"La Tierra Solar", de Julián de la Torre: Un "ave rara" en el cielo



Luis Benítez

Pocas veces un primer libro, con el paso del tiempo y el desarrollo de la obra de su autor, deja de ser considerado por él mismo como un bosquejo, una concreción incompleta de lo que vendría después. No son pocos los poetas y narradores que abjuran de sus primeras entregas y, en ocasiones, hasta se oponen a que sean recordadas al momento en que se realizan antologías de sus obras, ya en la madurez. No siempre los lectores coincidimos con ellos: el último Borges no quería mucho a su inicial “Fervor de Buenos Aires” (1923); nosotros sí.

Posiblemente este no sea el futuro del poeta argentino Julián de la Torre (Buenos Aires, 1993) y cabe la esperanza de que dentro de unas décadas seguirá apreciando los valores de La Tierra Solar, su primer poemario (Ed. Cuadernos del Caburé, Buenos Aires, 2014), en coincidencia con los lectores de poesía. Tendrá él y tendremos nosotros varias razones para ello. Se trata de un volumen breve pero denso, donde la originalidad de los sentidos encontró ya una plasmación escritural muy adecuada para trasmitirnos intensamente la visión del mundo –de este y del otro, el suyo- que anima a su joven autor. Poemas que le devuelven al castellano esa potencia evocadora y esa energía emocional que añoramos al leer otros textos quizá bien intencionados; un manejo ya maduro de los múltiples recursos que ofrece la lengua par el paradójico cometido de la palabra poética: ir más allá de sus límites, dejarnos entrever aquello que Jacques Lacan  denominó como Lo Real. Al revés de lo que sucede con los textos que simplemente lo intentan, los versos de De la Torre sí llegan hasta allí, sorprendentemente concretos, acabadamente lúcidos, impecablemente escritos. Se aprecia en La Tierra Solar una característica claramente indicadora de sus cualidades: es imposible señalar dónde, en qué sección, en qué verso radica ese singular encanto que nos embarga, igual a eso que nos sucede al leer a otros autores, nuestros favoritos, de nuestro tiempo o del pasado. Es que ese poder extraño que su autor convoca ya en estas, las primeras páginas que nos dio, reside en toda la obra, es parte integral de ella, donde sentido y forma pierden sus límites para amalgamarse en esa tercera cosa que es la obra misma. Tal como Vicente Huidobro dijo, en La Tierra Solar la poesía está “como la madera en el árbol”.
Esta es una suerte de “marca de agua” de la buena, la única poesía, un género que no admite adjetivos adosados, porque ella es o simplemente no es.

Seguramente este no va a ser el último libro de este autor, a quien deberemos seguir título tras título. Al menos, esa es la esperanza que nos asiste, en un mundo –el literario y el otro- que no permite generalmente tener demasiadas.

Por ello, siendo un primer poemario, La Tierra Solar es una rara avis que debemos capturar ahora, para que nos brinde aquello que Borges empleó para definir la poesía: “la felicidad de las palabras”.



ASÍ ESCRIBE JULIÁN DE LA TORRE


Espejo cegado

Qué mañana implacable para el zorzal, para ser amarillo, rojo,
y cantar arriba, abajo, qué magnífica, qué mañana para su-
­mergirse como una roca en el cielo, para caer como un rayo en
el barranco, para cicatrizar como el relámpago en la piedra, y
gritando, los perros están gritando, oh cabezas salientes de gu-
rúes, cabezas cortadas de indios en el diestro y siniestro Oeste.
¿Hacia quién avanza la caza? ¡Aleja esa antorcha de este espa-
­cio sin precedentes, despedazado, oscurecido! La vaca mortifi-
­cada está cicatrizando, ¿es ahora que lo distingo?

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La tierra solar

Cada día sin orillas se levantan
el árbol, la fuente, los ríos
hacia todas partes, desbordando
el cuerpo y la flor que sangra.
¡Alegría! Corre el agua
por el prado y la palabra.
Veo un pastor en su canoa
debajo de su brazo está su único hijo
hace muchos años enterrado,
veo que la luna torna en un nuevo día
luz y aire
un río inmenso, voces
y mientras el mundo comienza a girar en otro sentido
siento al amor iluminar mi salón silencioso
mi espacio abierto.



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