La poesía cubana en la segunda mitad del siglo XX: un recorrido sinóptico






por Manuel Díaz Martínez

En 1959, cuando los guerrilleros de la Sierra Maestra se instalaron en el poder, ya venía gestándose en la literatura cubana uno de esos procesos de relevo generacional que, según los estudiosos de la teoría de las generaciones (Petersen y Ortega y Gasset entre ellos), cuajan cada quince años. El fenómeno se manifestaba con mayor nitidez en la poesía por ser éste el género más destacado de las letras nacionales. Una nueva ola de poetas se abría paso a través de las corrientes de la poesía cubana de la primera mitad del siglo XX, que en ellos confluían. Tales corrientes eran las postmodernistas, la social y la “trascendentalista” .

Las primeras englobaban diversas formas del lirismo moderno (intimismo, purismo, prosaísmo) y contaban con poetas como Mariano Brull, Regino Boti, Agustín Acosta, José Zacarías Tallet, Eugenio Florit, Juan Marinello, Dulce María Loynaz, Rubén Martínez Villena, María Villar Buceta, Emilio Ballagas y otros. La segunda, vinculada a las estéticas de vanguardia y al obrerismo marxista, incluía a Nicolás Guillén, Manuel Navarro Luna y al Regino Pedroso de Nosotros.

La tercera, emanada del grupo Orígenes, contaba con autores como José Lezama Lima, Gastón Baquero, Eliseo Diego, Ángel Gaztelu, Octavio Smith, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Lorenzo García Vega y Justo Rodríguez Santos, quienes, ante la frustración política crónica que padecía el país, se entregaron a la exaltación de lo que veían de más medular y genésico en nuestras historia y cultura, avalando con esa entrega el siguiente aforismo de Lezama, que revela el trasfondo nacionalista y eticista del grupo: “Cuando la cultura actúa desvinculada de sus raíces es pobre cosa torcida y maloliente”.

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Cuatro de los poetas de mayor edad de los que empezaron a despuntar en la década de los 50 –Carilda Oliver Labra, Rafaela Chacón Nardi, Fayad Jamís y Roberto Fernández Retamar– fueron incluidos por Cintio Vitier en su antología Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952). Vitier, en la nota de presentación de los poemas de Fernández Retamar, consignó que en este poeta –observación válida para los otros tres– se advertía una “apetencia distinta” y la búsqueda de una poesía “humana”, aunque sin dejar de señalar la influencia origenista en el joven autor.

Vitier descubre, en la incipiente producción de uno de los nuevos de entonces, la voluntad de “humanizar” la poesía. Así, el crítico se fijó en el rasgo definidor de aquella “apetencia distinta” en el acto de hacer poesía. Hoy no hay duda de que tal rasgo era el síntoma básico de la generación que en aquellos momentos se conformaba: la Generación del 50. La manera diferente de poetizar que anunciaba a esta generación, esa manera que procuraba el encuentro directo con la sociedad y abría el lenguaje para acoger sin alambicamientos esteticistas lo inmediato, se perfilaría y politizaría a tenor de las circunstancias históricas que operan sobre la vida en la isla a partir de 1959 y, por supuesto, como resultado de la voluntad de la mayoría de los poetas de la Generación del 50 de sumar su voz a la tarea, entonces muy popular, de construir el país de justicia social con democracia que se nos había prometido desde la Sierra Maestra.

En el primer año de la revolución se publicó en La Habana una breve antología con el título de Poesía joven de Cuba. En ella se agrupan poemas de nueve autores. Se trata de la primera muestra colectiva, aunque parcial, de la Generación del 50. En el prefacio del libro, uno de los compiladores, Fernández Retamar, escribió: “El lector observará que se reúnen en esta colección poetas de tono conversacional, poetas que todavía sienten chisporrotear con violencia los ismos, poetas que no se han desprendido enteramente de los módulos herméticos. En todos, sin embargo, es dable percibir el intento de una nueva poesía”. Y más adelante acertaba al decir que la nota principal de los nuevos poetas estaba dada por “un manifiesto deseo de ‘humanizar’ la poesía (sin olvidar las conquistas expresivas que son ya ganancia irrenunciable), de devolverla aún más a los menesteres del hombre, alejándola todo cuanto sea posible de las aventuras formales de la exquisitez o herméticas de la trascendencia”.


