Tres relatos breves de José Alberto Medina Molero




Hacia la isla

(a Josema)

José Alberto Medina Molero




Una bruma de terciopelo flotaba en el cielo del pueblo, que miraba como a diez leguas, nadando en el amanecido mar, a la isla.

- ¡Compadre apúrese, porque no hay tiempo! ¿Cree usted que la vaina es juego? Si llega el autobús frente a la casa, nos fregamos. El jefe civil está decido y ya ha llevado a la Isla a casi todos. Desde el otro lado los vi. Vagando entre los matorrales, tan perdidos como su mirada, sin voluntad. Ya no eran los mismos que se le rebelaron en la Plaza Benítez a comienzos de año. No tenían el verbo como un tizón en lo oscuro, dejaron de luchar. Se lo digo compadre, fácil le fue al Jefe conseguir una orden para examinarlos y determinar que estaban leprosos y por ello debían ir a la isla. Seguramente usted y yo lo estemos para él. Allí parece que viene el autobús, ¡apúrese!....



Muriendo de costumbre y llorando de oído

Así, frente a mí, me pareció que era La Maga de Cortázar: Delgada, nívea, bohemia, con nariz respingada y gruesas ojeras de juerga. Sus manos, blanquísimas, se llenaban de relumbrantes anillos. Un morral raído colgaba de su brazo como un desahuciado enano de feria.
El parque se cubría ya de una indecible penumbra. Como sí el supremo, aburrido de observarnos, bajase una vieja persiana. La conocí ese día y me bastó para saber que, ella era justo lo que nunca había esperado.
Días después, bajo las gastadas y sospechosamente olorosas sábanas de un pequeño hotel, con la sensación de placer que sucede a la cúpula, la observo, perfecta, con el infaltable cigarrillo emergiendo de sus labios de niña. De esos mismo labios que, minutos antes habían dejado escapar una sentencia: “estoy muriendo de costumbre y llorando de oído”. No pude ver más. Sólo sentí que ambos nos desvanecíamos y volábamos hacia una tarde limpia y sorprendida.

Ociloxte

La vieja cargó la escopeta después de mucho tiempo y le descerrajó dos tiros de cerca, el animal la vio detrás de la nube de polvo y ladró por última vez, las chispas de las explosiones terminaron por apagarse , y así fue como Ociloxte le soltó la pierna que le estaba mordiendo hacía cien años, ambos cayeron pesadamente hasta el fondo de sus miserias ...

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