Entrevista a Soriano: "Yo soy la narración"




Enrique Moya

(Esta entrevista realizada por el poeta Enrique Moya a Oswaldo Soriano nunca fue publicada completa. La reproducimos ahora, visto que Soriano nació en un enero y murió en un enero)

I
"La hora sin sombra"
Ser una especie de amanuense de los personajes, a los que hay que seguir con papel y lápiz tomando notas de lo que dicen o hacen es, según Camilo José Cela, narrar. En esta primera parte de la entrevista me gustaría acceder a la fórmula que tiene Soriano para narrar una historia y que ésta sea efectiva y saber, además, qué la diferencia de los demás:

No quisiera que me asocien nunca con Camilo José Cela. No por razones de escritura sino por razones históricas...Pero acepto que amanuense es una buena palabra.

Ahora, yo creo que un escritor, al menos eso es lo que yo siento, se piensa, se entiende muy a mal a sí mismo. Cuando una persona que no leyó mi última novela, me pregunta de qué trata, no sé qué contestar. Porque es muy difícil para un escritor decir: "mi novela trata de...". Salvo un tipo de escritor político que haya escrito manifiestos políticos donde precisa bien la dirección de sus argumentos, puede afirmar que se trata de una novela contra la intolerancia o anticomunista, etc. En cambio un escritor, un narrador como yo no tiene una respuesta precisa.

En esta última novela, "La hora sin sombra" uno percibe claramente una diferencia fundamental en su patrón narrativo. Es la primera vez que veo que usted encara el problema de tomar muchas historias en tiempos divergentes, conectarlos y resolverlos, desde el punto de vista técnico, sin perder la sencillez del relato. Logra, felicitaciones, entusiasmar al lector

Cuando comencé ésta mi séptima novela -después de tres años, libro de cuentos de por medio- me planteé soltarme más en mi relato. Generalmente mis novelas anteriores contenían una sola historia. Me gustaba ser lineal, es decir, comenzar, desarrollar y terminarla de una manera natural a la historia misma. Esta fue una apuesta, y la hice con mucho miedo. Miedo en el sentido de que yo nunca había jugado con tiempos; esto es, pasar del año 43 al 52 y de allí al 54 y pasar luego al 95. Como yo soy muy mal lector, así como soy muy mal espectador, tenía el temor de que no se entendiera nada, que un personaje de la página 4 luego apareciera en la página 30. Lo que es hoy el segundo capítulo, antes era el final; el cuarto capítulo lo puse después del veinte y seis. Desde luego que requirió de un
trabajo enorme articularla...corté mucho, reescribí tanto. La novela es como una suerte de rompecabezas...

Leí que usted decía que "La hora sin sombra" en realidad terminaba en la página 60, sin embargo la novela tienen 231 páginas. En la escena de la página 60 el protagonista se desprende de su parte intelectual y se bate a tiros como cualquier delincuente. ¿Se trata de un final anunciado o de una trampa para lectores?

"El tiroteo", como yo le llamo a esa parte, estaba escrito al final, cuando ya la novela estaba terminada. Estaba trabajando en ese momento en Francia y tenía escasos interlocutores. Pero le di a leer la novela a un joven escritor colombiano muy interesante, Santiago Gamboa. El me observo que faltaba algo que definiera mejor al personaje, que le diera a la novela un poco más de accionar. Y me quedó esa intriga. Y convine, luego de releerla, que era cierto. Hacía falta conocer un poco más de lo errático del personaje. Me permitió, desde el punto de vista técnico, resolver tres cosas: hablar un poco más del narrador -el que cuenta la historia en la novela- darle un poco más de acción y explicar algo que se me había pasado por alto: el origen del arma. Es decir, si lleva arma, alguien - un escritor, un intelectual- que se supone no debería llevar armas, me sirvió para remitirme al pasado argentino. En argentina alguien que lleva armas, salvo los fascistas, la lleva un medio avergonzado. Y yo no conozco a nadie que sepa usar un arma. Excepto mis amigos ex-guerrilleros que si deben saber disparar muy bien. Pero quiero decir con esto, que el origen del arma, a la medida que la novela avanza, contiene elementos de la historia reciente; un arma no es gratuita.

En la historia de nuestros países, está demostrado que un arma no es gratuita. No se lleva sólo para defenderse de los ladrones. Entonces de allí, que este hombre compra el arma aun ex-comando de la guerra de Malvinas (Comando de Malvinas son aquellos, salvo honrosas excepciones, que se rindieron vergonzosamente ante los británicos). Pero todos ellos tienen detrás de la guerra de Malvinas, y esto es lo que la novela plantea subyacentemente, el peso de la dictadura. Y la dictadura es el paradigma del asesino. Esto le daba cierta profundidad moral dentro de la inmoralidad que significa declarar guerra y muerte. Muy contrapuesto a nuestra época en la cual no somos nada. Una época lineal, posmoderna. Tan difícil, sobre todo para los jóvenes, preguntarse qué soy, quién soy...un consumidor. La epopeya de nuestro tiempo es ser consumidor...

Leyendo esta novela y otras anteriores uno infiere que usted está a la búsqueda de la identidad argentina a través de los principios que le inculco su padre.

Sí, en efecto, la novela plantea una de mis inquietudes: la búsqueda de la identidad perdida. Creo que hoy día en ninguno de nuestros países sabe nada del otro. Por eso le decía que yo no sé nada de literatura latinoamericana. Se ha roto el hilo aquel de la década de los 70, que hacía que todos conociéramos, por ejemplo, media docena de cada uno de los países de América; que fuéramos al Perú, a Colombia a Venezuela y nos recibieran nuestros colegas que ya nos habíamos leído. Y hoy esto se terminó, no sé explicar por qué, pero esto se acabó. Hay una suerte de frontera, de muro que hace que no nos conozcamos. Si usted no me la cuenta yo no sé qué es de la vida literaria de Venezuela, con excepción de los escritores tradicionales que pertenecen a otra generación. Yo creo que la globalización ha tendido a
disolver las aldeas que en este caso las vivimos como países. Creo seriamente que hay una tendencia hacia la disolución...

La globalización en vez de unir lo que hace es dispersar, fragmentar...

