Por Javier
Llaxacondor*
Desempleado es conocido en tres de las cuatro zonas donde
se busca trabajo. Recorre ineludible, inquebrantable cada día la ruta
involuntaria que pretenden negarle sus virtuales empleadores.
Se
le reconoce por un gorrito diferente a los usuales. Se dice de su trato que es
amable, pero pobre en expresiones. En cada lugar donde el trabajo se le niega
es causa de risas, imitaciones y, últimamente, indicador de rutinas
determinadas que, como sabemos, los trabajadores van adquiriendo. Entonces detienen
las labores, salen a fumar dos pitadas de lo que queda del cigarrillo y lo
miran, agotada la risa, desaparecer entre los árboles del parque.
Desempleado
es especialista en todo tipo de trabajos
prescindibles. Pica tomates en cuadritos, pero desperdicia cualquier curvatura.
Es honesto al limpiar los pisos, pero no mata insectos por equidad. Saca brillo
a las copas como nadie, pero se queda mirando su reflejo en ellas por periodos
incómodamente largos. Y así varias cosas por el estilo, llora con el olor del
café recién filtrado, llega puntual y sin embargo nunca quiere irse.
Desempleado prioriza la belleza de lo inservible antes que su utilidad y eso,
dicen los empleadores, no es compatible con las políticas de las compañías que
se fijan con preocupación en su caso.
Desempleado
intenta bromas absurdas cuando finalmente lo echan de sus fallidas pruebas laborales,
minimizando así la irrevocable decisión de sus empleadores. Lejos de revertir
el deseo de los que ya cuentan con el privilegio del trabajo como esperaría,
genera en ellos una antipatía particular definida entre el odio y la compasión.
Desempleado
vuelve a casa al atardecer cuando los negocios ya no tienen tiempo para
atenderlo. Cuando un puesto se le niega, Desempleado no pierde las esperanzas ,
sabe que si estudia con esfuerzo algún día logrará dominar cuestiones tan
equivocadamente simples como abrir puertas o enjuagar platos con la soltura
profesional pertinente.
Desempleado
llega a casa cada día lleno de esperanzas que se renovarán al día siguiente,
como todos los actos de fe. En esto lleva ya varios años. Sabe que una prueba
más bien valdrá la pena para conseguir sus objetivos en la vida.
Por
el desempleo, Desempleado, se ha visto en la necesidad de suprimir las compras
del mes, matrimonios y libros. Vive, ama e imagina al día, hasta que la
situación laboral mejore. Aun así, no se considera un hombre pobre y se da sus
gustos contemplando en las grandes alamedas todo aquello que podría lograr en la
vida con un empleo cualquiera. Y observa restaurantes potenciales, novias
potenciales, religiones, zapatos, cortes de pelo, desperdicios, desarrollos
humanos potenciales y todo ello lo
alegra.
Desempleado
revisa cada noche con rigurosidad todo aquello que ha hecho mal durante el día.
Con frecuencia esos pensamientos lo remiten a su niñez. Un juguete roto por
descuido, un paso en falso, una pequeña distracción en la clase de matemáticas
y luego la justicia del desempleo, se dice así mismo, antes de caer en cuenta
que su situación laboral no es, como suele pensarse, un desprendimiento
consecuente de las realidades macroeconómicas de un sistema.
El
desempleo es una pena purgatoria que se deriva del tiempo irresponsablemente dedicado
al egocentrismo y la contemplación. Nada
justifica la falta de empleo, nada.
Desempleado
tiene clara su posición en el mundo y no se queja.
En
tres de las cuatro zonas para buscar trabajo ya es conocida la broma respecto a
su situación laboral. Se dice que, sin darse cuenta, Desempleado se autoemplea
en su incansable labor de búsqueda y que, no contento con los haberes que debe
dejarle tanto trabajo está pensando en contratar personal para ampliar sus
horizontes.
Sin embargo, para los empleadores quedan
cabos sueltos que forman parte de discusiones airadas en los bares después del
trabajo. A qué se dedicaba en el pasado, qué consigue cocinar sin dinero, en
qué lengua bromea o ama, qué tipo de mujeres lo prefirieron, de qué país
proviene un gorro tan ridículo.
Y
aún cuando todas esas conjeturas están más o menos resueltas, a todos le
preocupa –como sólo puede preocuparse por un antiguo compañero de trabajo – a lo
que se dedica en
sus días libres.
*Javier
Llaxacondor, escritor peruano
Manchester,
2014
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