La fusión de los cuerpos



Aldo Mazzucchelli

Mi interés hoy es crear problemas acerca de un campo de temas definido por ahora como “condición electrónica”. “Digital” puede ser un término demasiado gastado. Pero “condición electrónica” tiene problemas similares, o quizás más agudos, aunque de otro tipo, creo que más interesantes. Quisiera hablar (muy brevemente, aunque parecen temas tremendos) sobre la fusión de los cuerpos, sobre una participation mystique colectiva; y sobre la posibilidad de una “presencia total”, una experiencia sin mediación (lo cual en una facultad de comunicación parece algo quizás amenazador). Pero la que tengo en mente sería una presencia ya no individual, sino colectiva. Antes, unos apuntes sobre nuestro título.

[CONDICIÓN? CONDICIONAMIENTO? LÍMITE? NEGATIVIDAD?]

No definiré “condición electrónica”. Diré que refiere a un estado de la existencia marcado por la omnipresencia de la conectividad. Hubo un tiempo, creo que un tiempo pasado ya, en que nos maravillábamos del “cambio” que esta nueva “condición” significaba. Lo veíamos como algo nuevo. Estábamos, como en el ejemplo de Heidegger famoso entre los estudiantes de filosofía, en Ser y tiempo (# 33. p. 180 ss.), del carpintero a quien un martillo le resulta demasiado pesado, de modo que en lugar de usarlo, vuelve su atención hacia la herramienta. Entonces, repentinamente estábamos entre maravillados y molestos mirando la herramienta, pensando sobre algo a lo que le llamábamos “internet”, tratando de resolver los “problemas” que ella nos había creado.

Creo que es relevante notar que ya estamos en otra etapa. Ahora, más que maravillarnos del cambio, estamos dejando de notarlo. El martillo ya no es pesado y todo fluye cada vez más suavemente. De algo que reclamaba sorpresa y enunciados interpretativos, la “condición electrónica” se va convirtiendo en algo que simplemente está ahí sin llamar la atención. Ese estar comunicado es parte de nuestro entorno cotidiano. Es algo que (como dice el traductor de Heidegger Jorge Eduardo Rivera) se viene condición, muy rápidamente, en “pura presencia” (p. 464, nota 67), puesto que con lo que llamamos “condición electrónica” tenemos una relación de “a la mano”, como se diría en la jerga correspondiente.

Pero, si esto es correcto, entonces nuestra cuestión es que la “condición electrónica” está casi dejando de ser ya una “condición”. Por ejemplo, si bien siempre podríamos decir que tener piernas es “una condición” de nuestra especie, algo que nos condiciona (en cierto modo, nos obliga) a poder caminar, eso no es lo que pensamos, sino que damos por sentado que tenemos piernas. Pues bien, lo mismo pasa con nuestros celulares y nuestro wifi, nuestras redes sociales y nuestro WhatsApp. Lo que en un momento pareció una especie de prótesis, de alas que habíamos adquirido, hoy está pareciendo más bien algo que damos por sentado, como las piernas y brazos con los que en general venimos dotados de nacimiento.

[HUMANIDADES? ROL DE LA NEGATIVIDAD O LÍMITE FRENTE A UN ESTADO ACRÍTICO DE LA CONECTIVIDAD. ESA NEGATIVIDAD: ¿SÓLO PUEDE SER TEXTUAL? ¿HAY OTRA NEGATIVIDAD EN CIERNES?]

