La literatura como fracaso




Teódulo López Meléndez
Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme.
Rafael Cadenas Fracaso

   Fracaso no parece ser la definición de un diccionario. Estos hablan de “un suceso lastimoso, inopinado y funesto” o de la “caída y ruina”. Es mejor ir a la filosofía o internarse en el concepto de éxito que nos dejó el siglo XX. Desde el primer ángulo, hay que decir que el fracaso aparece cuando el hombre se queda solo y comienza un proyecto que es el que fracasa. Es exactamente la descripción de un escritor. Desde el segundo ángulo lo que enfrenta el escritor es el concepto de éxito de una cultura edificada sobre la base del sistema económico.
  
   En cualquier caso, hay escritores que escriben sobre el fracaso, tal como la obra espléndida de Julio Ramón Ribeyro (La crónica de un fracaso) o, más recientemente, de Vila Mata, dado que sus novelas ser auténticas odas al mismo. Escritor maldito no es una elección, al menos desde la óptica de este fracasado compilador de fracasos, puesto que está más bien ligado a procesos mentales de creación muy particulares. No hay fracaso en no recibir premios o en no vender libros y ni siquiera que un libro no salga conforme a la intención inicial, dado que abundan los ejemplos de libros fracasados en sus inicios y luego considerados obras maestras de la literatura. El fracaso más bien anda por el afán de decir un discurso fuera de tiempo, aunque esta fase sea apenas una variedad, dado que el fracaso puede ser el del tiempo o de toda una generación o simplemente del escritor que ya no escribe o del que, harto y cansado, un día desaparece.
  
  Muchos han escrito sobre el fracaso. "Instrucciones para fracasar mejor" (de Miguel Albero Suárez, por cierto abogado, diplomático y escritor), debe ser el último de una serie, el último por ahora, inspirado el título en la gran frase de Beckett “Fracasa. Prueba. Prueba otra vez. Fracasa, fracasa mejor". Bolaños habló de la poesía como la única forma de no tener miedo e instalarse en él como algo parecido a vivir dentro de la lentitud.
  
   La literatura encarna al fracaso porque esa es su materia prima, aunque haya personajes exitosos. En el mismo momento en que el escritor decide que es lo trascendente está ejerciendo su oficio para el fracaso. El escritor tiende a lo necesario y eso lo hace absolutamente un fracasado, puesto que el mundo al que se dirige está lleno de falsificaciones, mientras que la historia inventada de la literatura lo que está, generalmente, es prescindiendo de lo accesorio.
  
   El escritor pretende la creación de mundo y en el que lo intenta, anodino y fastidioso, se crea una molestia que estamos tratando de definir como fracaso. No olvidamos para nada que ha aparecido en todo su esplendor una “literatura” complaciente, una que pretende divertir, una que se dedica a distraer, una asimilable a lo que se ha denominado la “civilización del espectáculo”, y no lo olvidamos puesto que su contribución a la literatura como fracaso es más que obvia. Cabría anotar que no excluimos textos y que ello no puede deducirse de la frase anterior, ni entramos en disquisiciones sobre géneros, realismo o textos herméticos. Simplemente hacíamos una acotación sobre el espectáculo de este mundo actual, uno propicio para que aparezcan los escritores detrás del efímero éxito mientras la literatura busca la trascendencia, no de la obra concreta, y no pretende lograr satisfacciones a la manera del mundo actual, lo que la está llevando a convertirse en algo que ya habría que buscar debajo de las piedras. Si bien la literatura siempre ha sido fracaso porque fracasa su objetivo, porque ella es caer, ahora mismo se hace más evidente porque pululan los autores que quieren evitar el fracaso.
  
   Algunos sostienen que se escribe para no morir, mientras el suicidio abunda entre los escritores. Esta paradoja de tratar de encontrar la inmortalidad se topa con la imposibilidad de ser para enfrentar la muerte, lo que ha llevado a asumir el fracaso cono norma de inmortalidad. Uno puede, leyendo aquí y allá, encontrar escritores que tienen miedo al final, pero se alegran de la mortalidad y, en el fondo, esperan ansiosos la caída. El primer fracaso del escritor parece ser frente a su propia obra, porque ella es su tumba. Cuando termina lo que escribe toma perfecta cuenta de ello y recomienza haciéndose cada vez más débil. Cuando escribe se muestra interiormente y toma conciencia de que no puede escaparse. Es lo que algunos han llamado el arribo de “la noche”. La literatura se asume como fracaso porque quien la hace, al concluirla, sólo espera esa “noche” de su propia destrucción.
  
   Es también fracaso porque a medida que la literatura se hace se van olvidando las pretensiones. El joven escritor seguro ambiciona, pero a medida que va extendiendo su producción o comienza el auto cuestionamiento o la convicción de que está inmerso en una carrera hacia la nada. La fortaleza de palabras se le va derruyendo y descubre la tragicidad de habitar en el lenguaje.
  
   Ribeyro a quien mencionábamos arriba, es la viva encarnación del Perú de su tiempo, uno de imposibilidades, dado que la precariedad existencial de entonces marca toda su obra. El escritor que escribe en decadencia describe el fracaso y en buena medida lo encarna, antes de la noche por supuesto, dado que Ribeyro es hoy admitido como un escritor excepcional. No en vano puso, plenamente consciente, como epígrafe de su libro la frase de Tagore: “El botín de los años inútiles, que con tanto celo guardaste, disípalo ahora: te quedará el triunfo desesperado de haberlo perdido todo”. Ribeyro asume la literatura como único medio de salvación, esto es, como admisión del fracaso.
  
   No, el fracaso no es palabra a buscar en el diccionario, hay que buscarlo en la dureza de la caída, porque el escritor cae con grandeza, lo asume como un rango, lo que lo conduce más bien a buscar sinonimia con magia. Jamás  debe usarse la palabra frustración, una reservada a pequeñas debilidades. Aquí estamos hablando de una poética del fracaso. Por lo demás, en nuestra lengua la tradición de abordar el tema del fracaso es prolija. Hasta se realizan congresos sobre “la cultura del fracaso” (Universidad de San Gallen, Suiza) que lo abordó como “figura mental-poético-cultural de las letras hispánicas…”, esto es, como un generador de nuestro imaginario. Allí, por ejemplo, se tomó a Bolaños como texto para ejemplificar el fracaso de las utopías en Hispanoamérica. La cantidad de ejemplos de nuestros escritores para bucear en el fracaso es tal que se requerirían numerosos simposios.
  
   Pero como hay que pelearse sobre todo, no falta quien piense esquemático el libro de Albero por considerar al fracaso un hijo más directo del siglo XX. En verdad el XX impuso el concepto del éxito lo que también llevó a la plena asunción del fracaso. En cualquier caso está dicho en el epígrafe de Cansinos Arends (El divino fracaso) al que recurre Albero: “Aceptarás desde luego tu fracaso, heroica y magnánimamente, en plena plenitud, como esas mujeres que, en la juventud más deseada, cercenan sus cabellos: aceptarás tu divino fracaso, para sentirte más triunfalmente seguro de ti mismo”. Una mirada a la filosofía constata la afirmación de que estamos destinados al naufragio y para nada me estoy imaginando una especie de existencialismo sin alternativa. Se le critica a Albero recurrir a un tono de humor y de burla. Por lo que a este escribidor se refiere debo admitir que en este desvarío de ponerme a reflexionar sobre la literatura como fracaso he incurrido en un estruendoso fracaso. Como se puede colegir la literatura sabe que el fracaso está asegurado. Al fin y al cabo la literatura problematiza sus propias aspiraciones.



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