En efecto, la discusión actual tendría que ser la defensa de la identidad. Porque nosotros no somos franceses, porque más que usted y yo hagamos nunca vamos a poder parecernos a un británico, mucho menos a un alemán. Por más comercio e intercambio financiero que realicemos (los empresarios y los gobiernos, quiero decir) eso no va a cambiar nuestra historia e idiosincrasia; nuestra identidad. Bolívar y San Martín pasaron apenas anteayer, no hace cinco siglos, con una moral con una ética, con una utopía; pero sobre todo con una utopía que no podemos olvidarnos de la noche a la mañana. Yo no puedo olvidar el sueño de Artigas, la patria de Bolívar, las utopías de San Martín o los sueños de Santa Cruz, cualquiera de los grandes.

Lamentablemente estos sueños e ideales han sido utilizados por las dictaduras, más que por las democracias. Se han realizado grandes masacres en nombre de Bolívar, de San Martín, de O´Higgins, como justificación al significado de patria. Y esto ha tenido como consecuencia que todas las ideas generosas, como patria, justicia, el bien común, nos fueran arrebatadas por las fascistas, por los ejércitos iluminados. No se trata de hacer historia como si fuésemos escolares, pero son ideas que las democracias deben rescatar. Yo tengo cincuenta y dos años, y se pensaría que esto no debería importarme (en un mundo de egoísta como en el que vivimos), pero si me importa para mi hijo, para pueda sentirse orgulloso; no rico, pero si orgulloso. Esto es algo que la novela plantea de una forma más o menos velada.

Ahora somos un continente pobre y con un extraño orgullo, que es lo que está pasando...

No, no lo creo. Ahora somos más pobres sin un mínimo orgullo. Al menos yo no percibo ningún orgullo por sus utopías, por sus tradiciones, por su historia como lo tendría un francés, un británico, incluso un norteamericano. Se ha perdido el interés por nuestras culturas con diferencias y unidades y a mí me parece que cada vez somos más pobres y menos orgullosos. Por ejemplo, que queda del Che Guevara: una remera -una camiseta-. En algunas encuestas hechas siempre hay un 12% que piensa que el Che Guevara fue un famoso cantante de rock.

Pero esta pérdida de valores se hizo notar de una manera muy enfática y contundente en un país como México, tan orgulloso de sus tradiciones y tan específico en el continente. La manera en que se ha ido vaciando ese país a través de la políticas neoliberales de apertura total y desculturización, termina en un subcomandante Marcos atrincherado en algún lugar tratando a los gritos: acá hay miseria, acá indios, acá hay una tradición.

Según el subcomandante Marcos "Yo no quería tener un rifle. Pero así es el siglo XX, tienes que disparar para que te escuchen"

En ciertos momentos yo creo que en México y como está sucediendo ahora en la Argentina y en otras partes del continente, se llega a tales extremos de insensibilidad que presionan para que ocurran cosas indeseables. Yo soy contrario a la violencia no en general, porque sino no hubiésemos tenido independencia. Sería absurdo aceptar que Bolívar hubiese sido como
Gandhi. Hay ciertos momentos en los que inclusive la iglesia justifica modos de violencia. Marcos ha sido todo lo prudente que se puede ser hoy. Combatieron muy poquito tiempo y empezaron a negociar. Algo así como lanzar unos fuegos artificiales para llamar la atención. Unas largas conversaciones que corren el riesgo de no llegar a nada.

Una investigación hecha por Thomas Benjamin para la Universidad de Michigan, deja constancia en un libro de reciente publicación al español: "Chiapas tierra rica, pueblo, pobre". Dice, además que, es verdad que por las ramas, nada debería exigirse; pero señala que el obstáculo es con quién hay que sentarse a conversar si la democracia mexicana está tan corrompida. ¿Es posible establecer el diálogo en las actuales democracias latinoamericanas?

Uno de los grandes logros obtenidos en este continente es la instauración del espacio democrático. El asunto es saber quién conspira contra ese espacio. ¿Los pobres o los pocos ricos? ¿Los ricos cada vez más pocos, cada vez más ricos? en una etapa en la cual ya no se le puede echar la culpa al imperialismo, al capitalismo internacional, porque eso ya no es posible. La actual situación se ha convertido en una mezcla de intereses que ya no se sabe a quién responsabilizar. Por ejemplo, usted y yo podemos comprar deuda venezolana o argentina y...

Y somos dueños de un pedacito de país el cual no conocemos.

Claro. Y además dueños de nuestra propia deuda. Es decir, que por un lado venezolano, debe una cantidad de dólares per capita, y al mismo tiempo tiene documentos de los cuales es acreedor de sí mismo. Es una paradoja extraordinaria. Entonces, es verdad que ante eso el discurso y la mirada cambian. Hace veinte años cuando cayó Allende le echamos la culpa a la ITT, pero ahora es todavía más complejo: también es la ITT más los accionistas de Paquistán, Francia, Australia...

En el fondo la globalización ha hecho de que todos seamos culpables o responsables sin siquiera saberlo. Es decir lo que podríamos llamar "la globalización de las culpas". Tal cual lo plantea en "la hora sin sombra", participamos en una historia en la cual no tenemos capacidad de incidir.

Exacto. En nuestra historia hoy es muy difícil incidir. Por eso he mencionado la importancia del reconocimiento cultural; reconocerse en los elementos que hacen nuestra identidad. Si nos reconocemos nada más que en eso, no creo que sea mucho pretender. Si nosotros sabemos que esos los elementos comunes acercan a nuestros países países...Reconozco, que hablar de "nuestros países", dado el contundente fracaso, es una verdadera desgracia; pero al menos, pensar en que si somos países realmente ricos no es posible que tengamos tantos pobres.

Vayamos un poco más allá: ¿somos realmente países?

Esa sería la pregunta central. Pero avancemos un poco más en nuestra pretensión. Dejemos las geografías ricas del norte. Somos un continente que tiene la mayor reserva de oxigeno del planeta, somos dueños del aire que respira el mundo. Tenemos petróleo, minerales de todo
tipo, que no son artículos suntuarios. En fin, tenemos todo aquello que hace aún más inexplicable la situación de miseria y pobreza por la que pasan nuestros países.

