POLIS ANUNCIA
que ya se encuentra en venta en los mercados del "capitalismo
mundial" el libro de Fernando Mires titulado EL LIBRO DEL AMOR
Fernando Mires
Breve
presentación de El Libro del Amor
Si es que vamos
a hablar, pensar o escribir sobre el tema del amor, resulta imposible no tomar
como referencia al más clásico de todos los libros que se han escrito sobre el
amor: El Banquete del Platón, también llamado El Simposio (Symposion).
Aún hoy, después
que han transcurrido tantos siglos, no deja de asombrar la viviente actualidad
de ese libro. Dicha actualidad no sólo se refiere a su contenido, sino también
a su moderna arquitectura. Con mucha razón dijo una vez Nietzsche que el origen
de la novela moderna hay que encontrarlo en los diálogos platónicos. El origen
de este libro, también. Este libro es, entonces, un libro sobre el amor que
trata acerca de un libro sobre el amor.
Mas, no se trata
de una simple superposición al texto platónico. Es, además, una interferencia
imaginativa. Vista esta misma relación de modo inverso, el libro platónico es
sólo desde un punto de vista geométrico la base de mi libro. Desde un punto de
vista filosófico es su premisa. Desde un punto de vista literario es su
inspiración. Y desde el punto de vista psicoanalítico es el semioscuro objeto
que sirve de blanco a mis inevitables transferencias
En este “libro
del amor sobre un libro del amor” he dejado fluir la retórica de los comensales
platónicos en un discurso que atraviesa los tiempos, vinculando la voz de los
filósofos griegos con los de nuestra difusa modernidad. He buscado a través de
mis indagaciones, no lo puedo ocultar, una nueva construcción. En ese proyecto,
he concebido este libro a partir de la configuración de una casa con siete
habitaciones (el número siete, recuérdese, es cabalístico).
En la primera
habitación se encuentra el genio de Platón. No obstante, aunque Platón es el
autor de El Banquete, no todo el texto es un reflejo fiel de la filosofía
platónica. Con gran honestidad Platón asumió en su texto el rol de un cronista
de su tiempo y, con relación al candente tema del amor, nos dio a conocer
diversas posiciones filosóficas (no sólo referentes al amor) que cruzaban a esa
inquieta Atenas de los cuatrocientos A. C.
En la segunda
habitación de esa casa y, por lo tanto, del presente libro, no podía estar
alguien que no fuese Sócrates.
Platón habla en
nombre del Sócrates y Sócrates habla a través de la pluma de Platón. Platón es
en ese sentido un intérprete (un hermeneuta, un exégeta) de Sócrates. Ninguno
habría podido existir en la historia sin el otro. Platón es, además, un apóstol
filosófico del Sócrates, del mismo modo que Sócrates y Platón pueden ser vistos
a través del marco de una perspectiva histórica como dos profetas griegos del
judío Jesús.
La relación
entre la filosofía griega y el pensamiento cristiano es, como se sabe, directa,
sobre todo en el mensaje del amor divino que proviene originariamente del Dios
Eros y que el cristianismo hizo suyo desde el momento en que fueron escritas
las cartas paulinas. Ya el llamado Antiguo Testamento contenía en sí, aunque en
clave, el espíritu de la filosofía griega, del mismo modo que el espíritu del
judaísmo también se encuentra presente en la herencia griega. Pero iba a ser en
la lección cristiana donde apareció el legado helénico no de modo implícito
sino explícito. De este modo, el pensamiento de Platón continuaría su camino a
lo largo de nuestra historia, haciéndose presente en las palabras del Cristo,
transferidas con una tonalidad abiertamente platónica por Paulo, Marcos y Juan
(entre otros) hasta llegar a consumarse en el platonismo declarado de Agustín,
platonismo sin el cual la teología cristiana (y no sólo la del amor) no
existiría.
Los selectos
comensales de El Banquete ocupan a través del encadenamiento que producen los
diversos eslabones que son sus discursos, una tercera habitación.
Cada uno en su
estilo, cada uno según su profesión, los comensales hablan sobre el Eros
analizando sus múltiples rostros. En cierto modo puede decirse que los
comensales de El Banquete asedian al Eros buscando extraer la confesión de su
última verdad. No obstante, esa última verdad se encontraba más allá de toda
filosofía. Es por eso que en medio de esa selecta compañía irrumpió de pronto,
y justo cuando el discurso socrático estaba terminando, no un intelectual, sino
un guerrero brutal: Alcibíades
Alcibíades no
era un filósofo; todo lo contrario, era un general; y él representa, a través
de sus desgarradoras confesiones, el amor no filosófico: aquel que sin ser
pensado es sentido. Por lo tanto Alcibíades es el habitante de la cuarta
habitación de la casa del amor.
