el campo”, fechada en 1956. (Por cierto que en este volumen nombrado, La aldea sumergida, construye Elisio Jiménez Sierra un poemario de tono y tema virgilianos, donde a través de églogas, odas, elegías o silvas -vertidas la mayoría en sonetos, tercetos y formas combinadas- de ambiente pastoril y bucólico va retratando con precisión verbal y sensibilidad poética, la geografía humana y del paisaje campesino de su estado Lara nativo, en Venezuela. Allí se movieron sus contemporáneos y sus antepasados -familiares y paisanos-, tales como agricultores, pastores, arrieros, músicos, artesanos interactuando con la flora y fauna locales arropados y cobijados por las constelaciones del Sur. Logra presentar el poeta venezolano todo este mundo como un delicado y sensitivo paisaje de innegable veracidad poética y vuelo lírico, expresando igualmente diversos sentires y sentimientos en un lenguaje que contiene versos de arte mayor y menor en las estrofas).

       Volviendo a Horacio y la referida traducción de Jiménez Sierra de 1956-57, he aquí varios fragmentos de dicha Oda XXIX, (Libro III) donde están presentes los esenciales tópicos, nociones vitales y profundas verdades horacianas:

 

                                              Ha mucho tiempo que en mi casa guardo,

                                              Mecenas, nieto de tirrenos reyes,

                                              en tonel bien sellado un blando vino,

                                              y en vítreo pomo un esencial aceite,

                                              para tu paladar y tu cabello

                                             cuando seas mi huésped.

                                             (…)

                                             La limpia mesa de los pobres, bajo

                                              un techo sin cortina ni doseles,

                                              suele borrar las mil preocupaciones

                                              de las ceñudas frentes.

                                              (…)

                                              Ya cansado el pastor, con sus manadas

                                              busca la fresca sombra y las corrientes

                                              de puras aguas; ya la muda orilla

                                              las caricias del céfiro no siente.

                                              (…)

                                              Sumergió en el abismo de la sombra

                                              una deidad prudente

                                              los signos por venir, y ella se burla

                                              si alguno acaso la razón inquiere.

                                              Mejor es ordenar con justa mano,

                                              oh Mecenas amigo, lo presente;

                                              las demás cosas fluyen cual los ríos,

                                              que sin falta en el mar sus aguas vierten,

                                              ora elevan al cielo sus riberas

                                              ora corran huraña y mansamente.

                                              Sólo el que vive en estrechez mediana

                                              el señorío de sí propio ejerce

                                               y satisfecho al fin de cada día,

                                            “Hoy viví”, decir puede.

                                              (…)

                                              La voluble Fortuna se complace

                                              en hacernos jugar a sus reveses;

                                              hoy gano sus favores,

                                               para luego perderlos de repente.

                                              Cuando me está propicia, le bendigo,

                                              pero si sus inestables ruedas mueve,

                                              me vuelvo a mi virtud, a mi pobreza,

                                              con ánimo paciente.

                                              Alcen los otros doloridos ayes

                                              mirando su caudal hecho juguete

                                              del piélago furioso. Yo, entretanto,

                                              nacido bajo estrellas diferentes,

                                              bogando iré con el gemíneo Pólux

                                              y el aura favorable en mi birreme.

                                                                                     (Traducción del latín de Elisio Jiménez Sierra)

 

Hay en este poema filosófico de Horacio varios tópicos esenciales que sintetizan su concepción de la vida y del tiempo que gastamos en este mundo. Invita al amigo a tomarse un descanso en el campo sobrio, lejos del mundanal ruido de la Urbe, emplazándolo a  disfrutar y a interrumpir por un breve tiempo sus quehaceres públicos y políticos; y, como escribe el escoliasta, “le recuerda que no debemos exagerar la eficacia de nuestros esfuerzos ante la incógnita del porvenir y de la versatilidad de la pujante fortuna.” El poeta vive una existencia frugal y sencilla, “en estrechez mediana”,  y “el señorío de sí propio ejerce”, ya que satisfecho al fin del día puede decir: “Hoy viví”. La fortuna es, pues, pasajera y voluble y hay que saber administrarla sin entregarse vorazmente a ella, “haciéndonos jugar a sus reveses”.

     Precisamente en el anteriormente citado poemario de Elisio Jiménez Sierra, La aldea sumergida, de temple virgiliano, tenemos vertido en un soneto intitulado “Estiaje”, este rústico y bucólico cuadro:

 

 

                                              Hoy recuerdo las vegas de tempero

                                              siempre olorosas a terrón natío

                                              donde un pájaro alegre, el perdicero,

                                              silbaba por las tardes, junto al rio.

 

                                              Sonriente nota del paisaje austero,

                                              pluma de amor en medio del erío,

                                              cuando flagran las nubes del estío

                                              y suelta el éter su primer lucero.

 

                                              Crepúsculo en las vegas del Tocuyo,

                                              por donde la cigarra y el cocuyo

                                              desandan con su lámpara y su grito.

 

                                              Y contra un cielo de vitral morado,

                                              un caballo cerril que cruza el vado

                                              y relincha hacia el sur, como en el mito.

                                                                                           (“Estiaje”)

 

     En lo tocante al primer soneto de José María de Heredia nombrado, “Por la nave de Virgilio”, traducido por Jiménez Sierra, tanto el poeta cubano-francés como el venezolano rinden homenaje a Horacio y a Virgilio a la vez; y en la traducción de Elisio Jiménez Sierra de la Oda XXIX del Libro III, “Donde se invita a Mecenas a descansar en el campo”, igualmente el poeta larense rinde tributo a Horacio y a Virgilio, quienes gozaron de la amistad del influyente estadista romano, protector de las letras y las artes y favorito del emperador Octavio. Fue a través de Virgilio que Horacio conoció a Mecenas y quien lo invitó a unirse a su círculo de amigos.

     Ya vimos líneas más atrás como el autor de las Bucólicas y las Geórgicas no pudo concluir la Eneida por enfermarse en Grecia, y morir posteriormente en el puerto de Brindis cuando regresaba de vuelta a Roma. No está demás decir que la Eneida de Virgilio (libro que fue saludado y elogiado antes de publicarse por el poeta Propercio, como poseedor de un vuelo lírico a la par o superior al de su modelo homérico la Ilíada), constituye “la obra consciente y calculada de un gran poeta lírico que se empeña en crear una epopeya nacional, no tanto a partir de su pasado legendario popular, cuanto imbuido de la fe en el destino de su país”, como anota Carlos García Gual.(25) El libro, escrito en el transcurso de los años 29-19 a. C., trasciende la condición de ser un texto de encargo como propaganda del régimen de Augusto, y pervive porque expresa con singular ventura algo más hondo, ya que lleva consigo un sentimiento popular que la gens romana “acoge con especial fervor, identificándose con las imágenes y los ideales cantados”. Presenta pues Virgilio a Eneas, el ejemplar y piadoso caudillo evadido de Troya, exiliado “por elección del Destino”, como el mítico fundador y progenitor de Roma y del linaje familiar del que procede Augusto, y entrevé un glorioso porvenir para su nación itálica del Lacio y su gente. El propio Eneas, hijo de Anquises y de la diosa Venus, es el eslabón “entre la Divinidad y la estirpe aristocrática de los Julios” que llega hasta Julio César y su heredero, el propio Octavio Augusto.

      En cuanto a Horacio, es bueno recordar también que fue él quien escribió uno de los primeros libros o textos sobre las normas y el arte de componer poemas, y de determinar la naturaleza y formación de la poesía, exponiendo una preceptiva literaria (una gramática y una retórica del verso latino) en el Libro II de sus Epístolas. Su Arte Poética o Epístola a los Pisones (quizás su último texto escrito), fue una misiva compuesta en hexámetros escrita o dirigida a Lucio Calpurnio Pisón y a sus hijos,  una familia romana de militares y hombres de Estado (recordemos que Horacio también fue tribuno militar, como jefe de un cuerpo de tropas), entre quienes había pretores, cónsules y procónsules siendo algunos de ellos amigos suyos.  Expone Horacio a los Pisones su teoría poética y vital, declarando imitar él a un autor helenístico inmediatamente anterior, llamado Filomeno, quien a su vez hacía comentarios literarios a un autor griego antiguo (del siglo III a.C.) llamado Neoptolemo de Parión. Por cierto, escriben algunos escoliastas en forma crítica que el mismo Horacio no practicaba algunos de los preceptos de su propia poética, tal cual aquel que expone “que la virtud de la poesía consiste en la auténtica representación de la realidad, que es por sí misma instructiva y educativa”,  y en el hecho de que, por lo tanto, “el buen poeta tiene que ser un hombre virtuoso.”

 

                    

Portada de Estudios Grecolatinos  

 

     Se refiere en su Arte Poética Horacio al tema de la poesía y de la composición poética, tomado básicamente de ideas de Aristóteles y de muchos de los preceptos y normas de versificación en lo tocante a medida, ritmo o rima que fueron considerados como característicos de la antigüedad grecolatina y están allí plasmados: la división silábica, las cesuras, pie de versos, las estrofas y de lo que se considera posteriormente como poesía y arte clásicos (ut pictura, poesis erit, es decir la poesía es [como] una pintura que habla, y la pintura, una poesía muda. Precepto XXVII). Posteriormente, durante el siglo I el escritor hispanolatino Quintiliano sistematizó varias reglas y cánones de la retórica, la elocuencia y la gramática. Más adelante, en el siglo XVII, el poeta francés Boileau se basó en el texto de Horacio para escribir su Arte Poética, fundamento teórico del clasicismo moderno. Virgilio y Horacio, al igual que Propercio y Ovidio entre otros representantes del helenismo del período de Augusto, escenifican también una suerte de comienzo y fin de una nueva época llena de promesas, siendo por ello elevados exponentes de su tiempo, un tiempo contradictorio, descreído, desesperanzado y muchas veces vacío de consoladores y duraderos ideales religiosos, incluso escéptico y nihilista con su vida y su destino. Escribe el filósofo francés Michel Onfray en su libro La fuerza de existir, que en dicho tiempo: “El epicureísmo se codeaba con el gnosticismo, el estoicismo imperial cohabitaba con los milenarismos y los pensamientos apocalípticos provenientes de Oriente, el viejo racionalismo filosófico vivía sus últimas horas y compartía la época con lo irracional en todas sus vertientes: el hermetismo, el misticismo, la astrología y la alquimia. Nadie sabía, digámoslo así, a que santo encomendarse.”(26)

     Recordemos que los escritores latinos del llamado “Período de Augusto” (Propercio, Virgilio, Horacio, Tibulo, los más reconocidos y universales; L. Vario, Domicio Marso, Cornelio Galo, Quintilio Varo, Sabinio Tirón, menos relevantes pero importantes) e incluso los inmediatamente anteriores a ellos (Ennio, Lucilio, Varrón, Lucrecio, Salustio, Cicerón) son generalmente escritores helenísticos romanos que tuvieron como modelos o antecesores directos (literarios, vitales), por un lado a los autores helenísticos alejandrinos unos dos siglos aproximadamente anteriores en el tiempo con respecto a ellos; por el otro lado, a los escritores de la literatura griega antigua. Es así que los textos de Lucrecio y Catulo y de una parte de la obra de Horacio, por sus temas y escritura tuvieron influencias griegas directas, y otros autores las tuvieron de la literatura helenística alejandrina. Hubo también escritores que tomaron de ambas tradiciones literarias anteriores. Lucrecio se nutrió fundamentalmente de Epicuro, de la filosofía griega presocrática, y de Homero. En De la naturaleza de las cosas (texto que hizo publicar Cicerón, siendo paradójicamente este último escritor acérrimo adversario del epicureísmo), funde la ciencia, la filosofía y la poesía al presentar la naturaleza y la humanidad “en movimiento”, proponiendo liberar al hombre de “la creencia en la intervención caprichosa de los dioses en su destino”, afirmando también que la formación del cosmos no requiere ninguna acción divina. Catulo (traductor de Calímaco), retrató en su poesía la inmediatez de su vida sin preciosismo, exento de retoricismo o erudición alejandrina superflua.

     Por el contrario,  otros sucesores suyos como Propercio, Virgilio, Horacio, Ovidio y Marcial sí impregnaron sus textos de esa “erudición alejandrina” al echar mano puntualmente de temas mitológicos, referencias cotidianas amorosas o sentimentales. Propercio (c. 50-40-c. 16-15 a.C.), conocido por sus famosas Elegías amorosas, llamado el “Calímaco romano”, dotó estas composiciones poéticas de una refinada cultura erudita y artística, a la par que de un sincero sentimiento amatorio que muchas veces linda con la pasión desbocada y desinhibida, incluso borrascosa. Por otra parte, ocurrió también con otros escritores del período romano helenístico menos conocidos, que atiborraron sus escritos de ornatos retóricos e imitaciones preciosistas -y amaneradas-, de profusión de citas literarias hermoseadas e invenciones fantasiosas empalagosas, que no es el caso de los nombrados anteriormente. “Que ello había de destruir la impresión de una confesión sentimental sincera salida del corazón y al corazón dirigida, como en el caso de Catulo y Tibulo, y mucho más raramente en Propercio, es obvio. En el de Horacio y por completo en el de Ovidio, alcanzó el predominio una sobria lírica racional”, escribe el historiador, latinista y crítico literario Alfred Gudeman.(27)

     Poetas elegíacos como Propercio y Ovidio utilizaron, pues, la herencia alejandrina de empleo de accesorios eruditos en los poemas mitológicos y amorosos. El mismo Virgilio, que había buscado su inspiración en la Ilíada homérica para escribir su Eneida, también se había basado en ciertos Idilios de Teócrito, poeta siciliano llegado a Alejandría durante el reinado de Ptolomeo II (285-247 a.C.), para pergeñar algunas de sus églogas. Tal cual ocurrió con la sibilina o “profética” Égloga IV de sus Bucólicas, ya mencionada más arriba, al igual que otras bucólicas como las VI, VII, VIII y XIX, donde utiliza tópicos variados acusando influencias históricas, cosmogónicas y mitológicas antitéticas como la de la filosofía epicúrea de Lucrecio y las leyendas antiguas griegas, recurso éste que contradice al primero (filosofía que niega a los dioses y sus fábulas, como afirmamos); todo ello engastado en un estilo literario profuso en adornos poéticos que “sigue siendo neo-alejandrino, amante de narraciones en que se entremezclan estos elementos, en muchos casos, heterogéneos”, apunta el mencionado crítico Gudeman. Otro tanto ocurre con las Geórgicas, obra didáctica que, aunque compuesta a imitación de Los trabajos y los días del poeta griego Hesíodo, echa mano de influencias de escritores alejandrinos como la biología de Teofrasto, la astronomía de Eratóstenes, la meteorología de Arato, estudios de minerales de Nicandro y agricultura de los alejandrinos romanos Catón y Varrón.

