Por Mauricio Botero
Montoya
Doña Francisca Gilot, tuvo dos hijos con Picasso. Decía que
en las mañanas por lo regular ella tardaba más de cuatro horas persuadiendo al
pintor de que su vida tenía sentido suficiente como para levantarse de la cama.
Lo risueño del caso pide empatía con quien sufre la
desolación del acantilado. El amigo de Picasso, el poeta Apollinaire, también
en el vórtice pedía: “Piedad para nosotros que combatimos siempre en la
frontera de lo ilimitado y del porvenir. Piedad por nuestros errores, piedad
por nuestros pecados.”
El poeta Mario Rivero me decía, que él escribía cuando la
alternativa era salir a gritar incoherencias a la calle. Y ese acto de valor no lo media por los
saludos oficiales, sino por lo que lograba expresar, casi siempre con amor, a
la gente con las que compartía.
En ese instante el flotar con placidez en el aire, le
pareció la alternativa más firme, el terreno más propicio. Por lo demás, él en
su juventud había sido malabarista en un circo y engullidor de sables.
Al escribir, esa
angustia, admitía el suave arte de tachar. Pretendió, con éxito, moldear algo
con todo lo que le quitaba, y silbó una tonada de escultor, para no sentirse
demasiado solo.
Ese dolor que de pronto lo embargaba no se aminoró con el
dolor del prójimo. La conciencia del sufrimiento ajeno lo abría a la condición
humana, como una celebración en reversa.
El gratuito malabarismo del creador, es una fiesta. Un
regocijo de colibrí, ajeno a la pesadez del que sigue hablando cuando el lector
ya se ha ido. Obsesionado por no equivocarse, olvida la dicha de acertar de
cuando en cuando.
Acertar con un buen apunte es más difícil que pergeñar un
memorando. Y más eficaz. Chesterton
anotaba “Divertido no es lo contrario de serio. Divertido es lo contrario de
aburrido, y nada más.” Y esa seriedad lo llevó a convertirse al catolicismo
romano, sin dejar de creer en que “la prueba de una buena religión es si puedes
bromear acerca de ella.”
El humor festivo es
la línea mental más recta entre antípodas, una sorpresa. No puede sustituirse
con explicaciones bostezadoras ni puede impostarse, si se intenta, la sonrisa
deviene en gelasmo.
El siglo pasado, Alfredo Whitehead y su discípulo Bertrand
Russell intentaron fundamentar la matemática en formas lógicas en el tratado
“Principia Matematica”. Bien entrados en sus nítidas demostraciones, ya en el
segundo tomo y agotadas decenas de páginas, probaron que sin duda alguna 1 más
2 es igual a 3. (!!!) Medrados estamos, como diría Sancho. Como ninguno de los dos era soso advirtieron
con malicia al lector “esto a veces puede ser de utilidad”.
Hablar de humor es hablar de Borges. En este agosto se
conmemoran 120 años de su nacimiento. Él alguna vez visitando Bogotá,
disfrutaba escuchar a un dicharachero vendedor paisa. Cuando un celoso lo
previno diciéndole “ese tipo vive del cuento”, Borges sonriente le respondió
“Ah, lo mismo que yo”.
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