El redondo objeto de nuestra ensoñación





Por Antonio Limón López

Si el género humano tuviera que escoger solo diez, de entre todos los objetos que ha creado, sin duda la mayoría escogeríamos a uno en común: al balón de fútbol. Su forma esférica los hace fácilmente asimilable a nuestro gusto, la esfera la encontramos en la naturaleza, nuestro planeta tiene esa forma, y es seguro que nuestros antepasados pateaban, por pura diversión, cocos, guajes,  piedras y otros objetos parecidos a nuestros balones. Ciertamente no se han encontrado –al menos hasta el momento- pinturas rupestres donde nuestros respetables abuelos homínidos aparecieran tirando penaltis, cabeceando a una primitiva portería, tampoco en las cuevas de Altamira ni en las de Baja California se encuentra plasmado un público extasiado ante una jugada prodigiosa de un Maradona o de un Marco Fabián cuaternario.

Pero dejando de lado esa remota edad dorada, de los guajes y de los cocos pasamos por una larga evolución hasta los primero balones modernos, que eran de grueso cuero de res, cosidos a mano con toscas costuras, eran bastante pesados y cuando llovía, entonces por el agua que absorbían se multiplicaba varias veces su peso, pero ni así se desanimaban los jugadores. Pelé, Tostao y Beckenbauer, patearon balones mucho más pesados y duros que los actuales y sin embargo, todavía sus juegos -vistos por la magia del “vídeo”- son un cautivante concierto de ligereza, de alegría, velocidad, de ritmo y de talento.

Por fortuna los balones han cambiado, ahora son obras maestras de ingeniería, de diseño fascinante, de materiales sintéticos inventados especialmente para ellos, de colores tan brillantes que despiertan la devoción de todos los niños y niñas así sean mayores de treinta años, porque el juego y el balón despiertan los mismos sueños en todas las personas, sin que importe ni la edad, ni el sexo, ni ninguna de las barreras que todavía nos separan.

Italianos e ingleses se disputan la invención del fútbol, pero patear un ovoide, un coco, una calabaza, un camote redondeado o un balón, ya sea para enviarlo o recibirlo o para pasarlo de un pie al otro, o para simplemente dominarlo es algo tan natural como respirar, con la diferencia que respirar es algo que hacemos sin soñar en ello, en cambio soñamos con patear un balón y con el “chanflee” que ansiamos darle.  ¿Acaso vivimos con el balón un romance a contranatura?

Es increíble pero el balón siendo un simple cuerpo físico, sólido, material, constituido por una estructura diseñada para soportar grandes presiones, golpes, para conservar la presión constante de un gas en su interior, con precisas costuras o sin ellas, es decir siendo una realidad fáctica, un cuerpo prosaicamente material construido con átomos vulgares y corrientes, sea antes que todo eso, después que todo eso y en lugar de eso un objeto fantástico, un sueño, un ideal trascendente, una utopía, un pedazo de Cielo en la Tierra, un algo tan motivador que los jugadores después del gol ansiado, se sienten transportados ante las puertas del paraíso y por ello dan gracias a Dios con un fervor y una devoción imposible de imaginar fuera de esas catedrales del fútbol, que son nuestros patios, la calle de al lado, la sala de nuestra casa, los llanos, los campos, un estacionamiento vacío o lleno, los estadios .. en realidad, cualquier lugar es bueno.

Wembley es la casa del fútbol y este sábado 11 la selección de México enfrentará a la de Brasil, no es este el deporte olímpico por excelencia, tal vez lo sea el maratón, o la prueba de los 100 metros, pero sin duda el partido de fútbol nos deparara a los mexicanos y brasileños 90 minutos de incertidumbre, de sentimiento de gloria y de profundo dolor para los perdedores, toda la tecnología que hemos podido inventar como especie en el universo se involucrará en este simple intercambio del balón, un balón que bien puede ser igual al que tenemos en la cajuela del auto, en la cochera o en el cuarto de nuestros hijos, un balón que en Londres 2012 se llama "Albert" pero que en cuanto a precio no es algo imposible para nadie, pero que una vez que sea puesto en movimiento sobre el pasto sagrado de Wembley se consustanciará en una realidad mágica, en el lenguaje universal, en la religión que une a todos, en un canto cautivante e irrepetible, en algo que traspasará cada una de nuestras células y nos transportará al cielo de la victoria más pura y diamantina o al infierno de una derrota … memorable, por decir lo menos.

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