por María Magdalena Mattar
La felicidad es un desenvolvimiento
y una práctica completa de la virtud,
no relativa, sino absoluta.
Aristóteles
Acerca de los mitos; o cómo se educan los hombres en la virtud
El problema relativo a la significación de los mitos entraña dos interrogantes: la primera se refiere a su interpretación, a su sentido “oculto”.La segunda, a su significación psicológica y a la función que cumplen con respecto al desarrollo de la humanidad.
Los mitos pertenecen al terreno de la imaginación o fantasía, actividad del alma que no está sujeta al dominio de la razón, ni tampoco a las reglas impuestas por la cultura o la sociedad. Extrae sus materiales constitutivos de la memoria de la vida despierta, construyendo algo diferente a las formaciones del estado consciente. Al emanciparse de las categorías prefijadas por la cultura adquiere mayor flexibilidad. Su carácter especial reside en su predilección por la exageración, la deformación, la monstruosidad. Al carecer de lenguaje abstracto tiene que representar en forma plástica aquello que quiere expresar, permitiendo la entrada del “yo” en una relación concreta con la simbología.
En tiempo remotos, anteriores al desarrollo de las ciencias, todos los acontecimientos, tanto físicos como psíquicos, eran interpretados como la manifestación de poderes sobrenaturales, los cuales podían ser de naturaleza divina o demoníaca.
Con el florecimiento de la disciplina intelectual de las ciencias físicas, toda esta significativa mitología se ha transformado en psicología, nos dice Sigmund Freud, psiquiatra austriaco, quien ve en los mitos, y en su posterior representación dramática, una forma de psicoanálisis, una terapia, para superar un trauma producido en una fase del desarrollo como sociedad humana.
Desde que los hombres de la era del conocimiento científico–tecnológico, olvidaron las hipótesis mitológicas y abandonaron la intuición como forma de resolver el enigma de la existencia, existe la necesidad de una hipótesis que lo resuelva en forma racional.
Freud es uno de los monumentos intelectuales más notables de la historia de la inteligencia humana. Su deseo de figurar entre los cerebros de hombres ilustres erigidos en piedra en la Universidad de Viena, se cumplió ochenta años más tarde de haberlo expresado. En la base del busto podemos leer en griego la siguiente frase: “Aquél que descifró los famosos enigmas y fue varón muy poderoso”, perteneciente a Edipo Rey de Sófocles; la frase que él deseó ver escrita cuando aún era un estudiante de medicina.
Freud, al igual que Edipo, descifra el enigma, y propone una clave para resolverlo: acceder al inconsciente. La paradoja reside en que esta hipótesis basada en el conocimiento científico y en la experimentación, coincide plenamente con la formulada por los griegos, cuyas obras dramáticas basadas en los antiguos mitos, al ser representadas, ejercían idéntica función que el psicoanálisis: hacer consciente lo inconsciente, permitiendo, de este modo, a través de la represión, superar alteraciones de la personalidad, del carácter, o estados neuróticos.
La importancia de la expresión dramática reside en que nuestra experiencia para poder enraizarse necesita representarse; imponerse en forma de espectáculo para poder ser admitida como emoción.
Los griegos eran modernos. Anterior a ellos conocemos la existencia de una antigüedad remota signada por la creencia en poderes superiores al hombre que determinaban su destino, ante el cual era imposible rebelarse o del que no era posible escapar.
La tragedia consiste precisamente en esa impotencia del hombre frente a la omnipotencia de los dioses.
Los griegos retomaron los antiguos mitos, consideraron ciertas creencias y mediante un proceso de desplazamiento y condensación crearon obras cuya función era producir la represión a través de representaciones públicas. La catarsis equivale a la liberación del inconsciente. Esta conciencia de sí mismo fortalece esa estructura psíquica llamada superyó que determina la conciencia moral.
En los mitos podemos ver la expresión universal de determinados sentimientos e impulsos primitivos de la infancia de la raza humana que deben ser superados a través de la represión.