     Es así que la cosmovisión helenística, “aunque gestada en el seno mismo de la Grecia clásica, quebranta y destruye el universo de la polis”, es decir del Estado, escribe la estudiosa Alicia Entel. Esto expresado inicialmente en una fusión entre Oriente y Occidente al identificarse el poder en una sola persona: “Del ideal localista de la polis que respaldaba a cada uno de sus miembros se pasa a una actitud internacionalista y a la subordinación a un soberano, que llegó a considerarse y fue aclamado como un dios”, (28) hijo de Júpiter-Amón, anota la mencionada escritora Alicia Entel.  Muerto Alejandro el año 323 a.C. se divide el imperio entre sus generales, constituyéndose las tres grandes monarquías: la de los Ptolomeos, en Egipto; de los Seléucidas en Asia (Siria) y la de los Antigónidas en Macedonia y Grecia. Resultó así  que “con la identificación Rey Nación, rasgo característico de los gobiernos orientales, permitió el control y la planificación estatal de la organización económica y del surgimiento de una ´burguesía´  carente de especialización que se convirtió en árbitro del gusto, cuyas características aparecía muchas veces plasmada en las obras de Teócrito”, comenta Entel. Finalmente, el ideal de fusión imaginado por Alejandro (no llevado a cabo precisamente por sus sucesores) se cohesionó por los aleatorios y espontáneos contactos culturales entre los diferentes estratos sociales de la población de Oriente y Occidente, los cuales son los que en realidad  “producen mutuos aportes en una época muy permeable a cambios y sincretismos”, escribe Entel. Al contrario que en la Grecia antigua hasta el Siglo de Pericles, donde prevaleció la tradición oral, durante el período helenístico, en Alejandría y otros lugares del Mediterráneo oriental con el tiempo y a través de la koiné o lengua común, y luego por medio de la producción cultural transmitida en rollos de papiro o pergamino, dicho bagaje, mediante la palabra escrita y por medio de un factor de aculturación, se convirtió en literatura para ser leída. Igualmente, entre otras cosas, la época estuvo signada por un carácter didáctico y escolar de la vida y de la conservación de un legado cultural recibido.

     Un crítico, filólogo y helenista como  el español Carles Miralles apunta que en Alejandría “la obra de los sabios helenísticos fue más una obra de recopilación, de pacientes ordenamientos de datos, de catalogación, que una inquisición dirigida a obtener nuevos horizontes.”(29) Se sabe que la famosa biblioteca alejandrina pretendía abarcar (y casi lo logra) la literatura, la filosofía y el legado cultural griego escrito. Si en el mundo anterior había dioses y ángeles mensajeros, durante este nuevo período la carta y el libro se convierten en vehículo de comunicación, e igualmente la escritura suplanta a la voz. Argumenta el mencionado crítico Miralles algo cierto que hemos venido apuntando: que la caracterización de esta época alejandrina es contradictoria y polémica. Mientras algunos consideran a este momento histórico cultural como “decadente”, otros lo consideran como una época de sedimentación de los valores humanos, estéticos y culturales helénicos. Época, pues, contradictoria, llena de tensiones, hundimientos, crisis, tragedia, para unos; de ironías, refinamientos, fantasía, comedia, iluminaciones, consolidaciones, afirmaciones y vislumbres, para otros. Probablemente haya sido una síntesis dialéctica de esas dos visiones. En nuestro tiempo, un crítico literario contemporáneo como Harold Bloom lo cree así, al hacer notar este particular alejandrinismo cultural occidental, el cual ya habían señalado y hecho notar anteriormente críticos como Sainte-Beuve, Mathew Arnold y Thomas Mann. Constituye éste un rasgo notorio de nuestra sociedad, en el sentido de revisión crítica y reconstrucción  de las ciencias, las artes, la filosofía y la literatura semejante al que se llevó a cabo en ese período, teniendo como resultado una cultura eminentemente literaria. Comenta Harold Bloom que: “el alejandrinismo es el rasgo de cualquier cultura literaria. Cuando las formas occidentales del conocimiento y de la autoridad han fracasado, cuando ya no constituimos ni una cultura religiosa ni una filosófica ni una científica, nos volvemos alejandrinos.”(30)

 

Horacio, refulgencias helenísticas y más allá

Horacio

      Por su parte, Horacio (Quinto Horacio Flacco) constituye un estilo y un espacio literario que se nutre de la poesía arcaica latina (Livio Andrónico, Ennio, Lucilio), pero a su vez está remozado con una técnica literaria más depurada, tal como lo escribe el crítico Juan Alcina Rovira, algunas de cuyas ideas glosaremos aquí. Así, aunque Horacio tomó distancia de los modelos alejandrinos, algunos de sus gustos literarios responden a dicho canon: rechazo de la composición extensa, preferencia por una audiencia selecta y minoritaria; pensada y meticulosa elaboración de sus textos, dando como resultado una síntesis de aquella tradición arcaica romana y las nuevas tendencias alejandrinas. De igual manera, el estilo horaciano asimila o descubre para la lírica latina la tradición lírica griega arcaica de poetas como Arquíloco, y de los eólicos Alceo y Anacreonte, donde retomó términos de los coloquios dramáticos y sátiras del primero, y de los segundos el canto monódico (canto en el que interviene una sola voz con acompañamiento musical) incorporando los tópicos y motivos cortesanos de ágapes, libaciones, celebraciones y amores fugaces. Apunta Alcina Rovira que: “Horacio no intenta ser original ni en sus temas ni en sus formas, sino superar todo lo anterior partiendo de unos elementos conocidos. Horacio sobrepasó a todos sus predecesores, pero no llegó a crear un estilo inimitable.” Y ésta quizás sea la mejor virtud de dicha  escritura poética, en la que se transparenta la particular sensibilidad creativa y el carácter introspectivo del escritor, al igual que la concisión, secreto del numen horaciano. Horacio utilizó un latín “mucho más vivo” que el de cualquiera de los autores de su tiempo. “Su vocabulario incluye palabras que tendían a evitarse en literatura por considerarse prosaicas. Horacio muestra una dicción más seca que la de sus contemporáneos, sujetos a las influencias neotéricas”, (31) precisa Alcina Rovira. “Neotérico”, es una denominación o término creado por Cicerón para referirse, un tanto negativamente, a una poesía latina helenística juvenil  o “nueva” -siglo I a.C.-,  liderada por Catulo (Quinto Valerio Catulo) y otros poetas de su tiempo, escrita a la usanza de griegos alejandrinos como Partenio de Nicea, quien se expresaba con un lenguaje sin retórica, sobre temas personales en lugar de describir hazañas de héroes y dioses y tenía a su vez como modelo a Calímaco.

     Como lo han apuntado algunos estudiosos, entre otros A. Rovira, en tiempos de Augusto la literatura no era una práctica popular (aunque sí influyente) sino más bien palaciega o cortesana, brillando por su ausencia incluso el teatro, o puesto en práctica en escasas expresiones en el montaje de alguna pieza incidental como el Tieste de Vario, o de la Medea de Ovidio. Estuvo signado ese tiempo por cruentas guerras. En él se ubica la obra de Horacio, haciéndose evidente en éste que su principal fin, antes que edificar o educar era entretener a un grupo de amigos, gente culta y acomodada, tal cual se hace evidente en el género de las Sátiras y los Epodos.  En las Odas (escritas entre los años 30-20 a.C.), sobre todo en las romanas, sí hay un intento de expresar una conducta o un hecho edificante y moral, e igualmente en sus Epístolas y sus obras escritas después del año 23 a.C. Las Odas tienen inspiraciones y temas diversos y toman motivos y registros literarios y lingüísticos que se remontan a los antiguos poetas líricos griegos, “que se pasaban la vida entre armas y banquetes”, tales como Arquíloco, Alceo y Anacreonte. Para A. Rovira, Horacio se sentía unido a Alceo “por aquel sentido doloroso de la vida, por su pasión y por el deseo de sofocar esa pasión en el olvido”. También hay en Horacio alguna influencia de Píndaro en el Libro IV de las Odas, donde canta motivos patrióticos, compone himnos para las fiestas públicas y alabanzas entusiastas envueltas en ideales morales. Las Odas son piezas de temas elevados, alta sensibilidad  y temple artístico, aunque de poco énfasis al tratar temas públicos o privados.

     Horacio retoma el género satírico a la manera del poeta arcaico Lucilio, o del tono de tinte filosófico que le otorga Varrón, tratando rescatar o de poner al día una tradición que en su tiempo se veía amenazada por las innovaciones de la mencionada escuela alejandrina neotérica, que rechazaba como base todo el pasado literario romano: “La satura era una especie de conversación o charla en la que se trataba un poco de todo: reflexiones morales, escenas de comedia, diálogos, anécdotas, ataques contra determinadas personas. En general los nuevos poetas se burlaban de este tipo de composiciones”, (32) escribe el crítico mencionado. Si existe entonces acaso un tono moral o aleccionador en las Sátiras, es la observación del ser humano, del espectáculo vital y de la sociedad de sus días, del cual el escritor latino presenta tipos y no “individuos” como tales, envueltos, eso sí, “en las pasiones universales, eternas y, por ende, actuales.” Como lo hace ver Alcina Rovira, en los Epodos se propone Horacio insuflar vida al espíritu de la poesía yámbica griega de Arquíloco, Hiponacte y de la comedia antigua ática basado en los contenidos del credo epicúreo y tal vez cínico, buscando superar sus modelos o actualizarlos en su destreza y hacer literario. Allí en verdad escribe sátira, con el carácter agresivo e hiriente con el que se entiende hoy en día, al dirigir su invectiva contra la guerra civil, contra figuras de la vida pública y privada: esclavos, enemigos literarios, enemigos de sus amigos, mujeres perversas y repugnantes como la maga Canidia o la anciana libidinosa, “contra vicios de la época, narraciones, supersticiones.” En cuanto a las Epístolas, como han observado los críticos, sí es más significativo el tono y el tema moral. Se convierten, pues, en una suerte de preceptos de moral “que forman un tratado de sabiduría práctica, una regla de conducta que Horacio la une a sus propias acciones para controlarlas sin debilidad y para proclamar su sincero arrepentimiento de sus perpetuos errores. Son como un examen de conciencia y una confesión”, (33) escribe el mencionado crítico A. Rovira.

       Para algunos estudiosos del poeta, Horacio profesaba la filosofía epicureísta, siendo ésta una entre otras de las vitales filosofías helenísticas que predominaban en esos tiempos, sustituyendo los aspectos intelectuales y espirituales de la religión para muchos de los romanos cultos. Esta filosofía brindaba al hombre paz de espíritu en medio del caos de las guerras civiles, y a la vez, con su empirismo pre-científico, “explicaba o intentaba explicar los fenómenos del misterioso universo”, aunque la religión tradicional se mantenía por razones de Estado, apunta A. Rovira. La “función política” de la religión era aceptada, incluso, por muchos epicúreos descreídos de los dioses (Lucrecio entre otros), y hacían regularmente sacrificios a los mismos, a sabiendas de que la religión de Estado no era más que “un fraude piadoso, o una necesidad política”. Precisa Rovira que:“Augusto personalmente creía en sueños, presagios y en la astrología, y su programa de gobierno comprendía un renacimiento religioso, tomando como filosofía base al estoicismo: restauración de cultos arcaicos, reconstrucción de templos. Mucha gente se convenció de alguna manera de que los dioses tenían cierta existencia. Otros, sin embargo, mantuvieron su escepticismo. Entre los primeros encontramos a Virgilio, entre los segundos  tenemos probablemente a Horacio.”Así, la tardía participación de Horacio en la política de Augusto, no implicaba necesariamente una conversión a la filosofía oficial, ya que en varias de sus Odas canta a los dioses y muchas de ellas se pueden considerar imitaciones de las composiciones helenísticas. En este sentido, “sabemos que un poeta o un artista puedan escribir un poema o elaborar una obra de arte, sin necesidad de ser sincero”, escribe Rovira. Otro tanto se puede colegir de si Horacio, siendo epicureísta, creía en la divinidad de Augusto y sólo lo exaltara en términos retóricos. Horacio manifiesta “no creer en el premio de los virtuosos en la otra vida” (como lo expresa en la Oda VII del Libro IV, “A Torcuato”), en la cual sí creía Virgilio (quien, al contrario que su amigo, pasó de un epicureísmo inicial a un platonismo místico), ni demuestra preocupación “por lo que vaya a ser su cuerpo después de la muerte”.

