La decepción del siglo XX






Teódulo López Meléndez
teodulolopezm@yahoo.com



Puede pasar uno años sin toparse con un texto emocionante. Puede uno denigrar de la literatura por un tiempo.

Puede uno pensar en un agotamiento. Puede uno describir la bondad de las viejas novelas y volver a leer a los poetas grandes. Puede uno, pero la sorpresa espera a la vuelta de la esquina.

Siempre he sostenido que un gran libro es aquél que lo hace a uno distinto de cómo era antes de leerlo. El gran libro es el que lo modifica a uno lector, que lo cambia una millonésima de milímetro, aquél del cual uno afirma que no es el mismo después de leerlo.

Es exactamente lo que me ha pasado leyendo El hombre que amaba a los perros del cubano Leonardo Padura. Puede ser la historia de Leon Troski, puede ser la historia de su asesino Ramón Mercader, puede ser un vistazo espectacular a la guerra civil española y a los conflictos internos del bando republicano, puede ser una mirada profunda en la revolución rusa, puede ser un escalpelo sobre la personalidad de Stalin.

Puede ser todo eso, pero es más. Escribe un cubano irritado y porfiado. Es también un vistazo al interior de Cuba, de sus escritores, del hambre atenazante, de las imposibilidades literarias.

El hombre que amaba a los perros es un uso magistral del lenguaje y el empleo de las técnicas de la novela casi a la perfección, tan perfecta que no se nota una costura. Sí, también es esto. Pero debo decir que El hombre que amaba a los perros escapa de los personajes de su texto, escapa de las historias y de las sombras, escapa para convertirse en un fresco del siglo XX, en la muestra perpleja de una profunda decepción, en el retrato de un tiempo cínico, en el marco de una angustia profunda. El hombre que amaba a los perros es la caída de las utopías, la decepción profunda de un ciclo del hombre, la denuncia patética de la condición humana. La novela hace que uno lector se estremezca, se remueva inquieto, baje el libro impreso hasta las rodillas y mire por la ventana en busca de aire fresco.

Lo dicho, el libro escapa y escapa hasta plantarnos frente a lo más denigrante que pudimos hacer en el gran tiempo de los avances científicos, de la llegada a la luna, de los descubrimientos más osados.

Estoy convencido de haber terminado de leer el juicio más implacable que la literatura ha hecho de la pasada centuria. Cierro el volumen de 600 páginas y me quedo un rato largo mirando el rostro del autor, de Leonardo Padura, el cubano que tenía miedo de escribir esta novela, mejor, de Iván, el personaje que lo ampara. Tiene 55 años, está calvo y usa barba. Me pregunto si algún día lo tendré enfrente. Me aseguro que sí, que iré a La Habana y lo veré, cuando esta novela increíble pueda ser leída por los cubanos.

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