Por Jaime De La Gracia
En el Arte y, esto es válido para la literarura, la estatura de la obra es proporcional a la altura del manejo que se haga del lenguaje.
Philip Roht hace de la literatura el arte del aburrimiento.
Nada simpático este señor.
El aburrimeinto en Philip Roht es el equivalente del negativismo en Dostoievsky, la distancia que los separa son las formas de producción, rural-semiindustrial en el último y el capitalismo salvaje en el primero.
Los personajes de Phlilip Roht tienen algo de singular, por lo general siempre tienen una segunda oportunidad y, que nunca desperdician, figuras de clase media asediada por los miedos reales y figurados que los azotan dentro de una sociedad cosificada en las ganacias a costa del otro. La piedad si es que existe es un lujo que tiene precio y este precio a pagar es la afiliación sin condiciones al ghetto que puede ser de indole religosa o existencial como la anorexia que arrastra el incubo de una oficina anónima que se traga toda forma de convivencia humana.
Creador de un lenguaje elegante en deuda con el cinematógrafo reniega de la epopeya barata y acogota con su estilo la vida y conciencia de los personajes, es la asfixia lasciva del ser, sexo, como la otra cara de la derrota inapelable de las ilusiones a las que todos tenemos acceso sin oponernos y sin consultar con el destino.
La obra de Phlilip Roth, no es la opulencia de las pasiones, tampoco el hastío de la saciedad satisfecha que trae todo desenlace, diría más bien, que es la espera a la que hacía referencia Lord Byron cuando habla de la llegada de la experiencia para recomponernos del fracaso.
/ Pero el poeta Lord Byron no vivió lo suficiente para constatar lo inutil que resulta acumular experiencia para enderezar el camino por recorrer / .
Hacer arte es luchar contra el aburrimiento. También lo es emprender las grandes aventuras, pero los que se arraigan, los que se quedan atados con pies de plomo al barro manso de lo cotidiano, ¿cómo logran avances contra el aburrimiento? Telémaco sabe la respuesta, los pretendientes lo intuyen dentro de las vacanales interminables y, la tejedora Penélope le da forma en la espera cardada que será interrumpida por la llegada inoportuna del amante.
Los amantes fieles son inoportunos.
Philip Roht lo sabe o lo intuye o ambas cosas a la vez; los amantes recreados en su literatura tienen suficiente con el juego de la ironia y el incorformismo, no le temen a las consecuencias de la sexualidad ilícita. Un rasgo notorio en su literatura es la fragilidad de las figuras femeninas, son juncos que se doblan rendidas al vaiven existencial y al desarraigo. Sombras agresivas, pequeños monstruos que parecen estan ahí para dar constancia de lo vanal y lo manipulable que puede resultar una relación sexual.
Nada simpático este señor.
Berlín
Escrito en los tiempos de la amenaza real del neoliberalismo.
Octubre 1. 2009
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