Por Naudy Henrique Lucena
No era la primera
vez que el Alcalde tomaba decisiones
severas y delirantes , siempre apoyado por
un Concejal de su misma calaña, avinagrado y meloso, llamado Napoleón Padrino, el Siete bloques, quien ejercía a su vez
influencia sobre la Concejal Mesalina López, llamada cariñosamente La Pelúa y
ésta sobre Danilo López, el Síndico, su
hermano gemelo, hombre sereno y apacible, de ojos fieros, apagados y
lagañosos y, junto a ellos, una pirámide
de poder que se desgranaba lentamente
hasta perderse en la maleza de un vasto campo de micro poderes repartidos
entre funcionarios de despacho, de
registro y seguridad, de aseo, consejeros, tesoreros, contratistas y asesores
legales entre los cuales se
distinguía una juez
conocida en la ciudad como “La Invencible”. Si ordenaba reducir la
nómina para aliviar las cargas de la administración, no tardaba en aparecer
otra orden firmada por él mismo donde proponía todo lo contrario y
aquellos empleados expulsados aparecían
de nuevo, como en un enroque de ajedrez, ocupando nuevos cargos.
__ “Una cuerda de lunáticos me están poniendo aquí”___ se quejaba
de aquel poder invisible que lo sobrepasaba sin poder
remediarlo; era como encontrarse
frente a una poderosa maquinaria que se
reciclaba a sí misma sin dejar de moverse. A
menudo, en sus recorridos por los largos pasillos del Palacio, oía risas detrás
de los tabiques y le llegaban ganas de aplicarles algún método de exterminio,
una fumigación a fondo; no soportaba sus aplausos y halagos y sus
consideraciones excesivas para congraciarse con él; pero sabía que lo que
intentara hacer sería inútil.
__ ¿Hasta dónde llegará mi poder? __
Se preguntaba__ y su pensamiento rebotaba en la sala y le
hacía vibrar el bastón de ébano. De niño gozaba de una incómoda habilidad de
clarividencia que le daba visiones adelantadas sobre cualquier acontecimiento,
leía los pensamientos de las personas
hasta con el mínimo pestañeo que hicieran, pero esta misteriosa habilidad, muy útil en el campo de la política, sentía que se le había apagado y a duras penas sorteaba lo imprevisto; su mente ya no tenía la
rapidez de antes ni aquella seguridad perfecta que lo mantenía en pie y
en guardia ante cualquier
circunstancia sobrevenida para mantener
el control de aquello hilos imaginarios de su poder sobre la ciudad; unos hilos que también empezaban a enredarse y
deshacerse; ya no sentía la misma
habilidad juvenil para ocuparse simultáneamente de diversos asuntos complejos a la vez y entraba en un estado de perplejidad y angustia ante situaciones sumamente simples para
resolver. Sin embargo, veía aquella
maquinaria de poder funcionando perfectamente sola sin su concurso, moliendo
y triturando. Y este pensamiento le aterraba, estaba convencido
que cualquier rato el público se iba enterar que ya no controlaba nada,
que no había gobierno alguno y en lo más
íntimo empezó a sentirse como una pieza insignificante movida por algún monstruoso engranaje de la
(I.A). Ciertamente, aquella
administración se movía por su propia
cuenta; Circulaban ordenanzas y decretos
que por nada del mundo recordaba haberlas autorizado; permisos para
proyectos de Construcción, arreglos con Corporaciones Anónimas, negociaciones y
convenios con prestigiosas firmas
transnacionales &, para privatizar
servicios de abastecimiento básicos, agua potable; Aseo, transporte; gas,
licencias para deforestar las escasas áreas de reserva
de tierras que aún quedaban y tantas
otras iniciativas de negocios que
lógicamente maximizarían las ganancias
de la alcaldía, pero extrañamente aquellos
ingresos desaparecían misteriosamente en lo que se conoce como un drenaje de
fondo y la ciudad seguía igual con sus
calles llenas de huecos tal como la pudo haber visto el tirano López de
Aguirre .
