Por Naudy Henrique Lucena
Vivimos en tiempos tan difíciles y surreales que hasta el mito del ave fénix asada ha regresado a las cenizas y aquel que hablaba de una caverna subjetiva oscura, dicha caverna hoy en día se ha convertido en una ciudad subterránea bien aireada con sus laberintos y pasadizos secretos y nada tiene de extraño que sea ella también la otra Jerusalén; la realidad muchas veces sale a borbotones de donde uno menos espera y cualquier día pueden aparecer juntos el profeta Jonás y el filósofo Platón dando sus conferencias invitados por alguna prestigiosa universidad. El oficio de Profeta y el del Filósofo no son contradictorios, ni necesariamente antagónicos, sólo que el filósofo puede ser juez de sí mismo al creer que sabe que sabe y su entendimiento es su juez, no así el profeta, quien no controla su destino y su entendimiento jamás es de él, es más, el mismo no es él, y aquello que asume o representa, la cosa en sí, su visión es etérea y vacua, nunca es realidad, sino que puede llegar a ser.
Un profeta a
diferencia del filósofo desprecia la realidad
y sólo tiene ante sí la incertidumbre de que su profecía, objeto de su visión,
más allá de lo que enuncia, debe
cumplirse o llegar a ser; ser profecía
de algo, algún hecho verdadero o falso por acontecer a; personas, sociedades,
pueblos y aunque sea él quien la
proclama no es responsable de que
aquello se cumpla, ni mucho menos del desencadenamiento de sus efectos o daños
colaterales, así llamados, para usar un lenguaje de guerra, aunque su conducta
y su estado mental no dejan de ser
extraños, poco común; sabe que no puede hacer nada para distraer aquella orden
del infinito que agobia su conciencia en
tiempos sumamente difíciles; Jonás antes de ser tragado por la ballena sabía que tenía que ir a predicar un mensaje devastador;
una especie de ultimátum velado a Nínive;
pero se resistía hacerlo porque conocía en el fondo de la magnanimidad de aquel
que lo enviaba y éste podía cambiar sus planes; además todo lo que dijera sería
usado en su contra y luego quedaría desacreditado como un falso profeta y
sería sometido a un juicio severo; tal como pasó con el profeta Sedequías hijo quenaana que prestaba sus
servicios al rey de Israel, a pesar de
sus rituales perfectos y sus cornamentas de hierro, cayó doblemente en falso; y
esto era, seguramente lo que más temía Jonas, pero la orden había sido dada y tenía
que hacerlo aunque tuviera que ser
regurgitado por el cetáceo .
Todo consistía en que de alguna forma con su
prédica persuasiva ganaría a sus oyentes, reformatearía sus códigos profundos,
removería sus chips y sacudiría el
polvo, pero no era un asunto de interés
personal, nada que ver, sólo que aquellos, la masa de pobladores, bien por
atracción o repulsión, ponían su mirada
en él y este simple hecho o acto de
ellos lo comprometía; podría interpretarse como egolatría, narcisismo,
exhibicionismo libertario, no así el filósofo
quien, puede convencer, emocionar, impulsar a,
pero no aconseja a nadie; no
tiene lo que se dice, ningún escrúpulo ético, algo que lo conmueva por: salvo
que tal sujeto lo amerite y ofrezca alguna jugosa compensación, pero no es en esencia su oficio, ni se ata a él, ni a
ningún principio huero que aún ande por ahí; cada quien es dueño de lo
que aprende y nadie aprende ni muere por otro, de allí que estos asuntos se lo
deja al gremio vecino y a su espantoso y
cómodo diván confidente y cómplice; astuto o sagaz; la dialéctica del filósofo
siempre será flexible y adaptable; pragmática, tal como enseñaba el maestro ciego de Salamanca al Lazarillo de
Tormes: debes aprender a andar en la
realidad un punto adelante al diablo
y para ello, todo vale;
saca ventajas a la ignorancia ajena.
Cuando el
filoso cree engendra un creer, pero
antes debe superar las dudas de quien no
lo sabe, no lo puede saber; nadie lo sabe; allí está él, fatigado frente al
espiral del conocimiento, más extenso probablemente que su
contraposición, su antinomia, el desconocimiento; un fantasma que se
vacía y llena al mismo tiempo como una pompa de jabón, y del concepto hecho
cosa que aún no lo es, pasa al pensamiento hecho pasta, y no sabe si este está fuera o
dentro de; pero se mueve; y si
lo hace, despliega su saber por tramos o
momentos de una y sola cosa obsesiva, un punto vacío, la nada. La locura que es
algo sutil le llega, lo acecha, lo
llaga, lo galla y así cada uno de ellos; el profeta y filósofos se acercan y
corren como líneas paralelas.
El profeta
tiembla de susto y rechina los dientes ante la mínima revelación de la
realidad porque sabe que no sabe
nada de sí mismo sino que obedece una orden secreta y debe
andar en puntillas porque cualquier paso que dé, la tierra que pisa puede ser sagrada o profana y todo lo que
diga o insinúe sin decirlo abiertamente, trae una condicional de causa y
consecuencia infinita: si esto, aquello; si vas así, entonces esto, el leñazo o
la piedra.
Ante la conciencia de Jonás estaba aquella ciudad turbulenta y tibia, amurallada y aglomerada en sí misma, en su escasa porción de tierra, una cuchilla apenas frente al mar, en los cerros o en las partes más hondas hasta donde llegaban sus imperfectas construcciones, sus templos y palacios bombardeables y sólo tenía tres días para recorrerla y hablar en las plazas, en los mercados, y los bares; cuestionando sus creencias paganas, sacudiendo sus costumbres, sus viejas ideologías depredadoras inculcadas que convertían a cualquiera en presa o victima; para hacerlo tenía que llevar sobre sus hombros sacos de sal para echarle a sus perversiones, sus orgias y crímenes; para regular sus excesos de realidad; sus anhelos de expansión, de perforar los muros envueltos en alambre de púa que le quitaban el aire.
Cada paso que daba sentía el olor ácido de la sangre regada en
las calles y en las paredes, motivo suficiente para ser aniquilados; pero los
astutos Niniveanos, contrario a lo que
el profeta esperaba, hicieron algo
imprevisto; se arrepintieron en masa, o
simularon hacerlo, como el cuento del indefenso avechucho ante el águila, no
dejaron ni un solo punto en claro donde pudiera darle el picotazo. Ante aquel
resultado adverso se sintió obviamente frustrado. Hasta aquí llega el relato
por razones de espacio, queda al distinguido lector averiguar el holograma o visión más avanzada de la profecía (pregúntese a I.A) sobre lo previsible o imprevisible que vislumbraron
dichos sujetos, el profeta y filósofo ; las jugadas que vienen en el tablero
infinito , al final de todo, habrá un
juicio ineludible, y se abriga la esperanza que tal juicio sea similar y con los
mismos resultados de aquel que se hizo a la sota de corazones en Alicia en el país de
las maravillas.
Muy bien poeta. Este texto es sin dudas Fascinante!
ResponderEliminar