José A. Baragaño


En 1962 apareció la primera colección de poesía cubana inspirada en el proceso revolucionario. Titulada Para el 26 de Julio, la compiló y prologó José A. Baragaño, quien en su prefacio dice que el “libro no pretende ser una antología en el sentido literario de la palabra”, sino “un homenaje a los combatientes del 26 de Julio”. Baragaño, que combatió como miliciano en Playa Girón y murió lleno de ilusiones y juventud aquel mismo año, cerró su prólogo con un aserto que ganaría fuerza de consigna en la mayor parte de los poetas del período: “El ejemplo del Moncada es nuestra vida diaria”.
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Desde 1959 comenzó a tomar fuerza en Cuba un movimiento poético que marcó un cambio en relación con nuestra poesía anterior. En él han tomado parte tanto poetas con obra madura publicada antes de 1959 como los de la Generación del 50 y los que, surgidos después del triunfo de la revolución, identificamos como los Nuevos y los Novísimos.

La victoria revolucionaria sorprendió en plena labor creadora a un numeroso grupo de poetas que ya presentaban en conjunto un catálogo de obras de reconocida calidad. El aporte de muchas de estas figuras, de diversas filiaciones estéticas e ideológicas, al movimiento poético que toma cuerpo de 1959 en adelante es notorio. Baste señalar que a partir de esa fecha salieron de las prensas cubanas libros como Tengo, El gran zoo, La rueda dentada y El diario que a diario, de Nicolás Guillén; Dador y La cantidad hechizada, de José Lezama Lima; Las noches, Historia tan natural y Tarot de la poesía, de Félix Pita Rodríguez; La vida entera, de Virgilio Piñera; El oscuro esplendor, Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña, Versiones y A través de mi espejo, de Eliseo Diego; Testimonio y La fecha al pie, de Cintio Vitier; Visitaciones, de Fina García Marruz; Estos barrios y Crónicas, de Octavio Smith; y Caminante montés, Ser fiel, El girasol sediento y Pleno día, de Samuel Feijóo, para citar sólo unos cuantos autores y títulos.

Aunque la Generación del 50 comenzó a manifestarse en la década que le da nombre, lo cierto es que entonces sólo seis de sus componentes de mayor edad –los incluidos por Vitier en su citada antología, más José Álvarez Baragaño y Roberto Branly, los surrealistas del grupo, que en los 50 publicaron, respectivamente, Cambiar la vida y El Cisne– podían presentar textos que habían superado la fase del noviciado. El resto comenzaríamos a dar nuestros mejores frutos en el decenio siguiente.
El repertorio temático de estos poetas –en su mayoría comprometidos con la revolución– incluye, en primer lugar, la revolución misma y las relaciones del individuo con la sociedad; la función del arte y la literatura en la dinámica de la historia; la familia como síntesis del medio social; y el ejemplo moral de los héroes y mártires de las luchas de liberación.

En lo tocante a patrones estéticos, recursos formales y estilos, en los poetas del 50 se observa una heterogeneidad dentro del aire de familia que los enlaza, esto es: una diversidad en la unidad. Ello es evidente en los libros más representativos de los integrantes de esta nutrida generación, entre quienes figuran, además de los ya mencionados, Rolando Escardó, Luis Marré, Oscar Hurtado, Roberto Friol, Francisco y Pedro de Oraá, Nivaria Tejera, José Triana, Heberto Padilla, Pablo Armando Fernández, Cleva Solís, César López, Rafael Alcides, Raúl Luis, Antón Arrufat, Domingo Alfonso, Georgina Herrera, Luis Suardíaz, Severo Sarduy, Armando Álvarez Bravo, David Chericián y el que esto escribe, entre otros.