Ahora, y hablando de límites, si es, como creo, que no estamos ya casi frente a tal “condición”, nuestro problema (puesto que nos hemos propuesto “pensar sobre ella”) sería cómo mantener un espacio desde el que hablar “dándonos cuenta” de ella. Digo que ese será nuestro problema si queremos mantener una posibilidad crítica respecto de este estado de conectividad. También podemos optar por ignorar esa posibilidad, y hundirnos completamente en el nuevo estado, sin alternativas, en una entrega física completa a eso que una vez (en los viejos tiempos de la historicidad) se llamaba “el futuro”. Volvernos de una vez muertos para la crítica basada en textos, en ensayo, en pensar, y vivir en el “presente continuado”, sin historia ni (casi) sin historicidad, del presente intensificado, hiperramificado, más que barroco, de la existencia en que estamos. ¿Es pensable esta época? ¿No es un contrasentido intentar pensar lo que, por ponernos en un estado nuevo de interpretación fusional, (ver más abajo) no tiene ya "parte de afuera", lugar de independencia para el pensar?--y no lo tendría de un modo nuevo, diferente a todos los modos anteriores, los modos en que los cuerpos eran aún fenomenalmente entidades separadas, dotadas de lo que se decía un "pensamiento propio". Me acuerdo de un pequeño ensayo de Giorgio Agamben que se llama “Sobre lo que podemos no hacer”, cuyo argumento principal era que estamos perdiendo el sentido de lo que no podemos realmente hacer, y creemos que podemos ser y hacer todas las cosas. Como un personaje de Kafka que él recuerda, que era de día un verdugo y de noche un cantante lírico; lo cual para Agamben resulta un problema. También Byung-Chul-Han (entre otros) habla de la “ausencia de negatividad” como un rasgo central de este tiempo. Y yo creo que esas intuiciones críticas son importantes. Que es relevante mantener alguna forma de negatividad, crítica, restricción o límite siempre activo, respecto de nuestro ser en estado acrítico de conectividad. Pero no puedo desarrollar esta línea de hipotética resistencia a la actualidad, aunque sí quisiera plantear una pregunta, sin respuesta: ¿es solo textual la crítica? O de otro modo, ¿qué formas de negatividad, de resistencia a lo electrónico como condición, o mejor dicho, a la invisibilidad de esa condición, existen o pueden desarrollarse? ¿Hay espacio para un ludismo digital? ¿Es posible desconectarse completamente? ¿En inanidad del voto, es ese el único acto político individual con algún poder que va quedando? Volveré al final sobre esto. Por ahora volvamos a la situación en que nos encontramos de hecho.

[CAMBIO DE ESPECIE MÁS QUE CAMBIO CULTURAL; REUNIÓN DE LOS CUERPOS]

La situación en que nos encontramos, que es una situación anfibia yo diría (porque hoy en esta sala convivimos varias versiones humanas ya bastante divergentes), nos pone ante una decisión (si es que aun somos conscientes de ella) que se parece más a un cambio de especie que a un cambio cultural. No estamos decidiendo entre culturas, sino siendo decididos a cambiar de especie, o a continuar la especie por otros medios. Pareciera que decide por nosotros nuestro ser colectivo en acople con el ser de la tecnología. La que siempre, más que un producto, ha sido parte constitutiva de nuestra especie. Esto no lo digo solo en el sentido cyber, no digo solamente que tenemos chips, clavos e ingeniería genética en nuestro sistema corporal, ni siquiera lo digo en el sentido de que nuestra vista, oído, movilidad, son muy diferentes ya de las del homo sapiens sapiens. Lo digo en el sentido de que nuestra posibilidad de distinguir qué es “humano” y qué “tecnológico” nos ha cercado, nos ha invadido, y creo que tiende a imponérsenos, según el modo insidioso de imposición que consiste en dejar de ser visible. Es decir, una vez más, dejar de ser una condición para ser parte de nuestro entorno básico; eso pese a los esfuerzos de “volver a lo natural” y de mantener abierta la posibilidad de separar de nuevo los cuerpos. Porque lo que está en juego es la reunión de los cuerpos.

Reunión de los cuerpos al permitir que otro esté en el mismo “no lugar” que yo, vea, escuche, y finalmente piense lo mismo que yo en tiempo real, que otro tenga los mismos horizontes de expectativa que yo y que las mismas rutinas interpretativas de lo mismo (que son objetos de consumo) se impongan a varios, a muchos a la vez, reduciendo a términos funcionales de complejidad apta para el consumo la riqueza de lo que una vez se llamó "el espíritu".

[INERCIA DE LENGUAJE DE CUERPOS SEPARADOS, CUANDO TENDEMOS A UNA INEXISTENCIA DE SEPARACIÓN; PARTICIPATION MYSTIQUE en JUNG; EL PENSAR TIENE UNA RELACIÓN CON EL ESPACIO QUE NO HACEMOS CONSCIENTE; INCORPORACIÓN MUTUA]

Pero nuestro lenguaje demora nuestro pasaje a la nueva condición. Usamos los medios nuevos intrincados de lenguaje viejo. Todavía hablamos el lenguaje del ser humano moderno, o posmoderno, que es más o menos lo mismo. El lenguaje del Romanticismo, o si se quiere, incluso, del Renacimiento: un lenguaje del “yo”, del sujeto, del ego, de la supuesta originalidad mía frente a la supuesta falta de originalidad de los otros—cuando el problema es probablemente la idea de originalidad en sí, esa cosa tan moderna. En cualquier caso, ese es un lenguaje intensamente basado en la existencia de cuerpos separados, y en la construcción de una conciencia de ese cuerpo en tanto separado. Una Bildung para el cuerpo individual. Ese lenguaje tuvo que ver con la escritura, con determinadas experiencias del tiempo y, sobre todo, del espacio.

