Por Naudy
henrique
Lucena
“Admito
que sea ventrílocuo, tampoco pondré en dudas que
Sea
capaz de fabricar oro, pero que tenga dos mil años y
Haya
visto a Poncio Pilatos ya me parece
demasiado.
¿Usted estaba presente? Oh
no, Monseñor, respondió Ingenuamente el
camarero, no soy
tan viejo. Sólo
llevo
cuatrocientos
años al servicio del Señor Conde”.
Collin de
Plancy, dictionaire infernal, Paris, Mellier, 1844, p 34.
Tomado de H. Eco, El Péndulo de Foucault.
No necesitó el
Alcalde usar sus poderes de clarividencia para entender sus
fallas en su guerra particular contra Numancia, es decir contra Arcadia, cuando confiado en su tenacidad política subestimó
a un adversario de apariencia
débil y se encontró ante un enemigo
inasible y astuto que hacía jugadas imprevistas, poniéndolo en ridículo y ganando cada día, según los
informes de inteligencia, más
simpatías entre los habitantes de aquella turbulenta ciudad.
Tuvo la corazonada que aquel enfrentamiento iba a llevarlo al fracaso pero no hizo ningún esfuerzo por
impedirlo, ni oyó los consejos del secretario, quién no se cansaba de advertirle los peligros de llegar a un
enfrentamiento directo contra aquellos mundos, algo de lo que él si sabía por haber estado mucho tiempo al servicio de tantas
administraciones. Cuando le preguntaban el tiempo que llevaba en su
cargo, decía a manera de juego y realidad: __ “si apenas llevo tres siglos”.
Su experiencia y sabiduría de esas
cosas del poder ya estaban asentadas en
él como
costras marinas. Una astucia
natural dominaba su misteriosa personalidad y su
pesado cuerpo, aunque de apariencia inofensiva
como un juguete de peluche, en el
fondo era sumamente peligroso y
su malicia no se podía distinguir igual a
la yuca simple de la amarga, que
sólo el pueblo Piapoco del Amazona
conoce porque saca de ella un polvo fino que al mezclarlo con hierbas selváticas extrae un jugo venenoso que llama
“curare”.
__ Tarazona__ le llamaba algunas veces el Alcalde entre juego y temor,
recordando un poco al indio Tarazona, edecán del general Gómez. Arnoldo lo
aconsejaba directamente en aquellos asuntos engorrosos de la geopolítíke; parecía que un ángel
hablara por él, poniéndole y quitándole palabras. Tenerlo en el gabinete era lo
que pensaba que podía estar pensando el Alcalde, como tener a su lado al
mismísimo Alfredo Jalife.
__Winston Churchill – expresaba esto con
dejo de petulancia__ se codeaba conmigo en el bar de la Cámara de los Comunes__ decía esto
llevándose su mano a la boca__ Hasta me mostraba los borradores de su escrito
sobre nuestro rey Jorge V. En realidad
el conocimiento de la historia por parte de Arnoldo era admirable, parecía más
bien que los hubiera vivido y no sólo
eso, adelantaba o retrocedía algunos hechos, suavizando sus efectos futuros;
demás está el decir, que a algunos les
quitaba lo crudo, los cocía y ponía como
en baño de maría y una vez que se enfriaban venía y los aliñaba, ¡Que
brillante, que gran porvenir tenía para la política! Se decía así mismo, pero si apenas eran
deseos; palabras volanderas.
Nadie reflexionaba tanto y con tanta intensidad como Arnoldo para
comprender todo y así era como aquella
eminencia aconsejaba al Honorio , le
daba de comer algunas ideas y también
repartía al público.., Solo que era
despertado de repente por un coro de voces, que interrumpía su
discurso para decirle: ___¡Por qué no te callas!.
El Alcalde sonreía y se apartaba, no le daba mucha importancia a sus
consejos, de acuerdo con aquella regla
ejecutiva de no oír mucho al inferior, porque lo hala a su nivel; la diferencia entre el jefe y su
secretario se reflejaba hasta en la estatura; Arnoldo
a su lado era una simple
barriga mientras que él era
elegante y distinguido, su sombra tapaba
al consejero, quien no se cansaba
de halagarlo:
__El orden mí estimado Rudy Giuliani__ decía__ no es
una orden ni ninguna obediencia a
locas ordenanzas, Usted tiene que ir a fondo hasta sacarle el corazón a la chusma
___ Sangre sudor y lágrimas es lo que le sacaremos __replicaba débilmente el Alcalde, recordando
a Churchill
__ Claro, era lo que trataba de decir__ enfatizaba Arnoldo durante aquellos
breves momentos de transmisión o confusión de
poder de la autoridad superior; Aunque todo pasaba en la mente de Arnoldo, porque de su boca no
salía sino burbujas ___ Me está entendiendo...si quiere permanecer
vivo__ alertaba como la tal Casandra, debe oírme, pero el Alcalde sólo le
seguía el juego y de ninguna manera
creía sus vaticinios y
pronósticos interesados.
En realidad, lejos estaba para oír
sus consejos; más bien los
sentía como tóxicos, recargados de
curare; semejante a un león, sintiéndose
poderoso, giraba su bastón de ébano con
incrustaciones doradas y pasaba a conversar con los demás asistentes. Admirado
por estos, según daban a entender, era como un
astro resplandeciente, de su pecho aun colgaba como un brillante
escapulario su “larga vista” cuyos
lentes le acercaban o alejaban la ciudad para ponerla
a sus pies.
___Hay que sacarlos como sea__
insistía finalmente aquel inmenso poder apoyado sobre el bastón cabeza
de cobra y su cuerpo elevado era la misma
célebre montaña aquella pero en movimiento.
__En eso vamos a estar claros__
apenas decía Arnoldo para sus
adentros___ estamos seguros que si la autoridad
se ablanda y pierde su veneno de
cascabel, aunque suene la maraca deja de
ser cascabel, a la chusma__ decía__ hay
que atajarla antes de que se den cuenta.
__¿Cuenta de qué?__ preguntó el Alcalde adivinando aquel pesado
pensamiento.
__”Que ya no hay gobierno alguno, todo es una ilusión”__ silbaban llenos de
manteca los pensamientos ocultos del secretario
__ ¿Qué?, ¿Qué?
__Bueno, aunque el temor a la autoridad
funcione, nada es seguro__ justificaba sus afirmaciones,
entre habladas y pensadas
___ Por eso hay que estar preparado para conciliar con ellos, llegar con la cabeza fresca a algún arreglo,
ir a la mesa de negociación y al
final si es necesario, hay que bajarse
los pantalones.
___Vamos a estar claros__ decía__ si esa gente quiere tomar el aeropuerto
para poner sus tarantines hay que dejarlos, total, si ya hasta tienen sus jaurías de perros corriendo por la pistas de aterrizaje y hay tanta mortecina regada a su alrededor
que los zamuros vuelan por
las ventanillas de los aviones y le dan aletazos a los pasajeros.
__Espera para que veas las últimas ordenanzas que les tengo pensadas___
rugió el Alcalde, interrumpiendo su
fantasía
__Dé sus últimas ordenanzas__ respondió Arnoldo con desgano__ al fin y al cabo
no son órdenes y cambie de una vez su corona por un caballo o por cualquier otra cosa que
corra.
El Alcalde mirando su palidez y sintiendo su silencio le reprendió___ De
qué estás hablando, se ven tus malos pensamientos cuando te
salen como churros de esa
cabezota.
De la novela (en proceso de reedición) “Los mundos de Arcadia Barrios”
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