Hay que buscar también otras explicaciones. Yo nunca fui amigo de los empresarios ni de las burguesías nacionales. Pero la gran trampa ha sido siempre derivarle la culpa al de afuera. Sin saber quién es más ladrón si el que hace Coca cola o el empresario nuestro, el local. A mí me da la sensación de que al menos la Coca cola está bien hecha y es confiable; pero sobre el producto de nuestro empresario local, tengo serias dudas. Quizás mi padre haya tenido razón cuando siempre me decía: "Si te ofrecen francés y alemán al mismo precio, escoge alemán. Si te ofrecen alemán y japonés, aún más caro, japonés".

Percibo en su narración dos paradigmas, tanto de la realidad como de la literatura contemporánea: uno la soledad, el desamparo y la muerte. Su novela toca el aspecto de lo que yo llamaría "la última soledad", esa cuando de la que nos enteramos gradualmente a través de los obituarios de los que fueron o son nuestros amigos. Yo lo veo así, la soledad del autor, que se diferencia de la soledad del narrador, y esta a su vez de la soledad del personaje. Hablamos a veces de la soledad borgiana (la soledad del otro) o de la soledad kafkiana (la soledad de sí mismo) ¿cuál es la soledad soriana, si me permite este término. Y en qué se diferencia la soledad de un argentino a la de un danés, un japonés o un venezolano.

Yo soy lo que clínicamente llaman melancólico depresivo, o algo así. Me es más fácil apenarme que ponerme contento. Primero hay una soledad única y universal que por, más acompañados que estemos, nos sentimos solos. En primer lugar porque somos mortales. Sentimos infinita impotencia que nos hace (que nos lleva a) estar solos, y sobre las que se fundan todas las religiones. Los obituarios de los otros no hacen otra cosa que preceder al nuestro.

Confirmar que nos vamos quedando solos. Una anciana amiga solo compraba la prensa para revisar los obituarios. Los funerales eran la única reunión social que se permitía...

Sí, es muy usual en los pueblos del interior que los viejos miran cómo sus amigos van dejándolo solo a través de los obituarios. El velatorio es la glorificación de lo inevitable. En Latinoamérica es una fuente de humor inagotable, como defensa al horror del que va a estar metido mañana en ese cajón.
Pero en esta novela a mí me interesaba hacer un homenaje a los grandes escritores como Melville, Conrad, Kafka.

Kafka cuando escribe a su novia y le dice "qué hermoso debe ser morir dentro del texto de uno mismo". No caer el manuscrito ni el escritorio, sino dentro del texto, es algo genial de Kafka, y al mismo tiempo bien kafkiano eso de caer dentro de la profundidad misma del relato.
A mí me interesa siempre la idea de definir, de intuir qué cosa es un relato. Por momentos en la narración en la década pasada ha sido de pésimo gusto narrar, relatar. De pronto algunas vanguardias se habían impuesto que rompían con el lenguaje de la narración; gesto típico de toda vanguardia eso de romper con todo y que surge cada veinte años. Creo es un poco una
burla sin mayores propuestas eso de eso de destruir algo para no ofrecer nada. Empezar una novela, por ejemplo, con la páginas en blanco y terminarla tal cual, y que alguien diga que eso es genial. ¿Qué es un novelista sino no tiene nada que ofrecerle al lector?

Cuando comencé a escribir La hora sin sombra me dije: "me gustaría hacer algo que fuese una infinidad de relatos muy breves, y fragmentarios e inconclusos, entrelazados unos con otros, de modo de conseguir una suerte de largo relato que fuese a la vez muchos relatos, que al mismo tiempo todos tuvieran su propia autonomía.

Y eso es lo que me atemorizaba, que no saliera bien.

Pienso que las pequeñas historias, sobre todo de la primera parte, nunca terminan. De pronto empieza a hablar de su madre y luego se desvía y no sabemos qué fue lo que hizo. Me proponía profundizar en la tradición de los grandes narradores orales.

Yo soy un hombre del campo, mi adolescencia la pasé en el campo. Y en el campo siempre hay un hombre en la barra del pueblo que tomaba la palabra.

Remplazaba "El había una vez..." con alguna otra cosa atrapante, y que paralizaba la audiencia con algo así: "Entonces don Casimiro se levantó, se quitó la camisa y dijo..."; entonces todo el mundo se callaba y lo miraba. Es decir, es algo que va más allá de tomar el relato oral y escribirlo.
Se me ocurre a mí, y en la novela se dice en algún momento, que en el fondo no es que narramos, sino que nosotros mismos somos el relato. Somos un relato. Lo que pasa es que no sabemos de quién somos relato. Entonces, convencionalmente, en esta novela, aparece la figura del pastor con la idea que somos un relato de Dios. Que Dios se ha puesto a relatar un cuento oral y usted y yo estamos en un momento del relato de ese dios, cualquiera sea, que está contando una vasta novela. Y que por extensión el relato del Comando de Malvinas, la pistola del Pastor etc. Las narraciones son un relato, nuestras culturas son un relato. Y si el relato es malo... En alguna parte dije "La Argentina es un mal relato". De alguien que se puso a contar mal. Hay malos y buenos narradores, a nosotros nos tocó uno malo.

El protagonista de "la hora sin sombra" afirma (pág. 189) que el narrador siempre busca esconderse. Sin embargo pareciera que en su caso no ha sido tan verosímil, porque al hablar de un escritor que busca a su padre, da la impresión que esta novela es una especie de biografía oblicua y metafísica de usted mismo.

Sin embargo; no. Uno trampea...

Sustento esta afirmación en un aspecto en particular en la descripción del "Gordini", auto que tenía su padre en la vida real, en la descripción que se hace del Torino del padre del narrador, es como si fuese la de un Gordini.

No. Sin embargo acepto esas lecturas, puesto que el lector tiene derecho a las aproximaciones. Mi idea de la narración es que el escritor debe escribir de forma más o menos abierta para dejar que el lector me cuente a mí, como autor, sus narraciones a partir de mi narración.
Hay gente que me cuenta cosas, a partir de mis narraciones, que yo jamás escribí.