Sin embargo, lo que nuestra existencia vive, ya casi sin verlo, como condición o condicionamiento, es la inexistencia cada vez mayor de separación. Es una intervención radical en el espacio la que estamos haciendo como especie, y todo nuestro pensar tenía y tiene una relación con el espacio que no siempre somos capaces de hacer consciente. Caminamos, comemos, nos dormimos y nos despertamos con los demás en nosotros a través del celular, del texteo continuo, de los mensajes de voz e imagen, de las fotos y videos enviados en tiempo real.

Es cuestión de poco tiempo que nos durmamos y nos despertemos con la presencia virtual del otro y de los otros, en tiempo real. Incorporación mutua. Nosotros también estaremos allá, en el lugar de ellos, los otros. Lo que me interesa es que, si antes la separación de los cuerpos era una condición de la existencia, la unión de los cuerpos (o al menos, el borrado parcial del punto de vista del cuerpo separado) es la condición de la existencia en que entramos. El espacio juega aquí un rol sustancial en la autoconciencia y eso es algo que nuestro lenguaje, tan hecho de metáforas espaciales que nos resultan invisibles, nos oculta por ello a menudo. Sólo recordar aquí, al pasar, lo que escribía Carl G. Jung: “Participation mystique es un término derivado de Lévy-Bruhl. Denota un tipo peculiar de conexión psicológica con objetos, y consiste en el hecho de que el sujeto no puede distinguirse a sí mismo claramente respecto del objeto, sino que está ligado a él por una relación directa que vale como parcial identificación”. (Jung, [1921] 1971: paragraph 781).  Es claro que la unión de los cuerpos no es completa, ni puede serlo por ahora. Aun nos enfermamos individualmente, por citar un ejemplo duro de la separación. Algunas de las enfermedades de los cuerpos son enfermedades individuales, por ejemplo, y no contagiosas. Esas enfermedades no contagiosas pueden ser vistas como una forma de resistencia del cuerpo a unirse a los demás cuerpos, así como las enfermedades contagiosas estarían ligadas a la fusión parcial de los cuerpos, aunque sea indirecta y a distancia.

[PRESENCIA. INTERPRETACIÓN FUSIONAL]

Ahora bien, esta fusión de los cuerpos, o esta posible trascendencia absoluta de algunas limitaciones corporales, actualiza de un modo inesperado el problema de la presencia (presencia como término filosófico, y presencia en su uso general: ambas se van fundiendo), que es lo que finalmente quiero resaltar hoy, un poco en homenaje a la presencia física aquí, presencia estilo antiguo, versión 1.0 digamos, de mi querido amigo Sepp Gumbrecht. Cuando el concepto de “presencia” aparece como acontecimiento teórico, entre otras formas en la peculiar lectura de Heidegger que lo relanza, hecha por Gumbrecht, para mí (allá en 2005 lo discutimos con él de varias formas) la dificultad en su teoría era separar lo “hemeneútico” de lo “no hemeneútico”, no en la experiencia directa incomunicable del cuerpo, sino en la filosofía, el texto, la representación. Porque de la presencia como efecto no-hemeneútico no cabe dudar, pero resultaba (para mí, al menos) aparentemente imposible representársela a otro (es decir, a uno mismo también) sin mediarla, sin caer de nuevo en el lenguaje, en imágenes propias y metafóricas. Ni qué hablar de escribir un libro sobre ella que no resultase autocancelante.