La teatralización de la existencia
Jean Duvignaud, uno de los más brillantes sociólogos franceses contemporáneos, en su obra Espectáculo y sociedad, demuestra cómo lo imaginario prefigura la realidad, a la vez que se interroga sobre los presupuestos que implican los contenidos emocionales y racionales del espectáculo.
Nada se escapa de la teatralización, incluso los movimientos revolucionarios son acontecimientos dramáticos, sujetos a leyes de una estructura subyacente no muy diferente a la tragedia clásica. Nuestra propia existencia es una representación teatralizada de los instintos y de las pulsiones. La sexualidad, la muerte, lo económico, lo estético, el trabajo, el juego, todo es manifestado, interpretado. El ser humano, a diferencia del resto de los seres de la ceración, es capaz de exteriorizar su conciencia y su alienación; es capaz de hacerse ajeno a sí mismo. Toda espontaneidad natural se hace social y cultural al teatralizarse, es decir al representarse ante nosotros y ante los demás. Representar consiste en crear al ser. Así, concedemos al dinamismo creador un valor significativo. El acto de representar lo que existe positivamente constituye en sí el acto social fundamental.
La representación del espectáculo ha tomado múltiples y diversas formas, variando la representación del ser humano a tal grado que parece necesario preguntarse sobre las presuposiciones que los contenido latentes, emocionales o racionales implican, y que convierten lo dramático en una “matriz de significantes en búsqueda permanente de significado.
La obra de arte posee vida propia. Así, la obra dramática “espera” que cada época le atribuya un sentido o la interprete con su particular grado de desarrollo y que las sucesivas generaciones la completen, ya que la obra “sugiere”, no define un sentido; sentido que no puede ser explicado racionalmente.
De este modo, la representación no define un contenido, sino dramatiza, construyéndolo, un aspecto de la existencia que, de esta forma, se hace transmisible. El mensaje debe ser intuido por el espectador. La obra debe ser “vista”, ya que el público, el espectador, forma parte de la obra teatral.
Así como el mensaje de la obra debe ser intuido para poder ser internalizado por el subconsciente, un análisis debe revelar la arquitectura oculta que la sustenta, permitiendo al lector, la comprensión del mensaje represivo y su tremenda importancia en el desarrollo del individuo ético.
Dice Nietzsche que el sueño, análogo al mito, nos sitúa en lejanos estados de la civilización humana, dándonos, de este modo, un medio para conocernos mejor. El conocernos a nosotros mismos muy profundamente, junto con la conciencia moral, nos permite liberarnos de la tiranía de los dioses, que son nuestros instintos más primitivos, y “armonizar la omnipotencia divina con la responsabilidad individual”.
Los sueños, las creencias y los mitos, no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, de nuestra propia naturaleza.
La tragedia se inicia con la puesta en escena de los dioses campesinos, paganos, de las fuerzas naturales instintivas.
Los griegos al igual que la tribu hebrea, se sentían distintos de los demás grupos humanos, percibiéndose a sí mismos como una cultura. El organismo colectivo griego trata de recuperar la salud mental a pesar de y a causa de la crisis que su propio desarrollo le impone. Los griegos descubren que a través del lenguaje del sufrimiento se puede alcanzar y modificar la conciencia colectiva.
La obra como espectáculo en la época contemporánea
En nuestra época contemporánea, la industria ha producido nuevas modalidades de representación como son el cine, la televisión e internet, cuyos contenidos han variado a través de los tiempos haciéndose cada vez más violentos y aterrorizantes, introduciendo en ellos un altísimo contenido sexual, con ingredientes de inmoralidad y de falta de ética que no siempre son detectados por los espectadores, y que pasan a formar parte de la vida cotidiana. Así, la mentira, el engaño, la infidelidad, e incluso aberraciones, son aceptados como normales por una sociedad que no comprende por qué su realidad no se corresponde con una existencia feliz, que sería el resultado de una vida virtuosa. La industria del cine, la televisión y, en general, el aparato comunicacional, están al servicio sólo de intereses económicos, políticos o ideológicos y no éticos o educativos que formen valores o virtudes en los seres humanos.
