De Diaghilev en los pies del Montjuic



Por Eva Feld

Para Belén Lobo

Es preciso recurrir a argucias como esta de recordar a Belén Lobo sin apenas conocerla, para intentar una crónica sobre Barcelona sin caer en los consabidos lugares comunes: es sí, una ciudad que nunca duerme y mucho menos tiende cama de laureles ante la crisis. Catalanes y visitantes abarcan sus espacios como sólo puede hacerse en una verdadera plaza urbana donde la cultura bulle desde el metro hasta la superficie, desde el Montjuic hasta la Barceloneta. El arte, ya sea culinario o estético, moderno o muy antiguo se despliega a todas horas en la arquitectura pero también en el mundo editorial y artístico. La creatividad se respira en una conjunción de desparpajo y tolerancia. Barcelona, aun en medio del mayor desastre económico que sacude a España sigue siendo un imán para turistas de todo el mundo que logran sorprenderse ante sus maravillas y sus secretos.

Una de esas maravillas es la CaixaForum; se trata de una fábrica textil singular, ubicada en los pies de la montaña de Montjuic, que el empresario Casimir Casaramona encargó al arquitecto Puig i Cadafalch, uno de los tres arquitectos catalanes más representativos del modernismo, contemporáneo de Domènech i Montaner y Antoni Gaudí. El edificio es una pieza única de la arquitectura modernista industrial catalana de principios del siglo XX. Pero además es la sede de impresionantes exposiciones. Una de ellas, en curso hasta el 15 de enero de 2012: Los ballets rusos de Diaghilev, merece ser visitada pensando en Belén Lobo, bailarina venezolana, cuya reseña en internet no sobrepasa diez líneas, de las cuales más de dos la señalan como la madre del escritor, animador, guionista y más famoso venezolano en España, Boris Izaguirre.

Allí, en la CaixaForum, ocupando una silla privilegiada, durante la rueda de prensa ofrecida por los organizadores de la exposición, escuché en tres lenguas (catalán, castellano y francés) las mas esclarecedoras explicaciones sobre el emprendedor Serge Diaghilev quien durante los veinte años que duro su emblemática compañía de danza (1909-1929) no sólo supo reflejar en ellas el espíritu vanguardista de comienzos del siglo XX, sino que además lo hizo haciendo bailar (literalmente) el arte en los escenarios.

La exposición, organizada en por el Victoria and Albert (V&A) Museum de Londres y producida por la Obra Social de “la Caixa”, cuenta con más de dos cientos objetos que incluyen vestuario, elementos de las coreografías, diseños, carteles, programas, fotografías, maquetas de teatros y películas documentales en los cuales se aprecia el afán renovador de Dighialev y de los numerosos colaboradores de los que se rodeo. Nada menos que Matisse, Picasso, Braque, Derain, Goncharov o Chanel, solo en el aspecto visual; músicos de la talla de Ravel, Satie, Falla, Stravinsky, Procofiev o Rimsky-Korsakov; bailarines del renombre de Fokine, Nijinsky, Pavlova, Karsavina o Massine y escritores como Jean Cocteau.

La rueda de prensa estuvo presidida por Jane Pitchard, responsable y conservadora del Departamento de Teatro y Danza del V&A Museum. Una apasionada del ballet, una erudita en el tema, una mujer excepcional, cuyo discurso británico pudo llegar a la comprensión de todos los asistentes, en su mayoría periodistas, gracias a la excelente interpretación simultánea de Jon Ander de Errazti, quien con su agradable voz poliglota logró la difícil tarea de satisfacer la curiosidad incluso de algunos hiperespecialistas que consiguieron respuestas en su idioma, por más puntuales y minuciosas que lucieran sus preguntas a oídos, que como los míos, escuchaban por primera vez vocablos y anécdotas muy especificas del ballet. Fue en esos momentos de complejidad cuando me vino a la mente Belén Lobo. Fue con ella en la memoria que recorrí la exhibición de los trajes diseñados por Picasso y por Matisse. Con ella me adelanté al grupo para descubrir un conjunto rosado viejo de pantaloncillo corto y franela, firmado por Channel y fue ella y no la Señora Pitchard ni el interprete de Errazti, quien me comento al oído, que Cocó había impuesto ese atuendo adelantándose a tu tiempo en más de medio siglo, pues aun hoy en día muchos bailarines modernos y contemporáneos lo usan. También fue por Belén Lobo por quien supe de las divergencias que separaron a Diaghilev de Nijinsky.

Al poco tiempo de estarla evocando y de escuchar su voz por encima de la de los organizadores, seguí imaginando que era ella, Belén Lobo, quien me explicaba que “a través de la compañía de Diaghilev y de su noción de obra total se transformó totalmente la danza. Era un hombre cultivado, ávido lector y coleccionista de libros, apasionado por la música y cantante amateur, aficionado al teatro y a la pintura - me decía-. A lo largo de veinte años presento en Europa y América unos cincuenta ballets de diferentes estilos, pero tenía su carácter; se decía de él que era un dictador, un demonio, un charlatán, un brujo. Vivía en habitaciones de hotel y tenía una debilidad especial por España”

Los vestidos diseñados por Matisse y por Picasso principalmente que seguimos mirando a través de la visita guiada nos fascinaron a las dos. Ella, probablemente en Caracas, o en Madrid, no sabe que sin ella la visita a los Ballets Rusos no habría sido la misma. Tampoco sabía yo que a la salida de la exposición vería en una de las estaciones del metro de la línea amarilla, un enorme afiche de la editorial Planeta anunciando el último libro de su hijo Boris: Dos monstros juntos, una novela de culta frivolidad o viceversa. Un fresco de comienzos del siglo XXI. Podría llamarse también un Ballet, con escenografía, música y letra, en el que el pas de deux se baila al compas de la glamorosa decadencia de estos.

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