Cada generación tiene su voz, su tono, unas ciertas maneras identificables de decir las cosas, y tiene sus claridades y confusiones, que son las de su tiempo. La coyuntura histórica en que la Generación del 50 maduró impuso a ésta la ardua misión de “descubrir”, para la videncia poética, el súbito universo de vivencias individuales y colectivas creado por las nuevas circunstancias históricas derivadas del proceso revolucionario.

En el plano de la escritura, ésta fue la generación que tuvo que buscar, para los nuevos significados inherentes a las circunstancias en que estaba inmersa, los significantes correspondientes. O sea, los nuevos odres para los nuevos vinos. Abordar con intenciones creadoras la realidad de la vida nacional en revolución –empresa erizada de dificultades en aquellos días de estreno, convulsos y vertiginosos– entrañaba configurar una semiótica poética que nos permitiera expresarnos como portadores de las ideas de los nuevos tiempos. Con la conversión de la revolución en un régimen autocrático, a los desafíos retóricos se añadieron las dificultades derivadas del dirigismo oficial que lastró el movimiento artístico y literario del país. Nuestra generación pudo haber dado mucho más de sí de no haber sufrido la férula del Estado totalitario, contra el que algunos libramos batallas bien conocidas. Dos muestras del vigor de la cultura cubana son el haberse desarrollado en el siglo XIX en las condiciones de la colonia y el no haber sucumbido a la tiránica mediocridad de la burocracia castrista. Ante ambos males, la indiferencia de la república burguesa respecto de la cultura debe agradecerse.

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A mediados de la década de los 60, una docena de poetas jóvenes lanzaron, bajo el título de Nos pronunciamos, un manifiesto en el cual rechazaban las “fórmulas pobres y gastadas” y las palabras “poéticas”, y propugnaban una poesía crítica, desembarazada de melindres verbales, concebida y realizada “desde la revolución”.
En el plano del lenguaje, los Nuevos adoptaron la dicción coloquial, que en Cuba tenía antecedentes en el prosaísmo de José Z. Tallet, María Villar Buceta y Rubén Martínez Villena. La decisión de los Nuevos en el plano retórico fue consecuente con su estrategia “antipoética” –veneraban a Nicanor Parra– y con su finalidad de lograr un verso abierto, receptor y reflector de la dialéctica de las realidades inmediatas. Los poetas más notables de esta segunda generación surgida después de 1959 son Luis Rogelio Nogueras y Raúl Rivero, más José Kózer, que ha hecho su obra fuera de Cuba. Otros de iguales o parecidos méritos, pero no tan fieles a la estética del grupo, son Belkis Cuza Malé, Miguel Barnet, Nancy Morejón, Lina de Feria, Isel Rivero, Delfín Prats y Pío E. Serrano.

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Entre mediados de la década de los 70 y principios de la siguiente se perfiló una novísima promoción de poetas, nacidos casi todos en los años 40. Éstos tenían vínculos de continuidad con la poesía de sus antecesores; pero es visible, en lo que publicaron los mejores de ellos entonces, un punto de giro que marcó el comienzo de una etapa diferente en la evolución de la poesía cubana. En 1978, la Editorial Letras Cubanas publicó una antología titulada Poesía joven, que recoge textos de 33 autores. El libro, por ser un buen muestrario del quehacer de las entonces más recientes promociones de poetas cubanos, nos permite conocer qué se proponía y qué
logró este elenco de autores.

