El desastre cultural de Malí: El fanatismo contra los manuscritos de Tombuctú








Fernando Báez

El anuncio del equipo de la Unesco que ha visitado Malí tras la intervención francesa ha advertido con pesar que como resultado de una investigación sistemática entre el 28 de mayo y el 3 de junio se ha podido determinar que hay 4.200 manuscritos antiguos destruidos contra la creencia optimista de que no superaban el centenar. Y lo que es peor: se confirma que los grupos Ansar al Din y MYAO que proclaman la Yihad radical, no se contentaron con capturar Tombuctú, Gao y Kidal sino que a sus masacres hay que añadirle el delito de memoricidio contra sepulcros y monumentos.

Hace 4 meses, mientras visitaba Mali en una investigación sobre la ruta transahariana de los libros medievales, advertí en la prensa internacional que esto sucedería con esa melancolía que tiene todo escritor al tener la razón en un hecho trágico. Y, por desgracia, lo irremediable ha devastado un país donde todavía viven en el miedo y en la incertidumbre bibliotecarios y custodios de los bienes culturales porque las amenazas en sus contra son inevitables. Miles salieron de Tombuctú a Bamako y se espera otra diáspora en los días por venir, dado que la guerra civil impide formular juicios prudentes sobre los que pasa. Ni los intervencionistas franceses ni la Junta Militar que gobierna Malí ni los radicales musulmanes dicen toda la verdad y la propaganda ha intoxicado de miedo el cálido ambiente.

Tombuctú, como Bagdad o El Cairo, es más un recuerdo colectivo de diversas generaciones que un lugar y no es incomprensible el temor que ha renacido por las consecuencias de nuevos ataques cuando se marchen las tropas francesas sobre la antigua ciudad, donde se han construido monumentos culturales que son Patrimonio de la Humanidad según la declaratoria que hizo la Unesco en 1988 y la inclusión de las extraordinarias bibliotecas del lugar, que forman parte del Programa Memoria del Mundo y sobre todo de la historia olvidada de España. Tombuctú, llamada también El Dorado africano y también la villa de los 333 santos, jamás ha conocido tiempos de paz, pero nunca an tes como ahora ha sido tan evidente su posible exterminio justo cuando había logrado ser una referencia turística planetaria con festivales de teatro y música.

El orientalismo ignoró por siglos –o para ser más exacto, omitió- el mestizaje curioso entre el mundo musulmán y los cultos antiguos africanos. Con la penetración del Islam cambiaron incluso las mitologías de pueblos tan independientes como los mandinga o los dogón. En Tarik al-fattash de Mahmud B. Muttawakkil Ka´ti se lee que el Caos dominó a sus habitantes, hasta que aceptaron el credo de Alá. Todavía puede encontrarse entre los ancianos una práctica esotérica animista; y la práctica exotérica islámica comunitaria.

La ciudad de Tombuctú, hoy abandonada por habitantes que huyen despavoridos, llegó a tener 200 madrazas para enseñar teología y no menos de 40.000 estudiantes divulgaron su doctrina. En Tombuctú funcionó la que se estima primera universidad del mundo de Sankore o Sankore Masjid; gracias a la erudición de sus creadores, la universidad alcanzó el número aproximado de 25.000 estudiantes y escolares entre los que se contaron hombres que llegaron a ser sabios como Abu Al Baraaka o Mohammed bin Mohammed Kara.

De las mezquitas habría que mencionar Djinguereiber, hoy con daños en sus sepulcros, erigida hacia 1325 por Ishaq es-Saheli, el escéptico arquitecto granadino nacido en 1290 que enriqueció por la millonaria fortuna que le pagó el espléndido emperador Mansa Musa, quien también se distinguió porque hizo su peregrinación a La Meca con sesenta mil personas y cien camellos cargados de oro sólo para probar su devoción. El edificio de la mezquita es extraño y su estilo desconcertante y mimético ante el paisaje se extendería por la ciudad al combinar el adobe y la palmera, como puede verse también en la milagrosa Sidi Yahya , que estuvo abandonada hasta que un iluminado apareció del desierto con las llaves y pudo abrirla siglos más tarde, o en la gigantesca Mezquita de Djenné.

De las grandes patrimonios de Tombuctú, sin duda que sus bibliotecas y libros. Una de ellas fue la biblioteca errante que conformó lo que hoy se llama Fondo Kati, una de las maravillas más increíbles de Malí. Ni su número es habitual (comenzó por la cifra de 400 volúmenes y hoy tiene 7000 volúmenes sagrados); tampoco deja de sorprender que sus manuscritos híbridos salieron en unas condiciones clandestinas de España, pasaron de mano en mano de Marruecos a Walata en Mauritania y estaban en el Níger hacia el siglo XVI hasta 1818, y sus herederos la escondieron cuando los franceses la buscaban en Malí para llevársela a París. Volvió a reaparecer la colección en 1990 y para 1999 estaba abierta al público, con los apuntes que solía hacer Mahmud Kati a sus textos que producen de fuentes árabes, españolas, hebreas e incluso francesas y que León el Africano admiró sin medida.