       Horacio (65-8 a.C., murió a los 57 años) nació en Venusa, región de Apulia-Lucania, en el sureste de Italia. De humilde origen, fue hijo de un liberto que acumuló fortuna como recaudador de ventas de terrenos durante la guerra, cuando hubo confiscaciones,  adquiriendo una propiedad en la misma región mencionada. Allí el poeta se inició en la vida rústica y natural de bosques y serranías (morada de “númenes inciertos”), y de contactos con animales sagrados, familiarizándose también con divinidades tutelares y creencias religiosas locales que le signaron “con una consagración augural”, al decir de un escoliasta suyo. En su Venusa natal, región donde habían sido asignados lotes de tierra a los veteranos de las guerras y centuriones, recibió el poeta latino sus primeras enseñanzas en letras y números, y también en gramática.  Luego lo llevó su padre a Roma, donde fue educado “como el hijo de un caballero o de un senador” y allí se codeó con algunos patricios y hombres públicos. De Roma pasó Horacio a los dieciocho (18) años a Grecia, donde cursó estudios por tres o cuatro años en la Academia de Atenas, en la cual hizo amigos entre los poetas y filósofos locales, complementando sus estudios literarios y filosóficos con la vida festiva y galante -privilegio que tenían únicamente los patricios romanos-, y donde también continuaron estudios poetas como Propercio y Virgilio, que luego truncaron, al igual que Horacio, por las guerras y los problemas económicos.

      Hizo amistad en Grecia entre otros romanos, con Bruto, quien venía huyendo de la conjura contra Julio César y estaba buscando soldados para luchar contra las tropas de Octavio y  Marco Antonio, y comprometidos por la libertad de Roma. Se alistó Horacio en el ejército a los veintidós (22) años, donde le dan el cargo de tribuno. Como lo relata en la Sátira II del Libro I, dedicada a su amigo Mecenas, en su juventud fue tribuno y participó en la batalla de Filipos (42 a.C.), que le dio la victoria a Augusto y Antonio sobre Bruto y Casio luego del asesinato de César. Durante dicha batalla realizada en Grecia (Macedonia), en un momento dado Horacio, como otros tantos combatientes, se dio a la fuga traicionando a su ejército y a su amigo Bruto. Fue hecho prisionero y exiliado, tras lo cual luego del triunfo de Augusto, fue amnistiado y recuperó su libertad regresando a Roma. Amigo del poderoso estadista Mecenas, como ya vimos, fue presentado a él por Virgilio y por Varo. Muy cercano, pues, a su círculo (“cónsul y contertulio”) siempre desdeñó ser esclavo ciego de la fama. Para una persona como Horacio, “quien ama la propia vida interior y la tranquilidad privada y pública, una condición modesta es más gustosa y apacible que los onerosos honores de la vida pública.” (Sátira VI, Libro II)

      Andando el tiempo, hacia el año 17 a.C. se van a celebrar con lujo y pompa los llamados Juegos (o Fiestas) Seculares, los cuales se instauraron en Roma hacia el siglo III de la fundación de la ciudad del Tiber (fechada la misma en el año 753 a.C.), y que eran en sus orígenes ritos expiatorios y fúnebres dedicados a los dioses tutelares: Apolo o Febo (El Sol), su hermana Diana (La Luna), Ceres y otras divinidades soterradas como Proserpina, Plutón, Príapo e igualmente otros a los muertos y los antepasados, en los cuales se llevaban a cabo algunos sacrificios humanos y de animales. Con el emperador Octavio Augusto en el trono, Roma se estaba recuperando del período anterior de guerras civiles desatadas durante la época de Julio César. Hacía ya tiempo que este último (padre adoptivo de Octavio Augusto) había tenido un hijo de la reina alejandrina Cleopatra VII (hija de Ptolomeo XII), llamado Cesarión (el faraón Ptolomeo XIV), que gobernó Alejandría con su madre durante los años 51-47 a.C. rivalizando con Octavio como heredero de César.

     Intentaba pues César, a la sazón, fallidamente con sus ejércitos romanos restablecer la hegemonía de Egipto en el Mediterráneo, amenazando la propia hegemonía y estabilidad de Roma, siendo entonces asesinado en el senado (año 44 a.C.) por el general Bruto (amigo de Horacio, como vimos). Se hizo cargo inmediatamente entonces Marco Antonio como gobernador de Oriente, y a su vez se casó también con Cleopatra teniendo un hijo con ella, conspirando de nuevo contra la sucesión de Octavio Augusto como heredero, quien los enfrentará en la batalla naval de Accio (31 a.C.) emprendiendo ambos la fuga a Egipto donde se suicidaron en el año 30 a.C. A Cleopatra dedicó Horacio la Oda XXXVII del Libro I, que se titula “Por la muerte de Cleopatra” (compuesta entre los años 31-30 a.C.), donde el poeta describe a trechos las vicisitudes y aciagas intenciones de la reina egipcia hacia Roma. Brinda Horacio con sus amigos por la victoria de Accio (Actium), el peligro ha sido abatido, más el poeta solapadamente la admira en su muerte al tomar la determinación de morir “como una mujer cualquiera”, rindiéndole homenaje en el poema.

       Es así entonces que en este tiempo de paz, el mandatario establecido en el poder convocó al pueblo para celebrar por tres días con sus noches seguidos (con una semana anterior de ritos agrarios preparatorios) “unos juegos que nadie había visto aún y que nadie volvería a ver”, los cuales para algunos autores, fueron las más grandes fiestas que vio el mundo antes del nacimiento de Jesucristo, y que precisamente se celebrarían para conmemorar otro siglo de la fundación de la ciudad. Comenta el mencionado crítico A. Rovira, que “antes de Augusto el siglo fue de 100 años pero los sacerdotes que custodiaban los libros Sibilinos, para lisonjearle, le persuadieron de que, según palabras de la Sibila, el siglo debía tener 110 años.”(34) Augusto convocó igualmente a un concurso para que se escribiera un canto o poema, para la celebración de tan magna ocasión, donde se invocarían divinidades como Júpiter, las Parcas (el Destino), o Ceres (la Tierra Madre). El emperador eligió a Horacio (contaba el poeta con 48 años de edad en esa fecha) para escribir el poema que se entonaría en el ritual. Se trata de una oda lírica o himno coral en verso, de carácter religioso o litúrgico. Tomando como referencia inmediata a Virgilio, que en los últimos libros o cantos de la Eneida ya aludía a la sagrada fundación de Roma y sus dioses, y en el canto coral del antiguo poeta griego Alcmán (quien igualmente compuso odas religiosas), Horacio cumple magistralmente tan difícil y delicado compromiso, que precisamente por ser una obra contratada, lleva implícita igualmente una dosis de ironía y descreimiento.

       En nuestro poeta se trata de un himno dividido en cuatro partes, dedicado a Apolo o Febo (El Sol), Diana (La Luna) y al propio emperador, compuesto para ser cantado por un coro de muchachos y otro de muchachas (mancebos y doncellas) quienes entonan el himno jubilar alternando uno y otro coro, y al final del mismo ambos coros terminan unidos en una especie de contrapunto. Se trata, pues, de un himno ceremonial y atrajo a Roma a una gran cantidad de extranjeros, “a la usanza de la representación de los antiguos misterios y que fue escenificado públicamente ante la atónita muchedumbre, ya que siempre estos actos ceremoniales eran escenificados lejos de las gentes profanas o no iniciadas.”(35) Ahora bien, la cuarta y última parte de dicho himno Canto Secular (Carmen Saeculare), escribió Elisio Jiménez Sierra en un estudio inédito, “contiene las preces por la conservación del imperio y del emperador.” Continúa el escritor venezolano exponiendo que “Nunca fue Horacio que digamos poeta enlazado íntimamente con el Capitolio ni con ningún santuario alto o pequeño, de los Dioses. Los edificios de Roma, tanto civiles como religiosos, la vida multitudinaria o cortesana, los pleitos y discusiones del foro, no le atraían. Se refugiaba en su quinta de la Sabina, morada feliz de las Musas. Su poesía no tiene, por tanto, carácter litúrgico (…) El Canto Secular es un poema de encargo, el poema de un certamen establecido por voluntad de Augusto, y del cual fue el poeta el único concursante. Ya Virgilio había muerto y Ovidio era vigilado en Roma. Gracias a su talento esclarecido, a su conocimiento de la métrica griega, cumplió Horacio a satisfacción el encargo del emperador. Glorificó en versos solemnes y proféticos a las dos grandes deidades de Roma, después de Júpiter y del propio Augusto: Apolo y Diana, personificaciones del Sol y de la Luna. Himno ritual de las fecundaciones helíadas y de los erotismos selénicos.”(36) Rezan unos fragmentos del Himno o Canto Secular:

 

                                               Febo y Diana

                                               señora de las selvas,

                                              del cielo lustre,

                                              de reverencia dignos,

                                              dad a nosotros lo que os suplicamos

                                              en el sagrado tiempo secular,

                                              al ser reverenciados.

 

                                              Hoy que los versos sibilinos cantan

                                              vírgenes castas y selectos niños

                                              a las deidades, que propicias miran

                                              a las siete colinas.

                                              (…)

                                              Y vosotras, ¡oh Parcas infalibles!

                                               juntad felices hados a los de antes

                                               y un término ya estable de las cosas

                                              conserve al fin lo que pronosticasteis.

                                              (…)

                                              Afable Apolo, esconde ya tu flecha

                                               y del niño tú escucha las plegarias;

                                              Luna bicorne reina de los astros

                                               oye a las niñas.

                                               (…)

                                               Augur y hermoso en su fulgente arco,

                                               Febo, querido de las nueve Musas,

                                              el que con arte alivia los cansados

                                              miembros del cuerpo,

                                              si favorable el Palatino alcázar

                                              contempla, que otro lustro prorrogue

                                              siempre mejor poder y edad de Roma,

                                              y al feliz Lacio.

                                                                               (Traducción del latín de Vicente López Soto)

 

     Sobre el carácter y la filosofía descreída de Horacio, anotó Elisio Jiménez Sierra en el mismo escrito citado: “Recordemos la sátira de Horacio a la estatua ficúlnea de Príapo. En esa burla sangrienta envuelve Horacio tanto a la religión como a la superstición; y el desparpajo con que está concebida y escrita, muestra a las claras la total indiferencia de aquel hombre refinado y escéptico por todas las creencias y doctrinas religiosas de su tiempo. Algo análogo sucedía con Ovidio, el cantor de los fastos romanos.”(37) Explica Jiménez Sierra que, aunque las cita sin inconvenientes, Horacio varias veces se mofó con incredulidad de las diversas divinidades que idolatraban las gentes de su tiempo, y de los cultos religiosos y mágicos llenos de supercherías. Lo que cautivaba su mente y su imaginación era, en todo caso, ver el cuadro vivo de los misterios ceremoniales de la antigua religión romana. Escribe J. Sierra: “A un temperamento como el de Horacio no le interesaba, o le interesaba muy poco la esencia puramente teológica de la religión. Como poeta, le seducía la pompa, el culto, el simbolismo de la liturgia. Por eso al augurar a sus versos forma perenne, más duradera que el bronce, no lo asocia en particular a ningún ente de carácter temporal en el afanoso devenir de Roma, sino a la venerable figura del sumo pontífice, que asciende lentamente las gradas del alto Capitolio, seguido de la blanca y taciturna vestal.”(38)

       En la sátira más arriba mencionada donde se refiere el polígrafo Jiménez Sierra al dios Príapo, ésta es la Sátira VIII del Libro I de Horacio dedicada al mencionado dios, donde se oficia un ritual o escena de magia en un terreno que servía de cementerio en la región de los Esquilinos. Se hallaba ubicada esta región en una de las siete colinas de Roma, y Mecenas mandó a transformar dicho lugar urbanizando el área y construyendo los llamados “horti”, o huertos. Allí fijó una de sus residencias, tomando la zona el nombre de “huertos de Mecenas”. Situado dicho cementerio a extramuros, colindaba con las residencias y pese a la remodelación del sector, las fosas continuaban cavándose y haciendo algunos entierros. En el centro del jardín o parque de la villa de Mecenas había una estatua itifálica de Príapo, el dios romano de la fecundidad de la naturaleza (traído de Grecia donde también fungía como dios de la generación), y símbolo guarda o guardián del pequeño dominio de su propietario. Estaba esculpido en un tronco de higuera y la estatua servía como “espantajo de ladrones y aves; porque aleja a los ladrones mi diestra en alto (…) y el haz de juncos que llevo en mi cabeza espanta los importunos pájaros”, reza el texto de Horacio. Es, entonces, que el propio dios transfigurado en estatua (y a través suyo el poeta) presencia a las hechiceras Canidia y Ságana llevando a cabo un macabro ritual. La escena muestra a las brujas como pequeñas fieras que escarban la tierra y aúllan; desgarran con sus dientes una oveja negra y evocan los muertos. Reflexiona el dios por boca del poeta: “Aquí en otro tiempo, el esclavo transportaba los cadáveres lanzado fuera de las zahúrdas que habitaron en vida y los colocaban en un vil ataúd (…) Ahora se puede habitar en las Esquilas, saneadas y tomar el sol y espaciarse en la loma, desde donde se contemplaba con tristeza un campo mustio, blanco de huesos. Ahora no me dan tanto trabajo ni cuidados los ladrones y la salvajina, como las hechiceras que trabucan el seso con conjuros y filtros mágicos. A éstas de ninguna manera las puedo echar de aquí ni impedirle que recojan huesos, hierbas dañosas; luego que la vaga luna asomó su rostro hermoso (…) yo mismo, con mis propios ojos vi, caminando con un paso firme, ceñida con un manto negro, con los pies desnudos y con los cabellos ajados a la aulladora Canidia, acompañada de la Ságana mayor (…) Una de ellas invoca a Hécate, y la otra a la cruel Tisífone: allí vieras correr serpientes y los canes infernales, enrojecerse la luna y esconderse detrás de los grandes sepulcros, por no ser testigos de cosas tan espantables.”(39) (Traducción del latín de Lorenzo Riber)

     Presencia así el poeta latino a través de los ojos de Príapo, una escena de necromancia donde Canidia y Ságana despedazan con los dientes una oveja negra, echando su sangre en una olla y diciendo conjuros mágicos a dos imágenes o muñecos de lana y de cera, confrontando ambas imágenes. Sucedió entonces, que en ese momento el dios de la higuera, por la hendidura de sus nalgas hizo sonar un terrible ruido o chasquido como el de un gran odre que explota. Salen, pues, ambas hechiceras despavoridas corriendo: “Y con gran risa y burla hubierais visto como a Canidia le caían los dientes y a Ságana el tocado y de las manos se les escapaban las hierbas malignas y las vendas mágicas.” Se trata a la vez de una sátira y de una invectiva cruel y burlesca, sangrienta, incluso cómica como apunta el erudito Jiménez Sierra, contra la magia, las supersticiones y los dioses de su tiempo. Estas dos hechiceras o magas son mencionadas también por Horacio en el Epodo V, “Contra la hechicera Canidia”, cuando ambas se proponen llevar a cabo un horrible infanticidio al pretender hechizar y seducir (incluso amenazar) a un mancebo o adolescente mediante filtros mágicos y conjuros. Canidia, “víboras enredadas a su pelambre”, quema en ramas de cipreses “huevos y plumas” de un búho y a un sapo, “untados en sangre”; Ságana, “esparcía las aguas avernales, como de erizo sus hirsutas crines o de acosado jabalí salvaje.

