Los cuerpos celestes de la dictadura





Edgar Cherubini Lecuna
París, Francia

Chile aloja cinco importantes observatorios astronómicos internacionales, ubicados en el desierto de Atacama, a 3.000 metros de altitud. Las condiciones climáticas del desierto chileno son ideales, es la zona más seca del planeta. La transparencia del cielo permite ver hasta los confines del universo. Los gigantescos telescopios son utilizados para rastrear el espacio infinito en busca de los orígenes del universo y de la vida. El desierto es un enorme espacio intemporal compuesto de sal y viento. Todo está inmóvil, sin embargo la superficie está llena de huellas misteriosas. Hay aldeas construidas hace mil años, hay campamentos mineros del siglo XIX, abandonados. Hay restos de historia por todas partes. La Vía Láctea en las noches, es tan deslumbrante que produce sombras en el suelo.

No muy distante del observatorio astronómico, se encuentra una estación de arqueólogos. Han encontrado antiguos asentamientos y vestigios de los primitivos habitantes del desierto, utensilios, momias y esqueletos que hablan de migraciones en busca del océano. Al igual que los astrónomos, se han dedicado a clasificar, preservar y estudiar hasta los más mínimos fragmentos de huesos, producto de sus hallazgos, alimentando las colecciones antropológicas de los museos de historia natural de Chile.

En esos mismos páramos, un grupo de mujeres rastrean la tierra salada en busca de los restos de sus seres queridos, torturados, asesinados y enterrados en esas soledades por los militares chilenos en los años setenta, una búsqueda infructuosa para algunas. Hasta hoy sólo han encontrado unos pocos. Hace más de veinte años, esas mujeres empezaron a revolver la tierra, a merced de las tolvaneras y no se han dado por vencidas.
Los astrónomos, hurgan en el pasado con herramientas de gran sofisticación tecnológica, a través de ordenadores que controlan los miles de censores y mecanismos de estas colosales máquinas científicas, manejadas por 130 personas, entre ingenieros, astrónomos y técnicos, aparte de una complicada logística para abastecer la estación con bastimentos y camiones cisterna procedentes de la ciudad más próxima, Antofagasta, a 120 kilómetros.

Mientras, en la intemperie, las madres, esposas y hermanas de los desaparecidos, tratan de recuperar los fragmentos de los cuerpos de sus seres queridos. Sería una misma la metáfora de la búsqueda del pasado, tanto de arqueólogos, astrónomos y esas mujeres, si no fuera por el contraste de precariedad, dolor y desolación que las acompaña.
Las estrellas que observamos, son destellos que ocurrieron miles de años atrás, de un pasado basado en hipótesis y teorías. Mientras que esos cuerpos enterrados en algunos lugares secretos de ese vasto desierto, son de historia reciente, tienen familias, esposas, hermanas, hijas, sobrevivientes de esa tragedia latinoamericana que se llama dictadura militar.

Esa es la trama de un documental dirigido por Patricio Guzmán: “Nostalgie de la Lumiere”, que se exhibe en estos días en las salas de arte y ensayo de París. Luego de un año escribiendo el guión, decidió narrarlo en primera persona. Pese al tema que lo sustenta, está muy alejado del panfleto político. Apunta, más bien, a lo que sostenía Susan Sontag: “Al hacer que el sufrimiento parezca más amplio, al globalizarlo, al darle la indispensable significación, acaso lo vuelva acicate para que la gente sienta que ha de importarle más” (S. Sontag, “Ante el Dolor de los Demás”). Es una obra que denuncia el terrorismo de Estado y que propicia una profunda reflexión sobre las ideologías dogmáticas y sectarias, sean de derecha, de izquierda o religiosas, que se creen poseedoras de una verdad absoluta y por consiguiente se arrogan el derecho de aniquilar en forma física o política a quienes se opongan a ellas o a sus objetivos. Como lo afirma uno de los personajes entrevistados: “Se trata del horror de una dictadura, de cualquier dictadura”.

Patricio Guzmán, un realizador de izquierda, conocido por sus documentales sobre el derrocamiento de Allende, cruza un umbral a la vez perturbador y profundo sobre la búsqueda de la memoria y la identidad, la suya y la de los chilenos, a partir de lo que sucede en ese lugar: “Yo creo que la materia misma del film nace de una serie de metáforas que estaban depositadas en el desierto, que estaban ahí mucho antes que yo llegara. Las metáforas ya existían, yo solamente las filmé. Cuando leí en un periódico que cerca de los gigantescos telescopios unas mujeres excavaban la tierra con sus manos, decidí hacer la película”.
Entre los personajes entrevistados a lo largo del film, se encuentra Luís, el astrónomo aficionado, quien aprendió a leer las constelaciones en ese mismo desierto, en un campo de concentración. Miguel el arquitecto, otro sobreviviente, quien inventó una coreografía como en un baile, para aprenderse de memoria los espacios y medidas de los campos de exterminio donde estuvo recluido. Cuando llegó a Suecia como exiliado, reprodujo uno a uno sus movimientos, dibujando con exactitud los planos, “para que ningún chileno pueda decir que no sabía que existieron”. Valentina, quien se considera “hija de las estrellas”, trabaja en el Observatorio Nacional de Chile y encontró en la astronomía un campo para soñar. Siendo hija de madre y padre desaparecidos durante la dictadura militar, es un personaje hermoso, lleno de optimismo ante el futuro. Durante su entrevista expresó: “Desde niña, supe que la materia de la que se componen las estrellas es la misma materia que tenían mis padres cuando desaparecieron”. Según las teorías astronómicas actuales, las galaxias fueron en su origen grandes conglomerados de gas y polvo que giraban lentamente, luego fueron fragmentándose en vórtices turbulentos y condensándose en estrellas en medio de colosales tormentas de polvo cósmico, compuesto entre otros elementos de átomos de Calcio (Ca), el mismo que se encuentra en los huesos de aquellos cuerpos sepultados en el desierto.

edgar.cherubini@gmail.com

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