En el prefacio a Poesía joven, los antólogos (Norberto Codina, Waldo González López y Nelson Herrera Ysla) nos dicen: “Varios modos poéticos, varias formas poéticas de abordar la realidad hallará el lector en estas páginas que siguen. Señalemos como un rasgo notable el coloquialismo, asumido desde diversos ángulos sin detrimento de sus valores esenciales, que le han permitido ubicarse, desde hace ya mucho tiempo, en nuestro continente, como un quehacer literario amplio, de singular atracción para los jóvenes creadores. A manera de conversación fluye hacia el lector un sinnúmero de hechos trascendentes del mundo exterior y del mundo interior, íntimo, que el poeta le revela como un amigo que le escribe o habla por primera vez: porque en ello va una gran cantidad de palabras usadas en el diálogo cotidiano, de los términos comunes hoy en día de la ciencia, la técnica, el periodismo. En otros casos, tales ‘discursos’ (dialógicos) se ven matizados por una fronda de imágenes, impresionados metafóricamente”. Y añaden: “En este sentido, también observamos una zona desenfadada y lírica a la vez, dotada de las cualidades antes señaladas, pero en la que predominan con énfasis el ‘yo’ poético, las emociones y sentimientos que el poeta procura elevar a un primerísimo primer plano; y otra más directa, desnuda, asumiendo los dictados de la sencillez y brevedad expresivas”.

Como vemos, los prologuistas de Poesía joven hicieron una defensa del coloquialismo y señalaron su presencia en la obra de los Nuevos y los Novísimos; pero también reconocieron que esta tendencia compartía ya su dominio, en el seno de la última promoción, con formas de expresión más “secretas”. En gran parte de los textos publicados por estos poetas con posterioridad a Poesía joven es evidente que el coloquialismo fue cediendo espacio entre ellos a un idioma más íntimo, concentrado y sugestivo.

Entre los Nuevos y los Novísimos aparecen, como figuras intermedias, algunos poetas en cuya obra se insinúan, dentro de un coloquialismo desfalleciente, elementos formales y preocupaciones estéticas que anuncian el lirismo de los poetas que les siguen. Entre estas figuras de transición están José Mario, Minerva Salado, Waldo González López, Francisco Garzón Céspedes, Virgilio López Lemus, Nelson Herrera Ysla y Eliseo Alberto Diego.

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Basilia Papastamatíu, poetisa y crítica grecoargentina asentada en Cuba, que le prestó mucha atención a los Novísimos, resumió sus observaciones en un trabajo titulado Exploraciones temáticas y éticas de la más joven poesía cubana. Ella señala, como interés común a los integrantes de esta promoción, el análisis crítico del ámbito familiar, “la reconstrucción poética del mundo material y humano de la infancia, la recuperación de sus fragmentarios recuerdos de entonces, sin que se advierta ruptura ni negación traumática del origen, sino, a la inversa, una positiva afirmación de la procedencia social humilde”. También encuentra, entre estos jóvenes poetas, “búsquedas comunes que, en lo formal, se manifiestan por su marcada preocupación por hallar otras vías expresivas fuera del llamado conversacionalismo o coloquialismo…; y sus intereses temáticos se concentran en los problemas humanos, en los componentes psicológicos, sociales, filosóficos y, ante todo, éticos, de la vida del hombre”.

En lo que respecta a la expresión, muchos de esos poetas mantienen un equilibrio entre el prosaísmo y el lirismo, en tanto que otros, los menos, se inclinan abiertamente al segundo, adoptando un lenguaje alusivo, eminentemente tropomórfico. En algunos de ellos (evidentes devotos de Lezama) notamos, inclusive, proclividad al barroquismo y el hermetismo.

A diferencia de la Generación del 50 y de la promoción de los Nuevos, los Novísimos no se concentraban en La Habana sino que aparecieron dispersos dentro y fuera de la isla. Algunos han escrito toda o casi toda su obra en el extranjero. Su dispersión ha determinado que su mirada abarque una esfera más amplia de asuntos y se detenga sobre una mayor cantidad de elementos telúricos y humanos. El paisaje rural, por ejemplo, está más presente en la obra de estos poetas que en la de los inmediatamente anteriores.