     La víctima, presa de horror, las impreca y maldice, condenando su siniestro comportamiento: finalmente, cuando mueran, merodearán también la hórrida región del Esquilino y serán presa sus miembros insepultos de un festín de lobos. Dice el adolescente: “Moriré, sí, pues lo queréis. Mas luego,/ nocturno espectro, acudiré a vengarme./ El rostro os buscarán mis corvas uñas,/ poder terrible de los dioses Manes;/ inquietaré tenaz vuestras entrañas,/ y el sueño os robará pavor tan grande./ La turba os correrá, viejas obscenas,/ en pedrea sin fin, de calle en calle,/ y serán vuestros miembros insepultos,/ festín de lobos y Esquilinas aves.”(40) (Traducción del latín de Bonifacio Chamorro) Sin embargo, en el último Epodo (número XVII), en un poema dialogal intitulado “Horacio y Canidia”, en una febril palinodia, Horacio pareciera aceptar, transigir o reivindicar a Canidia presentándola como una transfiguración de la muerte o el Destino, a través del cual se expresa la voz de un fatum orador, pidiéndole, ya viejo, una tregua para su atormentado espíritu. A lo que Canidia, en una voz desdoblada del propio Horacio presente al final del poema, impasible y serena, le responde que su destino está trazado: si es verdad que luego de su muerte mucho habrá el poeta de vivir, ella (como creación suya) vivirá con su nombre, cabalgando en sus hombros, haciendo que el mundo entero se arrodille ante el poder de sus hechizos. Singular retractación del sensualista y descreído poeta latino hacia esta hechicera, transfigurada en Parca gracias a la imaginación horaciana.

     Es así que, en cierto manera, el Horacio epicureísta y moralista a su modo de algunas sátiras y epodos, parece creer en un poder rector oculto en el universo el cual gobierna también los actos humanos y la vida interior. Como anota Alcina Rovira, Horacio escribe las Sátiras y los Epodos en un momento de desolación e intranquilidad, en medio de la crisis de las guerras civiles (entre los años 40-30 a.C.), justo después de la batalla de Filipos (42 a.C.), y para ese tiempo: “Podemos imaginarnos a Horacio refugiándose en los estudios de filosofía, especialmente epicúrea. Sin embargo, el pensamiento epicúreo le hace poner más de manifiesto los errores, miserias y supersticiones de la sociedad en que vive.”(41) Escribe el romanista Elisio Jiménez Sierra en una parte de su comentario al Canto Secular, que existe una inquietud metafísica o religiosa en Horacio, que no parece resuelta del todo: “Aquella Oda en que Horacio confiesa de modo palatino su impiedad, de la cual se muestra arrepentido, puede servir de módulo para calibrar su sensibilidad religiosa, su temperamento artístico.”(42) Se refiere aquí el escritor venezolano a la Oda XXXIV del Libro I, que es también una “retractación” contra el epicureísmo, cuando se encontraba el poeta en una situación peligrosa y se dirige a un poder superior para que lo guiara, y tornar a sus olvidadas creencias y prácticas religiosas. Rezan unos fragmentos de dicha Oda:

 

                                               Olvidador de los dioses, avaro y negligente

                                               he sido yo mientras seguía los preceptos

                                              de una sabiduría insensata; ahora me esfuerzo

                                              en volver velas atrás.

                                              (…)

                                              Dios puede trocar las cumbres en simas;

                                              esclarecer lo oscuro y derrocar lo insigne.

                                              La Fortuna rapaz, con estridor agudo,

                                             arrebató tal vez una corona,

                                             y se complace en ponerla en otras sienes.

                                                                                     (Traducción del latín de Lorenzo Riber)

 

 

      Es un tanto cierto lo que afirmó el ensayista Elisio Jiménez Sierra: que a veces Horacio parece pensar como un escéptico ante todo saber, religión o filosofía. Ya es admitido que la filosofía romana en la época republicana, y más tarde durante el período inicial y en la época posterior del Imperio, era ecléctica. La filosofía griega -y la helenística- había sido adoptada por la sensibilidad, la sobriedad y la practicidad de los romanos: platonismo, neoplatonismo, aristotelismo, pitagorismo, al igual que el epicureísmo, el estoicismo o el escepticismo (estas tres últimas doctrinas no son completamente antitéticas, y tienen varios puntos en común) habían arraigado como doctrinas o como prácticas usuales en los escritos de Cicerón (100-43 a.C.), Lucrecio, Virgilio, Propercio, Horacio, Ovidio, Petronio, Séneca o Lucano influyendo igualmente en el ánimo y espíritu de políticos, historiadores y hombres de Estado. El escepticismo de los griegos antiguos no formó escuela ni en el período inicial, ni en el helenístico, ni tampoco en el período romano, sino que se crearon corrientes y sectas escépticas que estudiaron a su vez una doctrina filosófica del conocimiento, según la cual no existe ningún saber firme, “ni puede encontrarse nunca ninguna opinión absolutamente segura”, e igualmente como una actitud vital que no pretende adherirse “a ninguna opinión determinada”, y que se sustenta en la suspensión del juicio, “salvación” del individuo, el logro de la paz interior y una felicidad temporal.

      En Roma la mayoría de los escritores, poetas e intelectuales bebieron en los textos de Cicerón, quien más que un verdadero filósofo era un escritor y un “un ecléctico puro “en materia filosófica, que se había fijado la misión de difundir en la sociedad romana las principales corrientes de la filosofía griega, entre ellas el escepticismo académico y el estoicismo, como lo han señalado algunos estudiosos. Reunió en sus escritos (en latín) la doctrina del probabilismo como criterio de verdad, el espíritu del estoicismo y algunos conceptos del “alma” de Aristóteles. Sus libros están escritos en un idioma “simple y elegante”, cuyo mérito en la historia de la literatura  está en haber dado a conocer a un amplio público la filosofía griega al mundo cultural romano. Así, es el caso de que poetas y escritores como Horacio y Ovidio se sumieron, en cierta manera, en la tradición del escepticismo académico, el cual trata en el fondo de la búsqueda de la felicidad no como lo hacían los antiguos filósofos eudomonistas, sino más bien de un modo un tanto hedonista, al sustentar una filosofía que les deparara alegría y placer. Un hedonismo que no era egolatría ni narcisismo, sino que más bien era la afirmación de una complacencia con la vida y con las pocas, sencillas, fugaces y esenciales cosas que se nos dan cotidianamente, tendencia radicalmente distanciada de la que se practica en el mundo moderno, signado por la vida ociosa y deportiva y por el consumismo desesperado, el tiempo libre y el placer practicado por las clases adineradas. Se trata entonces del reconocimiento, como argumenta el filósofo francés Michel Onfray, “del soberano bien de la impasibilidad, la capacidad para no dejarse afectar por el mundo, sus pequeñeces y sus mezquindades.” Veamos lo que Onfray llama el Vademécum del pensamiento hedonista, y que para mí puede ser aplicado tanto a Horacio como a Ovidio: “amar lo que acontece; no perderse en el pasado ni en el futuro; disfrutar el instante presente; transformar lo negativo en ocasión de positividad; evitar la visión egocéntrica del mundo y de las cosas, comparar el dolor propio con el dolor de los demás. Y a esto agrega la práctica de la filosofía como ocasión de purificación, de sabiduría de reconciliación de de uno consigo mismo y con el mundo.”(43)

     La filosofía epicúrea y hedonista de Horacio tiene su concreción en la feliz idea, concepto o tema del goce del instante soberano, del amar lo que acontece y no preocuparse mucho por el mañana o por el devenir, lo cual también tiene ribetes de escepticismo por su precaria valoración de la vida y del tiempo humanos. Esta idea del “carpe diem”, ya referida líneas atrás, está espigada en varias odas donde expone en versos dicho asunto, siendo el ejemplo más conspicuo su conocida Oda XI del Libro I, dedicada “A Leucónoe”, ya mencionada más atrás en este estudio. Veamos la oda completa:

 

                                              No investigues, Leucónoe (vedado está saberlo),

                                              qué destino los dioses a ti y a mi nos dieron,

                                              ni de Babilonia consultes los misterios.

                                             Vale más, como fuere, aceptar el decreto,

                                              ya nos conceda Jove contar muchos inviernos

                                              o ya sea éste el último en que abatirse vemos

                                              contra escollos tenaces las olas del Tirreno.

                                              Sé prudente; buen vino consume de lo añejo,

                                               y largo afán no entregues a plazo tan pequeño:

                                              mientras hablamos, huye con la palabra el Tiempo.

                                              ¡Goza este día! Nada fíes del venidero.

                                                                             (Traducción del latín de Bonifacio Chamorro)

 

Ante el cambiante  devenir del mundo, Horacio nos induce a aprovechar el fugitivo tiempo presente: apreciando las cosas y momentos más sencillos, trascendemos el instante hacia una dimensión extraordinaria, como momentos únicos, libres de la incógnita del porvenir. Como postula Onfray, en esto consiste “la sabia modulación del placer y del ánimo y el goce del instante fugaz” en el carpe diem horaciano.

     La filosofía de Ovidio (al igual que la de Horacio), está permeada de un hedonismo de tinte epicúreo y de un escepticismo muy particular. Como es sabido, Publio Ovidio Nasón (43 a.C-18 d.C.) es también típico exponente de la literatura helenística o del igualmente llamado alejandrinismo romano, signado por el barroquismo de la prosa, escrita en la “copla de hexámetro-pentámetro, que servía para todo tipo de cosas”, al decir de Robert Graves, e igualmente por el empleo excesivo del hipérbaton (figura retórica que consiste en  invertir el orden de las palabras en el discurso) que, como hemos visto, fue el lenguaje característico de la última mitad del período de Octavio Augusto, cuando ya dicho lenguaje literario acusaba en algunos autores un empobrecimiento desbordado por una imaginación sin freno, que no es el caso de Ovidio. Las primeras obras de Ovidio fueron las elegías o poemas eróticos intitulados Amores, los cuales retoman temas y situaciones de Calímaco y Propercio y están compuestos por tres (3) libros,  y las Heroidas, diecisiete (17) cartas de amor imaginarias escritas por míticas heroínas griegas a sus amantes o maridos, mayormente mujeres abandonadas o “desgraciadas en el amor” (Briseida-Aquiles/ Dido-Eneas/ Enone-Paris/ Deyanira-Hércules/ Ariadna-Teseo/ Medea-Jasón/ Fedra-Hipólito). Igualmente el célebre poema “didáctico” Arte de Amar, también contentivo de tres (3) libros que igualmente incluyen el poema Remedios de amor, donde caracterizó, retrató y satirizó la época en que vivió.

      En estas dos últimas obras hay veladas críticas al régimen de Octavio Augusto, su política hipócrita y su doble discurso en cuestiones de moral, siendo el mismo emperador un desvergonzado libertino que tenía diversas amantes y se había casado varias veces. Igual ocurrió con sus Metamorfosis, que en su libro final o Libro XV, según algunos críticos,  parece menospreciar la autoridad oficial del tirano frente a la gloria e inmortalidad del poeta libre (encarnada un tanto por el propio Ovidio en su juventud), cuando consideraba “que superaba a los dioses.”Por este tipo de juicios, por la publicación de sus obras eróticas mencionadas y por otras razones, Augusto mandó a Ovidio al exilio (en el año 8 d.C.) en la ciudad de Tomes (o Tomis), en la costa del Mar Negro -la Dacia romana-,  actual ciudad de Constanza en Rumania. Sobre el tema de los Amores, escribe el erudito Elisio Jiménez Sierra que: “Ovidio es, sin duda alguna, el máximo psicólogo del mundo latino. Estudió con asombrosa penetración los efectos del amor en el temperamento impresionable de la mujer, y llegó hasta prescribir el tratamiento y curación del morbo sentimental, medicamentos (Remedia amoris) que todavía hoy se continúan administrando con éxito. Recorrió la gama del corazón femenil con la misma habilidad que un citarista el cordaje de su instrumento. (…) Para dar en Roma con un poeta capaz de competir con Ovidio en materia de exquisitez y galantería, el único nombre citable sería el de Petronio, genial caricaturista del reinado de Nerón.”(44)

     Así, cuando escribió su “poema mitológico” sobre las metamorfosis,  constituido por 246 leyendas míticas que exponen o explican “las diversas formas exteriores que adoptan personajes y cosas de la Antigüedad, desde el Caos hasta Julio César”, ya los mitos grecolatinos de creación andaban un tanto desvitalizados, convirtiéndose en temas o motivos literarios de goce estético habiéndose perdido en parte “su poder moral de compulsión”, e igualmente su “influencia real sobre la imaginación”, la sensibilidad y la acción. Esto sin restarle méritos a la importancia de la obra del escritor latino sobre el sustrato de la mente colectiva, un tanto afín al que  surte sobre la misma la llamada literatura popular en épocas posteriores, dueña como lo es también de un singular poder de sugestión en el ámbito de “lo imaginario puro”, llegando incluso a formar parte de la atmósfera moral colectiva. La mitología romana no es sólo “una continuación de la griega con nombres latinos”, sino que es también original añadiendo siempre algo nuevo de su psique, de su experiencia y su ingenio para darle completud y trascendencia a la anterior. Como lo expuso Carl Gustav Jung y la crítica cultural basada en los “arquetipos”, más que de lo personal de un individuo concreto la mitología expresa un sustrato atemporal encarnado en los mitos de creación y los tipos humanos, siendo depositaria del inconsciente colectivo, “la estructura peculiar de las condiciones psíquicas previas de la conciencia, transmitidas por herencia a través de las generaciones”, la cual se presenta ilustrada en numerosos y variados motivos mitológicos.

