Poemas de Mibelis Acevedo Donís

 



SALDOS



Reviso tus saldos
Liquidez invaluable de estos días. 
Redescubro en ellos tus alientos
uno a uno,
forjados en el acero de tu lengua precisa
y preciosa.

Acudo a este reguero de memorias
que dibuja tu voz, intransferible, 
tu espíritu flotando cerca del mío
íncubo desprovisto de crueldad,
desprovisto de alas.

Asisto al nacimiento de los hijos de tus manos
la salvedad de tu última sonrisa
anuncio de nuevos soles en Andrómeda.

A veces eres la semejanza imposible
el espejo.

Reconozco allí la limpia percusión,
el dictamen del pulso
uno a uno, el pacto de diez titanes
tu voz redonda y fecunda
equilibrio fractal del pensamiento
la palabra tan pulcra desdiciendo la sequía
la llave hacia el caos
la sentencia del orden
        que no puedes posponer.
Única clave.

Jamás desatino
aunque no queden ya tersuras para probarlo.

MOMIA



Qué más dar, que no haya dado.
En qué canopes hurgar, que ya no haya vaciado
Si has desgastado tus dedos en las cavernas de mis tajos
He abierto mis venas, has visto manar de ellas
un fluido invisible
cuyo exilio furioso 
no logra darme muerte, 
Y que sin embargo,  
vacía mis pulmones, agujereados fuelles
por los que las horas van desertando.

Qué más pides de mí
Si me he partido en dos para endulzarte
Rota, desmigajada
ungida en este inclemente manoseo
sumergida en especias y su condenado efluvio
detenida en la cresta del estallido
aboliendo el grito
así
mi cerebro emigrando a través de mis fosas nasales 
y yo, sin poder moverme
así
la sonrisa embalsamada
taciturna ante los sacerdotes
oculta bajo mis vendas, para que otros me crean ciega
muda, 
momia sin lengua 
despojada de nervios. 

Qué más pedir
Qué otra cosa dar, otros preguntan.
Siempre quedan costras en el fondo, sin embargo. 

Ya he agotado seis de mis siete siglos de existencia 
aún así, he de conjugar presentes
entera, a pesar de la desgana,
presa de este eterno devenir
de esta aparatosa calma  
de todo el pavor del desamor 
que en su templo me rebana.


BRUJA





Noche de luna y aquelarre:
He de vestir hoy mi larga saya.
Las eras no pasan en balde
Llevo escrita la seña de Asmodeo en mi frente:
Me hago entonces de este cuerpo convertible
Lo disecciono frente a todos
Y dono mis ojos a los cuervos.

Noche de luna y olvidos
Dentro de mí, la plaga de la carne sin licencias
Todas las mujeres están pariendo, menos yo.
Todas gimen y son besadas, menos yo.
Mientras,
mi vientre bebe a sorbos los sudores del infierno.

Noche de olvido y emergencia
La mandrágora se apresura en resucitar bajo la sombra del ahorcado
Bajo mi sombra, nada crece
Es el sino sempiterno de la bruja
Del hada
Del duende
De la villana.

Es noche para emplear alas de sacrificio.
Todas las mujeres besan el suelo, menos yo
todas abrazan sus cilicios, menos yo.

Miro sus nucas, desde mi altura.
Miro sus vidas domesticadas.
Yo
La bestia
La que no se deja
La que paga condena por crimen de libertad culposa
la que todos aman, e invocan, y crucifican.
Yo
Sin prole
Sin cadenas visibles
Sin aullidos que celebren su sangre de lirio.
Mujer sin torso, descuajada.
obligada al sagrado oficio del espanto.

Desde el cielo de soledades que transito
La noche luce siempre interminable.


ESPERA

Ven, amor,
desbórdate en mis fondos
¡mi vientre estuvo deshabitado por tanto, tanto tiempo!
He esperado una era y otra con brazos abiertos,
Dócil hembra crucificada,
pupilas abiertas,
córtex abierto
La herida en pecho hendido por las postergaciones.

Lléname las entrañas de ceniza
Para que pueda devolverla al mundo
Hecha mujer, hecha hombre, hecha prodigio.
Una yesca
Una lumbre diminuta.
Sólo te pido que emprendas un milagro.
He emergido de la tierra
He mirado de cerca la cara del arcángel:
(Me advierte con ojos de acero
que el tiempo es cuchillo lamiendo mi orillas.)

Hoy no quiero camposantos en mis orificios.
Hoy preciso vida,
Movimiento,
Íntima sublevación,
Un motín contra la finitud.
Ven, llena mis cavernas con tus espejos
Tú y tu ímpetu
Tú y tus ganas de dragar en los antiguos yacimientos del mundo.

Ven a colmar mi útero:
harta mis oquedades, aliméntalas.
Mira que el arcángel me ausculta desde lejos
Escuchando atento la síncopa de mi oración
La carne multiplicándose,
este vapor que sube,
El aliento del no nacido.
Esperando.