El espectador se suma e identifica con los valores negativos de la época originando personalidades patológicas en que no hay un compromiso afectivo. Ni los padres ni los ídolos de nuestro mundo contemporáneo son los mejores modelos que se puedan seguir.
Existiendo una gran frustración es lógico que transmitan a las generaciones jóvenes sus tendencias inconscientes insatisfechas o sus cargas agresivas latentes que dan origen a conductas antisociales. Los roles de padres e hijos se confunden y los primeros se muestran ambiguos en cuanto a la disciplina o a la autoridad ejercida. Se permite a los jóvenes tomar sus propias decisiones y no se controlan sus impulsos. Así del autoritarismo excesivo de épocas pasadas se pasó a un relajamiento de las normas de conducta, donde la afectividad está mediatizada por los bienes de consumo. A la crianza defectuosa y al deterioro de la institución familiar como generadora de identidad, habría que añadir la confusión que impera en materia educativa por la proliferación de teorías metodológicas tendientes a la liberación cada vez mayor en desmedro de una sólida y disciplinada formación de la personalidad del niño o adolescente. En investigaciones sobre el desarrollo del niño se hace especial énfasis sobre la importancia del “no”, en que las frustraciones, órdenes y prohibiciones lo llevan a diferenciar entre un “yo” y un “no yo´´.
La adolescencia se convierte en una segunda oportunidad para que el complejo de Edipo y el narcisismo como problemática sean resueltos, o por el contrario se agraven. La televisión que puede ser un instrumento altamente educativo y formador sólo sirve a intereses de índole perversa a través del cual el niño internaliza falsos valores diseñados para la perpetuación del consumismo y del narcisismo característicos de nuestra sociedad contemporánea.
Cada época genera, como consecuencia de su particular desarrollo, sufrimientos patológicos del cuerpo y de la mente, afectando la mente infantil y el destino del adulto.
Corrientes psiquiátricas actuales aceptan que en el devenir histórico hacen su aparición formas nuevas de enfermedad mental debidas indirectamente a los cambios históricos de la cultura, los valores o antivalores predominantes, las formas de relaciones entre los individuos y la estructura económica del grupo social. El cerebro humano es un hecho social y por ende un hecho moral y espiritual.
La época actual se caracteriza por un exagerado narcisismo en que predomina una tendencia “normal” a convertir a los seres humanos en sistemas cerrados de intelecto crispado, lujuria exorbitante y gurúes tecnológicos, en que los “otros” seres humanos son convertidos en cosas útiles para ser explotados
o utilizados, sujetos en los que, predominan la rabia y la compasión sobre sí mismos. ¿Quién los enfureció? ¿quién los confundió? ¿cuál es la causa de esa marcada impulsividad descontrolada?
Exageración conductual, contradicción, desigualdad, impredictibilidad, inestabilidad, dependencia agresiva, ambigüedad sexual, rabia incontrolable, vacío existencial, etc., etc. Y los adultos constituidos como personalidades anormales, con vidas afectivas y social no plenas, con displacer de vivir, aislamiento, irritabilidad constante, enojo, inmadurez... pero que se mantienen en un equilibrio estable con la realidad sin sufrir sino por momentos del carácter inhabilitante de las grandes psicosis o neurosis. Tal equilibrio no permite una crisis de reestructuración.
Vivimos en una sociedad que no sabe imponer líneas divisorias entre el bien y el mal, entre lo conveniente y lo inconveniente, que se refleja cada vez más en patologías indefinidas y que carece de autoridad moral valorativa al presentir valores contradictorios.
Esta sociedad de adultos ambiguos provoca trastornos antisociales en los varones y un sufrimiento patológico en las niñas.
