Said, el intelectual de la piedra contra el tanque





Teódulo López Meléndez

El 25 de septiembre de 2003 moría el gran intelectual palestino Edward Said, luego de haber luchado por largo tiempo contra la leucemia. No lo habíamos olvidado, sólo que el día 26 se produjeron elecciones legislativas en Venezuela.

Said, el de la dura palabra contra lo que él llamaba prejuicios euro-céntricos contra los pueblos árabes-islámicos y su cultura. El fundador de la orquesta Diván Este-Oeste con Daniel Beremboim y de quien el gran músico israelí-palestino dijo que en realidad el oriundo de Jerusalén era un músico. El Premio Príncipe de Asturias 2002. El columnista de importantes diarios del mundo y el que resumió un rol de manera terminante: “Un intelectual es el autor de un lenguaje que se esfuerza por decirle la verdad al poder”.

Orientalismo es seguramente su libro más famoso. Al fin y al cabo fue traducido a más de treinta idiomas. Imágines estereotipadas de Oriente y occidente construidas sobre el imaginario occidental etnocentrista, el manejo de cultura e imperialismo como clichés ideológicos, el poder colonialista para impedir que surjan otros relatos, el análisis de los movimientos de resistencia, la mirada sobre los estereotipos culturales racistas, el implacable análisis sobre la administración Bush. Por allí andaba y anda este libro.

Said, quien rompe con Arafat por los llamados Acuerdos de Oslo, el que mira la derrota del pueblo palestino, el que se ata al tumulto de la historia contemporánea, el que queda marcado por la trágica guerra civil del Líbano, el que asiste a la segunda intifada. El profesor de Columbia cumple su rol, de intelectual mientras imparte clases a sus alumnos. Se desgarra frente a la destrucción de las bibliotecas y museos de Irak, tragedia magistralmente narrada por el venezolano Fernando Báez.

El intelectual Said se pregunta desde la invasión de Napoleón a Egipto finales del siglo XVIII y sobre este constructor semimítico del hoy que olvida la variedad de pueblos, lenguajes, culturas, relegados a un banco de arena. Es implacable el hijo de Jerusalén. Y se alza la mirada estereotipada sobre el demonio extranjero. Y se proclama humanista y cuando se le dice como puede estar tan cerca de Foucault, de pensamientos estructuralistas y postestructuralistas, alega que para ser humanista hay que ser un crítico feroz del humanismo. En algún momento escribí que el antihumanismo de muchos los hacía cada vez más humanistas. Said lo entendía como un modo de romper los grilletes y usar el pensamiento histórica y sabiamente para un entendimiento reflexivo, más un sentido de comunidad con otros intérpretes.
Dedicó su tiempo y esfuerzos a la defensa de los derechos del pueblo palestino sin olvidar jamás los sufrimientos a que fue sometido el pueblo judío y abogó por una coexistencia pacífica que lo llevó a plantear la tesis de un Estado dos naciones. El profesor hablaba en Columbia de Giambattista Vico, filósofo y filólogo napolitano cuyas ideas anticiparon a pensadores alemanes como Herder y Wolf, y después a Goethe, Humboldt, Dilthey, Nietzsche, Gadamer, y finalmente a los grandes filólogos del siglo XX, como Erich Auerbach, Leo Spitzer y Ernst Robert Curtius. Resaltaba el interés de Goethe por el Islán y de sus ideas de todas las literaturas del mundo como si fueran un todo sinfónico que pudiera aprehenderse teóricamente preservando la individualidad de cada trabajo sin perder la visión del todo. Se alza la voz de Said contra la estandarización de las ideas.

Critica a los gobiernos árabes incapaces que reprimen a su propia población y a la falta de entendimiento de lo que es Estados Unidos como sociedad. En lugar de choque o enfrentamientos aboga por la reunión de las culturas. Llama a leer en todas las formas posibles del mundo. Su interpretación del fatídico ataque contra las torres gemelas como originada en la guerra y el uso del sentimiento islámico contra el comunismo, como lo podemos constatar en la guerra afgana contra la invasión soviética, más el fracaso político de algunos países musulmanes, lo que conllevó a la idea de la religión como una repuesta a los problemas modernos, le valieron suficientes críticas.

Su condena al terrorismo palestino fue clara y contundente. Una de sus frases alegaba que había que hacer entender a los israelíes el daño que hacía a su pueblo sólo con palabras. Le molestaba de manera suprema que el debate sobre el Islam se pareciese a una controversia teológica cuando debía ser política e intelectual. Orientalismo y cultura e imperialismo es otro de sus libros imprescindibles. La soledad del intelectual aparece en toda su dramática magnitud, aunque alega que es preferible este destino a dejar gregariamente que las cosas sigan su curso habitual. Sus memorias tituladas Fuera de lugar lo atestiguan. El ataque israelí contra Cisjordania en 1967 lo mete de cabeza en la política, pero también aparece The question of Palestina. Toma de posiciones, escritos políticos, crítica literaria-cultural. El intelectual Said escribe, reflexiona y actúa. Repite su oposición a todo movimiento, sociedad o estado teocrático o religioso llámese cristiano, sionista o islámico. Y vuelve: el papel del intelectual es elevar la libertad y el conocimiento. Lo describe en Representations of the Intellectual. Y es siempre contra las autoridades que deben ser responsables ante los ciudadanos.

Caricaturizado, acusado de resentimiento filosófico, señalado como envidioso y lleno de desaliento, Edward Said cumplió su papel en este mundo, el muy desgraciado de ser un intelectual lúcido. Cuando murió hasta sus más acérrimos críticos debieron expresar su pesar, porque había muerto una voz inigualable del pueblo palestino. Tal vez sea un desconocimiento de su metodología, la de la trilogía que concluye con Cubriendo el Islam.

Para este breve recuerdo hemos utilizado la imagen del brillante intelectual que desesperado al ver como se destruye el sembradío de un palestino toma una piedra y la lanza contra un tanque. Quizás en esa imagen del hombre que alegaba sólo debía recurrirse a las palabras quede de manifiesto la impotencia del intelectual.

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