Mi interpretación primera: ¿por qué un Torino? Yo me pasé mucho tiempo mirando todos los coches para elegir qué coche. Puedo asegurar que hoy soy un experto en coches. Yo no quería que hubiese mayúsculas o números en todas las páginas. De manera que quedaban descartados el Renault 12 o 19. Por eso hay un Dacia, y que es el colmo de lo malo, auto con el cual no se puede llegar a ningun lado. No podía tener números porque es gráficamente mal...

Yo avalo las posibilidades inconscientes de un narrador. ¿Usted no cree en las conexiones subyacentes en el hecho de describir, como en este caso, un auto como otro que probablemente no se parece, más que una trampa sea la manera en la cual un novelista dejar su impronta a través de un guiño biográfico?...Disculpe, no quiero forzar la cuestión, pero...

Puede ser. Vamos a llegar a eso. Por qué elegí un Torino. Este es un auto que se dejó de fabricar en el año 80, cuando yo ya no estaba en el país. Es el único coche en la historia de la Argentina, que es argentino ciento por ciento. No una copia de un coche extranjero. Es, repito, un coche completamente argentino.

Eso como concepto, de qué manera se manifiesta en el discurso narrativo de esta novela.

Es muy sutil. El Torino es la prueba de que hace muchos años en un lugar tan alejado del mundo como lo es la Argentina, se pudiese decir, "Voy a intentar algo que valga la pena. Voy a luchar contra
la Ford y la Volkswagen, y lo voy a hacer mejor".

Hubo una fábrica de capitales mixtos. Fue de un ingeniero argentino que resultó un genio y que diseñó el auto pieza por pieza. Era un auto cuyas partes no se parecían a ninguna. Era hecho como a mano, en su propia fábrica. Era una pequeña obra maestra. Era un coche caro, pero fue durante quince años el emblema del país. A tal punto de que las embajadas argentinas no tenían Cadillac, ni Mercedes, sino Torinos. Para mí esto es muy trascendente en lo personal. Hace muchos años me perdí en Estambul, y de pronto caminando vi un Torino. Y me dije estoy salvado, porque sabía que ese carro no podía ser de un turco, sino de un argentino. Y en efecto, el carro resultó ser de la embajada argentina.

Por eso al elegir el coche de mi novela escogí al Torino, porque es un emblema que ya no existe. Y que, además, el personaje de mi padre, en la novela, pudiese reconstruir, aunque fuese algo de las utopías derrumbadas a través de un paradigma íntimo, en el transcurso del relato. Escribí la historia del Torino, un capítulo entero de aspectos muy técnicos y precisos, pero la saqué de la novela. Dicho brevemente el Torino en la novela es un paradigma con el cual el personaje reconstruye identidades.
Así que…debo admitir, hasta cierto punto, que en ese sentido usted tiene razón: hay una asimilación del Gordini en el relato del Torino, entre otras cosas el coche de mi padre -en la realidad- el me lo prestaba para que yo sacara a mi novia a pasear. Me acuerdo siempre del día que con el cigarrillo le quemé el asiento. El drama el presentarme ante mi padre y darle explicaciones sobre el daño que le había ocasionado al único coche que había tenido en su vida. Mi padre un funcionario público que con mucho sacrificio compró su coche, y que lo pagaba humildemente en cuotas.

Entonces, sin duda, puede ser que sí, de una manera inconsciente, ese Gordini se haya involucrado en el relato. Además también puede haber otra razón: me encariño con las maquinas inertes. Yo soy de los que se encariñan con las cosas, y les cuesta desprenderse de ellas. No soy de los que las tiran a la basura. Puede ser que compre aparatos más modernos, pero los que ya compré son un pedazo de mi vida.

Desde la primera Olivetti, con la cual escribí "Triste, solitario y final". Esa máquina no la he podido vender, ni tirar. Es sagrada. Es como una suerte de museo personal. Lo mismo me pasa con las computadoras portátiles que he ido teniendo a largo de mi vida, me da no sé qué venderlas; con ellas pasen horas terribles, horas divertidas.

Esta novela se conecta con otras narraciones suyas como el caso de "Una sombra ya pronto serás", "Cuarteles de invierno" en la manera en la cual los personajes asumen las incertidumbres, los enigmas y el destino de participar en una historia en la que sin embargo no deciden ni pueden incidir en ella de manera eficaz...

Sí, hay una escenografía común que recorro en todas mis novelas. Y que al aspecto más sobresaliente que las une a todas es la soledad. El cantante y el boxeador de "Cuarteles de invierno" son dos soledades que se juntan con el pretexto de que no les alcanza la plata, van a compartir la pensión, y a partir de ahí van a compartir destino.

Tenemos dificultades culturales para compartir las cosas nuestras. Cuando se hizo una película alemana con "Cuarteles de invierno", el director alemán me dijo que le costaba entender lo que para todos nosotros era obvio. "Necesito saber por qué el cantante, cuando cancela, vuelve al pueblo y se pone del lado del boxeador”. Es una cuestión de tiempo la empatía, la amistad. Y de pronto uno se encuentra en una situación fuera de lo normal extraordinaria se conoce y se conecta con ese alguien y ya no podrá abandonarlo nunca. Entonces ese boxeador que es un ingenuo, un pobre tipo, al que van a usar y ese otro cantante que lo ha conocido y que parece haber tenido una experiencia política aunque no sea muy importante, vuelve y se pone a su lado y comparte con él la aventura. Y esto es muy difícil comprender para una persona educada en la cultura de Goethe, de Nietzsche. Es una cultura tan distinta a la nuestra en la que esas pequeñas cosas que para nosotros están sobrentendidas son las mismas que explican las batallas heroicas de la Independencia.

II
Literatura argentina

Su narrativa se diferencia de los narradores argentinos de su generación en que asume la nitidez, más que la complejidad en el modo en que usted cuenta las historias. A diferencia de otros de sus colegas argentinos en los que la historia es secundaria y localizar el enigma o claves es la verdadera razón de la narración. El caso de Ricardo Piglia y de, quizá, Puig en una que otra novela.

Puig pertenece a otra familia. Admirable por otros motivos. Pero cuando usted habla de enigma el primero que me vino a la mente fue Ricardo Piglia escritor que yo admiro mucho.