La mayoría de las terapias fracasan y muchos enfermos se eternizan en psicoterapias interminables debido a la existencia de trastornos de personalidad subyacentes que producen perturbaciones de la conducta social: conflictos consigo mismo y con los demás por su modo habitual de ser. (El Borderline o la manera narcisista de vivir,(1990), Editorial científica, Dr. Eloy Silvio Pomenta).
Tanto en la época de los griegos como en la actual el ideal de ser humano, es el de una persona como un todo, incluyendo cuerpo y mente (self corporal y self mental).
El “self” es la abstracción psíquica más próxima a la experiencia, diferente de las instancias de más alto nivel como lo son el yo, el ello y el superyó, alejados de la experiencia.
El yo es la estructura psíquica que regula las relaciones entre los impulsos del ello y los imperativos de la realidad. El yo funciona mediante infinidad de procesos conscientese inconscientes a los cuales no se tiene acceso directo.
El “sí mismo” normal está integrado, puesto que tiene las imágenes “buenas” y “malas” de uno mismo y de los otros; incorpora, no disocia los componentes de las representaciones de sí mismo; los componentes libidinales y agresivos están integrados en un todo.
Para completar una estructuración del aparato psíquico, el superyó se formaría por una modificación que sufre el yo en la fricción que ocurre entre los impulsos provenientes del ello y las frustraciones y prohibiciones, tabú o censura social.
Al no existir esa censura social, sino por el contrario, al estar el individuo inserto en una sociedad altamente permisiva en cuanto a moral se refiere, éste no desarrolla una conducta moral ni un superyó que regule sus impulsos más primitivos, dando lugar así a toda clase de patologías que conforman a un individuo desintegrado.
Teatro, sociedad y personajes
El teatro no es reflejo o expresión de una sociedad o época determinada, o una visión de mundo. Esta interpretación no nos advierte acerca de las profundas relaciones que se establecen entre la “estética viviente” y las estructuras sociales. Pero obviamente existe esa relación entre la vida social y el teatro.
Trataremos el tema de “la extrema individualización del personaje representado y del aislamiento del grupo social, del héroe o dios, en virtud del papel que desempeña y que no puede dejar de ejercer, o en virtud de la separación del individuo de la vida común, llevada a cabo mediante la realización de un acto prohibido”( Espectáculo y sociedad”, Jean Davignaud, Editorial Tiempo Nuevo, S. A. Pág.31).
Edipo, Electra y Antígona son personajes que han infringido ciertas leyes divinas o humanas y que deben ser castigados, expulsados de la sociedad. Todos representan la imagen de un tormento. La trasgresión de las reglas o de las leyes conlleva la exclusión, la expulsión, el destierro, el aislamiento, la muerte.
El castigo individualiza al trasgresor aislándolo, o eliminándolo. Al concentrar todo la falta en un individuo único se limita el alcance de la misma. La inconfortable situación de ser diferente se manifiesta como consecuencia de una profunda diferencia con respecto al grupo social y de una incapacidad de adaptación al destino común.
El coro como personaje
El coro, inventado por los griegos, es la voz de la sociedad que interpreta los hechos. Es el sentido común, lo normal que juzga lo anormal; lo anónimo juzgando al héroe.
La estética dramática nace del comentario que los hombres comunes hacen de los casos de individuos separados, proyectados fuera de las normas admitidas porque han cometido un exceso. “Los griegos llamaron “hibrys” este exceso, este desbordamiento del marco admitido, por parte de un individuo que se aprovecha de la selección de que ha sido objeto o que el mismo ha provocado: hibrys de Prometeo que rechaza toda conciliación posible con Zeus (...)”,( Jean Duvignaud, obra citada, pág.34) ; de los titanes, castigados por Zeus, quien representa al padre represor, o la instancia psíquica del superyó, que impone las normas ,los límites; de Antígona que no accede a las exigencias sociales ni a las leyes de los hombre, pues estos han creado nuevas leyes que se oponen a las de los dioses antiguos, de la era patriarcal; de Edipo atormentado por haber infringido las leyes comunes; de Electra que no acepta el crimen contra su padre, cometido por su madre y su amante, y cual antigua y femenina versión de Hamlet, no acepta la conducta inmoral reinante.