NOCTURNO


“De noche, sola, me caso con la cama”
Anne Sexton



Cómo será
Cuando seamos uno
Cuando tu peso sea la medida
de toda la gravedad del mundo
cuando pueda danzar en ciudades de azul miope
dispuesta, toda yo
al fin, cascajo en alivio,
despojada de los esmeros del día
flor deshojada por tus manos.
Tierra, raíz sin claustro
sedienta y extendida. 

De noche, sola, presiento el sudor de mi bautismo
El olor de la patria nueva,
mi liviano ostracismo.

Cómo será... ¿no te preguntas?
La piel, la tormenta, el nervio
la celada impecable
Tu pecho de hombre
Mis pechos de hembra, atravesándote
Intentando fundirse en el cosmos de tu sangre.
A juro, a cuerpo, a fuego,
Como venga.

Me pregunto,
¿Serás como imagino?
Me disuelvo sin prisa en esta espiral de incertidumbre
Caigo, caigo como nunca antes,
Me retiene siempre mi cama
mi cuerpo recrea cabriolas mínimas
mi cuerpo se cimbra
baila,
ensaya,
busca el centro
mira a través de membranas y párpados cerrados.

¿Cómo será cuando tu aliento cincele mi nariz,
cuando tu boca me trague,
cuando me haga mujer esponja
mujer ungüento
mujer abrigo
mujer sin figura
ni alta, ni baja,
mujer universo
mujer tálamo?

¿Cómo será la saliva
El tránsito, el sabor del beso
la pequeña muerte
justo antes de que el sol nos ofusque
con el rojo feroz de sus indicios?

Cómo serás, imagino.
Cómo seremos.
Juntos, así,
Horizontales
Torres sin lastre
cuando con la noche seamos uno.
Y yo ya no sea una con mi cama.


NOCHE



¡Adúlteros,
mansos, desventurados,
acudid todos!
Ciudadanos sin lustre, bípedos optimistas
borrachos y oscuros trovadores
casta de vencidos, 
diletantes de la negrura
entrad a esta casa en descosida bandada.

Adictos del beso, arrebatados,
Suicidas, músicos,
espléndidos mentirosos,
trágicos enamorados,
Ninfas insurrectas,
neuróticos y aprovechadores del surco ajeno,
noctívagos:
ella promete adoptarlos a todos
coleccionarlos, 
indultarlos a todos
ungirlos en su indolencia de vieja celestina:
mientras dure,
eso sí,
mientras no claudique ante el asedio feroz y tibio
de las madrugadas.

SOSPECHA


A veces, miro el cielo
en la hora del vértigo.
El pecho se hace jaula, a juro aprisiona un ave
me hace una con su aleteo,
su sístole encrespada.
Pero igual no cejo en mi tozudez de funambulista
igual me sostengo en el vacío
igual vuelo.

A veces,
destranco la puerta de los miedos
me bautizo en la piedad de otros
Me deshago de la hiedra tenaz y las cenizas.
Deshojo pañuelos
Digo adiós.
Abordo trenes.

A veces,
La luz me aturde
La confundo con oscuridad.
Igual avanzo.

A veces,
tantas,
la balanza me incrimina;
desayuno entonces con frugales retazos de memoria,
me reconstruyo en la conciencia de saberme entera
a pesar de las faenas, los contratos
la carne cansada
la sangre que puntualmente pierdo
los remedios caseros
este país de circulares abandonos.

A veces,
soy más fuerte que yo.
Eso me temo.


CIRCE




Circe,
tan ávida de amor
Tan desolada
Tan malquerida Circe
Incomprendida.

¿Acaso nadie vislumbró antes en ella
los domicilios de la dureza de Hécate,
la molicie de quien la poseyó sin penas ni glorias en Cólquida,
la costra doliente de sus menguas?

¿Acaso Odiseo
-espejo en su incompletitud y sus roturas-
supo nadar a través del humo,
supo colmar con dulzuras la entraña angurrienta
supo renunciar a la bestia,
al terror
y entregarle su humanidad en vaso lleno?

Quizás.

Quizás la casa de piedra
cedió como el sudario que cada noche destejían en Ítaca.
hembra dispuesta a exhumar el estremecimiento,
la blandura que se había tragado la peste
harta de pastorear cerdos, leones con ojos y pezuñas de hombres
lobos hambrientos y mansos.

Capaz, sí,
de retoñar en la ofrenda del amor sin amor
el pacto de entrega y renuncia.
Sierpe despellejada,
resuelta a respirar en lo adelante con la daga en las costillas.
condenada a recordar por siempre,
a internarse en el bucle agrio y dulce
a vivir, sin embargo.