María Elena Cruz Varela

La nómina de los Novísimos es nutrida: Alberto Serret, Raúl Hernández Novás, Reina María Rodríguez, Efraín Rodríguez Santana, Ramón Fernández-Larrea, Zoé Valdés, León de la Hoz, María Elena Cruz Varela, Emilio García Montiel, Daína Chaviano, Lourdes Gil, Francisco Mir, Rita Geada, Álex Fleites, Cira Andrés, Damaris Calderón, Alberto Rodríguez Tosca, Ángel Escobar, Osvaldo Sánchez, Alejandro Fonseca, Alejandro Querejeta, Sigfredo Ariel, Antonio José Ponte, Orlando González Esteva, Francisco Morán, Agustín Labrada, Norge Espinosa, Jorge Luis Arcos, José Pérez Olivares, Rodolfo Hässler, Rolando Sánchez Mejías, Jesús J. Barquet, Frank Abel Dopico, Odette Alonso, Alberto Lauro, José Mario y Felipe Lázaro, entre otros.

Antologías complementarias a estas notas para neófitos:

Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952). Ordenación, antología y notas de Cintio Vitier. Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, Ediciones del Cincuentenario, La Habana, 1952.


Nueva poesía cubana. Selección, prólogo y notas de José Agustín Goytisolo. Ediciones Península, Nueva Colección Ibérica, Barcelona, 1970.

La generación de los años 50. Selección de Luis Suardíaz y David Chericián. Prólogo de Eduardo López Morales. Letras Cubanas, La Habana, 1984.

Retrato de grupo. Selección de Carlos Augusto Alfonso Barroso, Víctor Fowler Calzada, Emilio García Montiel y Antonio José Ponte. Prólogo de Víctor Fowler Calzada y Antonio José Ponte. Letras Cubanas, La Habana, 1989.

Poesía cubana de los años 80. Introducción de Alicia Llarena y Osmar Sánchez. Ediciones La Palma, Madrid, 1994.

La poesía de las dos orillas. Cuba (1959-19939. Selección y prólogo de León de la Hoz. Prodhufi, Madrid, 1994,

Las palabras son islas. Panorama de la poesía cubana del siglo XX. Selección, introducción, notas y bibliografía de Jorge Luis Arcos. Letras Cubanas, La Habana, 1999.



Poemas cubanos del siglo XX. Selección y edición de Manuel Díaz Martínez. Hiperión, Madrid, 2002.


Poesía cubana del siglo XX Nombre con que Roberto Fernández Retamar designó la tendencia de los poetas presentados por Cintio Vitier en su antología Diez poetas cubanos (La Habana, 1948). Fernández Retamar escribió: “Poesía la suya ‘trascendente’ –en cuanto no se detiene morosamente en el deleite verbal, o considera el poema como intermediario de una exposición afectivo-conceptual, sino como posibles apoderamientos de la realidad…” (R.F.R., La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953), La Habana, Ediciones Orígenes, 1954.

Revista de arte y literatura (1944-1956) dirigida por José Lezama Lima y José Rodríguez Feo. En torno a ella se integró el grupo de poetas que lleva su nombre. Compilación de R. Fernández Retamar y Fayad Jamís. Publicada por el Segundo Festival del Libro Cubano, bajo la dirección de Alejo Carpentier y Manuel Scorza. Editora Popular de Cuba y del Caribe, La Habana, 1959. Se incluyen poemas de Rolando Escardó, Cleva Solís, Luis Marré, Fayad Jamís, Roberto Fernández Retamar, Nivaria Tejera, Pablo Armando Fernández, Pedro de Oraá y José Álvarez Baragaño. Se anunciaban tomos sucesivos –que no se publicaron– con poemas de Ángel Huete, Roberto Branly, Julio Matas, Carlos M. Luis, Heberto Padilla, Manuel Díaz Martínez, Rosario Antuña, Luis Suardíaz y Severo Sarduy

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