__Sólo nos
falta vender el aire __ decía su
secretario Arnoldo sumamente complacido
Un día mientras se dirigía a su oficina sintió
un viento frio como si alguien hubiera
pasado por su lado; vio un gato saltando
sobre una enorme rata; los perros ladraron a lo lejos y un rayo iluminó el “cerro gordo” y “la muela” desde el ventanal; en ese instante tuvo
un presentimiento. De alguna manera algo le alertaba cada vez que pasaba por
aquellos pasillos del palacio, sus galerías circulares y sótanos, las gárgolas
y demás monstruosas ocurrencias de sus diseñadores y arquitectos. Un día tuvo la
extraña idea que aquel edificio estaba encantado, tenía
habitaciones y sótanos ocultos que conducían a otros mundos. Recordó a don German Garmendia, el viejo
amanuense que conoció de niño, quien se
había quedado ligeramente ciego de tanto leer manuscritos y registros mohosos
de propiedades imaginarias sacados de aquellas oficinas de archivos y de su biblioteca babilónica oculta en los
sótanos ; de allí su particular consideración
con los amanuenses y escribanos;
una vez tuvo en sus manos uno de
esos volúmenes aforrados en cueros extraños que
le habían dado a leer a su padre ,él lo retuvo cierto
tiempo en casa pero un día el
manuscrito se esfumó misteriosamente del
escritorio, y apenas recordaba unas
letras doradas, elegantes y retorcidas, pintada con una tinta oscura como la sangre, donde
aparecía la nómina del personal de planta
desde los tiempos del General
Crisóstomo Falcón; las cuales seguían allí y
su origen se remontaba, aún más allá,
mucho antes de la administración del
mismísimo Capitán Emparan. Recordó la escritura oculta que vio debajo de otras y que su padre le mostró con la lupa; era un
mensaje de alguien pidiendo auxilio o quizá alguna advertencia cruzada con símbolos desconocidos e indescifrables; códigos
morse o nudos mayas, todo esto evidenciaba que se trataba de los registros de alguna sociedad secreta, oculta en la simplicidad de sus
funciones, capaz de traspasar cuerpos,
de cambiar nombres y disimular un
poder de permanencia como los inmortales. Ellos no tenían ninguna
dificultad para lavar y borrar cuentas,
desaparecer registros y hasta elaborar
solvencias falsas con los mismos sellos
y las firmas exactas del Alcalde o
cualquier otro cargo público. Cuando
preguntó a Arnoldo el nombre de un empleado
que jamás había visto, éste le dijo en voz baja, aterrado y temblando,
ese se llama Lucio y poniéndose la mano
en la boca __Usted ve aquel
viejito___ y señaló
un vigilante, cuyo rostro desaparecía debajo de una cachucha roja___ le
dicen josueasar, el tiñoso
porque dicen que ha sobrevivido a todas las administraciones que han pasado; y
aquella viejecita con su escoba, es el viento que usted sintió cuando ella
pasó volando por encima de su
cabeza.___
Desde ese momento el Alcalde comprendió que no era ningún dios, ni centro, ni fuerza
de nada sino un punto en un espantoso
engranaje de poder y aun joven empezó a
sentir un cansancio como si su cuerpo fuese absorbido por aquel movimiento
eterno. Era tal su debilidad que si sus adversarios políticos se
enteraran podrían aprovecharse para
perjudicarlo; hasta su propio
cuerpo lo resistía; cuando necesitaba ir más rápido le fallaban las piernas, si
quería ver con precisión, los ojos se le nublaban y el vientre le rugía de
gases en los momentos más inoportunos.
__Yo siento como
si me estuvieran envenenando lentamente___ pensó__ Pero su secretario siempre
atento respondió__ No es nada, Usted es de hierro ___ Sin embargo, llegó un
momento en que su propio yo lo
resistía y buscaba la manera de disolverse disolviéndolo a él;
___Hay como dos o tres perros rabiosos peleando dentro de mi cuerpo___
decía preocupado: recordó que uno de sus familiares, enloquecido por el mal de
rabia, murió echando espuma por la boca. Así que para no volverse loco, buscó
la manera de darle mayor flexibilidad a
sus pensamientos, aplicándose una rígida
disciplina de control y discernimiento,
revisaba el horóscopo antes de
dar el mínimo paso sobre todo en aquel piso minado de su alcaldía. Y por si
acaso, dejó de tomar el agua que le servía Arnoldo y no se comía las galleticas que le dejaba su
asistente sobre el escritorio,
extrañamente después de hacer eso, sintió una leve mejoría. Ya la ciudad a su cargo la sentía fuera de
sus planes; su fotografías puestas en las plazas y los parques se veían
opacas y desteñidas pero la gente la
seguían mirando porque veía nítidamente en el fondo las imágenes de platillos
voladores dando vueltas sobre su cabeza . Hasta su otrora elocuencia y se sabe
que ningún político sobrevive sin este recurso, se le había reducido a un pitico, hasta un
vendedor de sandalias, salido del populacho, lo supero con un discurso casual improvisado y por poco lo avergüenza en
público.
__ ¡Carajo, zapatero a su zapato!___ lo
increpó, superando la afrenta, mientras que Arnoldo lo sacaba de allí amablemente,
torciéndole las manos en la espalda .
Aun así, no le quedaba más que seguir
jugando a su representación de poder
aunque ya no sintiera las mismas
satisfacciones; su mente atascada se movía lentamente ante toda clase de
probabilidades, tratando de adelantarse al futuro, o venir de él, como tantas
otras veces lo había hecho, ensayando con ánimo desabrido, porque sentía
que hacía mucho tiempo había perdido esa
virtud adivinatoria; su mente apenas
daba saltos cortos, hacía derivadas sencillas, estudios breves, cálculos de probabilidades
como el modo de asumir otro oficio que el destino le agregara en su
capricho ; de Alcalde, pasaba pues a
Gobernador, Presidente, Emperador.
(Fragmento de la novela, “Los mundos de Arcadia” en proceso de
reedición).
Comentarios
Publicar un comentario