El espectador ciertamente no se ciega ni se destierra como Edipo, ni muere como Antígona... tampoco muere con el dios hebreo hecho hombre... sólo se lamenta porque este se ha crucificado para su propia justificación y para eximirlo de toda culpa.
El coro pone fin a la obra de Edipo Rey: “...miradle, es Edipo ¡—el que resolvió los intrincados enigmas y ejerció el más alto poder! ¡Aquel cuya felicidad ensalzaban y envidiaban todos los ciudadanos! — ¡Vedle sumirse en las crueles olas del destino fatal!”.
El espacio
Los espacios en que habitualmente se desarrolla la acción humana son el público y el privado. En otro plano de la existencia encontramos otra polarización que opone una zona sagrada prohibida, a un espacio profano.
Así como es inevitable que se establezca un intercambio e influencia recíproca entre ambas zonas, la pública y la privada, asimismo se establecen intercambios entre el espacio sagrado y la zona profana.
Las pasiones y deseos expresados por personajes imaginarios durante la representación en un escenario, produce un efecto sobre el espectador. Este efecto de purificación producida debe interpretarse como el resultado de la oposición entre ambos espacios, pues se produce una síntesis activa resultado de la separación de dos universos opuestos pero complementarios.
A través del arte dramático se fabrica la imagen pura de deseos y pasiones ennobleciendo al espectador.
El conflicto
Desde Cronos que devora a sus hijos y que es derrotado por Zeus, la antiquísima lucha entre padres e hijos es una constante no sólo en la mitología sino en la vida diaria, así como en los cuentos infantiles, herederos de los mitos, pero con una resolución feliz del conflicto, lo cual no siempre ocurre en los mitos. (Sería interesante develar las motivaciones sociológicas que transformaron a la terrible Electra, capaz de vengarse de la madre opresora, en la dulce Cenicienta del cuento infantil, quien sufre sin rebelarse todas las humillaciones, hasta que el hada madrina la transforma mediante el poder de la varita mágica y permite la venganza incruenta).
Sigmund Freud establece una teoría que a muchos de su época pareció monstruosa, sin que se determinara la diferencia fundamental que existe entre lo que evolución civilizadora pretende o exige sean tales relaciones entre padres e hijos y lo que la observación y la experiencia demuestran que en realidad son.
La hipótesis de Freud es la siguiente: los deseos sexuales infantiles despiertan muy tempranamente y la primera inclinación de la niña tiene como objeto al padre y la del niño a la madre. Así el ascendiente del sexo igual al del hijo se convierte para este en rival; este sentimiento puede conducir al deseo de muerte, que para la mente infantil equivale a desaparición, careciendo de la real conciencia de lo que la muerte significa como proceso biológico. Así como permanece en el inconsciente de la humanidad esa antigua rivalidad mítica entre padres e hijos, en la actualidad podemos suponer que el deseo de la muerte de los padres se deriva de la más temprana infancia permaneciendo en el inconsciente.
Ningún otro grupo de instintos ha experimentado un juicio más amplio por las exigencias de la civilización como precisamente los instintos sexuales; pero muchos estudios y la experiencia hacen constar también que tales instintos son los que mejor saben escapar al dominio de la razón y de la
psiquis.
