Por Eva Feld
Querido Umberto:
Te escribo desde el destierro, desde la soledumbre y
la tempestad, tres de las cuatro paredes que conforman mi encierro. Al
principio perdí el habla, fui infante sin seno materno y sin quien socorriese
mis exaltaciones, pero fui creciendo y, autodidacta, como sabes que soy, fui
aprendiendo a leer. O mejor dicho a leerte. Pero no me adelanto. La prisa ha
perdido su rango de plebeya para convertirse en lujo. En el lujo de quienes la
recuerdan en carne propia y no en la etérea referencia del pasado.
Curioso asunto, Umberto, pues antes era todo lo
contrario, la velocidad era un todo poderoso, el vértice del valor absoluto. Ahora
lo sigue siendo sólo para pocos, ha perdido el don de la accesibilidad. Sólo se
apresuran los tecnócratas, los físicos, los científicos en general. Lo hacen
para que cuando acabe el letargo universal en el que estamos, se atisbe un
nuevo mundo. Estamos en la matriz de lo desconocido y yo me engaño creyendo que
ya aprendí a leer. Mañana un chip se ocupará de ello. ¿Para qué el esfuerzo?
Oigo tu respuesta sin haberla recibido, Umberto. El
tiempo es una convención elástica, pareces decirme desde la página 300. Aquí,
en mi encierro contigo, corre el siglo XVII. Estoy en una embarcación varada en
alguna parte, donde ayer puede ser mañana y hoy seguramente es ayer o todos los
contrarios, incluso los inimaginables.
Durante esta cuarentena, he discutido contigo, reído
contigo, aprendido contigo. Tanto que creo que no sé si quiera volver al siglo
XXI y a la cotidianidad en la que el racismo cobra vidas, los políticos
dividendos, el virus víctimas y la estupidez campea. Aquí, varada contigo me
detengo en tus guiños y en tus trampas, me rebelo contra tu exagerado
detallismo y ausculto el firmamento a ver si encuentro algún pasajero.
¿Cuántas veces leíste el Robinson Crusoe de Daniel
Defoe, Umberto?
Defraudamos a nuestros mayores por echarnos a la mar
a la conquista de nuestra propia personalidad así sea para verle la cara a la
muerte, y luego, cuando al fin aterramos frente a nuestra unívoca soledad, sólo
somos lo que somos: Lo que hemos vivido y aprendido, lo que hemos leído y
escuchado. Somos también nuestra fe y sus misterios.
Y yo Umberto, en esta huida de la sociedad
contaminante, pesco vituallas en los anaqueles sin mirar para los lados, como
si pudieran contagiarme los ojos ausentes de los demás. Yo, Umberto, me asomo
poco por la ventana pues prefiero pensarme rodeada de Océano.
Además, contigo puedo hablar en todos los idiomas al
mismo tiempo sin faltar a la gramática o a la grafía. La sintaxis tampoco es
problema contigo, sabemos colocar el verbo al final de la frase cuando priva el
latín o el alemán.
No sé cuánto tiempo más dure este encierro ni qué ha
de pasarme cuando llegue a la página final. ¿Será que tenga que conformarme con
las reuniones virtuales por Skype, Facetime y Zoom?
Para esto último me someto a un entrenamiento
hebdomadario, pero no puede haber en ello confidencia ni complicidad. Sin aroma
humano, sin piel, no hay espacio tampoco para confabulación ni revelaciones.
¿Acaso hay rostro u olor en esta carta? ¿Por qué
puedo en ella trasvasarme, vaciarme en ti?
¿Acaso hay en ella fragancia? Sin embargo, puedo
sentir el salitre del mar que nos rodea y de las lágrimas que derramamos por
los millones de infectados, por los millares muertos.
La cuarta ventana de mi encierro está tatuada con
los títulos de los libros que he leído. Sin ellos habría perdido la razón, como
por ellos la perdió Don Quijote de la Mancha. Se me han olvidado muchos, la
mayoría. Esfuerzo la memoria, acudo a Internet, le pregunto a los contactos
virtuales. Me desvelo en ello.
Querría saber dibujar para cubrir mis falencias,
pintar una escena de la Cabezas Trocadas o de Un Amor de Swann, delinear el
perfil de Madame Bovary, colorear con pasteles Las Casas Muertas, hacer un
collage con El Hombre que Amaba a los Perros y también País Portátil y Los
Pequeños Seres, Querría esbozar a Sándor Márai, a Rómulo Gallegos, a Anton
Chejov. Pero lo único que sé dibujar es un helado.