Elisio Jiménez Sierra

 

      Elisio Jiménez Sierra sostuvo que el hedonismo de Ovidio era un signo característico de su filosofía, e igualmente un rasgo característico de su escritura y su persona;  lo confirma cuando  expone al final de dicho ensayo que: “En rigor de verdad, la filosofía del más refinado hedonismo corre pareja en las Heroidas, con reiteradas expresiones de trivialidad (…) Will Durant, eminente historiador y crítico de nuestro tiempo, califica de alarmante la frase que Ovidio pone en labios de Fedra (epístola cuarta): La virtud es todo aquello que nos proporciona placer. Nosotros no vemos sinceramente en qué puede consistir lo alarmante de tan delicado pensamiento. Así se hubiera expresado el mismo Epicuro, si en lugar de graves tratados filosóficos nos hubiera legado armoniosas elegías. Además, la frase no fue escrita por Ovidio como se lee en Will Durant sino: Júpiter ha concedido a los hombres que disfruten de todo aquello que proporciona placer (Jupiter esse pium statuit, quodcumque juvaret) ¿Y no es ello una palmaria verdad?” (45) Aquí el filólogo Elisio Jiménez Sierra le enmendó la plana a Durant. Como lo ha estudiado el referido filósofo y crítico Onfray, el hedonismo, contrario a lo que se piensa, supone una ascesis (no un ascetismo) en la que el esfuerzo, el trabajo, la voluntad y la tensión están encaminados a lograr el dominio de sí mismo y yerran aquellos que llegan “a identificarlo con la vida fácil, el abandono, el relajamiento, el descontrol. (…) El hedonismo obliga a ser fuerte y siente repugnancia por todas las debilidades.” Ovidio cree y practica el goce de los sentidos y del instante, y a la vez el placer y el júbilo de existir. Como lo expuso el filósofo griego Pródico de Ceos (s II a.C.), alumno de Protágoras y Gorgias, comentado por Onfray, “el placer se divide en múltiples sentidos antes de poner éstos en correspondencia con los términos realmente apropiados: alegría, deleite o bienestar que las traducciones presentan también bajo los términos de voluptuosidad y delectación.” (46) Igualmente Ovidio cree firmemente en los poderes de la ficción y la imaginación como terapia para la psique.

       Volviendo a Horacio, hay un poema salutatorio que Elisio Jiménez Sierra le dedicó al lírico latino (escrito en 1970), redactado con un tono a la vez familiar laudatorio y quejumbroso, requisitorio pero franco en el cual el poeta Jiménez Sierra habla a Horacio de tú a tú, de poeta a poeta, que se titula “Epístola moderna al viejo Horacio”,(47) escrito cuando fue a pasar unas vacaciones en Atarigua (su aldea nativa en el estado Lara, ya vimos, situada en la región centro occidental de Venezuela), llevándose un volumen contentivo de sus obras completas para leerla junto al río Tocuyo, debajo de un sauce y donde el poeta y escritor venezolano pasa revista precisa de algunos de sus temas esenciales. En esta amable misiva poemática al maestro y “padre” Horacio, el bardo criollo declara con tono un tanto melancólico que, antes que “la guerra entre cántabros y escitas”, la carta a los Pisones, la velada adulación al César o algún pasaje licencioso, prefiere los versos suyos donde canta “las Gracias y los dones de Baco” y su “casita lejos del bullicio, en donde con las Musas te escondiste.” Veamos unos fragmentos:

 

                                                                          I

                                               Mi buen Horacio: en estas vacaciones

                                               te llevaré sin notas eruditas

                                               en el bolsillo de los pantalones:

                                               tú de pocos remilgos necesitas.

                                               Basta sedimentar las intenciones

                                               de gozar tus epístolas, escritas

                                               al hilo de humorísticas razones.

                                               Te leeré en las claras mañanitas,

                                                junto al Tocuyo, rio de los gayones:

                                                ya tengo visto, para mis visitas,

                                                un sauce de dormidas ramazones.

 

                                               Ayer compré tus obras, nuevecitas

                                               y coloreadas con ilustraciones

                                               casi infantiles; prólogos ni citas

                                              aparecen allí de los jesuitas,

                                              ni de los trasnochados pedantones.

                                              Amo para solaz las ediciones

                                              amenas de tus obras exquisitas;

                                              amo los versos donde el alma pones,

                                              donde a la risa y al placer invitas,

                                              donde cantas las Gracias, y los dones

                                              de Baco, no la Carta a los Pisones,

                                              ni la guerra de  cántabros y escitas.

                                              El apólogo aquel de los ratones:

                                              uno tenía gustos sibaritas

                                              y el otro campesinas aficiones;

                                              (…)

 

                                                                         II

                                               Eres, maestro, todo el equipaje

                                               que anuncio preparado en el bolsillo

                                               para mis quince días de paisaje.

                                               Con impaciencia de soñar, ensillo

                                               mi caballo chucuto, y en el viaje,

                                               mientras cabalgo, vierto en romancillo

                                               la pícara canción para Lalaje;

                                               o en verso endecasílabo el pasaje

                                               donde morir querías con sencillo

                                               corazón de poeta; sin ambaje

                                               te digo que me gusta el caramillo

                                               de tus pastores, y que su lenguaje,

                                               cuando parlas de amor, huele a tomillo.

                                               El himno a Fauno me parece el gaje

                                               más puro de tu estro, como el brillo

                                               de las estrellas en su paralaje…

                                               (…)

 

                                                                       III

                                              Feliz tú, padre Horacio, que tuviste,

                                              en un mundo de bélico ejercicio,

                                              una casita lejos del bullicio,

                                              en donde con las Musas te escondiste.

                                              Feliz tú, que el secreto descubriste

                                              de la vida mediana. Amor sin vicio,

                                              paz con amor, placer sin sacrificio:

                                              he ahí la fortuna en qué consiste.

 

      Como es sabido, Mecenas, también poeta y dramaturgo además de protector suyo, regaló a Horacio (por el año 34 a.C.) una pequeña quinta o casa rústica de campo en la Sabina (o montes Sabinos) sector en las afueras de Roma en dirección este. A su amigo dedicó, como hemos visto, varias de sus Odas y Epodos. En la Oda I del Libro I  le refiere Horacio a su amigo que de todas las ocupaciones, trabajos y entretenimientos de los hombres, él prefiere la escritura de la  poesía lírica, que el poeta latino iguala a la gloria humana que se acerca a los dioses.  Dice un fragmento:

 

                                              A mí la hiedra, galardón de doctos,

                                              me hace sentirme de los dioses cerca;

                                              y me aparta del vulgo el fresco bosque

                                             en que ninfas y sátiros alternan,

                                              si Euterpe de su flauta o Polimnia

                                              los dones de su lira no me niegan.

                                                                               (Traducción del latín de Bonifacio Chamorro)

 

     Muchos poemas laudatorios de la vida, la belleza, el placer, el goce del instante, la virtud, la amistad  los escribió Horacio al amparo y albergue de esa rústica finca o casa. Tal la Oda XX del mismo Libro I, donde reseña una ocasión festiva para el poeta cuando recibe en su morada de nuevo a Mecenas, ofreciéndole un vino sabino del lugar, macerado y añejado en tinajas griegas por el propio Horacio. Siguen para el poeta en dicha casa las jornadas de celebraciones báquicas y anacreónticas, fiestas,  festines y banquetes. En otra de ellas (Oda XIX del Libro II) cree, o está seguro de haber visto (se supone que en plena visión de ebriedad) al mismísimo Baco acompañado de su cohorte. Un fragmento reza:

 

                                              Yo he visto a Baco en las ocultas rocas

                                              (creedme venideros) enseñando

                                              sus canciones a Ninfas muy atentas;

                                              y a Sátiros caprípedos

                                              que aguzaban, astutos, sus orejas.

                                                                                (Traducción del latín de B. Ch.)

 

Para algunos escoliastas, presenta aquí Horacio a Baco como una de las deidades protectoras “tan terrible para sus enemigos como amable para los que bien le quieren”, tomando como modelo o referencia, probablemente, un ditirambo griego que se supone perdido.

       La Oda VIII del Libro III, dedicada igualmente a Mecenas a celebrar, es también una ofrenda al dios Baco, en agradecimiento por el milagro de haberle salvado la vida de una muerte cierta en la finca de la Sabina, cuando un tronco de árbol se le vino encima. Veamos un par de versos del poema:

 

                                               Ver que en Calendas de marzo

                                               yo, reconocido célibe,

                                               preparo flores e incienso

                                               y brasas y tierno césped

                                              (…)

                                              Sabe, pues, que ofrecí a Liber

                                              un agradable banquete

                                              y el más blanco cabritillo,

                                              cuando por él me vi indemne

                                              el día en que un rudo tronco

                                              me puso en trance de muerte.

                                                                              (Traducción del latín B. Ch.)

 

En la Oda IV del Libro III, canta el poeta latino circundado por los bosques de su rústica casa, a una de las Musas, Calíope, Musa griega de la poesía épica, “la de la más noble y entonada poesía”, siéndolo como lo era su sacerdote y su oráculo. Escribe el ensayista  y crítico español ya citado, Lorenzo Riber, agudo comentarista del poeta, que pensaba Horacio que las Musas “protegen a los que, dóciles a sus sugestiones, enseñan como Horacio, la Justicia y las buenas costumbres.” Dice el poeta en un verso:

                                              Baja del cielo, oh soberana Musa,

                                              e inspírame una lenta melodía

                                              con tu sonora voz o con tu flauta,

                                              o como Apolo en cadenciosa lira.

                                                                                        (Traducción del latín de B. Ch.)

 

       Mencionamos estas composiciones celebradoras y laudatorias de dioses, festividades, embriagueces o ebriedades, música y musas porque, básicamente, aquí está concentrada, digamos, la esencia de la poesía lírica horaciana. Horacio tocaba o pulsaba la lira (instrumento inventado por el dios Hermes) y muchos de sus poemas en esos festines con sus amigos y allegados, eran acompañados generalmente con ese instrumento. Horacio acompañaba seguramente algunas piezas suyas  y otras de sus amigos del círculo de Mecenas en sus recitaciones, y a su vez también era acompañado por cierto miembro o contertulio del grupo. La poesía de Horacio bebió en la primitiva lírica monódica griega, que era una lírica “encomendada a un solo intérprete” a diferencia de la lírica coral, “ejecutada por conjuntos de voces y concebida según pautas más solemnes y elaboradas.” Horacio, como comentamos páginas arriba, tomó algunos temas y pautas de Arquíloco, Alceo y Anacreonte. La lírica contiene, pues, “una intensidad subjetiva y personal” que suponía también en sus inicios griegos y luego en los tiempos helenísticos alejandrinos y romanos, un acompañamiento musical destinado a una lectura privada o a una interpretación pública sujeta a criterios musicales mas sofisticados.

       Música, ebriedad e inspiración son de este modo íntimas claves de la lírica horaciana. En este sentido el escritor y filólogo Elisio Jiménez Sierra anotó en un escrito suyo que desde los lejanos tiempos griegos y romanos, “la herencia de Anacreonte” había sido -y es- una tradición fructífera y benéfica en la lírica occidental, en cuanto a producción literaria, salvando por supuesto, la producción de mucha creación poética vacía o mediocre inspirada en estos temas. En la antigüedad existía una conexión entre la música, el canto, el éxtasis, la embriaguez, la creación artística y la inspiración poética. Dioses, héroes, heroínas, sibilas, pitonisas, magas, ninfas, sátiros y musas habitaban y tenían presencia así en la psique antigua en conexión con la música, la poesía y el arte y éstos a su vez estaban imbricados con la naturaleza. Como escribe el ensayista y crítico español Enrique Ocaña, estos estados contribuían de cierta forma a despertar e iluminar la conciencia, en convivencia plena con su entorno natural ya que “mantenía una relación y participación ebria con la naturaleza: vivía de sus fuerzas sin pretender un dominio destructivo sobre ellas.”(48) Por ejemplo, el vino estaba conectado con el canto, y éste a su vez lo estaba con la inspiración poética lírica de las Musas y con lo sagrado. Arquíloco, por ejemplo, manifestaba ser “Conocedor del amable don de las Musas.” Un poeta como Alceo (620-586 a.C.), nacido en Mitilene, escribió que: “El vino, pues, es el espejo del hombre.” Otro de sus pensamientos reconoce que el vino (y la embriaguez) depara en la subjetividad una suerte de unidad y plenitud que, bien llevada y con autodominio personal en lo que se denomina “el goce de la ebriedad”, que colinda con una especie de éxtasis, está encaminada a revelar la verdad interior de cada uno: “El vino, caro amigo, es también la verdad.” Pensaba igualmente que este elixir ayudaba a aligerar terapéuticamente las penas de la vida: “Todas las penas hallan consuelo en el vino.” Como apunta Ocaña, “La ebriedad juega con la temporalidad, pues abre en ella una suerte de entrada hacia ausencias sin cronómetro”, un estado de trascendencia conectado en la antigüedad con la espiritualidad y el tiempo sagrado del rito y el mito. Así, precisa el ensayista español que: “Si nuestro concepto de realidad presupone una distinción entre sujeto y objeto, la ebriedad puede contribuir a regresar sobre estados prelógicos y elementales del ser.”(49)

       Anacreonte (hacia 590-475 a.C.), poeta jónico nacido en Teos que vivió en Abdera, en Samos y en Atenas es conocido por sus cánticos a Baco, al Amor y a las Musas aunque también compuso himnos, elegías y epigramas además de pulsar la lira. Dueño de un marcado y amoroso refinamiento, al Igual que a Alceo “Toda circunstancia le parecía propicia para recurrir a libaciones abundantes”, y por dedicarse a la composición de versos, a festejar la vida y a entregarse con hedonismo a los placeres “de que es posible disfrutar en el curso de la existencia.”De él han sobrevivido fragmentos de canciones o cánticos que festejan y celebran el amor, el placer y el vino escribiendo también textos satíricos donde “se invocan los dioses sin excesiva convicción” manteniendo siempre el equilibrio y la modulación temperamental. Un fragmento de una Oda suya que nos recuerda la fugacidad del instante horaciano, titulada “El placer,  reza que:

                                             

                                               Gocemos, lo demás

                                               Es sólo una quimera;

                                               El curso de los años

                                               Acaba con presteza.