El drama como producto de la vida onírica
La dramatización es la transformación de una idea en una situación en que se condensan diversos elementos. En Edipo el elemento constitutivo es el temor de llevar en la conciencia aquellos deseos infantiles que permanecen ocultos en el inconsciente. Freud tenía la convicción de que la vida onírica encierra la clave del conocimiento del alma humana. El sueño nos trae de nuevo lejanos estados de la civilización humana y nos proporciona un medio de comprenderla mejor. El mito de
Edipo es la expresión universal de determinados sentimientos primitivos de la infancia de la raza humana que se constituyen como los sueños de la humanidad, y como obra literaria es la estructuración dramática de un antiguo tema mítico, cuyo contenido utiliza el autor; éste es guiado en la elección de la temática por los complejos en él predominantes, experimentando la necesidad de transformarla de acuerdo a sentimientos muy profundos, que permanecen en su inconsciente
El valor terapéutico que poseía la representación de la obra para los griegos reside en su potencialidad de provocar la represión mediante el horror implementado ante determinadas situaciones que la sociedad prohíbe, cuya ocurrencia lleva consigo el auto castigo. Al representar hechos supuestamente ocurridos en la antigüedad representan al mismo tiempo aquellas zonas del subconsciente en que habitan las imágenes de la infancia que no queremos hacer conscientes. Existirían ideas en la psiquis que nos parecen extrañas y desagradables, que nos negamos a analizar. El contenido ideológico que nos produce angustia o terror fue un deseo que sucumbió a la represión. Por el contrario si la represión no ha existido no se produce el desarrollo del superyó y como consecuencia la conciencia moral puede ser relativa o no existir en absoluto.
El relajamiento de la censura es el esquema fundamental de la génesis de muchas alteraciones del carácter y conformación de la personalidad. Los mitos al igual que los sueños, son los protectores del alma, de la psiquis humana, creando una especie de desahogo psíquico para el deseo reprimido, representándolo como realizado y otorgando el reposo.
Edipo Rey
Sigmund Freud, creador de la teoría del “complejo de Edipo” convirtió en realidad el deseo de comprender la constitución del hombre y de la mente humana a partir de una teoría que abarca la existencia mediante un estudio orgánico del cerebro y de la mente.
Tanto en el desarrollo de la humanidad como en el del ser individual existe un conflicto psíquico o espiritual que se desea superar. A partir de esta idea, Freud comienza su lucha por comprender el alma humana y encuentra en la antigua leyenda de Edipo la clave para descifrar el enigma.
Similar a Edipo, Freud quería llegar al descubrimiento de la verdad de sí mismo sin arredrarse ante nada, ni aun ante las terribles implicaciones de estos descubrimientos, que no son otros que el deseo de incesto, el complejo de Edipo; descubrimientos que lo llenaron de horror tanto a él mismo como a la sociedad de su época que se escandalizó por la nueva teoría. Freud concluye que la recuperación de una psiquis dañada sólo puede producirse mediante un trabajo en el inconsciente, no con los esfuerzos conscientes tan sólo; su secreta conclusión, según consta en su correspondencia más privada, es que podemos considerar que esta civilización actual encubre una gigantesca hipocresía.
Freud relaciona la neurosis de la humanidad con las vivencias infantiles y descubre el origen erótico de la neurosis y la tremenda importancia de la represión.
El complejo de Edipo se puede sintetizar como la inclinación amorosa que todo niño siente hacia uno de sus progenitores —generalmente del sexo opuesto— al tiempo que proyecta sobre el otro un sentimiento de odio. Este es el desarrollo de la tragedia griega.
La leyenda del rey Edipo
El drama de Sófocles se basa en la leyenda del rey Edipo. La acción transcurre en Tebas, a cuyo rey, Layo, casado con Yocasta, un oráculo había anunciado que sería asesinado por su propio hijo. Para impedir el cumplimiento de esta profecía, Edipo fue abandonado, al nacer, sobre el monte Citerón.
Recogido por un pastor fue llevado al rey de Corinto, quien lo adoptó. Al consultar Edipo el oráculo, éste le aconsejo no volver a su patria porque estaba destinado a dar muerte a su padre y a casarse con su madre. Horrorizado, se aleja de Corinto y se dirige a Tebas, donde en un cruce de caminos se encuentra con Layo a quien da muerte. Llegando a Tebas descifra el enigma de la esfinge y en recompensa es coronado rey , y se casa con Yocasta. Reina felizmente y sin impedimentos ni alteraciones hasta que la ciudad es asolada por una peste. El oráculo declara que ésta cesará cuando sea expulsado el causante de la impureza, el asesino del antiguo rey, Layo, que reside en el territorio nacional.