Quizás entonces Circe no haya dejado de ser Circe,
de ser bruja,
sabia,
mujer furiosa,
espléndida domadora del aullido
y sí la mariposa exhausta de sus metamorfosis.

CIUDAD





Murmullos, cantos, silencios fragorosos
Báculos de piel
Repentinas roturas.
Nada amordaza a esta comarca.
Las puertas se abren
En chasquido batiente
Se cierran.
El alma que deambula sin ropa en los malecones
A merced de los dedos díscolos de los indigentes.

Ciudad apenas amansada
por lluvias de meteoritos
Por dolores
Por rubios latigazos
Por besos
Por la molicie testaruda de los amantes
o la miseria de quienes jamás la cruzaron.
Un fecundo estropicio
con toda su fatiga
su verde bamboleo
Sus entrañas expuestas
Toda hambre y arrepentimiento.

Ciudad
una pupila abierta, siempre abierta
Nervio sobre nervio edificada.
Tan imperfecta y hermosa,
humana, como su sed, sus derrotas
madriguera de ángeles para maitines,
justo cuando sus diques se desgajan.





Patria
Casa
Madre. Madre mía.
Un padre.
Daguerrotipo incierto
el prisionero que vivía libre en París
y recitaba versos
en el furtivo idioma de los gitanos.

Casa.
El ruiseñor atravesado por la espina
mi infancia a merced del estallido del cerezo
su jugosa jarana.

Casa
Abuela.
Sus manos santas, su fe de nervio y barro,
metal y pergamino.
Oráculo de la cebolla,
la sopa, el humo
la emboscada piadosa del puchero.
Su desvarío en botón
su ahogo mínimo, su ala rota de ángel
sus lágrimas por nada.
Sus tanteos de ciega
Su conversación con los muros.

Los pies,
Las manos de los adultos.
La blanda coartada del abrazo
consuelos de avena y leche tibia.
La secreta rotura de mi madre
Su sonrisa
su ardoroso naufragio.

Los dedos titánicos de mi abuelo:
yo, arete prendido a ellos,
yo, síntesis minúscula de todos sus destierros.

Una ventana
Un azul
Un cierto verde.
Cierto mar

La brisa que nos levanta,
plenitud de gaviotas saciadas, el bullicio.

Madre
Casa.

Hermana mía
mi trozo de guerra, mi hora de recreo, mi alianza.
Un hermano colgado de su lote de cielo.
Un padre, épico y borroso
una fotografía en blanco y negro.
El esqueleto desvaído de un lirio
cosido a una cartulina.
fête de l'amour, solitaria, en la distancia:
apenas barrunto de otra primavera.

La órbita del malecón
la sirena y su escarmiento de espuma
repasando itinerarios de la claridad.

La playa sin borde, una línea imprecisa
pies descalzos, la hora de la dorada fuga,
Luz litoral,
devota del beso en los ojos de los niños.
Yo,
a merced del ascenso
prendida de los dedos del coloso.

La tibia corazonada del pan, a media tarde
Luna que mengua tres veces para ser cama.
La voz avemaría de mi madre:
El ruiseñor que se inmoló por la rosa
Andersen, la astilla en el corazón de Kay
Wilde y su manirrota, desmantelada estatua
Dulce compañía, ángel de mi guarda.

Casa
Madre
abuelos
Hermanos míos
Oración, sílaba primera.
nido que me acoge al final del día.

Palabras de origen,
linterna que destroza la negrura del túnel
como un sortilegio.
Sólido respiro
Certidumbre de esta patria que me habita.

ESPANTO


Este lugar,
Ortiga de aguja y duelo, 
atravesándome.

La muesca puntual en el costado.
Mapa del dolor 
Turbia raíz
escarabajo. 

Inédita gramática del fusilamiento:
el luto que cambia nombres y tiempos
jamás su linaje.

Cuerpo unánime, plural 
al que desnudan y consumen y talan.
Una y otra vez obligado 
a la arcilla, 
al germen, 
al retoño. 

Como puede

va la voluntad sellando huesos,
desbrozando la holladura
besando llagas,
porque el abismo es enorme
porque el abismo es hoy cañón
y boca infecta.

Cuánto se hinca este transcurrir.
El día largo que encalla en vigilia sin dulzuras.
La rosa negra
El joven tajo
El pulmón perforado.
Ora la vida, el feroz intervalo; ora la nada.

Este espanto que junta

Este espanto que muerde

Este espanto.

HOJA


Hoja en balance
paisaje efímero
mínima pirueta en faldas del aire.

Ligera es la contundencia del suspiro.

CAZA





Temblor, temblor de alas.
Los ladridos, la agitación,
la adrenalina aliñando el nervio,
anticipando la virtud indolente del acero
para hendir sin prólogos la carne transparente.

Suenan trompetas que destripan la madrugada.
Hace un siglo caducó la veda.
                  (Es temporada de caza
                   y los ángeles lo saben.)

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