Alcibíades, en
representación de un amor sentido, alteró con su simple presencia la lógica
pura del discurso filosófico echando a perder el juego retórico tan
pacientemente construido por los maestros pensadores y anunciando, con su torpe
aparición, el surgimiento de otro juego determinado por aquella instancia
imprevisible que es la existencia en su humana y siempre contradictoria
condición. El amor de Alcibíades al ser en primera línea un amor humano (y no
divino), bordea los umbrales del desvarío. Ahora bien, si aparece el desvarío
del amor, pensé yo, se hacía necesaria la presencia de un psicoanalista en El
Banquete. Pero no podía ser cualquier psicoanalista sino uno que ya se hubiera
ocupado intensamente de los personajes del Banquete.
Al psicoanalista
Jacques Lacan, invitado por el autor de ese invento que es este libro a formar
parte de la cena platónica, le ha sido reservada una quinta habitación.
Por lo demás, el
mismo Lacan sin haber recibido una invitación ya se había introducido entre los
comensales de El Banquete. En su legendario Seminario 8 dedicado casi en su
totalidad a comentar El Banquete, Lacan sometió a sus concurrentes a una
verdadera terapia de grupo. Fue esa la razón por la cual decidí invitarlo a la
fiesta, convirtiéndolo en otro personaje cuyas asociaciones no siempre conscientes
y casi nunca lógicamente comprensibles aportan evocaciones teológicas y
filosóficas de la más reciente modernidad. Dichas evocaciones, representadas en
fragmentos de Hegel, Freud y Heidegger, autores que nunca habrían pensado lo
que pensaron si es que no hubieran existido Sócrates y Platón, y sin los
cuales, a la vez, nunca Lacan habría pensado lo que pensó, son algo más que un
coro de aquella novela tragicómica que es El Banquete.
Por último, debo
señalar que al escribir este libro he estado muy acompañado por la presencia de
la musa del amor, la que, como toda presencia, suele hacerse también presente,
cada cierto tiempo, por su ausencia. La musa del amor habita en la sexta
habitación de esta imaginaria casa.
Ausencia y
presencia son las formas de existir del amor, como fue revelado por la adivina
Diotima de Mantinea, doble femenino de Sócrates. Diotima, en cierto modo, es la
musa que inspira el discurso del amor socrático. La musa del amor ha inspirado
también este libro, el que he escrito no sólo bajo la luz de la inteligencia,
sino también desde otra luz aún más radiante que es la que viene del propio
amor. Ella, “mi musa”, ha estado presente, leyendo y pensando en cada una de
las líneas de este libro.
La séptima es la
dimensión cabalística. Y esa séptima habitación no puede estar en otra parte
sino en la presencia a veces inoportuna pero inevitable del propio autor. Un
autor quien, habiendo llegado a una edad que le permite no sólo sentir amor
sino también reflexionar acerca del amor (lo que también significa, mirar al
amor desde una cierta distancia) creyó que había llegado el momento, como quien
cumple una tarea asignada, de escribir acerca del amor. No es aconsejable, en
ese sentido que un autor joven escriba sobre el amor pues antes de escribirlo
tiene que vivirlo. Por eso es que el Sócrates de El Banquete, como la gran
mayoría de los autores que después de él se han ocupado del amor, abordó este
tema en el otoño de su vida. No obstante, ni la edad ni la experiencia liberan
a nadie de su propia subjetividad. Mas todavía: afirmo que no soy ni seré jamás
capaz de producir un libro verdaderamente objetivo y por lo tanto, escriba lo
que escriba, lo escrito llevará siempre el sello indeleble de mi personalidad,
de mis recuerdos, e incluso, de mis olvidos. Para bien o para mal.
Con dicha
declaración de fe, doy por terminada esta breve presentación, mas no el
enunciado del tema del libro, tema, el del amor, que al ser en todos los
tiempos vigente, está condenado a ser siempre un tema inconcluso. Enhorabuena;
pues si concluyera, concluiría el discurso del amor. Y eso no es bueno para
nadie
NOTA: Para
obtener informaciones sobre adquisiciones, precios, distribución y lugares de
venta dirigirse a
info@librosaraucaria.com
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