Por Mauricio Botero Montoya
Hacen noticia: Wallace Broecker, científico de la
Universidad de Columbia que en 1975 predijo el cambio climático. Y el cura
poeta Ernesto Cardenal, quien por esos años fue participe de la insurrección contra
la dictadura de Somoza en Nicaragua.
Wallace acaba de
fallecer justo cuando la ciudad de Chicago padece uno de los peores fríos de su
historia. Por ráfagas provenientes del polo ártico que, se está derritiendo.
Los videos en las redes muestran a los blancos, bellos y salvajes osos polares
buscando alimento en poblados rusos, cuyos habitantes, entre perplejos y
asustados, filman.
Mientras que en
Australia las destructivas temperaturas de calor alcanzan su pico histórico. El
clima mundial está oscilando como en los castigos del Averno, entre el fuego y
el hielo. En la privilegiada Colombia, eso aún no se nota con tal dramatismo.
En cambio, entre
algunos estadounidenses cala más la obviedad tautológica de Trump: que ojalá se
caliente el globo para que los inviernos sean menos severos. En fin, para el
lego masificado resulta obvio que la tierra es plana. Y en un show mediático,
no es fácil refutarlo. Aunque los videos lo están logrando.
El poeta Ernesto Cardenal cuya notoriedad se dio en la
década de los años setenta, está hoy arrepentido de haber ayudado a sustituir
una tiranía por otra. Vale decir reconoce que la vieja prohibición de activismo
partidista para el clero, no era arbitraria ni andaba descaminada. En esos años
se mostró la foto del cura hincado ante el Papa, quien le recordaba sus votos
de obediencia. Como la insurrección, con sobrada razón tenía prestigio, parecía
una medida punitiva ad-hoc contra el cura rebelde. El poeta optó por ser
ministro de cultura de Ortega, y fue suspendido del sacerdocio.
Pero pronto la utopía devino en quimera. Solo el tiempo,
cuando se sabe aprender, lo harían diferente.
Ahora a sus 94 años, contrastó su parábola vital frente la
prudencia milenaria de amargas experiencias eclesiales en las vicisitudes con
la política. Ahora él reconoce esa prudente savaguarda. Al ver el desastre
ocurrido en Nicaragua, y el contubernio violento de la nueva dinastía, se
horrorizó. Y como rebelde sensible de carácter recio, cuando la tiranía cambió
de bando, su rebelión cambio de sitio.
Buscó y obtuvo una reconciliación con la iglesia en la cual
la opción por los pobres ha convivido, mal o bien, con sus detractores. Contra
la tiranía de los Somoza escribió:
“Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del
Partido ni asiste a sus mítines ni se sienta a la mesa con los gánsteres ni con
los Generales en el Consejo de Guerra (…)
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus eslogan. Será como un árbol plantado junto a
una fuente.”
Hoy esos versos adquieren nueva validez contra la satrapía
de Ortega, que al modo de Maduro en Venezuela y parodiando al absolutismo de
Luis XIV, declaran “El pueblo soy yo”. Para hacer lo que quieran.
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