Fernando Mires
No me pareció muy buena la idea de Norma
(Norma es mi esposa) para visitar precisamente ese día martes de junio la
exposición xilográfica de Salvador Dalí, los famosos 100 grabados sobre “La
Comedia de Dante”. Lo de “Divina” fue un agregado posterior de Bocaccio, en mi
opinión una adulteración bocacciana del pensamiento de Dante pues el gran
escritor nunca concibió a su “Comedia” como “Divina”. Y no lo es. Más
bien es lo contrario. El verdadero título, en mi opinión, debería haber sido
“La Humana Tragedia”.
No, repito, no me pareció buena idea. Norma
arrastra una fuerte lesión al tobillo y una visita al Museo Horst Janssen de
Oldenburg que, si bien es uno de los más prestigiosos de Alemania, no es el
lugar apropiado para una rehabilitación ósea. Pero al fin ella logró
convencerme con la idea nada divina de combinar la visita con café y Kuchen
(pastel) en la cafetería del museo. Debo agregar que el Kuchen del museo es tan
famoso como sus magníficas exposiciones. Y eso es decir mucho.
No me arrepiento de haber hecho caso a
Norma. No lo digo solo por el Kuchen. La exposición de grabados quedó grabada
en mi mente. Porque una cosa es ver los grabados en un libro, o cada uno por
separado, que verlos casi en su totalidad, para después, desde una butaca,
mirarlos a todos juntos y acudir de pronto al llamado de alguno para compararlo
con el que está al frente, que parece ser el mismo y si lo observas bien, es
tan distinto.
Los grabados de Dalí no pueden ser narrados
y no lo voy a hacer. Sería como narrar una sinfonía. Mucho menos ese trabajo
monumental realizado entre los años 1960-1964 a petición del gobierno italiano
con motivo del 700 aniversario del nacimiento de Dante. Lo único narrable –es
lo que estoy intentando hacer- es la impresión subjetiva de una experiencia
visual. Y bien, debo decir que esta vez aprendí a conocer a otro Dalí. Uno
distinto al que yo creía conocer.
El Dalí de sus pinturas ha sido ya muy
divulgado. La visión onírica, el intento de pintar desde y a través del
inconsciente, el deseo de “épater le bourgeois”, la burla y a la vez la ira,
los relojes muertos, los falos pre-lacanianos, los cajones y estructuras, su
sentimiento (anti) religioso), sus colores plenos y la omnipresencia de su
mujer, Gala, son temas demasiado conocidos. Imposible agregar una palabra
nueva. No ocurre así con sus grabados. La razón es la siguiente:
En la xilografía predomina la línea por
sobre el color, es decir, se trata de un bosquejo que no persigue ninguna
finalidad posterior. Por cierto, el color es importante pero se mantiene
subordinado a la línea. La línea, a su vez, representa de modo directo la
intencionalidad del artista, adonde quiere ir, que es lo que busca. La línea,
por lo mismo, es más racional y más intelectual que el color. Al revés: el
color es más emocional que la línea. El color es desbordante. La línea, por
definición, es limitante. Aún en las descripciones más alucinantes de Dante,
Dalí se ve obligado a introducir una cierta linealidad que interpela al
intelecto y no solo al corazón del observador.
No puede ser de otra manera. En el trabajo
xilográfico el artista no actúa solo, encerrado en su taller frente a un
objeto, sea este un florero o una mujer desnuda. Es, por el contrario, un
trabajo donde muchos meten manos y, por lo mismo, comunicativo, dialogante y
discursivo. El artista bosqueja, administra, da ordenes, discute, echa bromas o
maldiciones, pero casi nunca está solo, es decir, se encuentra limitado por la
presencia inconfundible del “otro”. Vista así, la obra xilográfica es lo más
parecido a un concierto. Mucho más todavía si se trata de interpretar a un
compositor (escritor) tan genial como Dante. Un autor no solo literario sino,
diría yo, sobre todo, geométrico.
La geometría literaria del Dante no es, al
contrario de una xilográfica, lineal. Es circular. Tanto el cielo, el
purgatorio y el infierno están formados, según las visiones de Dante, por
círculos. Esos círculos son a la vez gradas y así lo entendió Dalí. Las
imágenes y los colores se de-gradan a medida que ascienden o descienden. En ese
sentido, Dante, hombre del renacimiento, era muy platónico. Tanto al menos como
Virgilio, su “guía turístico”.