                                               El presente no dura;

                                               Del porvenir ¿qué queda?

                                                                             (Traducción del griego de A. Lasso de la Vega)

 

       Al contrario que en la antigüedad, que la ebriedad estaba conectada igualmente con la memoria terapéutica personal y colectiva (la Musa-Madre Mnemosine, la Memoria), en nuestro tiempo esquizoide y neurótico la libación está conectada con Leteo (el Olvido). Precisa el mencionado crítico Ocaña algo muy cierto, y es que: “En la mitología moderna de la ebriedad hay cierto hastío de la conciencia occidental que necesita liberarse de la memoria de sus infamias y los residuos del trabajo civilizatorio, en un progresivo acercamiento al olvido, a Letheo, y finalmente a Thanatos. La ebriedad no sería desde esa perspectiva un fenómeno de abundancia y plenitud, sino de cansancio y fatiga vital: renuncia a proseguir un viaje agotador e incierto.”(50) Aún así, escribe Ocaña algo que nos parece no menos puntual e importante: “El arte aparece en este contexto como último refugio de lo sagrado, y la capacidad creativa del individuo como reducto final de trascendencia, símil microcósmico de un universo que sólo encuentra justificación como fenómeno estético, una vez liberado de su estructura teológico-moral.”

       Para los antiguos griegos y romanos, las Musas existían y tenían sentido en la vida como deidades psíquicas interiores o potencias del alma que propiciaban la creación musical, poética y artística. Eso quiere decir que tenían vida propia dentro de ellos. En Occidente, por ejemplo, como lo ha estudiado Walter F. Otto la relación entre las Musas y el canto es inmemorial, ya que existe una conexión prelógica con la divinidad “desde los viejos tiempos indoeuropeos”, y si los dioses cantan, los espíritus femeninos y cantores humanos también lo hacen como un reflejo de ellos. Como escribe Otto, la Musa “es el canto mismo.” La clave está en que sólo el hombre habla y el don del lenguaje lo pone por encima de los demás seres vivos, y por este mismo hecho: “Se sabe que incluso algo precede a la palabra del hombre: esto debe ser escuchado y vivido antes de que la boca lo haga perceptible para el oído, y se sabe también que esta voz inspirada, llena de secretos, que precede al habla armoniosa de los hombres, pertenece a la misma naturaleza de las cosas como una manifestación divina que se revela con su esencia y con su carácter de excelencia.”(51) Como se sabe, las Musas, diosas de las ciencias y de las artes, hijas de Zeus y Mnemosina y personificaciones del don de la poesía, la música y el canto son nueve: Clío, de la historia; Melpómene de la tragedia; Talía, de la comedia; Euterpe, de la música; Terpsícore, de la danza; Erato, de la poesía amorosa; Calíope, de la épica; Urania, de la astronomía y Polimnia, del canto. Vivían en el Olimpo y cantaban en los banquetes de los dioses. Pegaso les servía de cabalgadura. Como hijas de Zeus y manifestaciones de su espíritu, igualmente están íntimamente ligadas y emparentadas con otros de sus hijos, tales como Apolo, Hermes, Dioniso y Heracles y con deidades benefactoras como las Ninfas. Comenta Otto también que los poetas siempre se refieren al hecho de que sus textos se originan en la inesperada presencia de un ritmo en su espíritu, que  al poeta “le surge una melodía” emparentada con “el espíritu del canto-hablado originario”, que habla desde la armonía misma del ser, y que “asalta de improviso al poeta y no lo suelta hasta que él  no la ha reducido a palabras conformadas para el oído.”

      Por su parte, el humanista Elisio Jiménez Sierra consideraba que en la antigüedad, en el contacto o la conexión con las Musas estaba la esencia o clave de la poesía, como voz interior o suerte de numen benéfico de la poesía, el canto y la música aunque también es verdad que en nuestro tiempo la inspiración consiste en trabajar todos los días, como lo postulaba Baudelaire. En este sentido, hay un texto breve en prosa (inédito, escrito en el año 1994) de Jiménez Sierra intitulado “Alba y ocaso de las Musas”, donde traza el origen y el declive de las mismas en nuestra cultura. He aquí el texto completo: “Las Musas tuvieron su alba de oro, cuando en los días de su apogeo primaveral se le aparecieron al joven Hesíodo, futuro cantor de los dioses, en una fresca mañana, a la orilla de una fuente del Helicón. Después se les vio acompañar con sus claras risas virginales la ceguedad errabunda de Homero, dictándole entre risas la dramática viudez de Andrómaca y la mirada sorprendida de Nausica. Pero el clavel de su sonrisa comenzó a marchitarse cuando la inspirada Safo murió de repente en su armonioso jardín de Mitilene. La edad media fue para el esplendor de todas ellas un espeso cono de sombra, que logro apenas aclararse a principios del Renacimiento. Fue entonces el instante cuando el ojo todavía penetrante de Ronsard creyó sorprenderlas vagando por los caminos, solas y mal trajeadas, destituidas de toda majestad.”(52) Luego del ocaso, como se expresa en el mito del eterno retorno, siempre espera un nuevo renacer: si las Musas desaparecieron de la escena, su canto y su música permanecen como voz interior susurrando en el oído del poeta y el creador, tal como lo expuso Walter Otto.

       Volviendo a Horacio, la celebración, la embriaguez y el carpe diem, tenemos que se basan estos en un arte de vivir el momento, de apreciar y vivir la vida intensa y gratamente manteniendo la medianía -o justa medida- con sobria sabiduría, sabiendo lo que queremos. Dice así, en el verso final de la Oda XVI del Libro III, dedicada “A Mecenas”:

 

                                              Al que mucho desea

                                              muchas cosas le faltan.

                                             Feliz aquel mortal a quien los dioses

                                             dan justamente aquello que le basta.

                                                                              (Traducción del latín de Bonifacio Chamorro)

 

Lo mismo se patenta en esta otra Oda XIV del Libro II dedicada “A Póstumo”, amigo suyo, donde campea y resalta, como anotó el escritor y filólogo Elisio Jiménez Sierra sobre la oda horaciana, el tema del carpe diem y de “la fugacidad de la vida y el señorío de la muerte”. Veamos un fragmento de la misma:

 

                                              Apremiante

                                              nos llega la vejez con sus arrugas

                                              y un anuncio de muerte inevitable

                                              sin que ni la virtud ni las plegarias

                                              a detenerla basten.

                                              Vano será que inmoles cada día

                                              trescientos toros a Plutón.

                                                                               (Traducción del latín de B. Ch.)

 

       Al igual que Ovidio, la filosofía vital de Horacio se inscribe básicamente, pues, como hemos señalado, en el epicureísmo hedonista romano de su tiempo. Como apuntó el mencionado filósofo francés Onfray, el carpe diem horaciano “sintetiza el espíritu del epicureísmo en su versión tardía con esta fórmula de considerable fortuna: invita a recoger hoy mismo las rosas de la vida que muy pronto se marchitan, propuesta de un arte de gozar plenamente el presente, que no se contamina con la idea ni con el temor de la muerte, sabiduría de un goce que se logra por la coincidencia de uno mismo con el mundo en la dimensión del momento.”(53) Es decir, el simple y puro placer de existir, eso sí valorando los placeres estéticos, eróticos o gastronómicos (de la mesa y de la cama), sin que esto conlleve dolores, malestares, sufrimientos o remordimientos posteriores. Moderar los deseos, renunciar a muchas ficciones sociales, buscar la paz interior, reducir las necesidades a lo elemental, señala Onfray. La comida epicúrea es sobria y parca. El placer gastronómico orgiástico que se describe en “el festín de Trimalción” del Satiricón de Petronio, representa lo contrario de la dieta epicúrea compuesta de productos de la tierra y el mar, una dieta mediterránea frugal y sencilla, diríamos, compuesta por nueces, miel, “garbanzos, col y sardinas relucientes de frescura, queso apenas cuajado en sal, lechugas y aceitunas. En otras ocasiones, hígado de cerdo con cebolletas y una achicoria”, escribe Onfray. En cuanto al vino, “no hay uno de primera calidad, sino probablemente un crudo local ligero y con poco alcohol.” Una dieta más cercana a la naturaleza que a la cultura: “Cocinar también forma parte del ejercicio filosófico, lo mismo que comer.”

       El filósofo francés reporta en su libro mencionado, el descubrimiento de una construcción,  hecho por unos obreros cuando excavaban en Italia en el año 1752, debajo de la ciudad de Resina (construida sobre las ruinas de la antigua ciudad de Herculano, destruida -al igual que Pompeya- por el volcán Vesubio en el año 79 de nuestra era), y que luego los arqueólogos determinaron que eran restos de la antigua villa o casa de lujo donde se ponía en práctica la filosofía hedonista epicúrea: la Villa de Pisón o Villa de los Papiros. “Se trata de Lucio Calpurnio Pisón, cónsul en 58, suegro del mismísimo César”, escribe Onfray, y el personaje influyente y adinerado militar  padre de los Pisones, a quienes Horacio dedicó la conocida “Epístola a los Pisones”, o Arte Poética. Los Calpurnios Pisones, originarios de Etruria y descendientes de Numa Pompilio, estaban divididos en dos ramas: los Cesoninos, y los Frugi. De estas dos gens nacieron posteriormente infinidad de militares con los mismos nombres, algunos hijos naturales, otros adoptivos, que ocuparon todo tipo de cargos -militares y civiles- durante los períodos anteriores y posterior es a Julio César. Ejercieron también funciones en los mandatos de Augusto, Tiberio, Claudio y Nerón. De los antiguos Cesoninos, emparentados después con Julio César por matrimonio, el más antiguo es Gaius Calpurnio Pisón (Pretor en 211 a.C.) y luego su hijo mayor, Cayo Calpurnio Pisón (Cónsul en 180 a.C.) y el menor, Lucio Calpurnio Pisón (Propretor y embajador en Grecia). Posteriormente -dos o tres generaciones después-es cuando aparece un cuarto Lucio Calpurnio Pisón (Cónsul en 58 a.C.), probablemente bisnieto o tataranieto del primero, quien fuera el  padre de Calpurnia, última esposa de Julio César. Llevado a juicio por corrupción y crueldad durante el mandato de Julio César, fue atacado en sus escritos por Cicerón, destituido y después tuvo cierto protagonismo antagónico en su gobierno. Luego viene otro Lucio Calpurnio Pisón (Cónsul en el año 15 a.C.), muy probablemente hijo del anterior, quien ocupó cargos durante el mandato de Augusto y fue prefecto de Roma en el régimen de Tiberio. Murió el militar a los ochenta años. Fue a este Pisón y a sus dos hijos a quienes Horacio menciona en su Arte Poética. Es decir, que el Lucio Calpurnio Pisón (Cónsul en 58 a.C, padre de la esposa de César y suegro suyo, a quien quizás conoció también Horacio) de esta segunda o tercera generación, dueño de la villa epicúrea, era el papá del segundo Lucio Calpurnio, Cónsul en el año 15, y abuelo de sus dos hijos. Por cierto que en el año 65 d. C.,  un descendiente o familiar suyo, de nombre Cayo Calpurnio Pisón, abogado, político y orador fue acusado de una supuesta conjura para asesinar al emperador Nerón y quedar él como sucesor suyo, la cual fue abortada y condenado a muerte Pisón,  junto con el filósofo Séneca y su sobrino, el poeta Lucano, también implicados en la conjura, quienes posteriormente se suicidaron todos ese mismo año 65.

     La comunidad epicúrea establecida allí en el siglo I a.C., era dirigida por Filodemo de Gadara, filósofo sirio y oriental helenizado, educado en Atenas, que escribió varios tratados de moral, lógica, teología, historia y filosofía y que conformaban, junto con otros autores de la época como los propios Horacio y Virgilio, la selecta y nutrida biblioteca de rollos de papiro de la villa (o casa hedonista), siendo la única biblioteca que sobrevivió a la Antigüedad. Filodemo también era poeta y escribió epigramas eróticos que luego serían recogidos en la conocida Antología Palatina. Aparte de los temas del hedonismo y la amistad epicúrea con que contaba la biblioteca, también albergaba títulos con temas literarios, mitológicos y estéticos de ese tiempo y poseía obras de varios autores griegos y romanos más antiguos tales como los oradores, los filósofos, los retóricos y los poetas. Estaba la suntuosa villa bellamente decorada con frescos o pinturas murales (como era usual en Herculano y Pompeya en esos tiempos, siendo esta técnica pictórica la forma de expresión plástica más importante y representativa dela época), que ilustraban las paredes con diversas escenas rituales de los dioses romanos, y con otros temas eróticos, mistéricos y religiosos de la mitología y la iconografía grecolatinas.