Helado de antojo pues de otro sabor no hay. Tampoco
hay sorbetes ni granizados. Aquéllos que abandonaron el barco en el que habito dejaron
agua y algunos alimentos. Tal vez sólo los suficientes para llegar a tu temida
última página. Será por ello que te demoro, que me enmascaro y salgo un rato a
caminar por la cubierta, aun entonces, el empañado de mis lentes se lo atribuyo
al salitre de tu mar. Me salvas de la intemperie, de las carencias, de la
inflación, de la alienación.
En tu Isla del Día Anterior, Umberto, resuena y se
desdobla tu voz como un eco vibrante, o más bien como el Eco que te apellida y que
permite que acuda a mi lo que soy: las
conversaciones de otro tiempo, los debates de altura, los profesores de la
Universidad Central de Venezuela, la Renovación Académica, la alfabetización en
los barrios, la dialéctica, la interminable discusión sobre si la poesía debía
de ser comprometida. Rafael Briceño Guerrero retoma su multilengua en Mérida
para alertar sobre la incapacidad de los revolucionarios de gobernar. Qué bien,
otro título para mi cuarta pared: Anfisbena Culebra Ciega.
También me llegan remembranzas del futuro, de cuando
estemos fundidos con máquinas y estemos digitalizados, de cuando ya no esté en
este mundo y ya nadie se acuerde de mí.
Ya leí algunas de tus cartas anteriores, El Nombre
de la Rosa, El Péndulo de Foucault, El Cementerio de Praga. Por favor, sígueme
escribiendo desde ese prematuro más allá del 2016.
En espera de ta
réponse, I thank you molto, Mein lieber barát, te iubesc mult.
Lili
Dear Umberto:
I am writing to you from exile, solitude and tempest, three of the four walls that enclose my lock-out. Why so late? Because I had lost my speech. I also became an orphan with no one to help me against my exaltations. Self-taught, as you know that I am, I learned to read. Or, rather, to read you. But I don’t want to speed ahead of my own lines.
How interesting, Umberto! Speed used to be an almighty vertex, an absolute value in life. Now, rush is only for technocrats and scientists so that when the universal lethargy, in which we are now immersed is over, new realities may become possible.
We are in the womb of the unknown, yet I brag about my readings at a time when it is obvious that a chip will soon replace my skill. Why do the effort?
I can hear your answer from your Island of the Day Before. You say that “Time is an elastic convention”. During my confinement with you, today is happening in the Seventeenth Century. I'm in a ship stranded where yesterday can be tomorrow and today is surely yesterday.
Throughout this quarantine, I have so much argued with you, laughed with you, learned with you that I don't know if I want to go back to the twenty first century, to the daily life in which racism takes lives, politicians only care for dividends, a virus claims victims, and stupidity prevails. Here, isolated with you, I fancy your winks and your traps, I rebel against your exaggerated details, and I anticipate the firmament in search of a passenger.
How many times did you read Daniel Defoe's Robinson Crusoe, Umberto?
We deceive our elders by throwing ourselves to the sea to conquer our own personality. We defy death and finally, when terrified by loneliness, discover that what we have lived, read and learned, what we have heard and believed is all we are.
As if the absent eyes of others could infect me, I never look to the sides when I go out in pursuit of supplies on half empty shelves. It feels better to imagine oneself surrounded by the ocean and its creatures down below.
With you, like with nature, I can speak all languages at the same time without fearing grammar, syntax, or spelling mistakes. I don't know how much longer this confinement will last or what will happen to me when I get to the final page. Will I settle for virtual, but scentless and skinless, meetings via Skype, Facetime or Zoom?
There is no fragrance in a letter either, however, in writing, I can inhale the saltpeter of the sea and of the tears we shed for the millions infected and the thousand dead.
The fourth window of my confinement is tattooed with the names of my preferred writers. I would like to cover shortcomings by being able to paint a scene from the Transposed heads, Swann's Way, or your The Name of the Rose. I would make a pastel about The Man Who Loved Dogs and a sketch of Sándor Márai, or Anton Chekhov. But, unfortunately, I only know how to draw an ice cream cone!
Indeed, I scream!
By your sortilege, Umberto, reminders of the future come to me as cues of a time when humans will be fused with machines, of a time when I will no longer be in this world, and no one will remember me. But, until then, please keep writing to me from wherever you are since your premature death in 2016.
Awaiting ta réponse, I thank you nagyon, Mein Lieber amico, te quiero beacoup!
Lilly
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