Sin embargo, esa forma tradicional de entendernos (como presencia por un lado, como representaciones y “textos” independientes de nuestro cuerpo, por otro) está cambiando ahora--y resta es parte de mi contribución esta mañana. Lo que antes estaba desacoplado (texto y representación por un lado, generador corporal de esos texto y representación por otro), está convergiendo. Por ejemplo, es posible (mucha gente dice que) estamos leyendo y escribiendo menos cada vez en el sentido antiguo de leer y escribir, o en el sentido de no usar la razón lineal sino una "razón" o método tentativamente asociativo, de resultados estadísticos seguros en el nivel de la resolución de problemas, pero filosóficamente inanes, e individualmente irrelevante; sin embargo usamos más y más letras, en nuestros mensajes de toda clase. Letreamos. Nuestras letras las usamos en tiempo real, cada vez más inseparables de sus contextos no letrados. ¿A qué apunta esto? ¿Cobra centralidad el carácter absolutamente impersonal de la letra? ¿Será acaso que “liberados” de las representaciones y los “textos”, libres de la “condición escrita”, la alternativa en el horizonte es la posibilidad de una presencia comunicable directamente a otros de forma no mediada? Ya ocurre, por ejemplo, que otro ve lo que yo estoy viendo, en tiempo real; y ya ocurre, también (y esto es más sutil de comprender) que las interpretaciones de lo que ambos vemos están más y más pre-codificadas, de modo que nuestros horizontes de expectativa, aunque aún distintos, son cada vez menos distintos (en la medida en que las diferencias de interpretación no admiten la infinitud en un mundo que exige que se las represente a todas). Interpretación fusional es, pues, lo que tengo en mente. Lo que está en el orden del día es ni más ni menos que la posibilidad de que, digamos, mi dolor o mi placer sea sentido por otro cuerpo, sin mediación de lenguaje o retórica. Esa sería la realización de un tipo de “presencia” en que nos volveríamos todos, potencialmente, presenciales a todos los demás y, gracias a todos los demás, a nosotros mismos. Razón lineal sustituida por un pensamiento colectivo de tipo ensayo-error.

Y en lo escrito, la resistencia última del verdadero ensayo, es decir, del pensar por escrito, exhibiendo desnudo el flujo del pensar; de una escultura sobre el concepto, que rompe los conceptos preexistentes por necesidad, para reasociar sus notas, sus qualia liberados de retórica.

Pero, si la distopía fuese así como la entrevemos, una unión de los cuerpos completa llevaría a que cada cambio perceptual llevase a un nuevo universo total y discontinuo con los anteriores pues no habría un otro que se opusiese a fin de generar una negatividad; y el yo no puede hacer distinciones continuas, “históricas” en sentido técnico, si no hay un otro; una intuición cercana a lo que Ray Kurzweil llama “the Singularity”.

[¿POLÍTICA? MI ÚNICA POSICIÓN POLÍTICA A LO LARGO DE LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS HA SIDO DEFENDER LA ESCRITURA. CREO QUE HOY AUN SE PIENSA (Y CADA VEZ MÁS "SÓLO" SE PIENSA) ESCRIBIENDO.]

Termino pues. No digo que esto sea bueno o malo.- Observo que si nos hundimos por completo en la existencia tal como nos viene dada a través de la conectividad continua; si no conservamos una capacidad de ver el espacio de mi cuerpo como distinto del espacio de los demás cuerpos; si dejamos de tener la posibilidad de percibir la diferencia entre los cuerpos y las experiencias de cada nodo/cuerpo/persona como diferente, es claro que esas mismas diferencias y capacidades dejarán de existir para nosotros. Y ¿no son, todas éstas, capacidades que adquirimos y conservamos gracias al lenguaje escrito y textual? Hoy, aun sin tantos dispositivos de realidad virtual, todo esto parece una especulación a futuro, pero ¿cuánto tiempo falta para que tengamos esos dispositivos baratos, masivos y funcionando?

Ante todo esto, observo que sigue abierta la posibilidad de que conservemos distintos órdenes en vigencia, en actividad. Si algunos de nosotros sigue siendo capaz de leer y escribir tal como se lo hizo desde hace varios milenios hasta ahora, entre otras cosas, podríamos continuar cultivando un espacio (el espacio de la condición escrita, el espacio del pensar que tradicionalmente estuvo ligado a la escritura—filosofía, historia, letras) desde el cual ver al cuerpo y a los cuerpos, a la experiencia propia del cuerpo y a la experiencia propia del cuerpo en conexión, como posibilidades existenciales aún abiertas. Esa sería, de paso, una justificación, suficientemente buena para mí, para la permanencia (institucional o salvaje, quién sabe, aunque siempre mejor un mundo de fieras humanísticas que de académicos al estilo actual) de las humanidades.



* (Transcripción de una intervención oral en el Encuentro "La condición electrónica". Montevideo, Facultad de Comunicación y Diseño, Universidad ORT Uruguay. 19 de mayo de 2016).

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