       Es sabido que la villa, que Onfray  llama también “monasterio pagano”, fue visitada por Virgilio hacia el año 49 a.C. y muy seguramente también por Horacio por las mismas fechas, como lo consigna el escritor francés. Por otro lado, el poeta de Venusa menciona precisamente a Filodemo en la Sátira II del Libro I, donde Horacio trae a colación el tipo de mujer que prefiere Filodemo. Igualmente en algunos versos horacianos, él mismo hace referencia al modo de vida hedonista que se practicaba en la casa de Pisón. Menciona Onfray que dicha casa tenía una vista panorámica despejada y espectacular del golfo de Nápoles en la costa del mar Tirreno, y que figuraba entre “las más lujosas del mundo latino.” Lo cierto es que este “segundo epicureísmo romano”, llamado también “Epicureísmo de la Campania“ por la denominación de la región meridional de Italia donde se encontraba ubicada la casa, rechazaba “tanto la ascesis austera del Maestro como el abandono a los placeres  fáciles”, buscando la definición de una nueva medida diferente más cercana a Aristipo: “Ni el placer reducido  al ámbito del matrimonio, ni el de un juerguista o un libertino romano. Un  placer de vivir, una paz adquirida, una serenidad que nada perturba; este es el objetivo al que tienden los adeptos de la nueva generación epicúrea”, (54) siguiendo a Filodemo, al pasar de la “ascesis griega al júbilo romano”, de la metafísica helena al pragmatismo latino. El epicureísmo había penetrado todos los órdenes sociales y los ambientes intelectuales y culturales de Roma y se había expandido por el Mediterráneo.

       Expone Onfray que el hedonismo de Filodemo plantea una práctica menos rigurosa de la estética epicúrea sobre la poesía y las bellas artes, y sobre la relación del individuo con la ciudad. Si Epicuro descarta las bellas artes por inútiles para lograr la “Ataraxia”, ya que no conducen al hombre a la serenidad; si la poesía tampoco es esencial para alcanzar dicho estado, y es más bien engañosa porque “pone en escena mitos, historias”, siendo también detestable ya que “dado que hace deseables las pasiones humanas, merece ser condenada inapelablemente.”Por el contrario, Filodemo, poeta y escritor no puede adherirse a esta opción, como tampoco puede su tardío epicureísmo “adherirse a la recusación de la cultura en general” que practicaba Epicuro, llegando a ser así este último, junto con los cínicos, el iniciador del pensamiento contracultural. Para Filodemo, la estética se entiende así, como la interacción de la filosofía con las artes de la poesía, la música, la historia y la retórica proporcionando al ser humano placeres, alegrías, diversiones: “En el camino de la sabiduría, la cultura resulta ser menos un obstáculo que un aliado”, escribe Onfray. Filodemo expone que la poesía proporciona bellas formas para bellas ideas, “pero lejos del culto de la forma pura sin ninguna preocupación por el sentido y el de la celebración del fondo con independencia de la forma.”(55) Como vemos este pensamiento calza, pues, a la medida con la filosofía de vivir de Horacio y en el sentido de la poesía, con el vivir intensamente el momento y que en nosotros mismos, en el equilibrio del alma, debemos buscar la felicidad y “gustarla dondequiera nos encontremos.” Ahora bien, hay que decir que, más que una crítica radical al pensamiento de Epicuro, el epicureísmo hedonista romano de Filodemo no contradice la visión ascética griega del Maestro, sino que al contrario, la enriquece: más que deformar su pensamiento o coartar su libertad o autonomía, a través de ella los romanos afinaron “el espíritu y la letra.”

       Tampoco le preocupaba mucho a Epicuro si los dioses existían o no, y si existieran, no se ocuparían en absoluto por los seres humanos. Se mofa de este modo de los dioses pero sin embargo les concede una existencia al considerarlos, como precisa Onfray, como “seres vivos incorruptibles y felices” que “se mueven en el mismo universo de los hombres y no representan ningún peligro para éstos.” Es decir, existen pero son inaccesibles, autónomos, indiferentes: “el plano de inmanencia en que se mueven los dioses es sin duda el mundo de los hombres, pero no el planeta Tierra (…) La cosmogonía epicúrea supone mundos infinitos, con variaciones cualitativas y cuantitativas en la materia: entre estos mundos se encuentran los dioses.” (56) Relata el mismísimo Lucrecio en el Libro Tercero  de De la naturaleza de las cosas, en su texto “Elogio a Epicuro”, que al leer a su maestro se le disipan los temores y ve producirse las cosas a través del inmenso vacío, entre ellos los dioses en su invisible morada terrestre: “Aparece a la vista el numen de los dioses y sus sedes tranquilas a las que ni los vientos sacuden, ni salpican de lluvia las nubes, ni con su vano caer profana la nieve que el acre frío condensa: un éter siempre sereno las cubre y ríe esparciendo ampliamente su luz. Allí la Naturaleza a todo provee y ningún cuidado perturba un instante la paz de los divinos espíritus.”(57)

Si los dioses ya no existen o si existieron, tuvieron vida y fenecieron en la mentalidad antigua, eso está en el caudal del ánimo, del alma y de las creencias arcaicas de la mentalidad occidental. En todo caso, Lucrecio, como exponente del epicureísmo romano, menos riguroso espiritual y culturalmente que el griego, parece contradecir a su maestro al vislumbrar su morada terrenal. En este sentido el erudito Elisio Jiménez Sierra escribió un breve aforismo que reza en una parte: “Sentimentalmente soy cristiano, intelectualmente soy pagano, griego, quiero decir”. Y precisamente, asumiendo esta contradicción creadora, hay un poema de su autoría (inédito) donde toca el tema, adhiriéndose su mentalidad pagana al politeísmo e instando a una resurrección -o resurgimiento- de los dioses, que según él hacen falta para dar un nuevo sentido a la vida, para “mantener los símbolos del mundo” y “volver al área de los sueños”. El poema se titula “Hace ya cuatro siglos”. Una voz intemporal habla por boca del sujeto poético; dicha voz declara que hace cuatrocientos años (el poema fue escrito a mediados de los años 70 del siglo XX) vive proclamando la nombrada “resurrección”: si nos remontamos atrás en el tiempo cuatrocientos años, estaríamos a mediados del Renacimiento europeo (s XVI), y de ahí la voz seguirá proclamando lo mismo cuatrocientos años antes (siglo XII), hasta llegar así a los primeros poetas y filósofos griegos que tuvieron ese sentimiento. Veamos el poema completo:

 

                                                         HACE YA CUATRO SIGLOS

                                               Hace ya cuatro siglos vengo diciendo en vano:

                                               es preciso que los dioses resuciten,

                                               es necesario mantener los símbolos del mundo.

                                               ¿Dónde hallar el sentido neptúnico del agua,

                                               dónde la flor peregrina del fuego?

                                               Necesitamos reivindicar las estrellas,

                                               virginizar la luna violada por los técnicos,

                                               cantar un himno nuevo a las constelaciones,

                                               si queremos volver al área de los sueños.

 

                                               Vivimos boca abajo, cerca de las orugas;

                                              en vano un día nos erguimos

                                              contra las gravideces cuadrumanas

                                              y sentimos la frente abrirse de horizontes,

                                              en vano un día quitamos la boca de los hongos

                                              y apartamos el fémur del borde de un pantano.

                                              Volvimos a las cuevas para civilizarlas,

                                              descubrimos el fuego para incendiar los niños,

                                              otra vez apretamos las mandíbulas

                                              y crujieron los dientes de la guerra,

                                              y estalló un megatón sobre la harina.

 

                                              Es menester que los dioses resuciten,

                                              que abran los ojos en el alba prometida,

                                              porque ya nadie les construirá un imperio,

                                              ni les inventará una falsa teogonía.

 

                                              Resurgirán desnudos y sonrientes.(58)

 

En este texto el polígrafo venezolano Elisio Jiménez Sierra utilizó una variante de la antigua concepción del Eterno Retorno, idea basada en la repetición anual de los ciclos terrenales, muerte y resurrección de la vegetación que traía a su vez la resurrección cíclica de los dioses, proveniente por consiguiente de las primitivas concepciones de la “perpetua fuerza  regeneradora de la Madre Tierra, o de la divinidad que muere y resucita” anualmente. Tal es el caso de Osiris en Egipto, Tammuz en Babilonia, Aliyan Baal en Siria y Adonis-Attis en Grecia. Así como resurgen los dioses cíclicamente, igual ocurre con los acontecimientos históricos. El lado pagano de Elisio Jiménez Sierra sentía a veces “nostalgia del Olimpo”, autenticando a la vez el sentido de las leyes eternas que gobiernan la naturaleza (y la vida de los dioses), e igualmente el determinismo que rige la vida y el destino humanos. Para Jiménez Sierra esos dioses que regresarán serán -al menos en este poema- sin duda, benévolos, para nada temibles.

       Ya había escrito en nuestro tiempo el filósofo escéptico Emil Cioran, que los griegos empezaron a filosofar en el momento en que los dioses le parecieron insuficientes, señalando que el concepto comienza donde acaba el Olimpo: “Pensar es dejar de venerar, es rebelarse contra el misterio y proclamar su quiebra.”, puntualiza Cioran. Si en la Antigüedad lo profundo era la filosofía, en la edad moderna, a causa del monoteísmo, lo profundo es la religión. Si hace un tiempo atrás en la modernidad el judeocristianismo combatió los dioses, en el nuestro más radicalmente, la ciencia despobló por completo el universo y la naturaleza de dioses y los desacralizó a ambos, como planteó Mircea Eliade. ¿Era Horacio un descreído de todo: dios, dioses, religión, filosofía? ¿Era Horacio un escéptico radical o un nihilista? Ya vimos que no completamente, como lo hicimos notar más atrás en estas páginas, al hacer ver Elisio Jiménez Sierra que vislumbró una actitud religiosa o metafísica en  el poeta latino, cuando éste en la Oda XXXIV del Libro I llevó a cabo una retractación de su impiedad, dirigiéndose a un poder superior para que lo guiara “a tomar ya sus olvidadas creencias y prácticas religiosas.” Parece que, más que a un dios omnipotente se dirige allí Horacio a una Divinidad o a un Daimon personal (e igualmente a un dios de la intemperie) para que lo ayudara a aliviar sus tensiones, y bajar “a sí mismo” pidiendo perdón por su impiedad. En todo caso, para un pensador pagano como Horacio esa divinidad personal suele ser un rostro de los dioses y viceversa. Como aclara E.M. Cioran: “A ojos de los antiguos, cuantos más dioses se reconocen, mejor se sirve a la Divinidad, de la que no son más que aspectos, rostros. Querer limitar su número era una impiedad; suprimirlos todos en provecho de uno, un crimen.”(59)

       Es probable que haya habido escepticismo en la última etapa de Horacio, como observamos páginas atrás, un escepticismo con cierta acritud, melancolía, tedio, hastío, ansiedad, vacío, desasosiego, remordimiento, Némesis. También es probable que haya acogido cierto escepticismo más moderado, académico. Ya sabemos  que el escepticismo es una actitud y un sistema de pensamiento que permea todas las acciones humanas corroyéndolas por dentro, develando la fatalidad ante nuestros destino, conduciéndonos muchas veces a la resignación y al abandono. Parte de estas tendencias autodestructivas e impotentes las drenaba y alejaba el poeta latino (haciendo catarsis y terapia) cuando se dedicaba a la creación poética, a la composición musical, al amor de pareja o a departir con sus amigos.  Horacio se abatía  eventualmente y solía drenar sus penas y angustias con sus amistades más cercanas. Ya vimos que la práctica del epicureísmo romano, menos estricta y rigurosa que la griega en cuestiones de estética de la poesía y las bellas artes, le pudieron servir al lírico latino “como último refugio de lo sagrado y reducto final de trascendencia”, o como un símil cósmico que a su vez sólo encuentra su justificación como un fenómeno estético autónomo, liberado de su estructura “teológica y moral.” En el Epodo XI, confiesa a su amigo Petio en este fragmento:

 

                                              No, Petio, como antes

                                              el componer canciones me deleita.

                                              Me ha herido hondo el amor; amor tirano,

                                              que en abrazar mi corazón se empeña

                                              (…)

                                              Así, lloroso, junto a ti gemía

                                              cuando, al calor del vino, por mi lengua

                                              el dios inverocundo revelaba

                                              mis angustias secretas

                                                                                      (Traducción del latín de Bonifacio Chamorro)

 

      Más adelante, en el Epodo XIII, dedicado a sus amigos, otro día Horacio cambia de ánimo y de semblante y súbitamente decide celebrar, como le declaró una vez en una de sus odas a su amigo Virgilio, para mezclar “locura breve a la razón”, ya que “es dulce alguna vez perder el juicio”. Ha estado lloviendo y cayendo nieve, en el cielo rugen con tormentas “los vientos Tracios”,  y sin embargo el poeta decide celebrar. Un fragmento:

 

                                              Aprovechemos la ocasión, amigos,

                                              y, si hay vigor y varoniles ánimos,

                                              no haya en la fiesta arrugas,

                                              pesadumbre de ancianos.

 

                                              Saca de la bodega aquel buen vino

                                              que conoció los días de Torcuato,

                                              en los que yo nací, nada más pienses:

                                              un dios traerá tal vez días más claros

                                              unjámonos ahora

                                              con oloroso nardo,

                                              y, a los acordes de la lira, echemos

                                             fuera del corazón tristes cuidados.

                                                                             (Traducción del latín de B. Ch.)

 

Como hemos visto, la relación poética y literaria que en términos generales el poeta, escritor, humanista, filólogo y erudito venezolano Elisio Jiménez Sierra experimentó a lo largo de su vida a través de la lectura de estos dos líricos latinos nombrados, Virgilio y Horacio (e igualmente con Ovidio, aunque de forma más atenuada),fue, pues, muy enriquecedora y fructífera para su propia creación e igualmente le sirvió como guía ejemplarizante y reflexiva para su existencia, llevando implícitos también, por supuesto, variados matices y contrastes creativos con ambos autores.