“¿Donde hallar
la oscura huella de la antigua culpa?
“La acción de la tragedia se halla constituida exclusivamente por el descubrimiento paulatino y retardado con supremo arte —proceso comparable al de un psicoanálisis— de que Edipo es el asesino de Layo y al mismo tiempo su hijo y el de Yocasta. Horrorizado ante los crímenes que sin saberlo ha cometido, Edipo se arranca los ojos y huye de su patria. El crimen y el incesto han sido cometidos en forma inconsciente, pero la predicción del oráculo se ha cumplido.
El factor principal de la tragedia es el destino. Su tragicidad reside en la imposibilidad de que el héroe pueda triunfar o vencer al destino al enfrentarse a la omnipotencia divina. Pero su efecto trágico reside también en que la leyenda toca la esencia natural de cada hombre. Sólo que en épocas posteriores a la infancia ha sido posible desviar esos impulsos y olvidar los celos inspirados por el padre. La obra obliga a una introspección en la que es posible descubrir que aquellos impulsos infantiles existen todavía, pero reprimidos.
Como Edipo vivimos ignorantes de aquellos deseos que la naturaleza nos ha impuesto.
La leyenda de Edipo es la reacción de la fantasía a los sueños típicos y así como ellos despiertan en el adulto sentimientos de repulsión la leyenda acoge en su contenido el horror al delito y al castigo que conlleva. Sobre una base similar a la de Edipo se construye otra gran obra: Hamlet, de Shakespeare. Pero la forma tan diferente de exponer la misma temática aumenta la diferencia espiritual de ambos períodos de la civilización y el progreso que va efectuando la represión a través de los siglos en la vida espiritual de la humanidad.
La labor de la censura es impedir el desarrollo de la angustia y de cualquier otra forma de patología. (Sigmund Freud, “La interpretación de los sueños”,(1974) Círculo de lectores,S.A.).
Antígona y Electra
Para interpretar los caracteres y psicología de los personajes femeninos de tragedias como Antígona y Electra, debemos considerar un aspecto externo a la obra misma, esto es el contenido histórico en que son representados tales personajes femeninos. La Grecia que inventó la tragedia y por consiguiente el teatro no es la Grecia tribal, de La Iliada, sino la Grecia urbana.
Tal desarrollo implicaba un cambio estructural de la sociedad. La ciudad se erige como un mundo diferente en que la palabra reemplaza a la violencia.
Este tránsito de una sociedad rural, pagana, campesina, a una urbana, exige un discurso, un lenguaje, que organice esta nueva forma de vida. Así surge la ética y de ésta se desprende la justicia con sus leyes, cuya máxima expresión será la política. Surgen nuevas leyes que pueden no ser acordes con al antigua cultura patriarcal. En la tragedia griega el papel social de la mujer consiste en conservar el respeto ancestral por la ley antigua. La ciudad nace con sus leyes y costumbre. La mujer griega se opone a la existencia colectiva, en la que no ocupaba ningún lugar, para aferrarse al pasado patriarcal que la justificaba.
Junto a costumbres muy antiguas de origen remoto, y a temas psicológicos arcaicos aparecía un nuevo modo de vida.
En el caso de los griegos surge una tensión social y psíquica, un grado de estrés que alcanza un punto tal que obliga a buscar una solución. Para ellos la lucha a muerte es la única experiencia que puede provocar una conmoción, una experiencia de la que se sale transformado. La tragedia es análoga al combate en el sentido de que busca liberar una tensión. La palabra, el concepto de “destino” es lo único que permite explicar y entender el tormento de los griegos, ese sufrimiento de índole irracional que implicaba el “crecimiento”, el desarrollo, que estaban experimentando. Ya no se encontraban en una lucha permanente con los “otros”. Por primera vez estaban solos frente a sí mismos y descubrieron, tal vez en forma no plenamente consciente, que el enemigo estaba en el palacio mismo; y más allá, en el otro plano, el psíquico, en el interior de cada uno, en ese mundo subterráneo, infernal, llamado subconsciente o inconsciente.