Según la versión de Ismael Diadiè Haïdara, descendiente autorizado de los Banû l-Qûtî ( de ahí el nombre Kati), hay más de 3 00 archivos que permitirían reescribir los lazos entre Tombuctú y el exilio morisco español, lo que permitiría recuperar una parte inevitable de la crónica de España. En Malí, aunque su nombre deriva del bambara y significa àmakɔ̌ o cocodrilo pantanoso, es habitual decir que quien no ha sido picado por un escorpión es porque no ha pisado la arena.

En un manifiesto público fechado el 25 de Febrero de 2000 autores como el fallecido Premio Nobel de Literatura José Saramago y autores de enorme importancia como Juan Goytisolo, Antonio Muñoz Molina, José Da Silva Horta y Ousmane Diadié Haidara, entre muchos otros, se alertaba sobre el estado del Fondo Kati:

"Hoy tres mil manuscritos de una familia exiliada de Toledo, la Familia Kati están en peligro de destrucción en Tombuctú. El diario ABC de España, News and Events de la Northwestern Uiniversity de EEUU, el Boletín de la Saharan Studies Association de EEUU, y el 26 Mars de Mali llevan meses señalándolo en vano” .

Lamentablemente, para 2012 el Fondo Kati todavía esperaba buena parte de la ayuda de la Junta de Andalucía, dispersada –como sabemos-- por demagogos y políticos irresponsables. Los 7000 libros que ha cuidado Haïdara, estaban ya en peligro antes de que la ciudad fuera capturada por rebeldes Tuaregs, pese a que el tatarabuelo del intelectual escribió: “Hemos perdido el color y la lengua, pero nos queda la memoria”.

Bastó un golpe de estado en Malí el 22 de marzo de 2012 para que fuera más evidente la precariedad de este legado. En un sublime texto, un poeta se atrevía a expresar un tema que se volvería nostálgico y popular: “La sal viene del Norte, el oro viene del sur, la plata viene de los blancos, pero la palabra de Dios, los cuentos hermosos y las posturas santas sólo los hallarás en Tombuctú”.

El amor por los libros en Malí no era inusual y se citan anécdotas que tal vez exageran, pero definen un contexto. Se dice, por ejemplo, que Al Uaqidi al morir dejó 823 baúles de libros y que el erudito Al Jahiz fue uno de los primeros hombres víctimas de su biblioteca porque al caerle un armario con libros lo aplastó y murió. Son curiosidades, pero asombrosas porque en la misma fecha una biblioteca en Europa apenas llegaba a 2000 títulos en un monasterio. Sobre todo a partir de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 el exilio de familias moriscas al África estableció distintas rutas de libros que fueron sacados para ser salvados de la hoguera. Y entre algunos de los que huyeron estaban Al Fazzazi el Qurtubi (1229), Alí ben Ziyad (1468), el arquitecto y poeta Es Saheli (1290), el “último visigodo”, Yuder Pachá y el mitológico Azzan el Wazani mejor conocido como “León el africano”.

El 50% de 500.000 libros y archivos ha desaparecido hasta el día de hoy, y la comisión de la UNESCO ha encontrado daños irreparables que sobrepasan los 10 millones de dólares, esto, es el presupuesto de alimentación de todo el norte en ruinas... Todo el norte de Malí es una región sitiada, donde el Programa Mundial de Alimentos (PMA) calcula que los refugiados siguen en Mauritania, Níger, Burkina Faso y Argelia sin esperanzas de volver; y este miedo lo manifiestan los valientes bibliotecarios que resisten justo a esta misma hora el desafío de la violencia y el odio que han puesto una emboscada a Tombuctú. El 2 de abril la Directora Irina Bokova de la UNESCO publicó una nota de prensa manifestando su preocupación por el futuro de la cultura de Malí y dejó claro que la comunidad internacional debía reaccionar sin demora, pero el desastre ha llegado para tristeza del mundo.

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“¿Primavera africana?”, preguntó no sin cierta sorna el guía que me despidió en el Aeropuerto de Bamako después de pasar un mes en Malí en enero de 2013.

¿Me pregunta por una posible primavera africana?”, volvió a interrogar con ese tono de los hombres que ya lo han visto todo o están por verlo y luego respondió de modo definitivo y suficiente cuando alguien advirtió en voz alta que el vuelo tendría un retraso de 24 horas más: “Sangre, dictaduras, corrupción, masacres, todo eso forma parte de la imagen de África, pero uds. los extranjeros sólo ven la fachada, vienen y se marchan pronto, y no entienden que la verdad del continente está en sitios sagrados como Tombuctú, un símbolo de la resistencia cultural y de la diversidad de nuestros pueblos”. Cuando el hombre se alejó, pensé en sus palabras y me dije a mi mismo que algo más grave estaba por venir porque el paradigma de tenacidad estaba en peligro. Esto mismo que pensé debió sentirlo ahora Lazare Eloundou Assomo al contemplar cientos de reliquias convertidas en ceniza por un sectarismo condenable que viola el derecho humano a la memoria e identidad que tienen todos los pueblos.

Fernando Báez es autor de "Las maravillas perdidas del mundo" (Oceáno, 2012)

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