En el caso de Piglia el siempre plantea un enigma a dilucidar. En un artículo que alguna vez publiqué, decía que uno de los grandes comienzos de novela es uno que tiene Piglia en una de
sus narraciones: "¿Hay una historia?, Si la hay, ésta es así..." En el fondo el "Hay una historia" la pregunta encierra algo que luego se agranda muchísimo y que una infinita posibilidad al lector. La pregunta de Piglia contiene enigmas literarios. Piglia es quizá el hombre más enamorado y estudioso de la literatura latinoamericana, particularmente la argentina. Es uno de los que ha rescatado del olvido a uno de los grandes escritores argentinos de todos los tiempos que es Roberto Arlt. Sin duda el más grande de los escritores nacidos en Buenos Aires. Esta ciudad dio solo dos escritores de la ciudad: Roberto Arlt y Adolfo Bioy Casares que son los que la conocen realmente bien.

Yo, sobre todo en "La hora sin sombra" me planteo todo el tiempo muchos enigmas. El enigma de la cultura de la historia; el enigma de la verdad, de cuando la decimos. Y podría agregar, ¿cuándo respondemos un reportaje, decimos la verdad o decimos otra cosa? ¿Podría haber dicho otra cosa, o lo contrario? Qué lugar, si es que hay algún lugar, ocupa la verdad, y luego dilucidar cuál es la verdad. O qué es la verdad en este tiempo en el que nadie dice la verdad. Y agregando más complicaciones: en lo intelectual, ¿dónde está la honestidad intelectual? Todo esto es una suerte de enigma gigantesco.

Sin embargo la posibilidad literaria del enigma como forma en sí misma de hacer literatura, ha chocado con su escritura; su narrativa no ha sido del agrado de las nuevas -por decirlo en alguna forma- vanguardias literarias.

Yo he propiciado sin querer muchos adversarios a la idea de narrar. Aunque esas enemistades, quizá también tenga que ver con el éxito de mis novelas, que los aspectos narrativos propiamente hablando. Esto se ha generado en una generación que vino hace una década y que, por elevación, atacaba la idea de narrar. Y decían: "miren qué tonto, este tipo que cuenta una historia, como si aún hoy día se podría contar una historia". Qué estupidez, que idiotez en el peor de los sentidos, ¿no? Yo creo que con el tiempo, debido al fracaso de las alternativas o las propuestas diferentes a la narración, la narración ha demostrado tener mucha mayor solidez.

En esto no estoy incluyendo a Piglia, obviamente, porque él es alguien que entiende muy bien la narración, y puede descomponerla y componerla cuando quiera. Como Picasso, que para descomponer una manzana, antes aprendió a pintar bien una manzana. Y cuando supo pintarla ya nunca más la pintó. Pero primero estaba obligado a pintarla.

Esto es más fácil demostrarlo en pintura, pero en literatura todo es más difícil. Componer y descomponer una narración es asunto bastante más complejo. Escribir un cuento de cinco páginas lleno de circunstancias y personajes, y sus respectivas emociones, no es tan obvio en literatura.
La emoción, el argumentos, los sentimientos, una técnica de narrar como la de hace 50 años, apelar al lector, etc. Alguna gente piensa que esto es justamente opuesto a la literatura. Esto es un poco el argumento de esos otros escritores. Como si la literatura fuese algo frío y aséptico.

Yo no puedo afirmar o negar una afirmación de esta naturaleza como lo haría un teórico. Pero justamente los teóricos y las escuelas de letras en Argentina tienen una idea contraria a lo que yo escribo. De hecho no soy santo de su devoción, mis libros no se estudian, no están
de las facultades de letras de las universidades argentinas, sobre todo de las de Buenos Aires. Si se me menciona es para mal, porque soy “un narrador”, casi con la misma poca importancia que en las universidades y los círculos literarios, le dan un narrador de pueblo, a un narrador oral.

La única vez que me invitaron a la Universidad de Buenos Aires, hace mucho tiempo, ante setecientos alumnos. Cuando empezaron a cuestionarme, les dije que yo era el menos indicado para hablar de la narración, porque yo mismo era la narración.

¿Qué es el no narrar?

No lo sé. No sé si alguna vez ha tenido nombre. Creo que ha sido una generación de gente que quiso creer que la narrativa estaba agotada. Pero si usted pregunta a mis enemigos, seguro le darán un sustento sólido de sus argumentos.

Hoy día florece mucho el escritor que al mismo tiempo es profesor de literatura. Y eso a mí me parece casi incompatible. Yo prefiero un escritor que sea mecánico, porque allí sí que no hay un conflicto de intereses.

En mis conversaciones con escritores argentinos siempre surge espontánea la presencia de Borges. La literatura argentina ha tenido el peso de Borges a tal punto que todo aquello que no sea borgiano, se le descalifica de una u otra forma. Hay un peso enorme en hacer y ver la literatura a través de Borges. De hecho, por en cada feria del libro hay una actividad que se llama “Cómo sobrevivir a Borges” o algo similar.

Esa es una de las claves. Yo como cualquier lector inteligente, soy un ferviente admirador de Borges, hay cuentos de él que casi me conozco de memoria. Tuve la fortuna que jamás se me ocurrió que uno pudiera ser escritor, y emparentarse con Borges. Creo que eso es imposible. Sería exactamente igual a esa gente que hace el ridículo imitando a García Márquez. Y cuando dije en la universidad que "yo soy la narración", lo mismo digo para todos de los grandes narradores que amo: García Márquez es la literatura. Yo digo, la literatura española es Cervantes y García Márquez. Borges, tiene un gran peso teórico.

Muerto Borges y terminada la dictadura, es que se ha podido hablar de otras cosas que antes estaban prohibidas. En literatura la gente no podía debatir en la facultad o donde fuera, no se podían hablar de los autores exiliados, ni de Walsh, ni de Conti. Cortazar estaba prohibido. En el exilio tuvo encuentros muy fuertes de personas que desde acá que lo acusaban de cosas horribles. Yo creo que la dictadura con su silencio tan prolongado apago la intelectualidad de este país. Es una historia de la literatura argentina que nadie ha querido ventilar. Y cuando se menciona algo sobre el tema, todo el mundo se encrespa.