Hegel dice que el destino es la conciencia de sí mismo, pero como de un enemigo, para explicar la naturaleza del tormento griego. Su discurso corresponde pues a una necesidad de racionalizar lo irracional. Pero las heroínas de estas tragedias cumplen el rol de persistir en una idea fundamental: la existencia real de un poder divino que los hombres no deben contravenir so pena de sufrir las trágicas consecuencias.
Electra forma con Antígona y Las Traquinias, las tragedias femeninas. Ambas se oponen con fuerza y gran vehemencia a las leyes humanas e injustas de reyes tiranos y están dispuestas a enfrentar la muerte. Ambas desafían el poder establecido movidas por el amor fraterno y filial contrastando con el carácter de sus hermanas que prefieren acatar las leyes aunque las consideren injustas.
Orestes no es más la víctima que ha de sufrir los golpes del destino mismo, por el contrario, alguien responsable que no vacila en salir a su encuentro.
Electra es el grito de angustia contra el nuevo orden que se opone al viejo mundo y sus costumbres. En este drama la antigua ley de la venganza reina aún en la conciencia de los personajes. El coro representa la nueva costumbre, la conciencia colectiva actual que en presencia del crimen se queja y se rebela. Se abre paso una nueva costumbre que refleja el conflicto de la propia comunidad pues los hombres sienten dolorosamente la desaparición de las viejas costumbre. Los cambios siempre implican dolor, nostalgia y son vividos penosamente por la conciencia de los hombres. Orestes regresa y su hermana está allí feroz en su deseo de venganza, dominada por la ley de la “vendetta” imponiendo a su hermano el respeto de la ley de la sangre.
En la tragedia griega el papel social de la mujer consiste en encarnar ese respeto incondicional de la ley antigua. La sociedad trata de recuperar su salud mental dándose leyes nuevas, pero las mujeres están inmovilizadas por las leyes antiguas.
Electra no perdona. Es preciso que Orestes cometa el crimen y asesine a su madre para que esas leyes se cumplan.
En Antígona se cumple el destino fatal de la descendencia de Edipo en el que hay un principio mora alterado. Antígona es la evidencia de la infalibilidad de un destino que pesa hasta la cuarta generación. El primero que había alterado ese orden moral había sido el abuelo de Edipo, quien había seducido a un príncipe adolescente, del cual era preceptor. La descendencia de este hombre impuro finaliza de manera trágica en Antígona: los dos hermanos se matan mutuamente y Antígona se ahorca, muerte considerada ignominiosa.
Edipo Rey, Antígona y Electra, son obras de gran complejidad psicológica, que apelan al inconsciente del espectador de todos los tiempos, transmitiéndonos lecciones de moral y de ética, que nos enseñan que las faltas a la virtud y a las normas establecidas por los dioses o por los hombres impiden la felicidad. Las leyes eternas no pueden ser transgredidas, ya que esta trasgresión implica un castigo. La práctica de las virtudes debe realizarse en la vida de cada individuo.
”El fin de todo el discurso es este: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre”.
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ResponderEliminarCon gran gusto seguiré este blog.
Afectuosamente,
Ana Lucía
gran artículo!
ResponderEliminarestudio teatro, y me ha ayudado en mi búsqueda de la contemporanización de Antígona, en cómo analogarla a la realidad contemporánea que es nuestra duda.
Montaremos Antígona, pero estamos buscándo el cómo tomarla en la sociedad de hoy.
si puedes escríbeme carito_quito@hotmail.com
pero coño con ese Edipo!
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