La tristeza que tuvo tu valiente alegría




Por Astrid Lander

“La tristeza que tuvo tu valiente alegría”
Poema del Cante jondo. Federico García Lorca)

Sevilla me recibe para burlarse de mí. Antepone laberintos, rompecabezas, juegos de oca, actos detectivescos. Me obliga con sus reglas de juego a escondidas. Pero no hallo la flecha, extraviada, como mi vida incierta.

Las callejuelas se van estrechando o ampliando según te acercas o te alejas, y adelantan o vuelven más atrás de donde estabas, hasta el Guadalquivir abierto. Leo el mapa de Lorca: Sevilla se abre cuando llegas a su río.

Pero aún no llego al centro ni la vuelta a ese río verde aceitunado como si los olivos estuviesen sumergidos en esa agua profunda, cuyo vaivén reconforta mientras abanica un pato, un bote. Y necesito sentarme en su borde para aliviarme de ti. Para no nombrarte más.

Busco calles no por su nombre, sino por un recorrido intuitivo. Pero los desvíos retardan el tiempo, sigo sin noción del regreso, entre calles que no dan vueltas a la manzana, y no son manzanas, son naranjas las que ruedan por las aceras de las filas de naranjos a orillas de estas calles que internan a los patios internos de azulejos, cuando el tablao oriundo canta jondo, pasa aire / pasa la puerta / la alegría a casa.

Sevilla se ríe y se ríe en medio de mi tristeza.

Procuro seguir la sucesión de las horas sin contarlas. La siesta las acalla y recarga el oscurecer que durará la madrugada cantaora en el gentío de Santa Cruz, cuando el sabor de las tapas y vinos oculten las naranjas rodadas, incomibles y amargas, que desembocan en ese aro dorado que destila un buen moscatel. Sevilla almibarada para saber de su luz, de la tierra mostaza soleada como la Torre del Oro. De la arena en la plaza de toros que sopla desde el desierto árabe fronterizo, con inmigrantes colores de mercados marruecos, populares lunares rojos. Con los suaves azulejos moros que franquean las antiguas murallas.

Pero dificulta tanto confiar en estas calles apretujadas, ciegas hacia delante y hacia arriba, con las oblicuas paredes a punto de tocarse, y a cada rato la esquina, donde cuesta creer que en su doblez no haya un puñal para atemorizar la soledad de regreso tardío. Cuidado, me advierte Lorca: El puñal entra en el corazón. No. No me lo claves. No.

¿Pero por qué me has dado en el corazón?

Torero y saetera pelean el poder del amor, ante la guerra perdida del olvido. Depongo, me declaro en retirada, para izar la bandera de la libertad que me guíe, me deje seducir, haga la danza de mi femineidad ante un hombre apetitoso. Sí, sí, sí, multiplicados sí.

Escucho tu voz que fiestea, se queja alegremente con una garganta rota de la bohemia de fumar y beber. Voz, guitarra, palma, gitano que hereda el acento del ancestro herrero en el sonido tímpano del martillo en el yunque.

Un gitano es esa ala, esa pluma, brisa nueva, el futuro a pelo, para andar un buen camino. Tantas veces se reinicia, todo por sólo existir el momento. Para que no existas más allá. Allí, cuando el adiós libera.

Si me quedo un día más podré saber que la vida sigue viva, con la bendición gitana.
Sevilla no se burló de mí, jugó para que yo ganara, y mi tristeza se atreviera a obtener una merecida alegría.

Astrid Lander

Comentarios

  1. Astrid eres demasiado buena para la escritura. Hermoso texto, me conmovió, excelente en todos los sentidos.

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