¿Cómo afecto eso en la literatura argentina propiamente hablando?

En el año 76 hubo acá una gran quema de libros de la que se habla muy poco. Era una quema, una pira como en la edad media, y en el que alrededor cantaban el himno nacional. Y ese mismo día, y casi a la misma hora, la dictadura designo a un filósofo, como embajador de la UNESCO. La pregunta es ¿cómo es posible que en el mismo momento que se están quemando libros se nombre a un filósofo de embajador? Y así, por extensión, comemos con el dictador; también por extensión se puede establecer una teoría de la literatura argentina
bajo una dictadura, y que esa dictadura mañana pueda sobrevivir, siendo libre de su pasado porque se preocupó, desde la literatura y la intelectualidad de entonces, de dar una única narración de país.

Tengo la impresión que esa narración fomentada por la dictadura se prolongó hasta los primeros años de la democracia. Sobre todo porque el presidente Alfonsín tomó mucha gente de la dictadura que la incorporó a la cultura. Esta no fue una dictadura más de sólo censurar periódicos o allanar revistas. No, esta fue una dictadura que entraba a su casa y se llevaba a sus familiares y usted no los veía nunca más. Ese terror aún pervive. La actual indiferencia y el silencio que existen actualmente tiene su explicación: el terror.

La pregunta era sobre Borges y nos hemos dado un paseo por la dictadura. ¿Qué relación hay entre una cosa y la otra?

Pues porque Borges se prestó, me parece sin saber por qué, a la dictadura. Quizá por curiosidad, porque le ocurría al final de su vida. Borges fue víctima de la pelea izquierda-derecha. Entonces para la izquierda era un amanuense que sí, que escribía bien, pero... y se le colgaron todos los sambenitos por todos los disparates que dijo en su vida.

Lo empezaron a mostrar por televisión. Nuestro ciego más famoso, era genial, decía cosas realmente muy divertidas,… era muy divertido Borges ¿eh?, Su inteligencia dejaba a uno patitieso.
Lo llevaron a la televisión y tuvo un gran éxito en televisión. Incluso hablando de Melville de Stevenson, porque hablaba muy bien. Ya su literatura era genial desde hace cuarenta años.

Borges fue a Chile y le dijo a Pinochet: "Nuestros países merecen doscientos años de dictadura". Y entonces la gente de buena voluntad, la que lo queríamos mucho, no hizo otra cosa que pensar que aquello era un gran chiste de Borges. Chistes que ayudaron a que su imagen quedara trastocada.
Es verdad que luego escribió contra la dictadura. Saludo la llegada de Alfonsín con un poema. Borges quedaba con su inmenso genio, pero al mismo tiempo como uno de los pocos intelectuales ligados a la dictadura.

Pero no se crea, ahora las vanguardias anti narración también han abierto una injusta moda contraria a Borges. Es triste porque él jamás excluyó de su universo a nadie, a no ser que fuera un mediocre.
Y en sus textos citaba a los más obvios, a los que todos queremos Conrad, Melville, Stevenson, hablaba de la "Isla del tesoro" y de otras obras fundamentales de los autores mencionados. Si uno ve el prólogo en la biblioteca de Borges, cada libro elegido por Borges llevaba un prólogo de él. Allí uno observa el perfil de lo que Borges quería. Él siempre dijo que era mejor lector que escritor, una frase muy linda y coqueta. Me parece que como a todo muerto (como a Perón que luego lo hicieron socialista, maoísta etc.), le dieron demasiados calificativos.

Esa influencia o actitud también se refleja en la opinión bastante negativa que en general tienen los narradores argentinos hacia el realismo mágico o, por ejemplo, hacia Vargas Llosa o García Márquez. Cosa realmente curiosa por demás, porque fue una
editorial argentina, de Buenos Aires, Sudamericana (después de ser rechazada por muchas editoriales latinoamericanas más cercanas a ese tipo de literatura que las editoriales argentinas), que dio a conocer al mundo ese paradigma del realismo mágico que es "Cien años de soledad", novela fundamental que, según los expertos, es por la cual llega a la Academia Sueca a retirar el premio Nobel de Literatura.
En ésta, su última novela, hay una parte en la que un predicador evangélico hace levitar ("levitar" es, obviamente, un verbo garciamarquiano) a una niña y la salva de morir ahogada. El protagonista del relato se muestra frente a esa historia, sarcástico y mordaz, como si fuese algo muy lejos del talante literario del argentino. ¿Es un guiño escéptico e irónico o reivindicador del realismo mágico?

No. Claro que no. En todo caso es un homenaje porque soy gran admirador de García Márquez. Lo que pasa es que usted seguramente ha hablado con gente resentida.

Porque, claro, usted sabe lo que pasa es que hay una gran envidia. No es fácil, debe ser muy duro saber que uno jamás podrá escribir una obra de la magnitud de la del Gabo. "El coronel no tiene quien le escriba", no es una novela más. No es una obra más.

La lengua castellana tiene un ciclo muy corto: Cervantes, García Márquez y Borges, en el cuadro de colosos, de gigantes de la literatura. Esto crea para tanto mediocre una animadversión natural. Yo he escuchado decir: "No. Yo no voy a publicar hasta que pase la moda garciamarquez". Qué moda es de la que están hablando. Treinta años escribiendo grandes novelas que tienen muchos lectores, y esto no está atado a que las novelas sean buenas o malas. Sino a una obra que se defiende por sí misma.
Lo que pasa es, primero, de una gran soberbia porteña, del intelectual mediocre, oscuro (y lo digo así porque usted no me ha querido mencionar nombres). Antes de hablar mal del realismo mágico hay que aportar otra cosa, hay que tener una obra de una solidez muy grande y no, apenas, dos libritos. Perdone, pero yo me ofusco cuando escucho estas cosas.

Los verdaderos escritores sabemos lo que significa enfrentarse ante una narración compleja. Esto me lleva a pensar que si Cervantes fuera contemporáneo dirían que es un "escritor cómico", que es una mierda. Cervantes es el fundador de la literatura castellana, por el hecho de que pasó hace cuatrocientos años, pero si se apareciera en la Argentina hoy, eso es lo que dirían de él. Y en este tiempo en que Cervantes no es posible por razones de hecho, socioculturales, económicas. El Cervantes de hoy es García Márquez. Puede ser antipático decirlo; pero es la verdad.

