Marina Ayala
La película de Alejandro Gonzales de Iñárritu es
extraordinaria por donde se quiera apreciar. No nos vamos a extender en los
aspectos técnicos de planos, cámaras y fotografía, música o actuación que de
por sí merecen todo el aplauso y premios a una excelente creación, vamos a
ahondar en la importancia de la trama desde el punto de vista psicoanalítico,
porque es toda una lección de aspectos de la vida psíquica, no solo de actores,
sino del ser humano en su lucha por la búsqueda de un nombre. Riggan Thomson,
personaje magistralmente interpretado por Michael Keaton, es un actor de cine
en Hollywood conocido como el actor de Batman y por lo tanto identificado con
superhéroes, acción, con efectos estremecedores que según le dice su alter-ego
“Salvas a la gente de sus vidas aburridas y miserables”. Decide ir a Brodway e
incursionar en la vida del teatro en una obra en donde el será el director y
actor. Decisión que toma por encontrarse con una vida fracasada, deprimido,
angustiado y con una fuerte necesidad de dejar atrás su postura de superhéroe,
la que por supuesto trae consigo. A punto de enloquecer va en búsqueda de su
obra que le confiera un nombre propio hecho a su medida y por el cual sea
reconocido. “El Santon” término que utiliza Lacan para denominar el síntoma con
el cual uno se identifica para evitar enloquecer. Efectos de creación que
amarran la locura y que representan lo que uno es y por lo cual se quiere ser
reconocido.
No le es para nada fácil su aparición en Brodway en las que
tiene que lidiar con dos personajes de la zona, uno es su principal actor
Michael Keaton (Edward Norton) quien decide retarlo constantemente y
cuestionarlo en cuanto a la artificialidad de todo lo que está en escena. A él
por el contrario “nada le es imposible en un escenario” es allí donde se siente
lo que realmente es, actuando, de resto su vida y el mundo real por el cual
tiene que transitar le parece un verdadero fraude, él se reconoce como un
fraude, “En el escenario no finjo, finjo en cualquier otro lado”. Reconocido como un gran actor y en su ciudad
ha podido compensar su terrible decepción que le causa su vida. Es muy
revelador cuando le dice a San la hija de Riggan “te arrancaría los ojos los
pondría en mi cabeza para ver la calle como lo hacía a tu edad”. Un hombre más
joven que ha conseguido su “estabilidad” a través del narcisismo desplegado en
escena, narcisismo que por el contrario terminó por enloquecer a Riggan, ya un
hombre de más edad y con una vida alejada de su esposa e hija por no haber
podido amar lo cercano en la búsqueda constante de querer ser amado por un
público en su actuación de superhéroe. A este egocentrismo se le enfrentan
otros egocentrismos que constantemente le recuerdan lo que él mismo entendió y
lo desestabilizó “Mentiras no te reconocen a ti ni a tu trabajo, conocen al
tipo con el disfraz de pájaro que cuenta historias raras en entrevistas”.
El otro personaje con el que tiene que lidiar es con una
crítica de teatro de mucho prestigio y quien le jura lo va destrozar a él y a
su obra. De entrada esta mujer no acepta que venga un mediocre actor de comics
a Brodway a ocupar la escena reservada a grandes actores reconocidos. “Es un
payaso de Hollywood con un disfraz de pájaro” manifiestaTabitha Dickson quien
vive bajo la identificación con su lugar, la de ser la voz más reconocida en la
evaluación de obras de teatro y manejar con desparpajo el poder. Lo que ella
aprueba es aprobado y lo que ella desecha es desechado, a ella por lo tanto hay
que rendirle pleitesía y a ella tiene que
seducir todo aquel que quiera triunfar en las tablas de New York. Riggan
que ya sabe que tiene que resucitar de sus cenizas, que ya no puede jugar al
juego de los simulacros, que sabe que de un solo acto depende el ganarle la
batalla a la muerte, no se asusta ante sus amenazas sino que la reta y le
devuelve su propia impostura. Deja sobre la barra del bar un papel que le había
dejado un crítico de teatro cuando lo vio actuar en el colegio “Gracias por una
actuación sincera” la cual marcó su vida. Se deshace así de las improntas que
lo determinan y sale al mundo decidido a hacerse un nombre o a morir.
Estos personajes atormentados y ocupando lugares en un mundo
fuertemente competitivo y anodino, aferrados con amarguras en sus trincheras
solitarias, desempeñan sus fracasos escondidos en un narcisismo que no pueden
cuestionarse pero si lo cuestionan y de forma despiadada en los demás. No es
que no digan la verdad es que esa verdad no se la dicen a ellos mismos porque
no pueden, saben que enloquecerían y se protegen. Nike estando en escena se
voltea al público y les dice “No sean tan patéticos, ¡no vean al mundo a través
de sus celulares! ¡Tengan experiencias reales! Todo en este teatro es falso, lo
único de verdad es este pollo.” Al agarrar al pollo se le cae la estantería que
es, por supuesto, mampostería. Cada quien está jugando a un juego de
sobrevivencia en una sociedad ajena y vertiginosa que, sin duda, tiene su mejor
expresión en New York. Alguien sin internet, sin Facebook y sin twitter es un
ser anodino, no es nadie como le dice Sam a su padre. El único, y por ello
mismo sobrecoge, es Riggan batallando con su disfraz de Birdman y buscando con
desgarro su propia verdad. Dos personajes en su vida ayudan y hacen de ese
operador que Lacan denomina “El nombre del Padre” su exmujer y su hija, que son
las dos personas que lo llaman al amor y que le señalan sus equívocos de una
forma compasiva, los únicos momentos donde él y su voz se silencian. El llamado
a trascender el narcisismo.
Al final dos actos en uno le devuelven su tranquilidad y su
encuentro con la creación de él mismo, un tiro y una actuación magistral que
doblega el odio de su amenazante crítica. Riggan sale volando, pero ya es otro
vuelo el que presenciamos, vuela hacia su propia libertad como lo manifiesta la
sonrisa de su hija. El deseo de muerte queda vencido y a los sesenta años sin
que querer vivir como si tuviera treinta (como le indicaba su voz perseguidora)
ya sabe que es el dueño absoluto de su propia existencia para bien o para mal
como es la vida, sin seguridades. Su alter ego queda en la clínica ya
desvestido de sus superpoderes, en el baño y doblado. Se despoja del fantasma o
como diría Lacan “lo atraviesa” Una obra psicoanalítica aunque Alejandro
Gonzales Iñárritu no lo sepa, o si, ¿quién sabe?. Por lo pronto le damos las
gracias por hacer un cine que no pretende sacarnos del tedio sino que nos hace
pensar en nuestras propias vidas, conservando al mismo tiempo la virtud de
manejar con una destreza única los encantos de un buen espectáculo.
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