Si nos atenemos a la alegoría de la caverna
según Platón, la luz que viene desde fuera de la caverna se refleja en sombras,
pero nunca reina la oscuridad absoluta. Dichas sombras se diluyen en la medida
en que el héroe de la caverna asciende pero –eso es lo importante- no
desaparecen jamás. A la inversa ocurre lo mismo: en el fondo de la caverna se
ven sombras o, según Platón, reflejos de sombras. Luego, nunca existe la
oscuridad de un modo absoluto. Así sucede también con los círculos de Dante.
En la Comedia, ni el infierno es
absolutamente infernal, ni el cielo es totalmente celestial. Aunque parezca un
despropósito decirlo, las imágenes de Dante no son siempre dantescas. Las de
Salvador Dalí tampoco. Razón de más para hacer caso omiso a esa mayoría de
críticos que reprochan a Dalí no haber sido fiel a las descripciones de Dante.
Como si el idioma de la obra literaria fuera exactamente traducible al de la
pintura.
Para traducir la palabra de Dante en
grabados y ser fiel a Dante, Dalí no solo no podía, además, no debía dejarse
guiar por la literalidad de Dante. Así ocurre por lo demás con todas las
traducciones. Para poner un ejemplo: si traducimos de modo literal una poesía
escrita en alemán al español, o viceversa, la traducción, si es fiel, convierte
a la poesía en un mamarracho. Luego, la traducción de una obra de arte solo se
logra no cuando la palabra sino cuando el espíritu de la palabra ha sido
vaciado en un idioma diferente. Con mayor razón si se trata de traducir no en
palabras sino en grabados el idioma de La Comedia.
En consecuencias, a través de su propio espíritu,
Dalí logró grabar en madera el espíritu de las palabras de Dante. El mismo Dalí
lo dijo de modo preciso: “¿Por qué el Infierno tiene que ser siempre oscuro?
¿Cuáles son los colores del infierno?”. Dalí no podía sino imprimir en el
infierno de Dante los colores de su propio infierno del mismo modo como solo
podía representar el rostro de Beatrice, el etéreo amor de la primera juventud
de Dante, grabando el rostro de su propia mujer, Gala.
¿Cuáles son los colores del infierno?
Detrás de esa pregunta aparentemente ingenua subyace una teología y una
filosofía a la vez. Pues si consideramos al infierno, al purgatorio y al
paraíso no como partes de un edificio de tres pisos sino como a los tres
tiempos del ser, podríamos llegar a la conclusión de que cada uno se encuentra
representado en el otro. Con mayor razón todavía si hablamos de la obra de
Dante quien concibió a los “tiempos” de esos tres “lugares” de un modo
circular. Vale decir, la perspectiva de Dante no es la del tiempo lineal sino,
anticipándose en siglos a Nietzsche, la del eterno retorno: un tiempo circular.
Esa perspectiva es la que a su vez asumió
Dalí a través de sus grabados: representar la unidad de los tres tiempos del
ser. Es por eso que en medio del paraíso aparecen de pronto imágenes monstruosas,
orgías sin freno, culos descomunales, piernas abiertas e inmensos falos
penetrantes. A la inversa, el infierno, donde los cuerpos son consumidos entre
torturas y fuegos, es circundado por luces, hermosos claro-oscuros que nadie
sabe de donde vienen. Al final, el tiempo más decisivo resulta siendo en Dalí
el purgatorio, la antesala cuyos círculos separan a la tierra de su infierno:
la proximidad de la muerte que a él, como a cada uno, siempre nos acompaña.
Como todos los grandes, Dalí intentó representar
al tiempo, pero no a ese tiempo espacial que nos regaló la invención de la
perspectiva –curiosamente es el que predomina en la pintura tradicional de
Dalí- sino a los tres tiempos que se conjugan en cada cuerpo humano. En ese
punto Dalí es en sus grabados muy fiel con el legado católico español del cual
nunca pudo escapar.
La resurrección es para Dalí, como para
todo buen católico, la resurrección de los cuerpos, no la de las almas. Pero
como los tres tiempos post-mortales son un solo tiempo, somos en ese tiempo
bestias y ángeles, centauros, luces y sombras a la vez. Así efectivamente es la
Comedia de Dante: Y ¿Beatrice-Gala? Más católico que nunca, Beatrice-Gala es,
tanto para Dante como para Dalí, el triunfo de la belleza por sobre la
monstruosidad, del bien por sobre el mal y, sobre todo, del amor por sobre la
muerte.
Marcel Reich- Ranicke, el crítico que fuera
denominado “el Papa de la literatura alemana” dijo que La Divina Comedia es la
teología convertida en literatura. Si es así, quiere decir que Dalí convirtió a
la teología y a la literatura en maravillosos grabados xilográficos. Una enorme
proeza.
Para visitar una exposición de los
grabados de la Divina Comedia según Dalí, hacer clic AQUÍ
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