Esas cosas me causan bronca porque cuando van dirigidas a un grande tienen que ser por otro grande, y no producto de la envidia. El escritor porteño es muy narcisista, en una ciudad como Buenos Aires que es lamentablemente narcisista. Donde todo el mundo se cree mejor.

Mientras sea doméstico, que se diga el pelotudo de Bioy Casares, el pelotudo de Borges está bien; estamos en familia. Pero llevar esto a la obra de García Márquez…. La única explicación posible es la envidia…la envidia de ver un tipo que dura tanto tiempo en las librerías y no me da una oportunidad a mí. Pero nunca se plantean que el Gabo es divertido, es entretenido, que te hace pasar grandes días de lectura; y que lo otro que se ofrece, no le interesa más que a cinco personas

Usted me decía hace poco que existía una especie de lucha permanente en que el libro sea dado a conocer, en que hay crisis de lectores -o de venta de libros- en América Latina. ¿Qué responsabilidad tiene el autor en esas crisis?

No quiero hablar por hablar. Me cuesta hablar de la literatura latinoamericana más allá de las figuras que ya conocemos, de las figuras consulares. Sobre todo los mexicanos que son campeones para escribir en la mañana y a hacer divulgación o propaganda política en la tarde y viceversa. Octavio Paz es un campeón de eso, lo único que ha hecho Paz en su vida es ideología de derecha, ha sido el mayor campeón en la lucha contra el comunismo. Yo creo que debe tener hasta un monumento en algún lugar.

Sin dejar de reconocer que es un poeta colosal. El pasó su vida luchando contra el socialismo. Pero otros también sin querer ser con ellos peyorativo: es una tradición, Fuentes, Castañeda, Monsiváis, Fernando del Paso. Y esto ha afectado, de alguna forma al libro y los lectores, porque empiezan a ver en los autores a voceros ideológicos y no a autores dedicados a la literatura.
Pero más allá de eso, México es uno de los países que juntos tiene la mayor cantidad de buenos escritores con el cual Argentina no pude compararse...Si se hiciera un campeonato mundial de escritores lo ganaría México.

Y los cubanos…hace poco leí en un reportaje donde Cabrera Infante aseguraba que "Rubén Blades es un Carlos Fuentes de la música"

No, no he leído ese reportaje; pero desde luego también los cubanos han pasado, como Cabrera Infante y Sarduy, por razones muy compresibles buen parte de su vida haciendo propaganda política. De manera que la política ha sido un punto en común de los escritores de latinoamericanos; y en el mundo se nos ve, caricaturalmente, como políticos que saben hacer literatura.

Este año usted estrenó nueva editorial. Su pase, tal como si fuese un jugador de futbol, fue por medio millón de dólares. ¿Qué siente un escritor al ser tratado como una mercancía?

Este tema es difícil de resumir en una entrevista. Pero yo he tenido polémicas muy graves con los editores en general, y he publicado una serie artículos, hace dos o tres años en Pag/12 de Buenos Aires, contra los editores, en general, por los cuales no soy muy querido. Los he tratado de delincuentes, asunto que generó en su momento, mesas redondas, discusiones, respuestas violentas...

¿Por qué, entonces, llamarlos delincuentes?

Tengo bastante experiencia. Tengo al menos treinta editores en todo el mundo. Y veintisiete, más o menos, son detestables.

Y diría que la mejor que tengo ahora en español es la editorial Norma. Porque el trato es cordial, transparente. De los que se acuerdan de uno, si uno pasa por una ciudad te saludan, te tratan con respeto, te tratan como un escritor. Tengo un editorial en Brasil que es pequeña, que te envía una carta de saludo, no para exigirte algo, simplemente te envían un abrazo.

Tuve que cambiar de editor en Italia, por ejemplo...Voy a escribir un libro sobre el tema, si la vejez me da el tiempo y fuerza, publicando contratos y todo. Voy a seguir la línea que tenía Goethe en Alemania cuando decía: "Los editores son hijos del demonio y morirán en el infierno". No sé qué le habrán hecho a Goethe, pero supongo que no serían cosas muy diferentes de las que me hicieron a mí. Usted sabe que Salgari se suicidó, dejándole una carta a los editores en la cual les decía: "Ustedes me sometieron al hambre y la miseria...", era una carta patética en vez de a su amante o al juez, a su editor. Este anecdotario formará parte de ese libro futuro que pienso escribir.

Sé que no es fácil para todos los editores soportar mi carácter, tener un quejoso…

Finalmente este cambio llegó en un momento en el cual el mercado se puso como se puso. Y no soy culpable ni yo, ni los editores.

Hubo momento en el cual el mercado pasó a estar en primer plano, y mis libros se vendían muy masivamente. Eso incluso está en La hora sin sombra, en la escena que el que el editor le pega una paliza al escritor. Se ha llegado a un mundo en el cual el libro no es lo que era antes, ahora tienen un porcentaje, precios, derechos de autor, en fin, una mercadería cualquiera.

Yo jamás me he planteado como escritor el asunto tal cual. Cuando yo cambio de editorial por el monto que usted menciona, yo no había escrito esta última novela.

Norma compró un paquete de todas mis novelas anteriores y esta última sin preguntarme nada. Yo sabía que alguna vez tenía que entregarle alguna novela, era como un pacto de caballeros; pero jamás me preguntaron siquiera de qué trataba. No sentí más que la presión natural de todo escritor por terminar su novela, pero nada más.

Yo entregué lo que quise. En cuanto al mercado, es algo inevitable, no guste o nos guste.

No hay una contradicción de su parte al hablar de mercado como algo inevitable y al mismo tiempo admitir que…

Dejemos de lado la palabra mercado, porque a mí me parece que estamos hablando de mercado haciéndonos pasar como ingenuos; como si no hubiésemos metido en este asunto sin saber que ya antes existía.