     Como lo ha hecho ver la crítica moderna, durante los siglos I-II de nuestra era., la poesía de Horacio no tuvo imitadores fieles de su estilo, aunque sí alguna resonancia en líricos posteriores como Persio y Juvenal, siendo leído en las escuelas y editada una que otra de sus obras. Durante el siglo III aparece aquí o allá en algún volumen un comentario de sus libros, permaneciendo su lectura, eso sí, hasta el final de la antigüedad aunque no a la par de Virgilio. Durante la Edad Media se eclipsó su figura hasta que fue mencionado por Dante y luego posteriormente en el Renacimiento fue reivindicado, como vimos, por Petrarca haciéndose más frecuente su lectura, siendo sin embargo poco emulado en Italia. En España se encuentran reminiscencias horacianas en el Marqués de Santillana, en Garcilaso y en Fray Luis de León. En el siglo XVI, en Holanda, igualmente hay influencias de Horacio en Erasmo de Rotterdam. En el siglo XVII continúa el magisterio de Horacio, cuando es imitado en Francia por Boileau, quien escribió sátiras, epístolas y un arte poética. En  dicho siglo XVII es más relevante la influencia del lírico romano, ya que es traducido e imitado en Alemania, y en Inglaterra por Milton. En la época romántica su influencia y su lectura decayeron, aunque entre el público de formación clásica mantuvieron su vigencia. No fue sino hasta  el siglo XX cuando comenzó a ubicarse su obra en un contexto preciso del período augusteo, situándola en una tradición literaria y en un marco político determinados. A partir de aquí comienza, pues, lo que sería la definitiva universalidad de dicha obra, un destino que ya había vislumbrado el propio Horacio para su poesía y para sí mismo. Tal como lo escribió en la Oda XXX, última composición del Libro III,  intitulada “Vaticinio de su gloria”, texto con el cual cierra un ciclo y declara el poeta latino su inmortalidad.

 

 

 

 

Referencias bibliográficas

 

1 Publio Virgilio Marón, Quinto Horacio Flacco, Obras completas. Prólogos, interpretaciones y comentos de Lorenzo Riber. Editorial Aguilar, Madrid, 1960.

2Octavio Paz, Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer, 1966-1997. Editorial Seix Barral, Barcelona, 1999.

3 Gilbert Highet, La tradición clásica. Fondo de Cultura Económica, México, 1978.  

4  Gilbert Highet, Ob. Cit.

5 Harry Levin, Interpretaciones críticas. Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1967.

6 Paul Oskar Kristeller, Ocho filósofos del Renacimiento italiano. Fondo de Cultura Económica, México, 1985.  

7 Paul Oskar Kristeller, Ob. Cit.

8 Elisio Jiménez Sierra, Exploración de la selva oscura. Ensayos sobre Dante y Petrarca. Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2000.

9 Elisio Jiménez Sierra, Poemas del monje laico. Liminar de Gabriel Jiménez Emán. Ediciones del Ateneo de San Felipe. San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1998.

10 Virgilio, Bucólicas-Geórgicas. Introducción, notas y traducción del latín de Bartolomé Segura Ramos. Alianza Editorial, Madrid, 1981.

11Elisio Jiménez Sierra, Obra poética. (“A Leucónoe”; “A Horacio”). Libro electrónico. Prólogo y edición de Gabriel Jiménez Emán. Ediciones Fábula-Fundación Elisio Jiménez Sierra. Edición Homenaje al Centenario del nacimiento de Elisio Jiménez Sierra (1919-2019). Coro, estado Falcón, Venezuela, 2019.

12 Elisio Jiménez Sierra, “El Cristo de Nerval.”Estudios grecolatinos y otros ensayos literarios. Selección de Ennio Jiménez Emán, prólogo y edición al cuidado de Gabriel Jiménez Emán. Ediciones Imaginaria, Colección La llave de plata, coedición con la Fundación Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 2004.

13 Hervé Masson, Manual-diccionario de esoterismo. Colección La otra ciencia. Ediciones Roca, México, 1975.

14 Elisio Jiménez Sierra, De la horca a la taberna. Turbia vida y clara obra de Villon. Ediciones La oruga luminosa, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1994.

15 Elisio Jiménez Sierra, Psicografía del padre Borges. Ediciones de la Imprenta Oficial del Estado Yaracuy, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1966.

16 Paul Oskar Kristeller, Ob. Cit.

17Elisio Jiménez Sierra, Exploración de la selva oscura. Ensayos sobre Dante y Petrarca.

18Martín de Riquer, José María Valverde, Historia de la literatura universal. Editorial Gredos, Madrid, 2007.

19 Francesco Petrarca, Il Canzoniere. A cura di Dino Provenzal. Rizzoli Editore, Milano, 1954.

20 Henri Peyre, ¿Qué es el clasicismo? Fondo de Cultura Económica, México, 1966.

21 José María de Heredia, Los Trofeos. Sonetos. Traducción y prólogo de Elisio Jiménez Sierra. Universidad de Los Andes, Consejo de Publicaciones, Mérida, Venezuela, 1980. 

22 Elisio Jiménez Sierra, “Los Trofeos de Heredia. Génesis de una versión inconclusa”.(Manuscrito mecanografiado). Inédito. Archivo de Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1982. 

23 Horacio, Poesías escogidas. Estudio preliminar y bibliografía seleccionada por Juan Alcina Rovira. Traducción directa del latín por Vicente López Soto. Editorial Bruguera, Barcelona, 1974.

24 Elisio Jiménez Sierra, La aldea sumergida. Seguida de “El anillo simbólico.” Versiones de poesía europea, y un dossier del Primer Coloquio Regional de Literatura Elisio Jiménez Sierra. Selección y prólogos de Gabriel Jiménez Emán. Ediciones Fundación Elisio Jiménez Sierra, coedición con el Ministerio de la Cultura y el Centro Nacional del Libro. Tipografía Horizonte, Barquisimeto, edo. Lara, Venezuela, 2007.

25 Virgilio, La Eneida. Prólogo de Carlos García Gual. Editorial Edaf, Barcelona, 2005.

26Michel Onfray, La fuerza de existir. Manifiesto hedonista. Editorial Anagrama, Barcelona, 2008.

27Alfred Gudeman, Historia de la literatura latina. Editorial Labor, Barcelona, 1952.

28 Alicia Entel, “El período helenístico”, en Capítulo Universal”. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1970. 

29 Carles Miralles, El helenismo. Época helenística y romana de la cultura griega. Montesinos Editor, Barcelona, 1981.

30Nora Catelli, “Entrevista con Harold Bloom.”, en Revista “Quimera”, Nro. 105. Editorial  Montesinos,  Barcelona, 1991.

31 Horacio, Poesías escogidas. Estudio preliminar y bibliografía seleccionada por Juan Alcina Rovira. Traducción directa del latín por Vicente López Soto. Editorial Bruguera, Barcelona, 1974. 

32 Horacio, Poesías escogidas.

33 Horacio, Ob. Cit.   

34 Horacio, Ob. Cit.

35 Horacio, Ibid.

36 Elisio Jiménez Sierra, “El Canto Secular de Horacio.”La Luna cuando era diosa. (Ensayos de selenismo religioso). Inédito. Archivo de Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1975.

37 Elisio Jiménez Sierra, Ob. Cit.

38Elisio Jiménez Sierra, Ob. Cit.

39Publio Virgilio Marón, Quinto Horacio Flacco, Obras completas.

40Horacio, Poesías escogidas.

41Horacio,Ob. Cit.

42Elisio Jiménez Sierra, “El Canto Secular de Horacio.”

43MichelOnfray, Las sabidurías de la Antigüedad. Contrahistoria de la filosofía, I. Editorial Anagrama, Barcelona, 2008.

44Elisio Jiménez Sierra, “Las Heroidas de Ovidio.” Estudios grecolatinos y otros ensayos literarios .Selección de Ennio Jiménez Emán, prólogo y edición al cuidado de Gabriel Jiménez Emán. Ediciones Imaginaria, Colección La llave de plata, coedición con la Fundación Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela,2004.

45 Elisio Jiménez Sierra, Ob. Cit.

46Michel Onfray, Las sabidurías de la Antigüedad.

47 Elisio Jiménez Sierra, “Epístola moderna al viejo Horacio.” (Manuscrito mecanografiado). Inédito. Archivo de Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1970.

48 Enrique Ocaña, El Dioniso moderno y la farmacia utópica. Editorial Anagrama, Barcelona, 1993.

49 Enrique Ocaña, Ob. Cit.

50 Enrique Ocaña, Ob. Cit.

51 Walter F. Otto, Las Musas. Y el origen divino del canto y el habla. Ediciones Siruela, Madrid, 2005.

52Elisio Jiménez Sierra, “Alba y ocaso de las Musas.” (Manuscrito). Inédito. Archivo de Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, 1994.

53 Michel Onfray, Ob. Cit.

54 Michel Onfray, Ibid.

55 Michel Onfray, Ibid.

56  Michel Onfray, Ibid.

 57 Eduardo Valenti Fiol, Lucrecio. Editorial Labor, Barcelona, 1949.

58 Elisio Jiménez Sierra, “Hace ya cuatro siglos.” (Manuscrito mecanografiado). Inédito. Archivo de Elisio Jiménez Sierra, San Felipe, edo. Yaracuy, Venezuela, ca. 1970.

59 E.M. Cioran, Adiós a la filosofía y otros textos. Prólogo y selección de Fernando Savater.   Alianza Editorial, Madrid, 2009.

 

-Selección de lecturas y fuentes consultadas por Elisio Jiménez Sierra sobre el humanismo, cultura, literatura, arte y filosofía del Renacimiento europeo.

1.- Jacob Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia. Editorial Argos, Buenos Aires, 1985.

2.- Phillippe Monnier, El Quattrocento. Historia literaria del siglo XV italiano. (Dos Tomos). Editorial Iberia, Barcelona, 1950.

3.- Edgar Wind, Los misterios paganos del Renacimiento. Barral Editores, Barcelona, 1972.

4.- Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media. Ediciones Castilla-Revista de Occidente, Madrid, 1971

5.- Alfred Gudeman, Historia de la antigua literatura latino-cristiana. Editorial Labor, Barcelona, 1940.

6.- Charles Guignebert, El Cristianismo medieval y moderno. Fondo de Cultura Económica, México, 1957.

7.- Richard Livingstone, El legado de Grecia. Ediciones Pegaso, Madrid, 1936.

8.- Juan de la Encina, La pintura italiana del Renacimiento. Fondo de Cultura Económica, México, 1949.

De Petrarca.

1.- Francisco Petrarca, Excelencia de la vida solitaria. Ediciones Atlas, Madrid, 1944.

2.- Francesco Petrarca, Italia mía y otras poesías. Textos italianos con comentario y traducción. (Textos italianos con traducciones y paráfrasis de Garcilaso, Lista, Boscán, Balbuena, Quevedo y Garcés. Comentarios de Attilio Momigliano y Giosue Carducci. Prólogo de Giuseppe Valentini. Apéndice de Gherardo Marone). Ediciones de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1945.

3.- Francesco Petrarca. Il Canzoniere. A cura di Dino Provenzal. Rizzoli Editore, Milano, 1954.

 

 

-Selección de lecturas y fuentes consultadas por Elisio Jiménez Sierra de Virgilio y Horacio.

1.- Publio Virgilio Marón, Quinto Horacio Flacco, Obras completas. Traducción, prólogos, interpretaciones y comentos de Lorenzo Riber. Editorial Aguilar, Madrid, 1960.

De Virgilio.

1.- Virgilio, Le Eglogue. Introduzione, versione e note di Alessandro Annaratone. Carlo Signorelli Editore, Milano, 1951.

2.- Virgilio, Bucoliques. Texte Latin. Traduction en vers espagnols par Velasco et Luis de Leon; en vers italiens par Arici; en vers français par Tissot; en vers anglais par Dryden; en vers allemands par Voss. Edición multilingüe, Sin Fecha.

De Horacio.

1.- Las poesías de Horacio. Tomos I y II. Traducción en versos castellanos, con notas y observaciones críticas por Don Juan de Burgos. Imprenta de Collado, Madrid, 1821. (Edición bilingüe latín-castellano de los poemas de Horacio)

2.- Las poesías de Horacio. Tomo III. Traducción en versos castellanos, con notas y observaciones críticas por Don Juan de Burgos. Imprenta de Don León Amarita, Plazuela de Santiago, número I, Madrid, 1823. (Edición bilingüe latín-castellano de los poemas de Horacio)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ennio Jiménez Emán nació en Caracas en 1952. Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela (1982) con tesis sobre Octavio Paz. Ensayista, ha publicado en periódicos y revistas culturales de Venezuela y del exterior. Premio “Miguel Otero Silva”, Mención Ensayo, de la Escuela de Letras de la Universidad del Zulia, Maracaibo, 1987. Premio “Tierra del Agua”, CONAC, Mención Ensayo, de la Dirección de Cultura del estado Delta Amacuro, Tucupita, 1993. Es autor de los libros de ensayo, Aracné, cuatro ensayos literarios (1984); Notas apocalípticas. (Temas contraculturales) (1988); Las voces ocultas (1992); Diario Nómada (2001); Cioran el escéptico (2017). (Texto electrónico); Gabriel Jiménez Emán: Suite fantástica (2017). (Texto electrónico). Tiene editado un volumen de poesía: Rito de desvelo (2010). Ha trabajado en editoriales alternativas en el interior del país y en los archivos bibliográficos y audiovisuales de la Biblioteca Nacional de Venezuela, en Caracas. Ha dado charlas y conferencias sobre literatura y cultura venezolanas en el país y en el exterior

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