La historia de amor y el agujero negro





Teódulo López Meléndez

Pensaba que una historia de amor no podía ya conmoverme, pero he aquí que, por azar, por andar en Internet como anda uno ahora con acceso a todos los secretos, me topo con un polaco que por tejer sacos en Auschwitz se topó con una tejedora judía. El polaco no lo era, estaba allí por esas deportaciones masivas que a ratos excedían los ejecutantes de las órdenes del III Reich. Enviaron a tres muchachas a ayudar y el polaco alzó los ojos para ver lo que determinaría su existencia. Se las inventó todas, desde un uniforme de las SS hasta una identificación falsa, desde un acento alemán cercano a la perfección hasta un gesto de autoridad para convencer a los guardianes que la judía debía ser interrogada en otro sitio fuera del campo.

Y con ella se internó en el agujero negro de la noche, kilómetro tras kilómetro, oscuridad tras oscuridad, hasta que la dejó a salvo con la promesa de encontrarse para siempre. El siempre no fue más que inmensidad y misterio de universo. Ella terminó en Estados Unidos, él en Polonia, hasta que un día ella preguntó y alguien dijo que un polaco con una historia parecida había sido entrevistado en la televisión y contado algo parecido. Lo encontró, pero ya cada uno había tomado su camino, cada uno se había casado, cada uno tenía sus propios hijos. Ella rogó volver al agujero negro de la vida, abandonarlo todo y cumplir la promesa hecha de la fuga. Él respondió que no podía hacerle eso a sus hijos y los misterios de las ecuaciones quedaron sin resolverse. Nunca más ella contestó las cartas. Einstein había quedado vagando por Viena en busca de la velocidad de la luz.

No recuerdo sus nombres. Cuando leí la historia he debido copiarlos, pero a él lo llamaré Nikodem Poplawski y a ella inmensidad. Ahora –sea así por siempre- la fuga no se produce desde un campo de concentración. Se produce desde la Universidad de Indiana donde un polaco enamorado asume las vestes de físico teórico para revisar las ecuaciones de la relatividad general de Einstein y asegurarnos que todo nuestro universo puede estar dentro de un agujero negro. Nikodem Poplawski nos lo dice desde Physics Letters, como si se tratase de una carta a la amada que ya no las responde. Lo que no sabía el enamorado de Auschwitz es lo que nos dice este otro polaco de origen: puede que los agujeros negros del centro de la Vía Láctea sean puentes hacia otros universos. Y así la infinitud escapa de nuestras capacidades de medición. Más aún, si nosotros mismos vivimos en un agujero negro, si somos un agujero negro del cual no podremos salir sino comprendiendo la singularidad, esto es, lo que el judío alemán llamó densidad de la materia que tiende al infinito. El destino del polaco enamorado de la judía era densidad inalcanzable: ahora parece –desde la paradoja de la historia- una irregularidad matemática.

Líbrenme de inmiscuirme en la variante Einstein- Cartan- Kibble- Sciama para describir el momento angular de las partículas elementales. El polaco y la judía lo eran, unos seres sometidos al juego de los dados. Einstein había asegurado que Dios no jugaba con ellos. Ahora los físicos hablan de torsión, para calcular una propiedad de la geometría del espacio- tiempo. La materia rebota y empieza de nuevo a expandirse, nos dice Poplawski. La materia rebota, pensó la judía cuando el recuerdo la volvió a asaltar y buscó al polaco que la liberó, pero el polaco estaba ya en otro agujero negro. El universo se expande porque rebota. Este ya no sería llamado con propiedad nuestro universo, pues estar dentro de un agujero negro equivaldría a estar en un universo diferente. El polaco de la universidad norteamericana dice que podemos comprobarlo midiendo si existe una "dirección preferida" en nuestro propio universo.

Juegos de materia y antimateria. Pareciera que en las pequeñas grades historias humanas el agujero negro donde vivimos-no vivimos reproducen el universo donde estamos y no estamos.

Cuando apareció la teoría de la relatividad se dijo que apenas diez humanos serían capaces de entenderla. Ahora este gringo-polaco de Indiana nos desata una versión que será criticada por la comunidad científica. Lo único cierto es que su tesis me ha llevado a recordar una vieja historia de amor nacida en un campo de concentración y a interrogarme sobre la compleja sencillez de lo humano. Cuántas historias multiplicadas por los universos infinitos. Los agujeros son negros porque no pueden reflejar la luz y no podemos verlos. Creo que la historia del polaco y de la judía en Auschwitz sí puede verse. Los humanos sí somos capaces de entender y entenderemos los agujeros negros. Palabra de destino.

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