Hay otros elementos. Lo nuevo fue cuando empezamos a tener estabilidad en la moneda argentina. Y es ésa la fuente del disenso con los editores. Hoy si un editor, por ejemplo debe, 300 USA$ (que en Argentina son 300 pesos) y no los paga al autor hoy, sino dentro de diez días siempre son la misma cantidad, y esto es un problema para el editor. Si antes me hubiesen pagado lo que yo produje en ventas, sería millonario. Los editores me pagaban cada seis meses.

Por ejemplo mi libro más vendido "No habrá penas y olvido", que duro tres años en la lista de Best sellers. Habré cobrado por ello, sin exagerarle un equivalente que no daba ni para comprarme dos trajes. Porque si me pagaban seis meses después, con la hiperinflación, esos billetes se cambiaban por nada. Y los editores ponían mi propio dinero a ganar intereses.

El editor, nunca pierde ni en inflación ni en estabilidad económica. Aunque siempre conviene la inflación cuando uno es empresario, pero no cuando se es un escritor que intenta vivir de su trabajo.

Por eso es que siempre hay lobbies sobre las economías presionando sobre las estabilidades financieras. Por eso surgen palabras "nuevas" como mercado, como si antes no hubiese existido.
Siempre es una incertidumbre, pero mis libros siempre se han vendido bien. Pasan obviamente a ser objeto de deseo, y ese deseo tiene precio; y no lo establezco yo.

Pero ¿Sabe usted que sentí con este cambio editorial? Que ahora tengo suficiente plata en el bolsillo como para poder decir que no…sin que me doliera tanto (jajaja).

Porque los editores te llaman y te exigen escriba esto, haz aquello, por qué no me escribes esto por 150 dólares. Ahora puedo contestar: porque no quiero.

¿Y sabe lo mejor? Puedo comprar algo muy valioso para un escritor: comprar tiempo.
Vera, soy muy mal trabajador. A mí no me gusta el trabajo. Desde niño la idea de trabajo era una suerte de castigo divino. Y entonces, luego del cambio de editorial, me dije que si me la da gana, puedo no trabajar. No para siempre, pero si me lo propongo hoy puedo estar diez años sin trabajar.

Eso es un alivio, me traerá felicidad.

La idea de no tener que sufrir los avatares del Mercado. De este mercado del New Age en el cual la humillación es cotidiana. A un escritor como cualquier otro hay gente que piensa que le puede dar órdenes como a un peón o propuesta como "hágame 6 carillas por 600 dólares. Y mi satisfacción hoy día es decirles: no, no se lo hago desnudo ni dormido. No me da la gana. Esta posibilidad confiere la libertad; esto es lo que ofrece la felicidad, a través del dinero honesto. Sin tener éxito en el sentido humano. Probablemente si yo hubiese sido centro delantero, que era mi puesto como goleador, hubiese sido mayormente feliz. Siempre que veo a un jugador de San Lorenzo de Almagro, siento sana envidia, siento emoción, y esa es una emoción intransferible. Yo tengo la pierna medio deforme típica del futbolista por pisar de una manera determinada por los golpes. Yo fui jugador profesional de futbol de primera división pero en el interior del país. Yo ganaba dinero por jugar. Hablar de futbol es volver a ser joven, a tener veinte años.

Noto dos guiños en "La hora sin sombra". Uno, es el sordo que busca empleo en el Archivo General de la Nación ¿Metáfora muy particular que se refiere a Borges? Y el segundo, es en la parte de la novela en el cual el predicador evangélico repite un lema "Alzate, hermano", "Alzate" ¿emula un protestante, quizá, ese refrán del personaje del Nombre de la rosa de Eco, que dice "Penitenciágite")

No, no creo. Mis fuentes de inspiración son lugares comunes populares.
Para qué le voy a mentir, con El nombre de la rosa me aburrí; no pude seguir, teniendo al lado otras lecturas más gratificantes. Nosotros tenemos una tradición cultural. El nombre de la rosa, está lleno de posmodernidad, de New Age y de milagrerismo snob. Lo que ha hecho Eco es que ha revestido de seda, de glamour, la curandería de nuestras tribus indígenas y de los pueblos del campo, para luego venderlo a las clases más altas.

Y en cuanto al predicador evangélico. Yo suelo, por mis horarios nocturnos, ver a los pastores evangélicos de todo nuestro continente. Como todo en la vida, hay algunos muy malos, y otros con un talento inmenso. A mí me dejan enganchado, y me quedo absorto cuando empiezan a narrar una historia (por lo general son unos mentirosos extraordinarios,
expertos en salirse del libreto) sobre el encuentro de Cristo de gente con la cual el predicador seguramente nunca vio, pero a parir de eso relatan una historia maravillosa.

Yo pensé que en esta novela la presencia del pastor iba a ser más larga. Me acuerdo de una película que trataba de un predicador norteamericano que va de pueblo en pueblo, que es una suerte de cólera de Dios. Es en este tipo de tradición en el que está escrito el "Alzate" o "Levántate”, que aparece en la novela. Es una palabra neutra que utilizan los pastores para quedar bien en todos los países de América latina.

Algo que me impresionó mucho cuando estaba comenzando a escribir la novela fue un par de brasileños que escuché mientras iba en el coche que eran los que quemaban la maldición al pie de la cruz. Y paré el coche para escucharlos; era un relato brillante porque era como en los mejores tiempos del radioteatro. Ese que evoca muy bien "La tía Juliá…" de Vargas Llosa; era como si fue la aparición de Jesucristo, que no hablaba, pero de algún modo los predicadores evangélicos brasileños lo hacían hablar, hacían vibrar al que escuchaba con esa historia maravillosa.

Una especie de "Guerra de los Mundos" de H. Wellls.

Exacto. ¿Pero a que nos lleva eso? A la narración. Quien narra bien tiene al mundo en sus manos.

Para terminar. En La hora sin sombra (pág. 47) usted afirma que "Una vida lograda no se mide por el éxito sino por la felicidad". ¿Cómo, entonces, un escritor exitoso como usted puede ser feliz?

Cuando afirmé esa frase la dediqué a los que se ocupan más del éxito que de la literatura; aquellos que realmente han ganado montañas de dinero escribiendo… como Vargas Llosa, por ejemplo.

Nota del autor:

Un extracto de esta entrevista fue publicada en el periódico venezolano El Universal, en enero de 1996

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